lunes, 18 de julio de 2011

Resistir

Traspolado de deportes donde los mitos y las creencias tienen poco lugar frente a las estadísticas y la ciencia aplicada, llega la frase que dicta que los ataques ganan partidos, pero las defensas ganan campeonatos. Los cuatro equipos que llegan a semifinales de la Copa priorizaron el orden defensivo; de los cuatro que se fueron, dos eran picantes y dos prometían serlo, a partir de su poderío ofensivo todos.

Argentina ya sufrió por apostar a marcar goles antes que a marcar rivales, apenas hace 1 año, cuando Alemania desnudó absolutamente todos los problemas en una gran demostración de las virtudes de la planificación por sobre las de la improvisación. Lo mismo había sucedido en aquella definición por penales del 2006: un arquero planificó la instancia, el otro, el nuestro, no. Desde la debacle del Dié mucho se habló, de la nuestra, del Barcelona, de Messi. Puras palabras. Argentina no jugó a nada, no pateó al arco en los primeros dos partidos, dependió de Messi en los otros dos y nunca, ni siquiera ante la débil Costa Rica, mostró una mínima seguridad defensiva. Sólo ese partido ganó, y empató tres, pero los tres los podría haber perdido por lo mal parado que quedaban sus defensores, una invitación al contraataque. La impericia rival evitó que el fracaso llegara antes, pero que el fracaso se concretara después, en semifinales o una final, parecía pedir un milagro.

Los resultados hablan por sí solos, como para recordar cuando nos quieran vender el pescado podrido de lo bien que jugó “por momentos” Argentina. Fueron pocos, muy pocos, y nunca en el momento que tenían que aparecer. Argentina dominó a los uruguayos, sí, pero con un hombre más. Durante todo un tiempo. Convirtió a su arquero en figura, sí, pero a partir siempre de alguna individualidad, y encima tuvo que sufrir muchísimas jugadas de gol en contra que lo hubieran dejado afuera. La mayor parte del tiempo chocó contra una defensa bien parada y que nunca se rindió ante el cansancio. Tuvo algo de suerte, sí, pero también mucho corazón, y eso se hace a partir de la crianza de un equipo, de la hermandad formada a lo largo de un proceso de batallas. Uruguay es un equipo, y si bien no ha desplegado un gran fútbol, tampoco ha perdido: Uruguay es un señor equipo, el mejor de América, el más duro, un equipo donde las figuras agachan la cabeza y cumplen el rol que tienen que cumplir, donde no importa el cartel sino la utilidad. Donde no hay excusas.

Pero sobre todo es Uruguay, y también lo son Perú, Venezuela y Paraguay, un alegato poderoso a favor del poder de la defensa. La defensa no se construye desde el talento o desde lo individual, sino desde el laburo, el sacrificio, la concentración. En el fútbol que quieren vendernos, son los villanos: impiden la gambeta mágica, momento de felicidad del alienado. Puras mentiras: la defensa es el ejemplo de como la colaboración permite sobreponerse aún en desventaja. Hoy el fútbol de la gambeta, de la inspiración y la indisciplina, se rinde ante el fútbol del laburo, de la hermandad y el sacrificio. Del fútbol del que nadie habla, claro: porque cuando éstos ganan, los torneos son malos.

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