domingo, 20 de enero de 2013

El fútbol argentino, enfermo de grondonismo




¿Para qué existen los seleccionados juveniles? Tienen poco de formativo, dados los plazos cada vez más cortos en que juegan los torneos, tiempos siempre presionados por los equipos que los ceden. 

Sólo durante los días de Pekerman pudo Argentina conformar un equipo con cierto sustento y una coherencia a lo largo del tiempo, producto de un proyecto que buscaba lidiar justamente con un sistema que atenta contra el largo plazo, a través de la selección temprana de una base de juveniles y la transmisión de ciertos valores y modos de juego a ese grupo.

Tampoco ofrecen roce internacional. Las selecciones a menudo se componen de jugadores ya profesionales, algunos incluso pateando en Europa. También, en el otro extremo, suelen rellenar el plantel varios ilustres desconocidos (un tal Messi estuvo ausente, por ejemplo, en el Sub 17 de 2003). En definitiva, lejos de ofrecer un fútbol colectivo de alto nivel, se depende de dos o tres talentos precoces, a menudo también ellos luego desaparecidos del mapa futbolístico (para repasar el mapa de figuras que luego hicieron papa en Primera, nada mejor que revisar En una baldosa). Sin dudas en Argentina una de las problemáticas en este aspecto es el trabajo disperso de los seleccionadores, poco metódico, basado más en videos, intuiciones, conejos, favores y el inflador mediático que en las caminatas por céspedes remotos, la observación profunda y datos mensurables.

El espectáculo de los torneos juveniles existe, sencillamente, porque es rentable: una especie de hipermercado de promesas al que se acercan agentes, dirigentes, clubes y esponsors en busca de baratas. Escribió Ernesto, hace unos días, en La Redó: “FIFA organiza cada dos años mundiales juveniles en lo que sería más bien un encuentro de multinacionales que se juntan a darle una mano a federaciones afiliadas que esperan estos eventos para asomar un poco la cabeza. Toda la maquinaria de sponsors de la entidad madre del fútbol mundial llega a un país determinado y configura una entelequia que tiene el tinte de campeonato mundial, disfrazado con que estos pibes son el futuro y demás estratagemas para vender el certamen. De formativo no tiene nada, las selecciones más importantes van todas con jugadores profesionales que por lo general ya tienen un buen fogueo en alguna primera división. En otros casos se los acerca al mundo del juvenil a quienes están realizando una carrera en el exterior tal vez como miedo a que más tarde se lo sople alguna federación. Finalmente, se trata de una gran convención de representantes con dirigentes donde se arma una gran barata y empiezan a repartirse videos con grandes jugadas de determinados jugadores, como si fuera una feria de la promesa a vender, a ver donde se coloca a tal o cual. Lo deportivo en un mundial juvenil queda en un segundo plano, casi no se ven grandes equipos, los pibes de hoy se interesan muy poco por el fútbol y están llamados a ir a cumplir, destacarse para asegurarse una venta o un buen contrato y poco más que ello.”

Ante este panorama no es de extrañar, entonces, que la parada haya sido copada por Grondona, sus hijos y algunos obsecuentes útiles. Bajo la consigna de desembarcar a la generación del 86 en la Selección, imaginando una transmisión por ósmosis de la mística de aquel equipo, ocuparon cargos clave en el presente y el futuro del fútbol argentino con amigos sin demasiado en sus currículum, y generalmente, sin nada en cuanto a manejo de juveniles, trabajo completamente distinto a la dirección técnica.
Trobbiani no tiene demasiada culpa. Allegados a Mandrake dicen que laburó como pocos; los detractores de este modelo improvisado dicen que convocó, como hicieron predecesores y contemporáneos a él, a través de videos que le acercaban. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que el DT del Sub 20 estaba lejos de ser idóneo para el puesto. Entre sus trabajos figura apenas un modesto antecedente en el mundo juvenil, la coordinación de las divisiones juveniles del Hércules en 2005, y una serie de trabajos menores como entrenador. Las situaciones de Perazzo, quien no clasificó al equipo a Londres, y Lemme, actual DT del Sub 17, son similares. 

Desde AFA, con Julio Grondona como responsable, más allá de ese tibio intento de deslindarse (“Ya estoy grande, no puedo estar en todo, del Sub 20 se encarga Humbertito”) y su hijo Humbertito, a quien Don Julio puso en un puesto crucial con la única credencial de ser su prole, desarrollaron tras la salida de Pekerman en 2006 un sistema casi mafioso, basado en dádivas y favoritismos. Uruguay, en tanto, calcó el modelo de José, hoy exitoso DT en Colombia, y sacó agua de las piedras. Argentina no siembra en el desierto: a pesar del modelo grondonista de juveniles, la Selección sólo pasó algunos papelones mayúsculos. Muy pocas federaciones trabajan con algún método en el nivel amateur, y muy pocos países cuentan con la cultura futbolística que existe en cada rincón de nuestro país. Pero el “proyecto” de Grondona atenta contra las chacnes de éxito, las disminuye notablemente. Al ubicar como seleccionadores a personas sin capacitación en la captación de talentos, construye cimientos frágiles para el resto del edificio. Sin un proceso piramidal como el que edificó Pekerman, o como La Masía, que marque una línea desde la primera juventud en adelante, y con técnicos sin lauros a cargo, que poco aportan a potenciar los talentos, Argentina afronta los torneos juveniles dependiendo exclusivamente de sus individualidades, que muchas veces van a estos torneos preocupados por una lesión que los retrase en su llegada a primera, o pensando en mostrarse para ser vendidos al fútbol europeo.

La Argentina juvenil queda entonces presa de la suerte. Un grupo complicado, un par de partidos donde las estrellitas no se hallen y chau. Para colmo, cansados de ser cenicientas durante la era Pekerman, un fenómeno que también atañe a los seleccionados mayores, el resto de los equipos americanos ha desarrollado buenos proyectos de fútbol base que comienzan a dar sus frutos. Los rivales, antes aficionados de notable verdor, hoy son ya jugadores profesionales, e incluso hay algunos “europeos”. En este sentido, este proyecto grondoniano, dominado por la improvisación y el laissez faire, representa una absoluta subestimación del resto de los equipos, y también un insulto a lo que estereotípicamente se piensa como “la cultura del 86”.

La eliminación del Mundial Sub-20 no afecta la salud del fútbol argentino. Se trata de un resultado coyuntural que en nada incide en el futuro de la Selección mayor, que funciona, lamentablemente, aparte, sin articulación con los juveniles, y que se nutre con lo que producen no los seleccionados juveniles sino los clubes, que viven en gran parte de la venta de jugadores. Según un informe publicado en el diario Perfil, la venta al exterior se ha mantenido, aunque eso quizás no hable tanto dela demanda de futbolistas argentinos sino de la apertura de nuevos mercados europeos, asíaticos y hasta americanos. De todos modos, sin caer en cegueras nacionalistas, Argentina sigue produciendo materia prima codiciada y permanece entre los países importantes del mundo futbolístico, más allá de un crecimiento de los países periféricos y muy por encima, por ejemplo, de su posición en el mapa geopolítico del mundo.

Quizás no haya que caerle a este seleccionado. Jugadores y hasta el DT son meros eslabones en una cadena suelta en la matriz. La eliminación no constituye una vergüenza, una mancha para el prestigio de las selecciones, sino sencillamente un resultado futbolístico fruto del azar y consecuencia de los desmanejos de un ciclo que se agota. El verdadero peligro para la salud y el prestigio del fútbol argentino es Grondona, su permanencia en el poder, desobediente a la necesidad de recambio, y demasiado culpable de descalabros, corrupciones y muertes como para continuar esgrimiendo el lema del anillo. En la corte de un Grondona debilitado y alejado, según sus propias declaraciones, de la toma de decisiones, sus bufones y secuaces se congracian con él esperando la repartija las migajas del poder que alguna vez acumuló de modo mafioso y monopolizó orgulloso. Hipnotizados por el anillo, atentan, en su conspiración por empoderarse, contra el fútbol argentino, y descuidan por armar alianzas y posicionarse mediante amiguismos, el bien preciado, el fruto de millonarios ingresos de marketing y la fuente de orgullo de Don Julio: la selección argentina.