jueves, 24 de abril de 2014

La refundación Verón

Veinte años. Veinte que son más de treinta, porque se sabe que te criaste pateando por el country, atado a una pelota por el destino, por ese lazo de la mística, de la familia. Lógico que te duelan el cuerpo y el alma de tanto andar, Pelado: veinte años de pura cuesta arriba, nunca un ratito de pendiente para disfrutar de la inercia. Si cuando debutaste, un 24 de abril de 1994 (1-0 a Mandiyú para esperanzar con la permanencia), nos estábamos yendo a la B. Tenías 19 pirulos y cuatro meses después sufrías el descenso, como un hincha todavía.
 
Así arrancaba la carrera del tipo que daría la vuelta al mundo descociéndola, vistiendo las casacas más prestigiosas: Juan Sebastián Verón se iba al descenso, el infierno del fútbol argentino, para resurgir 12 meses después convertido en crack. Actor principal en un equipo estelar que ganó el duro torneo de punta  a punta, el juvenil Verón jugó seis meses más y después salvó al club no con sus pies sino con los dólares de su venta. Aquel Estudiantes no podía evitar el éxodo de esa pegada única, de esa forma quirúrgica de golpear el balón.
 
Pero vos sabías que ibas a volver. Tu grandeza no está en los títulos, está antes: cuando el Inter te tiró nosecuántos millones y vos te quisiste pegar la vuelta a unas canchas donde te escupen, te putean, te ningunean, te infaman (aunque sospechamos te gusta tanto como a nosotros), para salir campeón con el club de tu vida. Cuando salir campeón, convengamos, era una utopía, cosa del pasado.
 
Verón cambió esa mentalidad desprovista de fe. Verón resembró la semilla de la mística. Verón tiró en el túnel que había que ganar para salir campeón cuando quedaba medio torneo, y sus compañeros escucharon primero incrédulos, cómodos en el rol del simpático perseguidor, y después hambrientos: ese día los vecinos se comieron siete, y desde entonces Estudiantes perdió solamente un clásico.
 
Y Verón salió, contra todo pronóstico, pura manifestación de fe, campeón, de la manera más fílmica que se puede ser campeón: desde atrás, contra todos, el punto dándole vuelta el partido al candidato, para que se cumpla la profecía y el Pelado festeje con su papá, la Bruja, en cancha, un abrazo de una decena de estrellas.
 
Lo que siguió es historia: el partido en el Mineirao es una de las grandes gestas mundiales del fútbol, le pese a quien le pese, así como también la dolorosa final ante el Barcelona y el campeonato rastrojero. Y la historia también recordará con amor tu última etapa, la pedagógica, la cabeza y las espaldas de una necesaria renovación, el puntal para que los chicos crezcan, el que con cada pique de cincuenta metros, con cada partido infiltrado, los obliga a dejar de remolonear, aturdidos por sus nuevos sueldos y sus nuevos autos, los obliga a correr y meter porque así es Estudiantes.
 
Pero la historia está en los libros. Antes de la historia, hubo un acto, secreto, imperceptible: la refundación de la fe, el renacimiento de la mística, la invitación a creer en que todo se puede y, más que nada, el desafío de intentar ser tan grandes como obliga el legado de las generaciones pasadas. Eso fue Verón para Estudiantes: el jugador más preponderante de la historia del club porque, cuando ya todos, incluso nosotros, creían que aquellas noches coperas habían sido accidentales, generacionales, vino un tipo, dejando de lado fastuosos dineros, para enseñarnos que no, que la herencia sigue viva, que Estudiantes es una esencia inexplicable de gloria que se transmite de generación en generación.

martes, 15 de abril de 2014

Causas y azares

Las dos fechas que se jugaron pegaditas implicaron el paso entre la primera mitad del torneo y la segunda. Buen momento para ensayar un balance, parcial, incompleto, pero que busca salir del análisis ciclotímico, esquizo, del partido a partido: una costumbre del hinchismo que a menudo genera histeria y visión túnel.

Y al apuntar al gran panorama, lo que queda fuera del análisis es, por ejemplo, la labor de la defensa en el alocado 3-3 vs. Racing: si bien ha sido un puntal del ciclo Pellegrino (contrario a lo que prejuician quienes lo acusan de “europeo”) también ha repetido algunas de sus fallas, particularmente la marca en la pelota parada (desordenada y apuntalada por las individualidades) y la transición ataque-defensa. Aparentemente superado durante 10 fechas, este último problema reapareció por una noche, en el Cilindro de Avellaneda: Estudiantes marcó demasiado adelantado, sus laterales ya volantes y Desábato y Schunke para trabajar contra tres “rapiditos” cada vez que se perdía la pelota.

Pero en líneas generales el elenco pincharrata ha mostrado una cara mucho más sólida que la del torneo pasado. La gran deuda sigue siendo el gol, siendo que el arco de Rulli parece protegido y que Estudiantes no sólo tiene la pelota y busca los espacios, sino que sabe a lo que juega y, más importante, cree en ello. Tras la pretemporada, el cambio de actitud en la cancha ha sido notable, muestra de un entendimiento más profundo de lo pretendido por Pellegrino.

Y sin embargo, a pesar de disponer de la pelota casi siempre, Estudiantes sigue siendo algo inofensivo. Ya no se ve el equipo por momentos abúlico de tanto tocar, pero sí aparece, sobre todo cuando el rival se cierra, un conjunto sin demasiadas alternativas en ataque. El gol pasa habitualmente por asistir a los delanteros: de sus 10 tantos a favor, 8 los marcaron delanteros (cinco de Carrillo, uno para Olivera, Rodríguez y Jara) y uno fue en contra. Apenas un gol tienen entre los cuatro defensores y los cuatro mediocampistas pincharratas: Román Martínez a Belgrano, con algo de suerte pero gracias a la habitual vocación del volante a pisar el área.

Allí, el argumento principal para sostenerlo en el equipo aún por sobre Rodríguez, que ya varias veces ha pedido cancha con sus actuaciones. El equipo necesita de ambos: la vocación de Martínez para el gol y la facilidad de Rodríguez (también de Correa) para quebrar las defensas, sin dudas el gran debe del ataque de Estudiantes, predecible y por lo tanto fácil de controlar. La acusación principal del hincha remite a este exceso de prolijidad, que seguramente tiene que ver un poco con cierta mecanicidad dictada desde el banco, y otro tanto por la juvenilia tímida que puebla el once inicial y a la que le cuesta la rebeldía.

A pesar del toque y desmarque constante en tres cuartos de cancha, entonces, Estudiantes termina las jugadas siempre del mismo modo: centraliza demasiado sus goles. Una dependencia curiosa, si se tiene en cuenta lo duro que ha sido el post-Duvan para el club. La venta fue necesaria y aún hoy el Pincha paga deudas con las cuotas que llegan desde Italia, oxígeno transmutado alquímicamente en euros. Pero su partida implicó una desjerarquización notable, reflejada en el hecho de que, cuando Guido Carrillo marcó su tercer tanto en este torneo, recién entonces alcanzó al colombiano como goleador del ciclo Pellegrino.

El magdalenense empieza a acompañar sus enormes condiciones con el necesario gol de goleador. Lleva cinco en el torneo (segundo detrás de Zárate entre los artilleros) y aún cuando no tenga el instinto asesino de Zapata, su trabajo al servicio del equipo, el aguantarla, el hacer de salida, el pivotear, lo vuelven invaluable. La dupla que han montado con Franco Jara quizás ofrezca poco gol, pero le sobra sudor.

Hasta aquí las causas que explican el andar correcto del joven Estudiantes de Pellegrino, sus virtudes y su techo, y la sensación de grandeza no concretada (o por concretar, más bien). Pero el fútbol, en general analizado livianamente, es adicto a este tipo de narrativas explicativas sencillas que dejan de lado matices puntuales que cambian la ecuación. El azar, uno de ellos, ha influido particularmente en estos últimos encuentros para Estudiantes.

No es una palabra que le caiga bien al hincha. Después de todo, aquello que ha sido librado al azar merece castigar al equipo por no haberlo trabajado: la marca del club es la obsesión por no dejar detalle sin explorar. Pero con técnico y equipo jóvenes, algunas cosas, naturalmente, se escapan: los goles recibidos sobre la hora, una constante del ciclo, han llegado en las últimas jornadas básicamente por errores propios (Belgrano) y aciertos ajenos (Vélez, Racing), y se ha adjudicado a la incapacidad del piberío de cerrar los partidos. No puede negarse, sin embargo, la cuota de azar que envió los tiros de Correa y Campi adentro y no al satélite natural de este planeta Tierra, como es habitual.

Y solamente sin ese tanto del juvenil de Vélez, Estudiantes hoy tendría 20 unidades y sería escolta de Colón en lugar del equipo de Liniers. Ni hablar si uno de los mil tiros que ante Olimpo dieron en palos y trastes hubiese ido adentro. De nueve puntos, Estudiantes sacó tres, jugando bien y, sobre todo, buscando con coherenciaparadojas del fútbol argentino, el Estudiantes que sacó nueve de nueve en las primeras tres jornadas jugaba bastante menos que éste, y prueba de ello luego de aquellos tres encuentros se desinfló y recién pudo volver a la victoria en el clásico, en la octava fecha.

El fútbol criollo tiene estas cosas. El puntero arrancó el año inhibido por sus deudas, del primero al sexto hay tres puntos de distancia y nadie hace goles, y entonces las explicaciones se vuelven mucho menos potables, mucho más conjeturales. Pura teoría. El fútbol nuestro hoy se decide, no por el gran trabajo previo a los partidos sino por la falta de laburo y de jerarquía, en detalles que parecen casuales: el azar juega muchas veces un rol importante. En este panorama, Estudiantes trabaja y ambiciona otra cosa. La juventud de su plantel y DT,  la desjerarquización propia de la situación institucional, hacen que estos sueños queden aún en quimeras. Pero, al menos, tras varias temporadas de aspiraciones cortas de vista, el club en conjunto tiene una estrategia a largo plazo.