sábado, 28 de junio de 2014

Demasiada presión



Dos centímetros hubo de diferencia. Un centímetro sobró en el remate de Pinilla, luego también en el de Jara. Y chau pichi: dos centímetros determinaron que Chile no diera un batacazo que fue a toda hora posible.

Por supuesto que el equipo de Sampaoli cayó por otras cuestiones. Penó en cada pelota parada en defensa y desaprovechó todas en ataque, y, demostrando eso que algunos llaman “falta de jerarquía” (que es, meramente, falta de experiencia, falta de ser el equipo banca, falta de sentirse obligados a la victoria), no olió sangre cuando tenía para ganarlo en tiempo regular y dejó crecer a Brasil que, al menos, pudo alejar al rival de su arco en los 20 finales y luego en tiempo suplementario. Además, claro, penó en los penales y desperdició a un Brasil errático desde los doce pasos, consumido por el terror.

Claro que las piernas también juegan su rol y el fútbol de Chile siempre se desgasta por su propia estrategia explosiva. Y claro que es muy difícil jugar ante Brasil, ante Brasil local, como para no sufrir también el desgaste mental, el desgaste de la presión, y luego tener que patear penales, la parte más angustiante del fútbol. Aún con todo esto, la Roja lo pudo ganar, en la última y en otras, mucho más que Brasil, que también tuvo sus chances: en un partidazo, Chile desnudó a un Brasil que no solo ha dado muy poco sino que, además, se lo nota apesadumbrado por la presión, 500 millones esperando un título que son 500 millones de kilos encima.

Los palos, ese azar, marcaron el partido: pero el cuento del encuentro debe contarse desde la presión. La presión de uno y de otro. La presión, tantas veces ninguneada por el cómodo espectador, que trata de maricones a los jugadores y después sucumbe al nerviosismo en un casados versus solteros. la presión, hecha carne en Brasil, que juega sin su soltura legendaria, en Neymar, en Oscar, en Dani Alves, incapaces de hilvanar algo coherente, en cada pelotazo que salía de los centrales buscando algún rebote fortuito. Hecha carne también en Chile, que jugó valiente pero se quedó, pensando en no desprotegerse, pensando en el cansancio y en el retroceso, cuando tuvo el partido. Los dos equipos terminaron los 120 bartoleándola sin sentido, sin estrategia, buscando, simplemente, sacarse el compromiso de encima.

Es muy difícil el mundial: en el primer encuentro a suerte y verdad, tuvimos una primera etapa intensa, con mucho atrevimiento de ambos, y luego… cien mil hectopascales haciendo fuerza hacia abajo, achanchando el partido, alejándolo del vértigo. Y luego los penales, error tras error, incluso algunos que terminaron adentro, como el del chileno Díaz.

Demasiada presión hay en este deporte: demasiado depende de una victoria. Demasiado significa una copa del mundo, y más en casa. Brasil pasó, zafó, y dejó la sensación de que es de papel, de que se cae, tarde o temprano. Pero bancó la parada y a los tumbos está en cuartos. Chile, en tanto, se fue dejando un grato recuerdo, el de un equipo que fue más que sus partes, solidario y comprometido, un equipo que bailó con la más fea y salió indemne. Pero también se va con el sabor amargo de lo que podría haber sido: una de esas sensaciones que suelen servir de aprendizaje.

miércoles, 25 de junio de 2014

Golpe a golpe, Argentina está en octavos

Argentina es esto: furia y genialidad ofensiva, todavía a media máquina porque Di María, Higuaín y Agüero siguen sin aparecer; pero muchísimos problemas abajo, siempre mano a mano por la falta de volantes por las bandas. En el golpe por golpe, la Selección fue esperablemente más que Nigeria y lo venció 3 a 2 para pasar primero, con puntaje ideal, a los octavos.

Pero más allá de los peligros del 433, esta fue otra Argentina. Liberada de la presión de clasificar para evitar el bochorno y tras juramentarse los delanteros mayor movilidad, los de Sabella comenzaron a puro furor, toque y toque en tres cuartos, volviendo locos a los defensores nigerianos que todavía no podían acomodarse. Messi, como imparable comodín, conectaba con Agüero, Di Maria, Higuain, sus amigos de la ofensiva, y Argentina llegaba enseguida al gol: iban 2 minutos cuando, tras un remate del Fideo que derivó en el poste, la Pulga le dio duro y arriba y gol argentino.

Muchos imaginaban espacios y goleada, pero no: porque el saldo de esta vorágine inicial no fue victoria sino empate, con las Aguilas Verdes encontrando el empate solo dos minutos después. Zabaleta, mano a mano contra Musa, esperó demasiado y el zarpazo del veloz delantero nigeriano terminó en super gol.
Uno a uno en cinco minutos. Nigeria agrupada, menos ingenua de lo que sugerían los análisis previos, y saliendo rápido “a lo Irán”. Argentina, más paciente y algo más picante que lo usual, pero incapaz de romper el cerco. Así transcurrió gran parte del primer tiempo, hasta que Messi.

LA REVANCHA.
El Señor Diez se paró, el balón quieto levemente al costado derecho del área, esperando el impacto. Tiró Messi. Tapó, con vuelo aguilar, Enyeama. “¡Enyeama!”, pensó la Pulga lleno de odio. Hijo de su madre, el mismo tipo que hizo maravillas para que no pudiera marcar en el duelo mundialista anterior, aquel de 2010. Enyeama comenzaba a convertirse en pesadilla, otra vez.

El gol tempranero, que había roto aquel hechizo del Ellis Park, era un gol inútil, de dos minutos de algarabía y volver a fojas cero. Messi hace goles no para las estadísticas o para demostrar, sino para ganar.
Pasaron unos minutos y la férrea defensa nigeriana volvía a raspar: otra vez esperaba la brazuca, sobre el césped del Beira-Río, el impacto de Lionel. Tiró la Pulga, un calco. Esta vez, Enyeama no llegaría: espectador privilegiado de cómo la pelota ingresaba en el ángulo, corrió sabiendo fútil estirarse y puteó en colores a quien supo subyugar. Este Messi no es aquel: este supera los obstáculos y es hoy la principal razón por la cual podemos, con algún argumento, ilusionarnos.

El gol llegó en el minuto final de la primera etapa: Argentina, cosa del azar, pegaba en los minutos asesinos, claves, en esos que dejan nocaut al rival. Pero Nigeria no había acusado el golpe primero y tampoco acusó el segundo cross de Messi. Y en apenas un instante de la segunda etapa, otra vez Musa, otra vez arrancando por derecha, encontraba el empate con una definición exquisita que culminó una rápida contra. Argentina perdió la pelota y Nigeria corrió contra una defensa que no sólo luce abierta y desacoplada, sino que rara vez recibe más ayuda del medio que la que ofrece el incansable Mascherano.

Seguramente se relamían en algunos medios, agazapados ante la chance de la crítica y de titular “Qué pizza nos comimos”. Pero Argentina encontró el modo. Sin ser coherentes con la narrativa el partido, no hubo salvación messiánica, ni siquiera combinación entre los de arriba: fue córner y rodillazo de Marcos Rojo al gol.

Sí. Marcos Rojo. Al que mandaron a comprar garotos. Rojo, el más parejo de la Selección, bancando como puede el retroceso, siempre solo contra dos, y, aemás, desdoblándose en ataque con generosidad y corrección. El jugador que más corrió con Irán tuvo su premio cuando el balón buscó su pierna para clavarse en el arco de Enyama.

Con el 3 a 2 en el marcador, y con el primer puesto casi en el bolsillo (Nigeria debía ganar), Argentina retrocedió, una doble apuesta que abrió los huecos para la contra. Ya estaba afuera Agüero, notablemente tocado en este Mundial, y Pachorra decidió que la presencia de Messi, la carta, era demasiado riesgosa ante los cruces de los africanos que no mermaban en su intensidad. Pudo ampliar Argentina de contra, también sufrió en alguna ocasión (Zabaleta taparía a Muza lo que parecía el replay del primer tanto) pero, en definitiva, esto es Argentina.

El paso al frente es notorio: más movilidad, más conexión entre las líneas, triunfo más convincente, con espacios Argentina volvió a mostrar, como en la previa al Mundial, que es letal. El golpe por golpe es una apuesta. La apuesta que quieren los jugadores, que reconocieron luego que para hacer funcionar el esquema tienen que retroceder: en este sentido, son varios los jugadores que parecen bajos para realizar este desdoblamiento: sin físico, nivel o confianza, parecen más preparados para quedarse en su quintita que para solidarizarse en el retroceso.


Pero todo esto quedará para el análisis en una semana de seis días hasta el primer duelo a suerte o verdad. Mientras tanto, a pesar de las críticas, a pesar de los cruces públicos, a pesar de los medios que fogonean el malestar, fracasistas que apuestan a la derrota: a pesar de todo, con puntaje ideal, Argentina pasó la primera prueba. Otros están comprando suvenires en el free shop.

sábado, 21 de junio de 2014

Un triunfo messiánico

Iba para empate: Irán, con la lógica pero muy bien ejecutada idea de marcar a los buenos, proponía empate clavado y hasta pudo haber metido alguna pepa de contra. Iba para empate porque Argentina todavía no muestra temple para la adversidad, se frustra muy rápido ante las telarañas esperables del Mundial (¿o esperábamos que Bosnia e Irán nos atacaran?). Iba para empate porque el reloj daba la hora. No fue empate por Messi: y en un punto, todo análisis partiendo de ese punto resulta absurdo. Argentina ganó solamente porque tiene a Messi.

Porque iban ya 91 minutos cuando la Pulga hizo lo que mandaba el partido: enganchar y patear. Irán, aplicado, marcó durante todo el encuentro con dos o tres tipos a los cuatro fantásticos, cortó el circuito que suelen ejecutar en el borde del área y los raspó cuando fue necesario. Apenas un par de paredes hilvanaron los de arriba, luego absorbidos por los persas una y otra vez. Con las dos líneas de cuatro paraditas en el borde del área, el partido pedía tiros desde afuera que nunca llegaron.

En lugar de eso, Argentina trató de ser prolija pero se pasó de parsimoniosa. Irán dejó que toquen Mascherano, Rojo, Zabaleta. Sin los intérpretes adecuados para el traslado, y con los que debían tomar la pelota perdidos entre iraníes, la circulación de balón se tornó lenta y predecible. La Selección abrió la pelota, mandó centros, buscó por el medio y chocó y, en definitiva, siempre perdió. Y se frustró.

En el Mundial del contraataque, Irán fue perfecto. Tuvo más chances netas que Argentina, incluso, desactivadas por el cuestionado Sergio Romero, saliendo de contra ante una Selección Argentina a la que el retroceso le costó mucho. Gago, evidentemente lejos de su esplendor físico, no podía bajar, como sucedió con Bosnia. La otra autopista fue la espalda de Zabaleta, que también lució lento y anduvo impreciso arriba y abajo. De hecho, hizo un penalazo tras dormirse una buena siesta ante el muy molesto delantero iraní Dejagah. El árbitro, por suerte, no lo dio.

Allí hay gran parte de la explicación de un nuevo partido desesperante de Argentina: las individualidades, las que tienen que pesar contra este tipo de equipos, las que tienen que hacer la diferencia en el mano a mano, andan mal. Gago y Zabaleta son dos casos; pero también es notable el desencuentro entre Agüero e Higuaín y la pelota, distanciados como una ex pareja. Si ellos no aparecen para alivianar la asfixia que proponen los equipos ante Argentina, todo recae en la magia de Messi.

Y esta vez, Messi apareció. Messiánico, para fieles y detractores: Messi es creer o reventar. También él había tenido un flojo partido, sin encontrar su lugar en la cancha, paseándose entre las dos líneas de Irán primero, luego por derecha, luego retrocediendo para tomar contacto con el balón y luego, de nuevo, cerca del área. Nunca se sintió cómodo, y cuando la Pulga no está cómodo se nota en su lenguaje corporal: mirada cabizbaja, piernas quietas y la enorme sensación de que no está metido en el partido.

Gran trabajo hizo Irán para generar esto, en Messi y el resto: consciente de sus limitaciones, fue el que impuso las condiciones y, lejos de ser amarrete, era quien más arriesgaba al proponer el juego tan cerca de su área. Se exponía, sabía Irán, a lo que sucedió en el minuto 91. Y son las reglas del juego: Irán fue más equipo, Irán impuso la narrativa del encuentro, y Messi, con hacer las cosas bien una sola vez, rompió toda la lógica.

El triunfo agónico contra el más débil del grupo, deja, por supuesto, un millón de nuevas dudas en este país de cuarenta millones de técnicos. Hasta mi tía se animó a tirar consejos (y acertó, pidiendo que pateen desde afuera, por favor) y así será el resto del Mundial. Jugar así, con un país insoportable atrás, es difícil: pero Argentina superó una semana difícil y está en octavos.Quizás ahora los melones se acomoden andando.

El matagigantes: razones para un batacazo


Nadie. Nadie contaba con Costa Rica. Algunos, con ese afán de distinción, tiraban a Honduras como potencial sorpresa. Otros, replicando lo que se viene charlando, hablan de Bégica. Nadie tenía a los Ticos: convidados de piedra en un grupo con tres campeones mundiales, eran el extra, el equipo del que todos se alimentarían, al que dejarían en cero. La derrota de Uruguay fue, por ello, sinónimo de siamo fuori: no había chances de que los centroamericanos repitieran la hazaña. Todos, todos, calculamos que en el grupo de la muerte, pasaría el que más goles le hiciera a Costa Rica: pero pasó Costa Rica, y mandará a casa a dos campeones mundiales, con Inglaterra afuera y Uruguay e Italia jugándose en el último partido mano a mano la clasificación. Un encuentro para alquilar balcones: desde las alturas no hay chances de ser afectado por las chispas.

El extra del grupo D mirará todo esto tranquilo, ya instalado en octavos: y de pasar primero, tendría un cruce accesible, ante el segundo del grupo de Colombia que saldrá de Japón, Costa de Marfil y Grecia.

Por supuesto, poco crédito para el vencedor: como la humillación inicial fue para Uruguay, ahora son los italianos los castigados por no poder vencer al débil equipo tico. ¿Débil? El fútbol se resiste a ver una realidad de varias jerarquías agonizando por el paso del tiempo y el trabajo de los rivales. El fútbol sostiene sus grandes narrativas, sus “equipos grandes”, pero cada vez más sólo se sostienen en lo discursivo.

Ya viene sucediendo hace rato, con equipos que dan la sorpresa aunque luego no están preparados porque ni ellos mismos confían en su potencial. Ellos mismos se desmoronan ante las leyendas y las casacas: pero hace rato, las camisetas solas no alcanzan. Costa Rica, si no es la primera, es sin dudas el sumum de esta tendencia de los márgenes a atrevérseles, cada vez más, a los países del centro del mundo futbolístico.

Y con armas de esas que se dicen nobles. Porque hemos discutido, desde este espacio, infinitas veces el absurdo concepto de nobleza en la elección de la estrategia, la idiotez de moralizar las formas de juego y de castigar, para colmo, a los pobres por adoptar estrategias que podrían llegar a permitirles vencer a los poderosos. Pero Costa Rica trasciende esta dicotomía porque, lejos de ser un equipo pragmático y especulador, juega como lo han hecho los grandes protagonistas, hasta el momento, del mundial.

Los Ticos, con la Azzurra como ante la Celeste, consiguieron frustrar al rival. Una defensa bien plantada y un generoso bloque de medios que presiona desde media cancha complicó la circulación de ambos equipos. Costa Rica obligó a Italia a jugar con los que menos saben, a revolearla por momentos, y para colmo, los que realizaban la presión alta luego retrocedían para colaborar en defensa: la convicción en escribir la historia, el entendimiento profundo y visceral de su plan de juego, y de sus limitaciones, construyen un vínculo profundo que se refleja en su arma más poderosa, la solidaridad física, no solo verbal.

Pero todo esto, sin la bola: con la pelota, los Ticos jugaron como el equipo más experimentado, manejando los tiempos, tocando de primera en el medio para clarificar y provocar el adelantamiento de la línea italiana y luego jugando profundo y rápido con sus delanteros. A través de la contra, Costa Rica marcó sus 4 tantos en la Copa del Mundo y se instaló en octavos.
Costa Rica fue el mejor con y sin pelota. Y con menos posesión, fue el que impuso las condiciones de juego, ante una Italia preso de su telaraña como un novato. Justo Italia, quien supo ser maestro del bochazo. Pero esta Italia, de la mano de Cesare Prandelli, cambió su estilo histórico privilegiando la posesión, a contramano del mundo que decidió que era hora de juego vertical, algo que además aplauden desde los palcos dorados los directivos FIFA, uno de los motivos por el cual hay tantos goles en este Mundial.

martes, 17 de junio de 2014

Los designios de las estrellas



Cuando, humanos, reconocemos que al fin y al cabo, por más planificación que pongamos a nuestra tarea, siempre seremos esclavos de los caprichosos designios de las estrellas, no nos referimos a estas estrellas: las que llevaron al entrenador de la Selección, Alejandro Sabella, hombre de conocimiento profundo y vasto palmarés, a reconocer “pour la gallery” el “error” de probar un esquema. Claro que habla de un hombre inteligente para el manejo grupal, que prefiere bajar el copete a que se le retoben los pingos. Pero más dice de ciertas costumbres argentinas, eternamente messiánicas.

Sabella intentó ante Bosnia parar el polémico dibujo con cinco defensores: como dijo en la previa, un esquema no define una predisposición defensiva u ofensiva, como demostró Holanda, metiendole 5 al vigente campeón parado igual. Y nadie puede sostener que Robben y Messi (o el propio Di María) no son lanzados en velocidad similares, o que Agüero no es capaz de definir con la misma clase que Van Persie.

Pero la cosa no anduvo. En primera instancia, quizás haya sido efectivamente una mala decisión: sin juego por las bandas, Agüero y Messi quedaron muy lejos de todo. Rojo tiene decisión pero no tanta resolución, Zabaleta se mostró poco dispuesto a recorrer toda la banda, y para colmo Maxi y Di María brillaron por ausencia y regalaron el mediocampo. La pelota, se sabía, no iba a ser monopolio argentino, que se paraba para salir rápido: pero directamente no pudo recuperarla la Selección de Pachorra, que se puso arriba enseguida con un gol de la providencia y luego se dedicó a mirar a los bosnios correr y chocar y marrar.

Quizás haya sido una elección demasiado cautelosa de Pachorra, conocido por ser precavido. Que haya sido un error táctico, de todos modos, es sumamente relativo, sobre todo teniendo en cuenta la poca prestancia de los jugadores a jugar con este esquema tildado de amarrete por la prensa que, sin conocimiento sistemático del juego, siempre midiendo con esa vara del café, dice que Holanda es máquina devota del ataque y Argentina pijotera (un planteo igual al que se hacía respecto a Mourinho, tildado de ultradefensivo, y el Bayern o el Real de Ancelotti, que jugaban de contra pero eran equipos espectaculares a los ojos de los medios). Lo único cierto es que el esquema no funcionaba: y qué porcentaje del errar se debió a cuestiones estratégicas, y cuánto a la falta de voluntad del equipo, es difícil de determinar.

Todos, sin embargo, vimos lo mismo: un primer tiempo con un equipo prematuramente mufado, desactivando las contras por autoboicot, chocando y luego sin correr la pelota. Messi y Agüero desentendidos del juego, solo dos para luchar contra toda una defensa. Una primera etapa frustrante de ver y jugar: un claro mensaje al entrenador, no con palabras sino con actos. Sabella, entonces, se subordinó a la voluntad del grupo: decidió darle el gusto a Messi y puso a sus tres amigos en cancha.

Las estadísticas hablan del toque-toque con Gago. El gol muestra la relevancia de Higuaín para arrastar marcas y devolver paredes. Argentina, en efecto, lució más frondoso en ataque, llegó con más jugadores y también, fue notorio, con mayor vigor. Efectivamente, ataca mejor con el tandem Messi-Aguero-Higuaín-Di Maria-Gago.

Pero el retroceso, como había pensado Pachorra en la previa, sufrió en consecuencia: con Bosnia sin nada que perder, quemando los papeles que lo mandaban a aguantar y yendo hacia el ataque, fueron varias las aproximaciones del rival, que siguió pasando la zona media con frecuencia, ante la atenta mirada de los volantes albicelestes. Y llegó el gol: la máxima sabelliana del equilibrio, que pergeñara el modelo 5-3-2, no apareció en todo el partido. El equipo atacó mal a costa de defender bien y viceversa, y el Profesor se fue preocupado al predio del Mineiro.

Los análisis pospartido (de medios y jugadores) minimizan el hecho de que el segundo tiempo, con el equipo que quiere “la gente”, no pasó del empate con una Bosnia que asomaba más compleja en la previa que en la cancha. Los análisis pospartido también minimizaron nuestro messianismo, la sensación de ser siempre rehenes del humor de los líderes. Porque pasó casi desapercibido que ese “mensaje” desde dentro de la cancha, en aquella primera etapa, rozó la extorsión: en un Mundial, ¡en un Mundial!, Argentina regaló un tiempo en lugar de intentar hacer lo posible y, puertas adentro, plantear la posibilidad de un cambio.

La cuestión se volvió más grave cuando, lejos del “puertas adentro”, terminó volviéndose sumamente pública, con cada jugador declarando ante cualquier micrófono estar más cómodos atacando con los Fantásticos: “hicimos cosas que no estamos acostumbrados”, tiró el habitualmente casetero y aburrido Messi en conferencia de prensa, y completó, “somos Argentina y no tenemos que pensar en quien tenemos enfrente”. La frase de Messi, pensada, voz de capitán, minimiza la planificación y es una afrenta al entrenador (y a su rol) que, conciliador, buscó rápidamente asumir una supuesta culpa por aquel primer tiempo y mantener contenta a la estrella que, pensamos todos, guarda la clave de nuestro destino mundialista.

La frase de Messi nada parece haber aprendido de aquel Alemania 4 - Argentina 0.

El debut dejó a muchos con un sabor amargo por ver sus esperanzas, excitadas en la previa por el chauvinismo futbolero patriota (siempre somos los mejores), chocar contra la realidad del Mundial donde nadie improvisa, la realidad de Messi apagado, la de un equipo con apenas unos días de laburo. El debut dejó a unos pocos, además, con el sabor amargo de, una vez más, ver como el potencial de un equipo se erosiona fruto del juego de poderes, de caudillos y de caprichos en el que podríamos ser tranquilamente campeones del mundo. La culpa, Bruto, no yace en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos.

sábado, 14 de junio de 2014

De contra nomás: apuntes para un debate



Holanda, hermoso Holanda: el país neurótico de fútbol, que en un sueño lycnheano pergeñó gracias a una insalubre obsesión el fútbol moderno, el verdadero rey sin corona. El subcampeón del mundo llegó calladito a Brasil, con el mundo concentrado en Alemania y Brasil, y de arranque demostró ser una cofradía que desparrama fútbol y actitud. En 2010 la Naranja era el archienemigo, su planteo para muchos mancillando la historia, simplistas que piensan que la pierna fuerte no es compatible con el buen juego. Holanda llegó a aquella final tras raspar y pasar a Brasil,convidado de piedra a la fiesta que debía ser toda española.

La historia, adepta al cuentito maniqueo, ha olvidado rápido que aquel partido debió ganarlo el combinado holandés, que tuvo dos claras de gol antes de que, en suplementario, el equipo español concretara su destino gracias a Iniesta. Y aquel Holanda de estilo abucheado es bastante similar a este: se agrupa, defiende fuerte y sale de contra con el mismo trío de velocistas. Sneijder, rápido de arriba (no jugó bien ante España), el dúctil Van Persie y Arjen Robben, que corrió a 37 kilómetros por hora para dejar en ridículo a Piqué y a Casillas y abrochar el 5-1 final.

Pero volvamos a aquellos días del primer mundial africano. El 2010 es recordado como el Mundial que consagró para la historia el estilo que hace énfasis en la posesión de pelota. Por aquellos días el Barcelona paseaba a todos y si bien la traducción de aquel equipo cosmopolita en selección fue bastante deslucida (España arrancó perdiendo y nunca fue una tromba), le alcanzó al equipo de moda para consagrarse rey del mundo.

En rigor, en Sudáfrica, como en toda competencia, hubo tantos estilos como equipos, e incluso de los cuatro primeros sólo España hacía ese juego de toque y pausa. Pero las narrativas son así, simplifican y reducen, y todos sabemos que la historia la escriben los que ganan.

Este Mundial va camino a ser, en contraposición, el de las transiciones supersónicas. El Barcelona fue destronado por su archinémesis el Real en la Champions y por el Aleit del Cholo en el ámbito local, ambos utilizando el vértigo como principal arma. “No me interesa la posesión”, decía Simeone en días de devoción culé. Hoy ha probado el éxito de su forma de juego.

La posesión debe ser profunda o no será más que una caricia: desde varios ejes ha llegado esta alternativa vertical. Holanda fue denostado por su planteo “especulativo” en la final de Sudáfrica y hoy es celebrado por meterle cinco al campeón: más allá del exitismo que dicta las opiniones, han cambiado los tiempos y los paradigmas.

Todo es, desde ya, relativo a los jugadores que interpreten el sistema y a lo aceitado que esté: ningún modelo garantiza nada. Pero si bien este cambio no quiere decir que el campeón será verticalista, o que ganarán sólo quienes se agrupen y salgan de contra, sí quiere decir que estamos todos en peligro: asombra, asusta la intensidad con que juegan algunos equipos, la fruición de correr la cancha como velocistas, la precisión en velocidad, la fuerza del bloque, el derroche de entrega física, la efectividad de los centros, los pases y los disparos en movimiento. Lo de Holanda, punto máximo del arte que, en dos días de competencia, lo han mostrado ya, con mayor o menor retroceso en el campo, Colombia, México, Chile, Italia, Inglaterra... La clave, imaginada en sueños por el Loco Bielsa, es ser un vértigo luminoso de pases y desmarques hacia el arco rival, siempre hacia el arco rival.

El Bayern, el Madrid, Holanda: todo es moda, y todas las modas se van como vinieron, pero la intensidad con que se juega hace pensar en una nueva dimensión del fútbol, un punto del cual no se vuelve, como ha sucedido en el tenis o en el basquet, donde ya no existe jugar pausado, donde ya no existe no poner el físico en el juego.


¿Qué pasará en Argentina, nostálgico país amante de los lentos y que sigue pensando que el pasado fue una gloria eterna (aunque ganamos dos copas del mundo “solamente”, una ilegítima)? ¿Seguiremos sosteniendo la dicotomía de jugar o correr, cuando en casi todos lados se hacen ambas?


¿Quién dice que es fácil?


El resultado deja un 3-1 que indigna. Indigna en su injusticia, porque Brasil, ese candidatazo que iba a golear a todos, a duras penas pudo ser coherente y fue puro empuje e individualismo. Indigna más, claro, porque Croacia hizo su partido y el árbitro torció el rumbo con ese penal que vio sólo él. Una sanción vergonzosa, sumada a la faltita sobre Julio Cesar que decidió sancionar y que terminaba en gol croata, difícil de pensar como un accidente, mera inocencia. Un inicio negro para la credibilidad del Mundial.

Deja muy poco para el análisis, entonces, el encuentro, desnaturalizado por la inclinación de la cancha. “Digno igual”, dicen algunos de Croacia. ¿Digno? En todo caso, una dignidad nada sorpresiva: quienes pensaban que Brasil iba a apabullar a los croatas poco sabe de fútbol. La joven patria de los Balcanes siempre muestra esa sangre guerrera y ese orgullo por la nación conseguida a fuerza de lucha. Así llegó a ser tercero en su mundial debut.

Los pueblos de esa problemática zona, además, siempre han tenido buenos deportistas y mucha pasión. De ningún modo iba a haber paseo verdeamarelho: debut mundialista y la presión agregada de la localía. Cuando Marcelo empujó el balón contra su propia área, fue el despertar de esta ilusión, tan carioca, que auguraba que todo sería fácil.

Y también fue un alerta para el resto de los equipos. No existen ya los cuadros fáciles: todos estudian, hay videos de todo y estrategias posibles para, aún en desventaja de jerarquía, anular al rival. El análisis prepartido suele perogrullar las verdades, dar por sentado jerarquías que, cuando menos, hay que ratificar partido a partido, con mucho cuidado. El encuentro de hoy, clara muestra, tuvo al perdedor siguiendo un plan de juego más pensado que el ganador. Brasil no tuvo ideas, y sí azar, en el primer tanto, mala ejecución de Neymar, y mucha política en el segundo. El tercero, donde apareció la individualidad que separa a los grandes equipos de los trabajadores, apenas decoró.

Las individualidades tendrán su peso, claro, como siempre. Pero ya no habrá, por mero peso específico, goleadas estruendosas: ya no hay equipos entregados, todos vienen a molestar. Todos, además, tienen cuadros formados por jugadores que se desempeñan en el centro del mundo futbolístico, Europa, y hasta cuentan con la ventaja de que muchos son desconocidos y descuidados.

Ojo, entonces. Nada faltó para el batacazo, apenas que el árbitro no estuviera influenciado (siendo bienpensante, claro), por el clima festivo de la previa. Este Brasil no es campeón cantado, tendrá que remar bastante (lo que más tiene, parece, es personalidad), no podrá depender de ayudines siempre y por ende, el Mundial será abierto. El Mundial arranca con una mancha negra y una advertencia: no hay nada fácil, menos en un torneo así, donde juegan tanto los sentimientos, la ansiedad, los nervios. Menos en el panorama actual del fútbol, donde ya no hay inocencia.