jueves, 28 de julio de 2011

Las ruinas

Por E. Fernández Moores para canchallena

"Onde a Arena vai mal, mais um clube no nacional. E onde a Arena vai bem, mais um clube também". La ironía era aplicada para Arena, un partido conservador creado en 1964 en Brasil para apoyar a la dictadura militar. "Donde a Arena la va mal", acordaron los militares y los dirigentes del fútbol, "se incluirá un equipo más en el Nacional". Y "donde le va bien, otro equipo también". En 1979, el campeonato llegó a la cifra ridícula de 94 equipos. El Brasileirao tiene hoy 20 equipos, pero Río de Janeiro celebra este domingo otro gigantismo del fútbol. El sorteo de las eliminatorias del Mundial 2014 que, según un estudio reciente del Senado, costará al país unos 40.000 millones de dólares, 10.000 millones más que los tres últimos Mundiales juntos. Presidente del Comité Organizador del Mundial es Ricardo Teixeira, titular también de la Confederación Brasileña de Fútbol. "La CBF es una entidad privada. ¿Qué carajo tienen que ver las personas con sus cuentas?". Teixeira, acosado por denuncias de corrupción, lo dijo furioso a la revista Piauí. Brasil construirá 12 estadios nuevos con créditos públicos. Sólo la remodelación del Maracaná costará unos 650 millones de dólares. Y Brasil, después de la caída de su selección en cuartos de final de la Copa América, no quiere un "Maracanazo II".

El Maracanazo de 1950 fue provocado por un Uruguay que había designado DT apenas 15 días antes del Mundial. La hazaña fue vista casi exclusivamente como un canto a la garra charrúa, capaz de silenciar a 200.000 brasileños que habían ido a su fiesta. El relato histórico eligió privilegiar la personalidad del gran capitán Obdulio Varela, el Negro Jefe, a la calidad de Juan Alberto Schiaffino, El Pepe. Se habló más del gesto del Negro Jefe de protestar un offside tras el primer gol de Brasil para enfriar el partido antes que del gol de Alcides Ghiggia. Más valiosa, en rigor, fue la arenga en el túnel camino al campo. "Los de afuera son de palo", gritó Obdulio a sus compañeros, después de que un dirigente uruguayo dijo en el vestuario que había que conformarse con una derrota digna. Lo mejor fue a la noche. Cuando evitó festejar junto con los dirigentes y se fue a beber con el pueblo lastimado de Brasil.

Mulato, pobre, cuidacoches y canillita, Obdulio vivió un año clave en 1944. Peñarol lo sancionó por faltar "a la primera clase de capacidad para poder actuar como capitán". Tras nueva suspensión y multa, el presidente Constante Turturiello lo convenció para que se internara dos meses en la Colonia Etchepare para un tratamiento contra el alcoholismo. Una tarde, como hacía en la concentración con cada uno de los juveniles, el Negro Jefe llamó al argentino Juan Eduardo Hohberg antes de un clásico contra Nacional. "En los primeros cinco minutos, Tejera va a tratar de saber quién es usted, lo golpeará para probarlo y ver si aguanta. Después yo agarro una pelota y se la doy dividida. Usted sabe lo que tiene que hacer". En otra increpó al Pepe Schiaffino después de un partido porque no corría. "Yo corro, pero vos dámela al pie como te la doy yo", respondió El Pepe, un artista. El relato del Maracanazo se quedó sólo con la garra.

Uruguay cometió en la final del '50 la mitad de faltas que Brasil. "Pero nos hicieron creer que habíamos ganado porque éramos más hombres. Que ellos se habían asustado", contó hace poco Oscar Washington Tabarez, DT de la selección uruguaya que el domingo pasado ganó la Copa América. El Maestro dedicó la conquista a los DT uruguayos ganadores de las catorce Copas Américas anteriores. Como todos los uruguayos, está orgulloso de la historia del fútbol celeste y de la hazaña de 1950, al punto que regaló a sus jugadores la biografía de Obdulio. Pero después del Maracanazo, dice Tabárez, Uruguay "ya no iba a jugar al fútbol", sino a guapear, "a soñar con la hazaña". El fútbol como "espacio épico" y "la nostalgia como la gran enfermedad nacional", me dijo hace unos meses el historiador uruguayo Gerardo Caetano. El Maracanazo "como jodida tentación para dormir el sueño de la eterna nostalgia, que es más cómodo que la esperanza", me dice ahora Eduardo Galeano. "Con Tabárez -agrega el escritor uruguayo- se inició el cambio. Había que recuperar esa memoria, como puerto de partida y no como ancla que te ata al pasado". Tabárez previno el otro día contra los que descuentan la clasificación y anticipan que Uruguay dará el Maracanazo II en el próximo Mundial de Brasil. El Maestro recuerda como nadie que en setiembre de 2009, tras una derrota contra Perú, acaso esa misma prensa se precipitaba anunciando la séptima ausencia de Uruguay en un Mundial en medio siglo. La Asociación Uruguaya de Fútbol ("Asociación Uruguaya del Fraude", se burlaban los hinchas), que tuvo cuatro presidentes en un año, regaló entradas para el partido siguiente ante Colombia ante el temor de un Centenario semivacío. Uruguay terminó ganando su boleto mundialista con un sufrido empate 1-1 contra Costa Rica en el Centenario.

Tabárez debió enfrentarse otra vez con un sector del periodismo en pleno Mundial de Sudáfrica. "El contenedor de la esquina está lleno de periodismo basura", dijo en respuesta a rumores de que estaba enfrentado con el zaguero Martín Cáceres. Tomó la frase de un artículo que había leído del ex basquetbolista Horacio "Tato" López, a quien llamó desde Sudáfrica para agradecerle. "A través de los medios se puede inventar que hay donde no hay", sintetizó el Tato en el libro "La fiesta inolvidable", pos Mundial. Tabárez sabe que nada se antepone al equipo. Utilizó un pensamiento de Carlos Marx para explicar en un programa de la TV uruguaya el sentido de la palabra "nosotros". "Si usted le pide un plus a un jugador, él lo hace sólo si tiene un significado", contó el domingo en River. "Nosotros somos el reflejo del país. No es el país el reflejo de nosotros". Lo dice el capitán Diego Lugano en el libro "Vamos que vamos. Un equipo. Un país", de Ana Laura Lissardy, parte de cuya recaudación va para Fundación Celeste, un proyecto creado por los 23 "campeones" de Sudáfrica, para ayudar a niños a través del fútbol. Tabárez, tan consciente de las limitaciones de Uruguay como de su trabajo, dijo algo más: "Yo no inventé nada: sólo observé el proyecto de Pekerman".

Ese proyecto, se sabe, fue corrido para darle espacio a la llamada "Generación del 86". El Mundial del ?78 rompió el mito de que éramos los mejores sin haber sido jamás campeones. Y el del '86, sin las ventajas del local, y con Diego Maradona, fue la cumbre. Tres meses antes del Mundial, la Argentina había perdido amistosos contra Francia y Noruega. "Ché, ¿cuándo vas a echar a Bilardo? ¿Por qué no le das el raje, que es un desastre? Toda la gente lo putea". El entonces presidente Raúl Alfonsín se lo dijo a Rodolfo "Michingo" O'Reilly, secretario de Deportes del gobierno radical, en un asado en la quinta de Enrique "Coti" Nosiglia. Un altísimo dirigente de la AFA aseguró off the record a la agencia DyN que expondría su disconformismo con Bilardo en el Comité Ejecutivo. Desde Zurich, Julio Grondona respaldó al DT. "Si se va Bilardo me voy yo", advirtió también Diego. "¡El gobierno quería voltear a Bilardo!", contó años más tarde Maradona en su libro "Yo soy el Diego". Cuatro meses después del frustrado golpe, la Argentina fue campeona mundial en México.

En la jungla del fútbol, se sabe, una pelota en un poste, un gol en el último minuto o un simple penal mal ejecutado pueden liquidar buenos proyectos o tapar mentiras. Lo sabe la propia selección del '86, que casi se queda sin viajar a México. Grondona fue importante en las dos conquistas mundialistas. Antes de él, los 30 presidentes que lo precedieron en la AFA tuvieron una duración media de un año y cinco meses. El lleva 32 años. El Grupo Clarín, la FIFA, los clubes y todos los gobiernos de turno fueron, cada uno en su momento, y con buenas o malas intenciones, socios principales del despropósito. Ahora, inevitable en la debacle, se designan o se echan técnicos de selección de la nada. Y se digitan ascensos que irritan hasta a los supuestos hinchas beneficiados. Ellos no saben del negocio, pero sí quieren ganar o perder en la cancha. Porque los que deciden desde un escritorio están arruinando al fútbol.

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