jueves, 30 de octubre de 2014

Le pegaron justo

Duro golpe para el Pincha: la exigencia iba subiendo y subiendo en la Copa Sudamericana y los de Pellegrino habían respondido en cada ocasión y, en rigor, volvieron a responder esta noche, maniatando durante gran parte al mejor equipo del fútbol sudamericano. No alcanzó: River, un River coraje como pocas veces se ha visto, se enchufó un ratito, encontró los goles (porque 29 invictos no se alcanzan sin un poco de estado de gracia) y se llevó una victoria que le allana el camino hacia las semis.

Porque dos goles de visitante y una victoria es muy difícil de remontar, y porque, en realidad, River es un espejo de Estudiantes, sólo que con jugadores que ya son veteranos de guerra aunque todavía no peinan canas. Allí gran parte de la explicación: con planteos muy similares que hacen un culto del balón, del toque de primera y del uso del ancho de la cancha, y con problemas en el retroceso, Estudiantes impuso durante buena parte del partido su dominio, su toque, la cancha se le hizo ancha a River y los problemas en defensa fueron del visitante.

Así, por lo menos, durante toda la primera etapa, porque incluso en luego de que el árbitro obviara penalazo a Román Martínez, que determinó la salida del volante y la desconcentración generalizada, River no pudo más que insinuar peligro: Estudiantes lo ataba en mitad de cancha con gran presión, y salía rápido con un Correa muy picante, aunque con poca compañía.

El elenco de Pellegrino se iba tranquilo al entretiempo, con el cero en el arco, y en la última encontró gran premio: Vera presionó a Funes Mori, que se equivocó, la canchereó un poco y perdió, y el yorugua le rompió el arco. Había aparecido poco, pero el hambre primal del delantero fue lo que terminó rompiendo el partido.

O eso parecía: porque tras una primera etapa donde el Pincha había hecho todo y había reducido a River a la nada, donde el mejor equipo del torneo estaba ocupado y preocupado en el León… se terminaron las piernas.

Y también apareció el River peleador, el River que por excepcional vez asoma copero, caliente, con solidez y temple para remontar los varios obstáculos que se le vienen presentando ahora que ya la frescura se va terminando, los equipos le toman la mano y el cansancio hace su juego.

Bueno, ese River, mezcla de actitud y suerte provocada, encontró un gol rápido y cuando parecía que el tanto de Vera insinuaba una historia favorable, todo se desmoronó. Estudiantes perdió la pelota durante diez, quince minutos, el rival empujó un poco y, planetas alineados y todo eso, encontró el 2 a 1 con un tanto en contra.

Reaccionó Estudiantes, que nada tiene que recriminarse: fue al frente, tuvo un par de chances (tremenda tapada de Barovero abajo a Carrillo) pero, aunque haya ganado el ping pong, el partido psicológico fue de River: a equipos iguales, equipos espejos, ganó el que más aprovechó el rato que tuvo y, se sabía, River tiene mucho picante, mucha capacidad para ser efectivo, y el Pincha no tanto.

La revancha asoma complicada, un llamado a hacer historia como la que hizo el Millonario, primer equipo en vencer a Estudiantes de visitante por copas internacionales. La tarea para los jóvenes pupilos de Pellegrino es, una vez más, un desafío a crecer de golpe: devolverles el favor y hacer historia en ese esquivo Monumental. Difícil, aunque con el gustito de lo difícil y con la certeza de que River es mortal, y que no siempre va a ligar todo.

jueves, 23 de octubre de 2014

De los pies de Carrillo a las manos de Navarro: una victoria mística

Era la tormenta final: las nubes negras se acumulaban en el horizonte burlándose de los planes con esos dos goles de Peñarol que rompían todos los esquemas, y de repente estabas afuera de todo con dos meses de competencia por delante.
 
Ya se comenzaba, incluso, a olfatear cierto fastidio del hincha: seguro que hay banca al proyecto, pero en fútbol, al final, todo se determina por el resultado, y quedar tan prematuramente fuera de competencia, contra un equipo que en La Plata asomaba mortal, y estar al borde de la goleada tras los primeros 45 minutos del partido disputado en el sagrado Centenario uruguayo, bueno, no iba a calar bien entre la grey.
 
Y ciertamente en aquella primera etapa hubo mucho verdor como para fastidiarse: demasiadas imprecisiones de mediacancha para arriba, otra vez Estudiantes pecando de su falta de conducción futbolística, responsabilizando para la tarea a un adolescente como Correa y a un talento individual como Martínez.
 
Y Peñarol, honrando su temple de años, olfateaba rápido que la versión que presentaba el Pincha en su visita a Uruguay, intentando meterse en cuartos de la Sudamericana, era un boceto amilanado del equipo que le ganó en La Plata. El Manya impuso las condiciones esta vez, empujando, casi prepoteando, a Estudiantes hacia la sumisión.
 
No había respuestas de la visita mientras Zalayeta y Pacheco hacían lo que querían desde el círculo de mitad de cancha, sin oposición más que un correr desordenado que solo resaltaba la claridad veterana con que Peñarol manejaba el pleito. Era la antítesis del encuentro de la semana pasada, los de Pellegrino desbordados una y otra vez por los de Fosati, que, encima, en 20 minutos, con el primer tanto del encuentro, le quemaban los papeles a Pellegrino: Tony Pacheco mandaba una falta tan tonta como la del gol del empate en La Plata al corazón del área, Hilario quedaba a mitad de camino y Viera, ganándole el salto a Schunke la mandaba al fondo.
 
La idea de todos era evitar que el local abra el marcador: parte del plan Vera-Carrillo tenía como función tapar los centros defensivos, mientras Ezequiel Cerruti, de lo más desequilibrante del Pincha, esperaba en el banco a que los minutos le coman la cabeza al equipo oriental para entrar y, ante una defensa jugada en ataque, aprovechar los espacios y las piernas cansadas del rival.
 
Pero nada de eso pasó: el primer gol decretó que los pergaminos había que archivarlos y que Cerruti ingresaría pronto, sí, pero ante una defensa que, como toda zaga uruguaya, hace bandera de cerrar la persiana en la victoria con todas las mañas posibles, disfruta del roce junto a su público, celebra, goza de cada despeje a la tribuna.
 
Y encima, tras un primer tiempo sin reacción, con tiempo de descuento en el reloj, Peñarol ponía el segundo, que sonaba como un clavo sobre el ataúd: el pibe Rodríguez, que venía de jugar con la Celeste y que se mueve a velocidad europea, tomó una pelota en el área y con simpleza, enganchaba y le rompía el arco a Hilario.
 
Dos a cero abajo al descanso. Urgía la reacción, pero el golpe era duro y la charla del vestuario apenas lograba despabilar una reacción futil del Pincha, que le hacía el juego a Peñarol pasando al ataque y dejando espacios para la contra de Rodríguez. Estudiantes fue con amor propio, Peñarol se defendió con suficiencia veterana y otra vez parecía que los viejos uruguayos le tiraban la chapa a los pibes del León, como en el partido de la semana pasada cuando los de Pellegrino tuvieron las acciones y Peñarol casi se lleva un empate.
 
El partido se iba, se iba sin que Estudiantes construyera demasiadas chances en ataque: un cabezazo de Román en el área, un tiro de afuera de Correa… el Pincha tiraba, previsible, al área, para que despejen los centrales uruguayos y el público local se levante en éxtasis.
 
Encima, Hilario salvaba al Pincha de la goleada. Parecía la tormenta final, el cierre de la temporada para el León.
 
Y entonces Carrillo. No será el chico de la tapa, por lo que pasó después, pero cada día ratifica su condición de capitán. No es goleador hambriento pero sí un servidor del equipo y en Uruguay apareció cuando Estudiantes no aparecía: una bocha dividida cerca del área le quedó y Guido no dudó, tiró fuerte y abajo y venció a Migliore, en una jugada que parecía aislada, la nada misma, y que subvertía violentamente la trama del partido.
 
Porque la cosa, hace un ratito, estaba cocinada, y ahora había que ir a penales. Y Peñarol comenzaba a sentirlo, lentamente yéndose de su rol de veterano compuesto, perdiendo ante la convicción Pincharrata en el destino místico, en que se podía ganarlo. Incluso, pudo llevárselo en los 90, pero Román marró dentro del área lo que hubiera sido el empate.
 
Fue empate, pero en el global: dos encuentros a la altura de la historia de los equipos, dos encuentros bien raspados, dos aprendizajes a fuego para el joven equipo de Pellegrino, que fue puesto a verdadera prueba en esta Copa Sudamericana. Primero tuvo que jugarse casi el semestre en los primeros dos partidos ante el vecino; después le tocó uno de los equipos más orgullosos del fútbol latino, y definir afuera, y que le empaten de local en un partido donde estaba para golear, y, claro, arrancar 2-0 abajo y con olor a que todo concluye al fin.
 
Y, ante semejante examen, los chicos sacaron chapa: era el escenario para sucumbir y que sobrevengan dos meses de críticas, o para torear al rival y rebelarse a la narrativa del partido. Mística, la llaman, sobrevolando el Centenario.
 
Pero, con todo, ahora había que patear los penales. El Pincha no se complicó y le pegó fuerte a todo, aprendiendo la lección de Huracán; y el que tembló, contra los pronósticos, fue el veterano Peñarol, y el que, gigante, se aprovechó de las dudas, fue Hilario Navarro, el héroe.
 
Tres penales atajó el uno, y el marrado por Israel Damonte, único de la serie que no convirtió el Pincha, quedó en anécdota a tal punto que Estudiantes pateó sólo cuatro penales. Arrancó Cerruti fuerte, empató Orteman con clase, y tras aquella ejecución Hilario cerró el arco. Carrillo hizo caso al DT, que en la ronda dijo que si había dudas, había que prender mecha, y el arquero Pincha comenzó su cita con la gloria yendo a su derecha para tapar a Núñez y Estoyanoff. Damonte erraba y le ponía suspenso a la cosa, pero Rosales tiraba como crack y la presión, 3 a 1, recaía en el Japo Rodríguez: o convertía, o Peñarol se despedía.
 
Hilario sabe que tapó dos, y mete bidón: se saca los guantes para atarse los cordones, y luego se los pone lento, buscando nerviosear al rival. En el aire, se olfateaba la preocupación de las decenas de miles e hinchas manyas, y la expectativa de los miles que cruzaron el charco para armar un festival en la Colombes.
 
El Japo mira, aparentemente tranquilo. Navarro hace sus saltitos europeos previos a todo penal. Sabe que irá a la derecha, allí fue en los dos que tapó. Rodríguez sabe que sabe. ¿Cambia? ¿O tira a la derecha porque Navarro sabe que sabe que sabe? Dicen las estadísticas que, en momentos de definición, los pateadores buscan seguro: cruzado. Y Rodríguez es zurdo: así que la pelota va a la izquierda.
 
Y Navarro, en estado de gracia, también: espectacular volada y piel de gallina hecha grito, y montonera y felicidad para Estudiantes, que tras años de descalabros ha conseguido comenzar la crianza del equipo que quiere ser heredero de la místicaEstudiantes se mete en cuartos de una Sudamericana que viene teniendo cruces de Libertadores para el León, lo cual explica que haya durado, de alguna manera: brava la parada, bravísimo Estudiantes, el piberío que quiere crecer. ¡Y ahora viene River, la máquina! Cada partido, un desafío más alto, más peligroso, para Estudiantes: sarna con gusto, dicen, no pica, y como le gustan al Pincha las difíciles…

miércoles, 15 de octubre de 2014

Aprendizaje copero

Todo es aprendizaje para este juvenil Estudiantes: los golpes de la Copa Argentina y la goleada con Racing, el anémico segundo tiempo y el empate de un partido para golear, la frustración de la gente en el cierre del encuentro, y la bronca del final, aunque era bronca que Peñarol apagaba con suficiencia, porque de esa bronca que parecía inconsecuente, pataleo tardío, llegó el 2 a 1 con el que el Pincha le ganó a Peñarol. Porque esa bronca, aunque todavía juvenil, desordenada y puro bufido, es la semilla del renacimiento del Estudiantes copero.

¿Exagero? En el análisis tan coyuntural del fútbol argentino, los resultados malos y el magro juego habían traído una andanada de críticas al equipo, exageradas a todas luces si se mira el proceso y el progreso. Por supuesto, Estudiantes arrastra hace rato problemas tácticos a los que suma falta de rebeldía e inconsistencia producto de un liderazgo ausente. Y todo eso también lo llevó al Unico hoy cuando, tras un primer tiempo brillante, de toque y toque y cinco jugadas netas de gol, apenas se fue 1 a 0 arriba.

Producto, además, de una jugada individualísima de Correa, cada día más decisivo, quien corrió 20 metros y, como no le salían, tiró un viandazo al ángulo. Golazo.

Pero en el segundo tiempo apareció el otro Estudiantes: el anémico. El que no se sabe de quién es, si de Pellegrino, de Román Martínez, de Correa o de nadie. Ese Estudiantes salió a jugar un partido que creyó liquidado, producto de las enormes limitaciones de Peñarol, pero que no sólo no estaba terminado (ni mucho menos: la historia del Manya es historia grande) sino que era una historia que necesitaba más goles y la decisión de matar al convaleciente.

En lugar de eso, el Pincha, con su tibieza, le dio vida al rival: ni siquiera hizo demasiado Peñarol, pero los viejos saben, huelen sangre, y si el Manya no tiene la frescura de los pibes de Estudiantes, tiene toda la madurez que al verde pellegrinaje le falta. Tiro libre de mil metros (falta tonta) y, cuando no pasaba nada pero en el aire se respiraba algo raro, Estoyanoff la mandó a guardar, cortesía también de Hilario Navarro que no pudo volver de su pasito al medio. Y después, claro, la línea de 5 y la por momento abúlica y descomprometida prolijidad del León chocando contra los experimentados de Peñarol.

El 1 a 1 era fatal. Los hinchas, que empujaban y empujaban, comenzaron a fastidiarse. Las críticas, acertadas algunas pero injustas igual, arreciaban. Impaciencia: este es un proceso positivo que, sin ser irreflexivo, debe ser sostenido desde la tribuna. Y así lo demostró el piberío. Con un poco de suerte, sí, porque el penal de Peñarol a Aguirregaray, minuto 94, quemó todos los papeles que hablaban de experiencia y saber aguantar un resultado y que se yo.

Pero también con mucho huevo. Porque cuando las papas quemaron, y Peñarol plantó su 541 y encima, de contra, volvía a exponer los problemas de retroceso del Pincha como hiciera Racing, Correa la pidió y le pegaron de lo lindo, y cuando hubo que patear el penal, Carrillo, que hace una semana erró mansito en la definición contra Huracán, agarró la pelota. Huevos. 2 a 1. Y a gritar.

El Pincha perdonó, perdonó, perdonó, de acuerdo a una de sus características salientes, más allá de las repeticiones positivas y negativas, de este Pincha made in Pellegrino: la clemencia, la falta de instinto asesino. Estudiantes, como en el cierre del torneo anterior, erró como no se debe errar en Copa (Auzqui, Carrillo, Correa) y ni siquiera erigió en figura al arquero de ellos. Simplemente le erró al arco.

Pero entonces Estudiantes se rebeló ante esa narrativa que lo condena a entusiasmar y a no cumplir con las expectativas. Puede ser que el penal ganado por Aguirregaray sea un error del rival y nada más, que nada tenga que ver Estudiantes en esto: elijo pensar lo contrario. Elijo pensar que, aunque ciertos patrones se repiten exasperantes, el Pincha aprende, los chicos crecen y, aunque se haya sacrificado mucho para estar acá, hay con qué ilusionarse.

sábado, 4 de octubre de 2014

La famiglia desunita

Siempre en familia, se dijo, al menos de las puertas para afuera. Con disidencias, como en toda familia, pero con algo más importante en común, la ley primera de estar unidos porque los de afuera son devoradores. Y entonces, hasta la fecha, la mayoría de las elecciones transcurrían en silencio, sin estruendos. La oposición era muchas veces sólo nominal, siempre se buscaba la unidad y a partir de sumar voces, aunque sean disidentes, se intentaba trabajar a largo plazo, con la lista oficialista renovandose y continuando.
 
Así, por ejemplo, se sucedieron Valente, Alegre, Abadie, Filipas y Lombardi, que no son parte de un mismo grupo y una misma idea de club, pero que sí forman parte de la misma línea evolutiva del oficialismo. Nombres propios, importantes, de la historia del club, que eligieron por voluntad propia correrse para no dañar al club con disputas insustanciales, sin por eso marginarse de la política del club o dejar de afirmar su disidencia.
 
Hoy, cuando ese modelo es adoptado por clubes como Vélez y Lanús, en Estudiantes estalla el conflicto de manera pública y provocando un desagradable divorcio entre dos glorias del club que desvirtúa y personaliza todo debate serio sobre el proyecto de club de los próximos tres años.
 
La campaña de las listas, de hecho, no sólo nunca intentó la unidad que el mismísimo Doctor Bilardo, candidato a vice por la Lista 1 y 57, pidió a gritos. Además, lejos de intentar imponerse con las ideas, desde ambos lados se esgrimían acusaciones de todo tipo. Que este es un sin códigos, que arregló con aquel, que este no quiere la cancha, que aquel te funde con la cancha, que robó, que es un mentiroso, que se viene el fraude...
 
Fue una campaña demasiado pública y demasiado sucia para la historia del club. Por supuesto que son tácticas de guerra de dos bandos que creen tener la razón, uno porque efectivamente equilibró y encaminó un club a la deriva y estableció un plan de acción coherente que fundó una nueva era, el otro que está convencido de que hay que profundizar un modelo profesional de gestión que, por falta de recursos o de voluntad, quedó a medio camino.
 
Pero, en rigor, los modelos lejos están de ser irreconciliables: si ayer nomás eran parte de lo mismo. Entonces la sensación que tienen varios hinchas es que los dos candidatos, contra la lógica pincharrata de que la unión hace la fuerza, eligieron no deponer su voluntades individuales de manejar el club (por convicción propia, claro, no por ambición desmedida) en pos de la unidad, con el objetivo de no pelearnos entre nosotros.
 
Esos hinchas, los que no quieren elegir entre Bilardo y Verón (porque, como quedó dicho, la campaña quedó reducida, entre acusaciones, a una pelea mano a mano), no irán a votar, desinformados por tanto cruce mediático, alienados por el corazón partido entre dos glorias.
 
Es entendible. Pero también son justamente ellos quienes deberían ir a votar: no los talibanes de uno u otro bando que hace rato decidieron con quien van sin escuchar motivos, que entregan el club por ciego fanatismo sin saber a qué proyecto se lo dan.
 
Es difícil la elección. Pero es a la vez la lógica conclusión de dos corrientes que se vienen gestando en silencio en el club, dos generaciones en una lucha, hasta hoy subterránea, que tiene la misma cuota de convicción en sus ideas (en ideas tradicionales por un lado, en ideas modernas por otro) que de afán de poder y protagonismo.
 
Pero bueno, a desdramatizar: nos gustaría que todo se resuelva en diálogo, pero a veces las confrontaciones ayudan a crecer y siempre, siempre, es mejor una distancia sincerada que una unión forzada. Tampoco, a fin de cuentas, se trata Estudiantes de no poder disentir y discutir: como dice Walter Vargas, una cosa es la familia y otra la mafia. Y, de todos modos, a no pensar que el divorcio de la famglia es definitivo. La política, incluso en la de Estudiantes, como se vio en esta campaña, no tiene mucha memoria y el que pierda de los ídolos, probablemente, se verá ligado a la vida del club en el corto plazo.
 
Para votar, entonces, recuerde: llevar carnet, llevar DNI, luego de que la lista de la oposición advirtiera un posible fraude, y, ante todo, olvidar los nombres propios y votar los proyectos, las ideas y los equipos: porque al final no son los hombres sino los equipos los que llevan a la gloria, ¿o no enseña eso el club?

miércoles, 1 de octubre de 2014

El tour por Argentina arrancó con victoria


Ese segundo tiempo: para ponerlo en cuadrito. No fue una tromba, Estudiantes, pero en ese segundo tiempo tuvo todo tan claro que pareció un equipo que no necesita arrasar, que gana por decantación. Porque era obvio, clarito, lo que había que hacer: pelota a espaldas de esa defensa de Independiente que invita. Pero en el primer tiempo la última puntada siempre quedaba un poquito atrás, un poquito adelante, un poquito embarullada, y parecía que se venía el fastidio cuando, acierto de Pellegrino mediante, entró el pibe Cerutti y rompió el partido.
 
El primer tiempo ni merece contarse: dos equipos que, supuestamente, “proponen”, “van al frente” y demás pavadas (todos quieren ganar, a su manera) pero que, en definitiva, veían como sus intenciones bonitas se ahogaban en la mediocridad. Nada por aquí, nada por allá y a tomar agua, con una certeza: Independiente, al que venden como una máquina donde juega “La Pulga” Mancuello, defiende tan adelante como cuando vino a La Plata. Es por ahí.
 
Y así lo entendió Román Martínez, quien, en evidente decisión del entrenador, jugaba casi detrás de la línea de mitad de cancha, buscando meter el bochazo. En la primera etapa las imprecisiones habían frustrado al Pincha: en la segunda, Román encendió la lámpara y fue el conductor que siempre decimos necesita este joven Estudiantes.
 
Primero habilitó delicioso a espaldas de la defensa a Correa, quien en un mano a mano definió medio al tobul y tapó Rodríguez. Luego, el gol, pero antes, Independiente tenía su única llegada ¡Raro! Para ser un equipo que propone… y encima fue un autoboicot de Estudiantes, que queriendo salir prolijo terminó entregando el balón para Riaño, que la picó por encima de Navarro pero Schunke, atentísimo, llegó a despejar antes de que la pelota pase la línea.
 
Si entraba, era para matarse: un partido que estaba tan claro, un equipo que marca tan adelantado y evidencia tanto los huecos estratégicos… La suerte favoreció al León y, acto seguido, Pellegrino hizo saltar en la cancha a Cerutti, que revolucionó todo. Paradito casi de volante, partía de más atrás, evitando el offside y aprovechando para ganar en velocidad: gran movida desde el banco, y el ex Olimpo respondió. Román le tiró un delicioso pase desde atrás de media cancha y, cuando el Ruso salía a cortar, pim, por arriba y a otra cosa.
 
Iban 30 y ya faltaba poco. Independiente no había llegado nunca y, apurado y con Estudiantes retrasado y metiendo volantes, difícilmente iba a encontrar el hueco ahora. Pero, parado de contra, la mesa estaba servida: y tras algunas insinuaciones, le pegaron a Damonte cuando ganaba en la presión y Cerruti, de tiro libre, rompió el travesaño.
 
En rigor, pareció gol del pibe. Los árbitros se hicieron los sotas, con tanta mala suerte para ellos que, curiosamente, quienes se quedaron como reclamando fueron los del Rojo, y Vera, siempre con ese hambre primordial de gol, aprovechó y con gran simpleza tocó el rebote, con la cabeza, a la red.
 
Partido liquidado. Fue 2-0 para el Pincha, que pasó así a cuartos de Copa Argentina y empieza un interesante tour por el país. Viaja a Bahía, obligado a poner suplentes y casi casi a despedirse (por segunda o tercera vez) de un torneo que, claramente, ya no es más prioridad sino laboratorio de pruebas de pibes. Y después, Formosa, con Huracán. ¿Independiente? Al igual que River, su viaje por Copa Argentina le quedó re cerquita del partido por el torneo.
 
¡Qué casualidad! Hay olor a que los equipos grandes empiezan a pisar fuerte en la descabezada AFA. Nada que ver con la crónica del partido (aunque sí de las que vendrán, porque habrá que explicar por qué Estudiantes pone once suplentes), pero en semana electoral, el manoseo es para tomar nota…