miércoles, 30 de mayo de 2012

El Barcelona post Guardiola

Publicado en El Día

Seguramente, sin Josep Guardiola, el Barcelona seguirá ganando y ocupando las primeras planas de los diarios. La era Messi, además, continúa. Pero, aún exitoso, no ha sido lo mismo el Barcelona con Rijkaard, antes de la llegada al banco de Pep. Tampoco lo será tras su salida, sobre todo en el otoño de algunos jugadores emblema que levantan interrogantes acerca del recambio que presenta el equipo. Probablemente, para alcanzar el nivel exigido por el club, el equipo culé necesite en este mercado de pases una mayor erogación de dinero que en los anteriores, donde alcanzaba con conservar la base.

Y es así. El tiempo pasa para todos. Este Barcelona 2012 ya no era el mismo: había una merma en su intensidad y su hambre, una especie de fatiga no de piernas sino de mentes; también un bajón de algunos de sus jugadores, difícil de notar en el marco de un equipo que gana casi todos sus partidos, pero esencial en esos encuentros finales de la temporada, donde todo es a suerte y verdad.

ESA FATIGA
Guardiola, al anunciar que se bajaba de la conducción de la nave fantástica, habló de esa fatiga, de la necesidad de volver a llenarse. El plantel también necesita ese recambio. Y los cambios de ciclo son dolorosos.

Se esperaba un espectacular enfrentamiento entre los "superhéroes" y los "supervillanos" para poner explosivo fin a una era ya no de un club, sino de la historia del fútbol, pero ambos clubes, Barcelona y Real Madrid, naufragaron. Porque, de un modo distinto al imaginado, el Merengue de Mourinho consiguió su objetivo de desbancar al Barsa: a pura chicana, a puro revuelo mediático, colaboró al desgaste del equipo culé, aunque al terrible costo de agregarse presión a sí mismo. Ninguno de los dos pudo manejar el sobrecargado ambiente que generaron y entonces no hubo cambio de guardia, tampoco defensa de la corona, sino un fútbol cada vez más estresado, atravesado por rumores, presiones y peleas.

En verdad, son estos los factores, al menos los mentales, que evitan sostener a lo largo del tiempo los niveles altísimos que ejecutó el Barcelona. En verdad, llegar es el envión, el salto es puro impulso: mantenerse requiere de paciencia, de jerarquía verdadera, de madurez, y el ciclo del equipo de Guardiola ha dado muestras de esa continuidad, sostenida en gran parte gracias a la coherencia del club, a la sensatez del DT y a la ideología común que mancomunó en las malas a los superamigos. Pero, finalmente, tantos cruces, tantas batallas, y la inacabable lucha fundamentalista, ideológica, no pueden no dejar heridas.

UNO PARA CADA UNO

En las películas deportivas hollywoodenses los ciclos terminan en destinadas confrontaciones. El destino fue más aburrido y deparó una especie de disolución del conflicto: cada uno con su trofeo y a buscar nuevos horizontes.

El clásico seguirá siendo caliente, pero todos huelen que se terminó la dicotomía que luchaba por la hegemonía del fútbol: el juego se ha abierto, el Barcelona se ha mostrado mortal y arrancará la temporada con muchas incógnitas y un sabor amargo. El Real Madrid, mientras tanto, continúa con su cuenta pendiente en el frente europeo. Otros equipos, otras formas, surgen para que el fútbol deje de ser una confrontación maniquea: el Bayer Munich, los de Manchester, la Juve, Chelsea, los equipos de Milan. La próxima Champions probablemente no se imagine tan predecible como esta finalmente no fue.

El ciclo del Barsa, quizás el más brillante de la historia del fútbol, se ha terminado con 14 títulos. Nadie consiguió, en verdad, ser mejor que este Barcelona de Guardiola, que a pesar de algunas derrotas ha sido el único equipo persistentemente ganador. Su última victoria (3-0 sobre el Athletic Bilbao de Bielsa, en la final de la Copa del rey) fue un paseo como los de antaño, ante un equipo que alcanzó el techo de rendimiento posible con el material que disponía y con el planteo por momentos unidimensional (y por momentos altamente emotivo) que propone su entrenador, pero que aún así no fue rival en absoluto: la función final fue una especie de tributo al mejor equipo de la historia, actuada por el mejor equipo de la historia. No será el final antagónico de película imaginado por algún guionista del cine, pero por lo menos fue una despedida feliz para un equipo acostumbrado a la felicidad.

domingo, 20 de mayo de 2012

Chelsea: a true underdog story




Cuando empezaron las semis, Chelsea pagaba 12 a 1 sus chances de doctorarse en Europa. Jugaba contra el todopoderoso Barcelona por semis y, siendo sin dudas el menos rutilante de los cuatro mejores, era tachado por una amplia mayoría. Eran días en los que se suponía que la final era cantada, y que a lo sumo el que tendría problemas sería el Real frente al Bayern, siempre presente en las instancias finales de la Orejona.

El fútbol de alto rendimiento deja muy poco espacio para este tipo de historias: los que más petrodólares bajan se aseguran actuar en los escenarios grandes, y el resto, por más que académicos y seudointelectuales sostengan que se trata de un deporte impredecible (bueno, al menos es el menos predecible), lo mira por tevé. Así de crudo es el fútbol europeo superprofesional y privatizado hace años, pero que en la última década recibió el influjo económico de mafiosos y empresarios interesados en hacer ganancia o hacer negocios. Sus aportes son inversiones que esperan recuperar más fuera de la cancha, en esponsoreos y merchandising (y quien sabe qué tipo de turbios arreglos en pases de jugadores y centrifugado de dineros), aunque por supuesto todo va atado y las grandes competencias son grandes vidrieras donde vender el producto. Sin demasiado lugar para las malas inversiones, la victoria, la gloria, y también la derrota, son valores menos románticos, cada vez más económicos.

Bueno, en el mapa de inversiones grandes para esta temporada, el equipo del magnate ruso Roman Abramovich no figuraba. Hace un par de temporadas que el Chelsea se prepara, como mucho, para el segundo pelotón de una liga que amenaza con volverse igual de polar (en el sentido dicotómico y frío del término) que la liga española: en la isla pirata se florean los Manchesters, preparados para el salto internacional, como entre los ibéricos pasean el Barsa y el Real. El efecto mediático de esta temporada fue traer a una especie de Mourinho (palabra mayor en Londres), Andre Villas-Boas, un viejo ayudante de Mou con similar capacidad labial, una imagen políticamente mas correcta, la misma nacionalidad y un currículo tan ganador. La plantilla, en cambio, apenas se renovó. Mantuvo las bases, dirán los diarios que trataron de viejitos a este Chelsea en una especie de cruzada brancaleonina por la esquiva Champions: esa que Cech, Ashley Cole, Ferry, Lampard y Drogba perdieron en 2008 por penales ante el United, y que les fue negada al quinteto en semis en 2007 (frente a Liverpool) y en 2009 (ante el Barsa); además, desde que Abramovich se hiciera cargo en 2003, el Chelsea metió semis en 2004 con Terry y Lampard, y en 2005, con Cech ya en la portería...

MONEYBALL

Quienes minimizan la victoria del Chelsea realizan una operación sinecdótica al desprestigiar a Roman Abramovich como modo de desprestigiar una victoria alcanzada con un estilo futbolístico que no respetan. El argumento abramovichiano es por ende tendencioso, pero además resulta falaz, al omitir mencionar que todos los clubes grandes europeos son hoy financiados por inversiones provenientes del medio al lejano oriente. El caso inglés, que analizamos recientemente, quizás sea el más resonante, el más evidente en su operatoria, al ser los inversores (Abramovich, QPR, United, City, Liverpool, buscar mas) quienes se hacen cargo de dirigir los destinos de los equipos, controlando fuertemente su inversión y aprovechando también para limpiar dineros obtenidos en la ilegalidad y realizar negocios beneficiosos. Pero en España, con los fondos de inversión cada vez más comprometidos en las finanzas de los clubes, las giras del Madrid por China y el esponsor qatari del Barsa, no se han quedado atrás, como tampoco en Italia, con Berlusconi como caso saliente de un fútbol manejado por los millones turbios de empresarios y figuras públicas.

Bueno. Como los A's de Oakland, los de la película Moneyball, el Chelsea de los pocos refuerzos (Mata como figura saliente), de los viejitos y del DT desconocido que reemplaza a un técinco echado en medio de una crisis futbolística, se encontró en semis entre gigantes de la industria, equipos preparados económicamente para disputar esos cuatro partidos. Y no se achicaron. Quizás porque no tenían nada que perder. Quizás, porque los curtidos guerreros azules tenían todo mucho más clarito que los españoles, que ya jugaban la final antes de vencer a sus rivales y que se presionaban unos a otros desde los medios: las finales, sabían Drogba, Cech, Lampard a base de perderlas, hay que ganarlas. Y la cansada cofradía de los azules jugó sabiendo que estaba ante el canto de cisne de su hermandad: defendió cada centímetro del campo, se fajó en cada centro, nunca se dejó noquear por los golpes: ni siquiera cuando el Napoli le clavó el tercero en Italia y decretó un 1-3 que lo dejaba prácticamente afuera en octavos; ni siquiera cuando el 0-2 en el Camp Nou anunciaba lluvia de goles.

Por supuesto que también tuvo un culo bárbaro. Estuvo muy cerca de quedar afuera tras caer en el San Paoli (en la vuelta metió el gol que lo llevó al alargue a cinco del final), y contra el Barsa fue ayudado no sólo por su inteligencia pragmática sino por los palos. Pero a la suerte el Chelsea le agregó sudor, mucho sudor, y la única herramienta capaz de superar la brecha económica entre los demás finalistas y el “modesto” Chelsea, y convertir a un mediopelo internacional en campeón de Europa por primera vez en su historia: la inteligencia. Mañana algunos diarios quizás no salgan, ofendidos por el despliegue antifutbolístico que inunda el planeta.

UN TAL DI MATTEO

Cuando el Napoli venció al Chelsea 3-1 en la ida de los octavos de Champions, con la Premier ya lejos, el efecto Mou buscado con Villas-Boas ya cansaba. La partida del portugués, en un mundo de inversiones, se volvió lógica. Dejó el cargo y nombraron en su lugar al ignoto Di Matteo: un experimento rarísimo en aquel momento, dejar en el cargo en el otoño de varios estandartes del club al asistente del DT saliente como una especie de DT interino, para terminar la temporada aparentemente sin objetivos de modo decoroso. Pero Di Matteo causó una pronta revolución: apuntó todos los cañones en la Champions, consiguió un milagroso pase en tiempo complementario frente a los italianos y, en silencio, luego de pasar los octavos dando lástima, comenzó a transitar esos cinco últimos partidos donde hasta el que sabe que no puede, cree que puede.

Ahora, casi nada es fruto solo de la casualidad, o de la suerte, o de la improvisación: si no no llegarían siempre los mismos. Y este Chelsea dado por muerto, el de los viejitos piolas, llegó al menos a instancias semifinales en 2004, 2005, 2007, 2008 y 2009. Algo sabían. Di Matteo sentó unas bases humildes, reformulando el equipo para una labor que terminó siendo perfecta para los experimentados blues: aguantar hasta que, con un rival frustrado, llegara la chance. Y la chance llegó. Una y otra vez. Inteligencia y paciencia: la madurez del Chelsea fue el gran arma que supo explotar este tano, que convirtió un grupo desbandado en una manada de panteras acechando en la sombra.

El Chelsea pasó al Benfica con tranquilidad, y luego al Barcelona en aquel partido que derrumbara todo lo esperable. Antes del partido final, se quedó con la FA Cup ante uno de sus rivales más ásperos, Liverpool. La temporada del Chelsea estaba hecha, y muchos imaginaban que si el Barsa no había podido, por impericia y mala fortuna, vulnerar a los de Londres, bueno, la suerte se acabaría ante la poderosa ofensiva del Bayern, los viejitos se conformarían con su copita y demás sandeces.

DE ARCO A ARCO: UN ELEFANTE, UN CASQUITO Y LOS DESTINOS TRAGICOS

Cuando anotó Muller para los alemanes, con apenas 8 minutos de juego restante, llegaron las declamaciones de los moralistas: que no se puede defender tan cerca del arco, que se veía venir, que se lo merecía el Chelsea por su mezquindad. Pero la fórmula del Chelsea parecía clara aún antes del match, donde la única probabilidad de sobrevivir a la final para los de Londres, sin Ramires para colmo, residía en defender y depender de Drogba. Era una estrategia, en verdad, mucho más riesgosa que salir a intercambiar golpe por golpe, perder por dos o tres goles y quedar bien: el Chelsea quería ganar, no le importaba agradar a los esteticistas de siempre. Pero de todos modos, aquello sí parecía el final: el gol del Bayern obligaba al Chelsea a atacar, su mayor deficiencia, y a convertir un gol, otro de sus problemas, en ocho minutos. Fue todo corazón, el Chelsea. Y de un córner, con 88 en el reloj, con la desesperación en el corazón de alemanes e ingleses, llegó el centro para Drogba, el valiente elefante negro que había bancado todo, bajado todo, pivoteado todo, que se las había arreglado para preocupar sin un solo compañero en el radar. Con un cabezazo increíble, girando la cabeza como Linda Blair, clavó el balón en el segundo palo y un puñal en el corazón de los alemanes que coparon el estadio del que era indiscutible local en cancha neutra.

Y entonces comenzó otro cuentito: la increíble historia de Arjen Robben, el hombre condenado a cargar una piedra hasta la cima de la colina, solo para que ésta caiga rodando y haya que volver a empezar. La trágica futilidad de la búsqueda de Robben ya va por su tercer episodio: primero cayó en la final de Champions contra el Inter en 2010 tras buscar alcanzarla durante toda la temporada porque se jugaba en el Bernabeu y buscaba venganza del ninguneo del Madrid; y apenas dos meses más tarde, los mano a mano tremendos errados en la final del mundo con España prácticamente decretaron la derrota de Holanda en la final del mundo. Mucho se habló de aquel equipo español que en verdad lució poco, y poco de los goles claritos marrados por Arjen con mucho frío pectoral. El equipo naranja dependió estratégicamente de Robben, que quedó como pescador esperando el pelotazo del Duende Sneijder; pero, como una especie de anti-clutch-player, Robben pifió las dos chances que tuvo, el partido fue a alargue y Holanda terminó segunda. En esta oportunidad Robben tuvo un penal en tiempo extra para poner un 2-1 que olía definitivo. Y, por supuesto, destino trágico y su mueca desagradable, que parece sonrisa, mediante, atajó Cech.

El del casquito es otro tipo de historia trágica: le tocó una nacionalidad irrelevante y participó sólo de un Mundial, sin pena ni gloria, siendo uno de los dos o tres mejores porteros del mundo. Para colmo en 200, ya tras su única experiencia mundial, un choque de cabezas casi lo mata: le recomendaron abandonar el fútbol, pero el tipo clavó casquito y siguió: “un gladiador”, lo califican sus compañeros, “jugaría hasta con la pierna rota”. Ya con 30 años, Cech olfateaba ésta como una especie de última chance. Pero el checo había responsabilidades claras en el primer tanto, y se tomaba el casquito internamente, sufriendo. Su compañero el elefante negro salvó las papas que se quemaban en la consciencia de Cech, amenazando con perseguirlo por el resto de su vida. Y, ocasión rara en su vida, tuvo revancha, cuando Robben se paró a doce pasos con el alargue ya en juego: le tapó el penal que hubiese decretado la muerte en vida del Chelsea y extendió la dura superviviencia del equipo azul, que siguió bancando hasta los penales la parada, como podía.

El otro que enfrentaba una última chance de conseguir el ansiado trofeo europeo perseguido trágicamente era el gran Didier Drogba. El marfileño, estandarte del coraje, fue el jugador fundamental de este Chelsea amurallado, que dependía de su aguante y su olfato para poder ganar los partidos por medio a cero. Las luchó todas, tuvo su premio a los 88, pero si aquel penal de Robben entraba no hubiera sido héroe ni valiente perdedor, sino villano, porque fue él quien torpemente había derribado a Ribery en su propio área. Cech salvó al marfileño también, al atajar aquel disparo del holandés errante, perseguido eternamente por la fatalidad.

Entre Drogba y Cech, de arco a arco, habían hecho todo lo relevante para el Chelsea. La confrontación final, cuyo resultado suele adjudicarse livianamente a la Diosa Fortuna, tuvo en este caso no tanto una explicación científica como existencial. La heroica resistencia del Chelsea, liderada por el corazón de estos dos viejos guerreros, llevó al cuadro inglés a los penales sabiéndose, ahora sí, por primera vez, en igualdad de condiciones. Ya había estado ahí, con Cech, Lampard, Drogba, Ferry, hacía cuatro años ante el United, había despilfarrado la oportunidad. Esta era su chance, quizás la última: y entonces no dudó. Y la fortuna premió la osadía, como dice el refrán latino: y evaporó los destinos trágicos del marfileño y el checo, redimiéndolos ahora sí definitivamente. Cech tapó el penal a Olic; luego la suerte le guiñó, en el último penal que pateó Shweinsteiger, al dar el balón en el palo. Y entonces era la hora de Drogba, el majestuoso elefante negro. Didier convirtió el definitivo. Le hemos dado muchas vueltas al asunto, pero la Orejona es de ellos porque lo merecían.

martes, 15 de mayo de 2012

Clemente, el hincha que desafió a la dictadura

Por Héctor Sánchez para El Día

Mucho le debe el hincha auténtico de fútbol, el futbolero de alma, al fallecido humorista y dibujante Caloi.

Desde el simple lugar de la resistencia cultural, Caloi encontró en el fútbol el rinconcito desde el cual contestar, fastidiar y desafiar a la mismísima dictadura militar en pleno Mundial 1978, cuando el tema de los papelitos en las canchas dividió las aguas.
Desde unos meses antes del Mundial, cuando los militares creían que tenían todo controlado en cuanto a la organización del máximo certamen de fútbol que se haya disputado en el país, la disputa se presentaba como despareja.
¿Cómo iba a poder una caricatura bastante absurda en su dibujo, un pájaro que no era tal pues no tenía alas, pero tampoco tenía manos y sí dos patitas flacas que lo elevaban apenas del piso y al que le gustaban con locura las aceitunas, ganarle una pulseada a los milicos en un tema tan popular y masivo como el fútbol?

Los voceros de los militares decían que era por una cuestión de prolijidad, que los papelitos que las hinchadas argentinas estaban acostumbradas a tirar al aire cuando su equipo salía al campo de juego podían afear el espectáculo, que de manera tan cuidada y organizada habían montado.
Pero Clemente (Caloi) no bajó sus banderas, ni la bolsa con papelitos que tantos de nosotros hemos llevado a tantas canchas, o en su defecto algún diario doblado bajo el brazo para convertirlo en papelitos, y el conflicto estalló.
Desde los poderosos micrófonos de Radio Rivadavia, el relator José María Muñoz defendía la prohibición, pero ante las críticas y burlas refinadas de no pocos colegas suyos y de muchos futboleros decía: "No estoy contra los papelitos, pero la gente tira también rollos de cinta de papel (los que se usaban y se usan aún en las máquinas registradoras de negocios y oficinas), que adentro tienen un cañito de plástico que puede lastimar".
Clemente tomaba nota de todo eso, y en algún momento llegaría la respuesta.
Con el Mundial ya empezado, Clemente recogió el guante de la prohibición militar y desde los tres o cuatro cuadritos de la tira diaria respondió con lo que tenía: una sonrisa pícara, unos ojos saltones y desafiantes y una lengua picante.
"Tiren papelitos" es la consigna, y el milagro comienza a tomar forma.
En el debut contra Hungría casi no hubo papelitos en la cancha de River; en el segundo partido -ante Francia- la tribuna popular que da a Figueroa Alcorta tiró una buena cantidad de papelitos, que fueron más aún en la derrota contra Italia. Pero fue en Rosario -siempre rebelde, siempre peleadora- en donde los papelitos coparían la parada en los tres partidos de esa fase, en donde la Selección Argentina lograría el pase a la final: una nube de papeles recortados cubrieron el estadio de Rosario Central, el Gigante de Arroyito, contra Polonia, Brasil y Perú.
En la historieta diaria, Clemente, a modo de cronista, daba cuenta de ello y los papelitos que dibujaba Caloi en la historieta también era protagonistas; mientras en laburos, lugares de estudio, mesas de bares y veredas, el guiño al personaje era cosa de todos los días, y era común escuchar un afable "che, ¿viste que hoy la siguió con lo de los papelitos?".

En la final contra Holanda, fotos y filmaciones siguen siendo la prueba irrefutable de cómo un personaje de historieta, al fin y al cabo el alter ego de tanto futbolero apasionado, le ganaba por goleada a la absurda pretensión dictatorial de prohibir los papelitos en la cancha.
Era, si se quiere, un triunfo modesto, humilde, como son muchas épicas populares, pero triunfo al fin y contra enemigos de mucho peso. Y era también una expresión de aliento futbolero de esos que se extrañan, cuando a los papelitos los tirábamos los hinchas genuinos, en lugar de las máquinas del cotillón oficial que la dirigencia aggiornada y cool del fútbol criollo impuso en estos tiempos.
Muchos tendremos ganas entonces de volver a tirar papelitos inocentes pero no tontos, para que debajo de esa nube de festejo de popular no se refugien las porquerías de cualquier barra brava de cualquier club, sino para la despedida de Caloi, el creador de un dibujo inclasificable, ni pájaro ni humano, que supo interpretar la frescura del verdadero hincha de fútbol.

Ciudadanos al poder: chispazos de pasión en un fútbol empetrolado


"One of the most overused words in
sports guys is incredible. I hate
to say it. This is incredible."
(comentarista en Rocky Balboa)

Parte 1
La petrolización del fútbol: hinchas y espectadores

Casi desde su fundación, los clubes de fútbol británicos han sido entidades privadas, lo cual despierta despistadas críticas pero resulta lógico, acorde a su tradición liberal que no ve sentido en que el Estado intervenga en la mayoría de las cuestiones, incluyendo el deporte; sin embargo, la avanzada de los petrodólares en el fútbol inglés provocó algo de alarma: los tradicionales chairmans, millonarios ligados a la comunidad, quedaban desplazados por mafiosos o seres anónimos de exótico origen que dejaban a cargo de su inversión al hijo, sobrino, nieto o cuñado. Pero con este corrimiento de lo local a lo global llegaban billones de libras esterlinas, jugadores estrellas y promesas de campeonatos: fueron muchos los seducidos inmediatamente. La pelicula Looking for Eric, en la que actúa el gran Eric Cantona, ofrece una mirada al mundo de los que se resisten, un reconocimiento breve a quienes resisten románticamente, a aquellos hinchas del Man United que fundaron, tras la compra del equipo por parte del empresario yanqui Malcolm Glazer, un club alternativo denominado FC United of Manchester. También muestra como, aún para ellos, el sentimiento, el amor por el club no cambia aún si los ideales ruegan resistencia. En el filme aparecen los hinchas atrapados por la encrucijada que se forma entre la tradición y el capitalismo global, el fin de las identidades (de hecho, la película trata sobre un obrero sometido sistemáticamente en busca de sí mismo, “Eric”).

El Manchester United es, en esta insistencia por clasificar a los equipos según clases sociales en un mundo que disuelve las diferencias en la masividad, el club de la alta sociedad de Manchester; en contraposición, el equipo históricamente sufriente, el equipo pobre y popular, es el City, el equipo de los obreros. Los citizens fueron durante décadas víctimas de todo tipo de desgracias, de 44 años sin ganar un título, de descensos y vaciamientos, y por supuesto, de las burlas del vecino que siguió siempre en la elite del fútbol y es más que un club, una marca mundial. Recibieron, entonces, los petrodólares de Sheik Manssur como un rescate providencial tras el endeudamiento contraido por el primer ministro tailandes Shinawatra, dueño anterior, y como una posibilidad de crecimiento imposible de otro modo. Y en efecto, el crecimiento del MC fue exponencial, proporcional a las inversiones estrafalarias del Sheik: 2009 los vio decimos, 2010 quintos, 2011 terceros y 2012 campeones.

Los hinchas de los equipos petrolizados no ofrecieron oposición, más allá del caso de FC United, al ingreso de estrafalarias sumas de dineros sospechosos. La federación, por supuesto, avaló el enriquecimiento de su fútbol, su jerarquización internacional de la mano de la llegada de verdaderas figuras del star system futbolero. El fútbol inglés, con su particular y espectacular estilo de juego, anduvo varios años necesitado de rivalidades fuertes, de estrellas convocantes: hace un par de décadas comenzó su proceso de “limpieza” que tomó, como medida principal para dejar fuera de las canchas a los violentos hooligans (si se quiere sobresimplificar, manifestaciones de esa subcultura disconforme, violenta, anti-civilizada, de la Inglaterra industrial) aumentar los tickets. Marginó así al “hincha común”, el de clase media o media baja, que va a la cancha como tradición y como modo de desahogo: el estereotípico protagonista del filme de Ken Loach, el aplastado por la rutina y la frustración. En la cinta, Eric busca elevarse a través del arte del fútbol por sobre su vida mundana: una especie de versión romántica de lo que supone para Norbert Elias el deporte, un modo de escapar a las constricciones de la civilización, de liberar las pulsiones reprimidas.

El plan que marginó al hincha al pub, el único lugar donde una persona de clase media puede ver un partido en comunidad, fue creado tras un trágico accidente en el estadio de Arsenal y la recomendación del célebre informe Taylor de que las canchas sólo permitan hinchas sentados. La medida fue replicada a medias por otros países, pero en Inglaterra redundó en la refacción de todos los estadios desde 1990 a esta parte, y la reducción drástica en la capacidad resultante llevó a la mayoría de los equipos a construir nuevos estadios o planear hacerlo. El fútbol sentado abrió paso a otra noción, el fútbol de teatro, el fútbol deshooliganizado y elitista. Los estrafalarios precios modificaron la audiencia del fútbol y también su naturaleza misma: de hinchas se pasó a espectadores, que asisten a un espectáculo, no a una competencia, donde esperan ver piruetas y astros. Allí está la semilla del concepto de la necesidad de espectáculo en el fútbol: para contentar a quienes, de saco y corbata, asisten a la ópera futbolística a ver a los divos. La movida se completó con la desterritorialización de los equipos, al mudar los estadios tradicionales de sitio, hacia faraónicas obras petrolizadas, monumentales teatros del consumo: Liverpool se mudó de Anfield a Stanley Park, Arsenal de Highbury al Emirates Stadium, bancado por la empresa Emirates, Chelsea y Tottenham planean de cambiar el escenario y el resto de los equipos de la Premier tienen proyectos para modificar sus estadios o mudarse debido al Reporte Taylor. En Estados Unidos, donde el deporte no tiene casi ningún arraigo comunitario (los clubes se mudan constantemente) decía con aguda mirada un fanático de los Yankees sobre la mudanza de su equipo del mítico estadio de los neoyorkinos, que para colmo fue demolido: “”




Parte 2
La redención del City

El City y el United venían cabeza a cabeza. Pero, vaticinio trágico, los ciudadanos permitieron que el United los alcanzara y hasta los pasara, cuando al entrar en la fecha treinta hilvanaron una derrota y dos empates... Y entonces llegó el clásico del 30 de abril, el más picante en mucho tiempo: el City se jugaba la vida, si perdía el United se le iba a seis. Pero, simplemente, lo quiso más: le alcanzó con un cabezazo de Company y la habitual tozudez de los equipos de Mancini y, a falta de solamente 2 fechas, lideraba de nuevo junto a su clásico rival con una diferencia de gol muy superior a la del Man U: dependía, como suele decir la casetera declaración, de sí mismo.

Ambos ganaron sus compromisos de la penúltima fecha y llegaron cabeza a cabeza al final: el empate en puntos coronaba por diferencia de goles al City, pero debía ganar. Enfrentaba al Queens Park Rangers, ascendido la temporada pasada y peleando mano a mano por no descender con Bolton. El ascenso del tradicional QPR en 2011 fue narrado atrozmente por el documental The Four Year Plan, una especie de reality de cuatro años protagonizado por los magnates de la Fórmula 1 Bernnie Ecclestone y Flavio Briatore, además de los empresarios Alejandro Agag y la invisible familia Mittal, que envió a su cuñado Amit Batthia en representación: estos cuatro salvan al QPR de la quiebra absoluta, invierten millonadas y todo con el objetivo del ascenso. Resulta que la bolsa, el premio por ascender, es uno de los premios más grandes del mundo del fútbol. El grupo de los cuatro propone una especie de plan realista que salvará al QPR de la muerte y lo llevará a primera en tres años: el plan que da nombre al film, paródica referencia a un plan económico nazi, resulta gracias al dinero y muy a pesar de Briatore y cía., una especie de colectivo caligulesco donde prima la ignorancia y el capricho. El único que se salva es Batthia, un tipo sensato, inteligentísimo, que de hecho sale tan bien parado que en el cotilleo virtual se ha sugerido que el muchacho es en realidad el dueño de la productora que hizo la película. Si bien esto explicaría el hecho de que tipos como Briatore permitieran ser filmados tomando decisiones absurdas, es incomprobable.

Bueno. El acertado comentario generalizado fue que quienes niegan la emoción en el torneo largo, con todo lo que hay en juego (descensos, copas y, por supuesto, el torneo), están largamente equivocados, creyéndose los mitos proferidos por dirigentes defensores del cortoplacismo como modo de salvaguarse a sí mismos, de no evidenciar su incoherencia dirigencial. Porque la definición de la Premier League, a pesar de la polarización en la lucha de la hegemonía, fue una de las definiciones más épicas que se recuerden. (Mientras tanto, el torneo local, cuyo último vencedor ganó con un par de fechas de sobra, ofrece campeones que luego salen últimos y equipos que pelean descenso y campeonato a la vez; el torneo que se juega de modo largo -el del descenso- mientras tanto, ofrece un atrapante panorama con seis equipos sangucheados en muy pocos puntos).

Los de Rojo visitaban al Sunderland, que ya no peleaba por nada. El QPR arrancaba la fecha un punto arriba del Bolton, pero jugaba contra el candidato. El Manchester City la tenía fácil. Aparentemente. Porque el United arrancaba ganando rápido con gol de Rooney, y la presión pasaba a los estigmatizados hombres de celeste, que se comían uña y dedo con cada vez más fruición a medida que pasaba el tiempo y el gol no llegaba. En cancha del Store, caía Bolton: QPR estaba a salvo por ahora.

Y entonces, en medio de un clima absolutamente tenso, Zabaleta le pegó al bulto y el arquero de los Rangers respondió como el que ataja sin ganas en el fútbol 5: carambola, gol y mucho alivio para el City, que ya se pensaba campeón. Bolton empataba y se salvaba, encima.

Y entonces, el mundo decidió ponerse de cabeza: un error defensivo del City le permitió a Cisse aplicar la ley del ex y empatar. Una gota de sudor frío se deslizó lentamente por la espalda de cada aficionado citizen. Algunos, los optimistas, lo consideraron apenas un escollo más. Todo había sido demasiado fácil, pero había aún cuarenta minutos para conseguir un golcito apenas contra un equipo que había llegado media vez. No había motivo razonable para preocuparse. Más tranquilidad aún le dio al City la expulsión de Barton por pegarle a Tevez. Ya estaba.

Y entonces, a minutos de que QPR quedara con diez, lo imposible: una contra, un centro y, por la espalda, Mackie metía el 1-2 con un cabezazo furibundo que hizo temblar el estadio. Con apenas veinte minutos por jugar, todo fue silencio e incertidumbre. La sequía se extendía irremediablemente otro año más. El reloj consumía los minutos como cigarrillos, con ansiedad, con vicio. De repente, ya iban 90. Bolton ahora caía y descendía irremediablemente. El United ganaba y se consagraba, mientras los hinchas se relamían pensando en las cargadas tremendas del día siguiente. Caía el enésimo centro y Dzeko empataba, pero iban 91 minutos, y con 3 más de recupero, parecía un gol para la estadística, para la burla del destino.

Con apenas noventa segundos en el tiempo de recupero, el City atacó, por primera vez en los últimos cuarenta minutos que fueron cuarenta años, por el centro. Agüero se retrasó para comandar y  profundizó para un Ballotelli que de espaldas hizo lo que pudo en el intento de devolver la pared. La pelota entró al area, atrás el Kun. Tenía el arco, pero antes mil piernas. Amagó, enganchó, amagó. Y le pegó, fuerte y arriba. Y sacudió el mundo. Gol del City. Locura en el banco, en las gradas, locura total, locura de los relatores, locura del mundo. El City era campeón tras 44 años, por diferencia de gol, con un gol a menos de 60 segundos del pitazo final contra un equipo que casi descendió. Fúbol.

El triunfo del City, con todo su irremediable color petróleo, rompio los horribles protocolos de teatro: los hinchas, que pasaron de la tristeza al borde del suicidio (todo con tal de no ir a trabajar al otro dia y recibir las cargadas por una pecheada historia, la enésima para un City que no salia campeón hace 44 años, y encima para darle el titulo a los vecinos) a la alegria mas increible y desmesurada, invadieron el campo entre lagrimas risueñas y saltos añinados por primera vez en un fútbol fuertemente protocolarizado. En ese momento el triunfo fue suyo, se apropiaron del título, del club, de la gloria los hinchas que habían gastado un sueldo en ir a la cancha. Todavia el futbol, a pesar de su globalizacion, sus entradas para ricos y sus despersonalizadas gestiones, sigue siendo, por algunos instantes aunque sea, de la gente, de la comunidad. El fútbol es mucho menos rebelde de lo que se piensa románticamente, mucho más eslabón del sistema que acto contracultural; y sin embargo... como dicen, irónicos primero y resignados al final, en Moneyball: como no ser románticos cuando se habla del fútbol, ¿no?

miércoles, 9 de mayo de 2012

Basta de discriminar: por la diversidad en el fútbol




Cayó el equipo más emotivo de la temporada, un equipo joven, tempestuoso, milagroso y corajudo que dirigidos por un Bielsa en su mejor faceta, la de formador, consiguieron pasar de un simpático anonimato a una final europea.

Pero el argentino tiene una tendencia enfermiza a la antinomia, y enseguida adjudica el triunfo a la trampa, el antifútbol: los de Simeone se defendieron y pegaron de contra mientras los de Bielsa “dignamente” fueron al frente. La realidad, sin embargo, señala algo diferente: porque el equipo del Cholo goleó y pudo haber hecho más de tres, y fue mucho más peligroso que un Bilbao que tuvo un mano a mano (0-2) y un tiro en el travesaño (0-3) ¿y cuanto mas? El Atlético de Madrid salió a la cancha a hacer el juego que más le gusta y más le convenía, y fue el dominador del juego aún sin ser el dominador de la pelota, porque dispuso lo que se hacía en la cancha. Hace unos meses había dicho ya Simeone que la tenencia de pelota no le interesaba, que se trataba de algo estadístico. Lo de ayer fue una demostración de que no existe una sola manera de jugar a la pelota, y mucho menos una forma moralmente superior: no hubo nada indigno en el fútbol del Aleti, que hasta se floreó.

EL PLAN PERFECTO

El Bilbao, en tanto, cayó en la trampa eterna en que cae Bielsa: su juego es de una intensidad feroz pero también predecible, unidimensional. Salió a hacer lo que todos, incluidos DT y jugadores rivales, sabíamos que iba a hacer: dejar jugar al Bilbao como quiere no es malvado, sino tonto. Por supuesto que el juego del Bilbao, sobre todo debido al convencimiento de los dirigidos del Loco, es peligrosísimo aún cuando se conoce el plan de juego: hay que bancar ese ida y vuelta, esa fuerza. Pero esta vez le salió todo redondo al Aleti. El equipo de la capital esperó atrás para pegar de contra con sus letales delanteros, y cuando ya se veía que el plan marchaba, el gol tempranero del Tigre Falcao dispuso un escenario absolutamente favorable para la estrategia del Cholo. El Bilbao se perdió en tres cuartos de cancha, enmarañado entre piernas enemigas, y dejó peligrosamente lejos a su defensa, con mucho campo para Falcao, Diego y la banda del Aleti: también ellos estaban convencidos en el plan perfecto de Simeone, y lo ejecutaron como asesinos impiadosos, como tiburones que huelen sangre, como campeones, que son los que no fallan, los que tienen la mirada altiva cuando no hay margen de error. Fueron tres, pudieron ser más, contra apenas un par de centros bilbainos que más que llevar peligro, lo insinuaron.

El 25 de mayo, como consuelo para ellos y varios de nosotros, habrá revancha para el Bilbao, en la final de la Copa del Rey, nada menos que ante el Barsa: los de Bielsa enfrentarán ahora sí un equipo que intercambiará golpe por golpe garantizando una final reñida con goles y emoción. Con el diario del lunes, los de Bielsa parecen tener más chances ante el blaugrana que ante el Aleti: el equipo de Simeone, bastante ninguneado a pesar del equipazo y un buen andar en la Liga (en parte, por el magnetismo del Loco y los suyos), siempre supo lo que tenía que hacer, porque siempre supo lo que haría el Athletic. Sin dudas a veces la obstinación de Bielsa le juega en contra: su obsesión casi romántica (romántica ahabiana, del barco contra la ballena, no romántica florida) con ir al frente tropieza siempre con este tipo de piedras. Pero mal no le va: al mérito del Loco, que llevó a una banda desconocida a sentirse imbatible, no hace falta adjetivarlo. Y habrá revancha para los bilbaínos que enamoraron con su entrega y conmovieron con su llanto: y no sólo la del 25. Son jóvenes y serán protagonistas.

Hubo un gran campeón y un señor segundo, hubo gloria para uno y honor para otro. Y listo: no hace falta, ante demostraciones de la maravillosa diversidad del fútbol como la de esta final de Liga de Europa, en el día en que han aprobado la ley de identidad de género en el país, discutir argentinidades retrógradas.

martes, 8 de mayo de 2012

Menos discursos y mejores explicaciones



No repitamos conceptos. Estudiantes continúa devorándose a sí mismo, como la serpiente Uroboros. Y ustedes han visto lo ridículo que es cuando un animal intenta comerse la cola? Así está Estudiantes, al borde del mamarracho, recordando con sus internitas, su puerta rotativa de técnicos y un fútbol inmirable al Pincha noventoso.

La CD asumió con promesas de poner el proyecto institucional por sobre el deportivo. No achicó el plantel, contrató jugadores de alto perfil por poco tiempo y confundió a todos con la designación del DT tras la salida de Russo: pasó sin escalas de Martino a Azconzábal, evidenciando que el famoso plan no estaba demasiado delineado. Si la idea era que entre Azconzábal y la Brujita sentaran las bases para el Estudiantes modelo 2012, el intento quedó a mitad de camino, y con un plantel de mucho líder la entrada de los pibes y los resultados fueronr esquebrajando la paz de los vestuarios. No hablaremos de trascendidos, pero lo que queda claro es que el recambio que tendría que haber comenzado ayer, será realizado desde junio por necesidad y urgencia.

Apuntamos recientemente el error de dejar ir a Azconzábal: el apuro por encontrar un DT volvía a dejar en palabras los planes de saneamiento, volvía a ubicar lo deportivo por sobre lo institucional. Cuando lo lógico era terminar el torneo con el Vasco con una bajada de línea clara de cara al futuro del plantel, y preparar así el terreno para un Estudiantes sustentable mientras se buscaba un DT que aceptara las reglas del juego, los dirigentes buscaron nuevamente técnicos antes de imponer las reglas, dejando que venga cualquiera a exigir lo que quisiera: y si piden tres, nueve o quince refuerzos es igual para una dirigencia que busca desesperada el resultado inmediato antes que el largo plazo.

Bueno, caído lo de Pellegrino, por siesta, lo de Sampaoli, por irreverente, y lo de Pelusso, por estar laburando, quedó en evidencia la movida errónea: Estudiantes sacó un interino para meter otro, para colmo con menos experiencia. Ante este panorama que dejaba en evidencia lo impulsivo de algunas decisiones, el manotazo de ahogado: traer al Doctor, su historia, sus espaldas, para acallar las voces disidentes y llevar a cabo la mentada reorganización sin cuestionamientos internos ni externos. Bueno, el gran Carlos Salvador Bilardo, fiel al club de sus amores, se ponía la camiseta contra su cansancio, contra su laburo, contra todo; pero los propios dirigentes que no encuentran la brújula le bajaron el pulgar al glorioso Narigón por rencillas entre ellos. ¿Cuál es el misterioso plan de la comisión? A esta altura, tras varios furcios y un presente complicado, se necesitan menos discursos elevados y más explicaciones concretas.

¿Era pertinente la llegada de Bilardo? Pregunta irrelevante a esta altura: lo que hay que preguntarse es qué pretende esta conducción que bajó a Azconzabal en un ataque de histeria y sin ningún plan, luego tiró nombres como si fueran hinchas hablando por la radio (repasemos: sonaron los novatos Pellegrino, Vivas y Palermo, más Sampaoli, Pelusso y Bianchi: todos pensados sin estudiar trayectorias, costos, ideas o, mas importante, funcionalidad con el club, y descartados en un pestañeo) para finalmente evitar la llegada de Bilardo, arribo que pintaba como esos mesianismos que mal terminan, si, pero también esperanzaba con un 2004 bis, cuando el Doctor limpió rápido y quirúrgico un plantel envenenado por las internas y armó la base del ciclo 2005-2006 que culminó con el título.

lunes, 7 de mayo de 2012

Política vendehumo: la banalidad de la iconografía sentimentalista


El conflicto por Malvinas despierta, lógicamente, la sensibilidad de un pueblo herido en su orgullo y en su juventud, que dejó sangre, vida y proyectos en la isla por una causa que se sabía perdida, por una orden de un grupo de ebrios desesperados. Bueno, es evidente que el modo en que el tema eriza la piel evita muchas veces desarrollar un debate profundo que supere el deseo nacional para adentrarse en las zonas más polémicas de la problemática. Por eso la importantísima aclaración que hacemos al lector es que este texto no tratará en absoluto sobre el conflicto en sí, que consideramos excede nuestra capacidad de análisis. No pretendemos por la siguiente negar la imperiosa necesidad de discutir la cuestión de a soberanía y los derechos económicos en una era que pretende haber superado los colonialismos. Tampoco es nuestra intención tomar el bando de los ingleses, que juegan al horror, a la moral mancillada, se erigen en protectores de la pureza del deporte con una caradurez que sorprende (al respecto recomendamos el artículo de Ezequiel Fernández Moores).
No es nuestra intención herir, pero sí polemizar acerca del uso que ha hecho, recientemente, la política del deporte y de este sentimiento a flor de piel de los argentinos sobre las Islas Malvinas.

EL LENGUAJE PUBLICITARIO Y EL FUTBOL

Existen imágenes, que denominaremos artísticas, que condensan narrativas (historias, conceptos), incluso imágenes que en su condensación explotan el espacio de los significados, juegan con los límites de la percepción, uno arte más tradicional y el otro de corte vanguardista. Una fina línea divide este tipo de imágenes con la publicidad: la imagen publicitaria reproduce narrativas, y para hacerlo utiliza no imágenes nuevas (o aparentemente nuevas, gracias a un cambio de perspectiva), sino estereotipos, imágenes, sonidos y discursos prestablecidos que, diseminados a través de los medios masivos, suscitan emociones masivamente. La manipulación de la emoción no a través del estremecimiento de lo nuevo, lo trascendente, sino a través del estereotipo homogéneo, es condición excluyente para penetrar en mercados globales, con culturas diversas, grupos etáreos distintos, etc..

En este sentido, el uso de la imagen publicitaria no amplía las percepciones, como se pretende con la imagen artística, sino por el contrario simplifica, homogeiniza modos de ver. A su vez, la diseminación masiva de estos mensajes publicitarios no solo polariza las interpretaciones sino que continúa la viciosa perpetuación los estereotipos del consumo sentimentalista que permite la instalación de cualquier producto en el mercado a través del discurso publicitario polar, del golpe bajo y demás artilugios.

El deporte, sobre todo el fútbol, ha estado ligado desde hace ya varias décadas a este tipo de construcciones publicitarias de identidades colectivas que unifican un territorio diverso (un mercado diverso) a través de una narrativa heroica y patriotera en la victoria y en la derrota. Esta construcción ha impedido, entre otras cuestiones, una reflexión más profunda sobre nuestro fútbol y nuestro deporte, cada vez más vaciado, nuestra política deportiva, cada vez más de exportación, y nuestro estilo de juego, cada vez más fundamentalista desde los medios, empecinado en no aprender, en no avanzar, en permanecer enquistados en una tradición mítica, fantasiosa.

El fútbol en particular supone una especie de centro neurálgico de la emoción argentina masiva, y por ello ha sido el coto de caza del sector privado, desde publicidad y medios hasta el empresariado. La resistencia institucional de las asociaciones civiles sin fines de lucro como forma organizativa de los clubes, que se bancaron incluso el aluvión neoliberal de los noventa, no ha impedido la creciente inserción de los capitales privados en el mundo de la redonda, que durante mucho tiempo estuvo en manos virtuales de Torneos y Competencias, el mayor ingreso de dinero en AFA y el que, en definitiva, imponía las reglas desde esa necesaria inversión (ampliaremos algunos conceptos en un futuro artículo).

Si hubo una esperanza de cambio cuando el fútbol pasó a manos del estado, rápidamente se evaporó: el Fútbol para todos fue utilizado desde el estado del mismo modo en que lo venía utilizando el sector privado, que busca vender. Si el sector privado buscaba vender espectáculo antes que promover deporte, el sector público hoy busca vender adhesión política. El deporte sigue siendo una herramienta de manipulación de masas, para consumir o para votar. El deporte sigue sin poder erigirse en deporte, ese ideal de pureza que hoy, despojados de inocencia, sabemos imposible.

PUBLICIDAD ESTATAL Y MANIPULACION

“Muchas veces escuché: ‘Le queremos dar una
alegría a los argentinos, que están sufriendo’.
Pará, boludo. Es un deporte, es un juego.
Después, claro, no podés volver a tu casa”
(Agustín Pichot en Héroes igual, de Marcelo Gantman)

La audicencia mayoritaria no disfruta (ni consume) deporte, sino sus mitos: mitos ordenadores, que dan sentido a una actividad que es a la vez menos romántica y menos explicable a través de reduccionismos románticos; pero sobre todo, mitos que construyen la sensación de pertenencia a algo más grande, mejor, algo que lo hace a uno mejor por ser “argentino”. El mito de la patria, sobre esto indagó Archetti hace un par de décadas ya, estuvo construido en la modernidad desde las escuelas, desde la literatura, pero también desde el deporte, y los medios deportivos tuvieron un rol fundamental en la diseminación del discurso nacional.

La publicidad, y el sector privado en general, aprovechan estos mitos, construcciones fundamentalistas, que no admiten grises, consumidas masivamente. Mediante el uso de estos discursos preempaquetados en las muchísimas propagandas, sobre todo en época de competencias internacionales, ligadas al deporte, la publicidad hace partícipe, liga sin esfuerzo, sin oposición del raciocinio del espectador, un producto al mito: por ello esponzorizar atletas exitosos (práctica que apenas consiste en ligar una marca a un deportista) constituye una perspectiva tan atractiva, tan económicamente eficaz.

La política, que debería estar preocupada en generar debates, se ha comportado históricamente de modo similar, ligándose siempre a los deportistas exitosos, y a los mitos deportivos nacionalistas, para generar una imagen pública idealizada de sí mismos, pero sobre todo construyendo ellos mismos mitos nacionales consumidos por la ciudadanía, que rápidamente repite debates polares que ayudan a la perpetuación de las opciones limitadas, que impiden el debate profundo, el cambio sustancial. El fenómeno de la militancia actual resulta un ejemplo elocuente: los jóvenes participan de la actividad política, sí, pero de una actividad política que se limita al seguimiento “a muerte” de un partido político, de consignas fundamentalistas que no admiten los grises que sí ofrece la compleja organización social de un país. Desde la militancia se construyen enemigos, dicotomías, en lugar de debates: el militante prefiere ser parte, defender una verdad reduccionista. Como botón de muestra, la esloganización e iconización de la política, que reduce proclamas sociales a frases con atractivo publicitario y degenera la imagen artística del grafiti -arte público, democrático que rompe con la tradición elitista artística al intervenir directamente en la sociedad y sus más profundas creencias (propiedad y autoría, rédito económico)- a la mera reproducción de estas propagandas políticas reduccionistas, a imágenes publicitarias; y su reciente adopción por parte de los propios políticos de ambos bandos, que discutieron la expropiación de YPF con atractivos cartelitos en sus bancadas que ligaban sus posturas a íconos inmaculados (la UCR y sus símbolos del pasado convertidos en estenciles para estampar remeras) y logos ingeniosos (el FpV y la igualación mediante el reemplazo de “YPF” por “CFK” en el emblema de la petrolera). (Sobre esta “futbolización de la política” ya nos hemos explayado).

MALVINAS

Hemos llegado a lo que nos interesa: el polémico spot de Malvinas. La política del Estado en torno a las islas ha consistido acertadamente en retomar el debate diplomático. Sin embargo, ante las constantes e ilegales negativas inglesas a sentarse a charlar, lo que era un camino claro que requería de paciencia fue transformándose en un reclamo sensacionalista. El punto más álgido fue la famosa publicidad que mostraba a Fernando Zylberberg corriendo por las islas, “entrenando en territorio argentino para competir en territorio inglés”.

Del spot se pueden decir varias cosas. El eslogan no resulta verdaderamente poderoso ni significativo, y pareciera apuntar más que nada provocar una reacción mediática del otro lado del Atlántico, lo cual logró. Pero la provocación no es de ningún modo una invitación al debate. Y tampoco lo es el lenguaje publicitario.

La publicidad reproduce una de estas imágenes enquistadas en el inconciente colectivo vía años de colonización simbólica: la música épica anónima, los primeros planos esforzados, todo huele a Rocky, a épica deportiva hollywoodense. Se trata sencillamente de una apelación al sentimentalismo nacionalista, que, a medida que la música sube su volumen y alcanza su clímax, no puede evitar erizar la piel del ser nacional que, aunque sea a regañadientes, todos llevamos adentro tras décadas de construcción escolar y mediática. Ya no interesa la utópica autonomía del deporte respecto a la política: ocurre que el lenguaje publicitario, que como hemos explicado es el menos apropiado para trasladar a los ciudadanos ideas políticas al reducirlas a insignificantes íconos que interpelan la emoción antes que la razón, traiciona la original intención de la vía de la diplomacia, al despertar sentimientos belicosos en Inglaterra y patrioterismo ciego en Argentina, corriendo así el eje del dificultoso debate con muchas aristas a una cuestión de posturas enemistadas, visceralmente irreconciliables. Gracias a este mecanismo derivado de los métodos para generar consumo, lo que genera el Estado son adeptos a su cruzada religiosa, y no mentes que busquen soluciones (que, por cierto, inmediatamente son calificadas de cipayos).

El spot mezcla política y deporte como se ha hecho desde siempre: el deporte moderno nace con la modernidad como una herramienta más de disciplinar. Siempre los políticos lo han utilizado como un modo de propaganda del modelo de país defendido, y si para muchos resulta aberrante el propagandismo en el deporte ligado al nazismo, al fascismo o a nuestra dictadura del 76, vale la pena recordar que la misma manipulación la han realizado países supuestamente democráticos con el fin de expandir sus doctrinas puertas adentro o hacia el exterior, como un modo más de justificar sus guerras, sus reclamos, sus causas. Este tipo de propagandismo es, entonces, peligroso: no porque implique el inicio de un enfrentamiento bélico con Inglaterra, algo que parece lejano más allá de las innecesarias provocaciones anglosajonas, sino porque lo que implica es el fin de los debates y la participación a conciencia de la sociedad en la política, que son el verdadero sustento de las democracias. 


jueves, 3 de mayo de 2012

¿Afuera los buenos?



El mundillo del fútbol, con sus códigos casi mafiosos, con su secretismo parecido al de una conspiración, nunca nos dirá las verdaderas razones detrás de las salidas de Mauro Boselli y gastón Fernández del once planteado por Zucarelli para Racing. ¿Encabezaron una especie de movida desganada para voltear al Vasco? ¿Pusieron demasiada mala cara a las decisiones del entrenador? ¿Ya se sabe que no seguirán en el club, quiene irse, y Zucarelli tiene la orden de comenzar a armar la estructura del equipo que, nos dicen otra vez, el año que viene presentará un plantel “limpiado”?

Lo cierto es que salen, que no estarán ante Racing. Y entrando ya en el terreno de las subjetividades, resulta raro que dos de los mejorcitos de esta mitad de torneo vean desde afuera un partido importante en cuanto que es ganable y Estudiantes necesita rascar porotos, acopiar puntitos en el cierre de la temporada. La Gata tuvo de hecho un comienzo excelente de campeonato, con goles y peso en los partidos, y ni remotamente fue el que menos corrió: hace poquito nomás lideró la última rebeldía del Pincha ante Colón, cuando se iba el tiempo y Estudiantes perdía 2-1. Boselli, en tanto, ha sido un ejemplo de sacrificio: no le llega un fútbol redondo, tiene dos chances por encuentro, y no solo se las ingenia para ser útil y constructivo con los ladrillazos que le tiran, sino que encima moja: no es un hecho menor, aunque la desilusión general del hincha permita minimizarlo, sacar a uno de los goleadores del torneo. Boselli no sólo ha jugado bien: para jugar en el modo sacrificado en que lo ha hecho se necesita compromiso, un compromiso difícil de conseguir en un tipo que sabe que se irá indefectiblemente cuando termine su préstamo. Eso habla de la identificación de Mauro.

El pronóstico fácil, no firma esta columna el gurú del fútbol, es que para salir de cualquier situación difícil se necesita compromiso y rebeldía, y no tirar improvisadamente un equipo de chicos. Un segundo pronóstico es que, si la salida de Boselli y Fernández implica su despedida del club en el corto plazo, bueno, eso resulta mucho más alarmante: ¿por qué son ellos, los mejores, los primeros que pagan el pato de dos temporadas malas? Se habla de planes a largo plazo, se habla de proyectos deportivos sostenibles: todo suena lindo. Pero las decisiones de Zucarelli, si son significativas institucionalmente, no solo deportivamente (en cuyo caso simplemente se trataría de una decisión del entrenador que no compartimos), parecen faltas de sensatez, un castigo al voleo. Y si son solo deportivas, ¿tiene sentido que un DT al que le prestaron las llaves remodele todo y genere tanto revuelo?

Si esta columna incendiaria es desmentida por los hechos en un día o una semana o un par de meses (porque vuelven Boselli y la Gata o porque Carrillo y el Rayo la descocen) que se autodestruya: no hay inconvenientes en reconocer que uno se ha equivocado en la lectura, que se ha tratado de un análisis apresurado, de un “no me toquen a la Gata y al Mauro”. Pero a priori, sin el diario tan criticado del lunes, resulta a todas luces preferible que los pibes jueguen en puestos donde los grandes no están bien y tampoco construyen anímicamente como lo hace, desde el juego, la dupla delantera del Mineirao. Huele a injusticia, y esperemos que se trate de una injusticia deportiva nomás.

martes, 1 de mayo de 2012

Las tapas de River



El diario Olé ya es el agente de prensa oficial del club River Plate. Comandado por un fanático talibán que deshonra al periodismo con su cesgado tratamiento de la realidad y si absoluta falta de tapujos para continuar con su cruzada, ha publicado en los últimos cinco meses alrededor de 60 tapas de River (la cifra es inexacta porque la página de Olé no reproduce algunas tapas). Como botón de muestra, es evidente que si más de un tercio de las cubiertas del diario deportivo más consumido del país son dedicadas a un equipo que milita por la B Nacional, hay un tratamiento profundamente desigual, no solamente desigual en el sentido tradicional oligárquico (el orden de los cinco grandes y el fútbol por sobre los demás deportes). Si para colmo sumamos las continuas tapas militantes del Barcelona al coctel, el original porcentaje de los demás “denominados grandes” (por la prensa de capital) en el tratamiento unitarista de la realidad deportiva se ve notablemente reducido a un par de tapas por mes: cuando no juega River.

River juega en la B pero para elidir esa fea sensación y, de paso, hacer unos manguitos con la sensibilería barata del hincha, siempre dispuesto a inflar el pecho en las malas (en lugar de indagar sobre los errores), el diario Olé, junto con AFA y sus árbitros de Primera y su televisación en HD, buscan hacer de cuenta que en realidad cada excursión del Millo es una final de Champions. El diario de Farinella se ha transformado en un portavoz absoluto de esta “heroica cruzada” (así la pintan) de Almeida y los suyos, al punto de que tras cada partido Olé realiza una entrevista central con algún protagonista. Cuando consiguen algún titular que apele desde el estereotipo menos cocinado a la sensibilidad del pobre hincha demasiado herido en su orgullo, hacen tapa: así tenemos la tapa del Chori eligiendo River a millones de euros justo después de uno de sus exabruptos, constantes notas a Almeyda, muchas de ellas tapa aún cuando no tiene ningún tipo de relevancia lo dicho, puro cassette (increíble la tapa donde se decía que de no ascender el DT se pelaría, y se publicaban las fotos de varios pelados notables…), además de dos de mis favoritas: “Queridos hinchas”, una tapa de Almeyda, Chori y Cavenaghi (a la santísima trinidad se ha sumado la última estrellita, Trezeguet, que metió varias tapas en un par de meses) haciendo referencia a una carta que estos escribieron, ¡a través del diario!, a los hinchas (el título juega además con la identificación de los protagonistas con la camiseta de River), y “Gorro bandera hincha”, donde intentaron poner fin al debate propulsado por ellos mismos sobre si festejar el ascenso de River mediante una foto de Cavenaghi festejando el título como un hincha en los albores del siglo, y las declaraciones del jugador en la bajada, refiriendo que sería el título que más festejara. Esta última tapa, además de continuar el énfasis del periódico en el aspecto épico de la campaña de River en la B, una especie de expurgación de sus pecados para retornar a su grandeza natural, ayuda a la causa del Olé de engrandecer la campaña de la B Nacional, que es, por si no lo olvidaron, la segunda en importancia.

A esta campaña hay que sumarle el constante desprestigio del torneo de Primera (ahondaremos próximamente en esta idea, ampliando el tratamiento al medio Un Caño y su reciente edición que propone que en la B se juega mejor) y las primeras tapas de la historia del diario dedicadas al ascenso obviando a River: han aparecido allí Instituto, Central, Quilmes…


De esta manera Olé instala los temas de debate futbolístico ("tematización") borrando lo deshonroso que resulta al hincha que River esté en la B y consiguiendo vender la misma cantidad de diarios, si no más, a partir de esta construcción de jugadores identificados y de un equipo en una cruzada. El resto de los medios reproducen las ideas de Olé, repiten que en la B se juega mejor (a pesar de que la mayoría de los equipos no hace pie al ascender, a pesar de que los que se quedan no pelean, a pesar de los últimos superclásicos que Boca ganó sin transpirar), dedican su tiempo a River y la B como si fueran la Primera, en fin. Es evidente que River representa un mercado tan importante que vale la pena esta distorsión de la realidad.