sábado, 30 de junio de 2012

Un balance algo antibielsista del 2011-2012 en Argentina


¿Qué es jugar feo? Nada, es un adjetivo vacío que no vuelca conceptos sobre la práctica. Así desfilan miles de artículos hoy por las páginas de nuestro periodismo: feo, lindo, lúdico, conservador, palabras tiradas al aire sin dar más explicaciones, mediante las cuales los periodistas no analizan sino que toman posturas, se unen a un bando (generalmente el bando bienpensante, progresista, que cree en la belleza como valor primordial del deporte).

Con ese afán contrera y simplificador es que se ha desacreditado al único equipo argentino consistentemente, coherentemente ganador. Campeón con dos fechas de ventaja el año pasado, este año se autodestruyó entre los puteríos típicos de los lugares donde hay poder: en la búsqueda de ser reconocidos dueños de la triple corona, Riquelme, Falcioni y Angelici entablaron una guerra secreta que el crá de Boquita hizo estallar cuando más le convino, antes de la revancha de la Libertadores. El claro boicot terminó en la derrota, pero no por eso cabe menospreciar a un equipo que peleó todo como muy pocos han podido hacerlo: la doble competencia mata las piernas de cualquiera, y con los planteles cortos, de poca jerarquía y mucho viejo que hay en el país, resulta hasta peligroso.

Ahora, el modelo futbolístico de Boca podrá ser del agrado o no del paladar de cada uno: pero no puede decirse que es mal fútbol el que consigue la vigencia y la coherencia que consiguió Boca, el nuevo monarca del fútbol argentino (aunque sin corona). Si la vara del torneo local, comparada con el fútbol europeo, suele considerarse (debido a razones ya tratadas, vinculadas al vaciamiento de nuestro fútbol por parte de los clubes europeos y los dirigentes autóctonos, y no a una intención de juego superior de una sociedad más civilizada como a veces se pretende hacer creer) una vara bajísima, un fútbol horroroso, lo mismo no puede considerarse con tanta facilidad del fútbol sudamericano en su totalidad, sobre todo con Brasil preparándose con gran inversión privada para potenciar su liga y acercarla al nivel europeo, para afrontar su mundial. Boca afrontó el examen continental de buena manera, con un poco de suerte en los cruces pero despachando a Fluminense y trastabillando solo ante un equipo igualito a sí mismo. Por cierto, el cruce contra la ingenuidad bielsista en modo latino volvió a mostrar los límites de un modelo tan fundamentalista, tan negador de una parte integral del juego como es la defensa.

Hemos hablado recientemente acerca de la propensión del periodismo a tomar partida antes que analizar. Boca fue víctima de ese afán de alinearse ideológicamente a bandos (Bourdieu explicaría el capital simbólico que otorga esta operación, que jerarquiza a quien emite una opinión bien considerada por el centro del campo, por la hegemonía). Varios equipos le siguieron el tren en el torneo local, pero jugando una sola competencia. El promocionado Velez volvió a flaquear. Tigre fue puro coraje, pero se quedó en las puertas de la epopeya ante un Arsenal sólido y oportunista. A Ñüls, modelo Martino que de Bielsa nada tiene, le faltó experiencia. Ahora, todos esperaron que Boca caiga, excepto el supuestamente conservador: los de Alfaro despacharon a domicilio a Boquita y liquidaron la cosa en casa. Merecidos campeones, aunque se rían todos y opinen que se trata del triunfo de Grondona. ¿Acaso Tigre no tiene una banca política y económica evidente? Y ya que estamos en el tema Tigre, quien haya visto sus partidos sabrá que su fútbol no era tan lírico como proponen. Cuidó mucho su quintita de visitante, supo pegar de contra y la clave del éxito residió en una defensa ordenada que bancó a los titanes que la rompían arriba.
El bielsismo es la nueva Biblia de muchos, y enceguece a más de uno. El modelo europeo podrá adaptarse a una lógica del espectáculo, pero el modelo latinoamericano, con sus muchísimas carencias económicas, tiene más chances de competir en la arena internacional adoptando modelos más modestos, organizados y aguerridos. All Boys, Unión, Ñewell´s, el campeón Arsenal, Boca y hasta, en un punto, el Tigre de Arruabarrena hicieron mucho con poco.
Las etiquetas son entonces practicamente un capricho que terminan escondiendo una verdad que debiera ser básica en el fútbol: mientras que la idea de proponer siempre sin pensar en el rival parte del orgullo, del machismo y de la ignorancia de creerse siempre superiores, suele triunfar (a veces no, porque hay equipos que gracias a cierto poderío -generalmente económico- son simplemente avasallantes) quien desde la humildad reconoce sus propias falencias, las protege y ataca las del rival. Si el fútbol es, como Panzeri y los defensores de la ludicidad proponen, un juego de engaños y no de mecanicismo, el engaño no debiera implicar simplemente la gambeta; el engaño como estrategia, desde el equipo, es en realidad fundamental. Cuando un equipo A logra que el rival B juegue el partido que A quiere, A lleva las de ganar (después el fútbol, en un partido, derrumba todo análisis; a largo plazo, sin embargo, quien piensa mejor gana más). Muchas veces un equipo se para de contra y te emboca después de defenderse 80 minutos: quienes lo atribuyen a la suerte ningunean la planificación y, en definitiva, ven el fútbol como ellos quieren, idealizado, un juego desorganizado donde todos van para adelante. En verdad, ese fútbol tampoco existe en los potreros: en cualquier juego surgen naturalmente las estrategias de los menos dotados para superponerse a sus deficiencias.
Y si el fútbol argentino, como hemos planteado y plantean todos, es un fútbol vaciado de talento por cuestiones que exceden lo deportivo, para conseguir objetivos, para pelear cosas, para ganar, hay que pensar, y después correr. Cuando hay talento, potenciarlo desde la estructura; cuando no lo hay, seguir el humilde ejemplo de Arsenal, All Boys, y que después los demás digan que el fútbol argentino da asco y que jugó mejor el quinto que uno. Que lo digan, mientras uno juega copas internacionales y disfruta de trofeos en las vitrinas.

MIENTRAS TANTO, EN LA B...

Categoria redescubierta con el tipico entusiasmo folclorista que quiere creer que esa cosa autoctona, pobretona, es mejor, mas genuina, mas vital. El encanto es innegable, y no hacia falta que juegue River para descubrirlo (bueno, en realidad, mediaticamente si). Tambien es innegable que en la B se juega mucho peor, con brio pero con pocas ideas y aun menos “talento” que en Primera (aunque con mas distracciones y mas espacios, y por ende mas goles). La supuesta superemotividad del torneo quedo desmentida cuando, cuatro fechas antes, quedaron matematicamente asegurados los primeros cuatro puestos. El supuesto torneo parejo en el que todos iban para adelante termino siendo un torneo tan monopolizado como el español (curiosamente, otro torneo que se cree emotivo y no lo es), pero lo que es peor, con los predecibles líderes perdiendo puntos en todas las canchas. Las fechas finales fueron una demostración, además, de que jerarquía futbolística no es nada más jugar “lindo” (cosa que ninguno de los cuatro líderes, tampoco River, hizo nunca): Central, River, Instituto y Quilmes se dedicaron a perder puntos, a ceder posiciones, y su fatal incapacidad para ganar cuando había que ganar (por supuesto, en un marco de presiones histéricas) terminó dotando de emoción a un torneo que fue divertido por el morbo de River en la B y nada más.
Los cuatro llegaron a la fecha final con chances de campeonar, pero solamente por su incapacidad de ser equipos, convencidos en un plan antes que dependientes de la mañana de los dos o tres cracks. Apenas Instituto supo a que jugaba (el equipo bielsista que a pesar de su fútbol avasallante terminó en promo después de puntear 35 fechas y seguirá en la B); los demás fueron emotividad en las buenas y nervios en las malas, le tiraron la camiseta a más de uno y terminaron subsistiendo gracias a un plantel con base de primera (es decir, gracias al poder económico).


EPILOGO

El ultimo concepto: todos los torneos, de 19, de 38, de tres temporadas, fueron peleados hasta el final y se definieron por puntitos. Algunos diran que es debido a la naturaleza cambiante y pedorra del fútbol en Argentina, pero no interesa: lo que importa es que se desmoronan año tras año los argumentos contra torneos largos. El torneo corto sigue teniendo un campeon desprestigiado y el largo sigue siendo emotivo. Ahora, el mamarracho de los dos medio-campeones que comenzará desde agosto, una nueva improvisación, ya fue realizada sin éxito en 1991. Duró apenas un añó (el gran Ñuls del joven Bielsa campeona ante Boca, batacazo de esos maravillosos del fútbol) y dejó de existir para que florezcan los torneos cortos, supuestamente democráticos pero en verdad, torneos que si bien nivelan las diferencias adquisitivas reducen la justicia deportiva a una racha y premian el cortoplacismo. ¿Por qué no el modelo más sencillo y transparente? Para colmo, subsisten los modos super largos de definir los promedios (tres temporadas) y por ende se utilizan criterios diferentes para definir la lucha arriba y abajo. ¿El resultado? Obviamente, lo que podría haber ocurrido con Tigre, que no sólo pudo campeonar y descender, sino que en un momento jugaba un desempate por la promoción y otro por el campeonato. ¿Qué va a pasar cuando el equipo que más sume en la temporada no gane ninguno de los dos torneos parciales y quede afuera de la final? La respuesta es obvia: si no es Boca o River, nada.

sábado, 16 de junio de 2012

DIA DE GRACIAS

Para Solos Contra Todos



Verón no vende humo, señores. No dice lo que quieren escuchar los medios, tampoco la gente. Dice lo que piensa. Y se dedica, antes que a decir, a hacer. Llega primero a todos los entrenamientos. Disfruta de la vida en el Country. Ama el club y si hay que jugar con medio tobillo, con la espalda a la miseria, con un dolor tan generalizado que es imposible de puntualizar, se juega así, con coraje, con entrega. La divisa ante todo. Mucho se habla desde afuera, pero la realidad es que sus compañeros lo idolatran. Verón, desde el ejemplo antes que desde el discurso, obliga a terminar con las excusas, obliga a ser mejor. Es un fantasista porque hace los sueños realidad.

Hay toda una bruma triste en el hincha que sabe que se despide el tipo que se bancó todas con tal de llevar al club a la gloria. Pero por eso justamente llegó el día en que, antes que lagrimear, hay que devolver con afecto la revolución pelada: hoy es Día de Gracias. El día para agradecerle al Pelado su amor, al volver contra dólares y consejos al club de su vida. El día para agradecerle que no haya retornado por el aplauso fácil, que haya puesto el cuerpo detrás de la causa hasta inmolarse la salud, que haya puesto el alma a pesar de los retrógradas que envidian y quieren destruir. El día para agradecerle aquel título repleto de genética pincharrata, contra todas las chances, del 2006, año de su regreso. El día para agradecerle su paternidad sobre el vecino, cimentada antes que en el juego superlativo, en una dominación ejercida desde la pertenencia, desde el orgullo, desde el corazón.

Porque es el día para agradecerle a Verón lo que ha construido, que no se limita a edificios de primer mundo o esponsoreo: Verón reconstruyó en Estudiantes esa identidad dispersa tras años de gestiones malas y jugadores de paso. Es ADN Pincha en estado puro, y volvió para volver a encender esa llama en el club, en los hinchas jóvenes, en los jugadores que llegaban o que subían de las inferiores: hoy hay militancia pincharrata nuevamente, desde nosotros, y también desde los jugadores. Verón edificó la pertenencia al club no desde palabras bonitas, sino volviendo a pesar de todo, contra todo, jugando a pesar de todo, contra todo.

¿Cómo no seguir al Capitán Ahab hasta la muerte, entonces? Así lo entendió aquel plantel que comandado por La Brujita alcanzó la gloria en el Mineirao. Otra vez, contra todo, contra 50 mil almas, contra las probabilidades, contra ese gol en contra. Era la saga del destino, era el hijo que levantaba el trofeo que le habían dado al padre porque ya cansaba llevarlo cada año a La Plata. Nuestra Copa. Verón volvió y cumplió un sueño que, cuando llegó, nadie podía siquiera imaginar. Tras 23 años de sequías había cierto acostumbramiento a la medianía: una buena campaña, claro, un torneo local, difícil… Una Copa Libertadores, sencillamente un sueño. Verón volvió y cumplió el sueño de todos, porque creía que era el destino del club. Hoy es el día para agradecerle a Verón querer siempre más.

Verón cambió todo porque cambió la mentalidad. Desde afuera seguían con el chiflido, con el inglés, con el traidor, con el tiki tiki. Que digan lo que quieran. Verón es nuestro, y mientras muchos hablaban el construía. Sus soldados pusieron de rodillas al mejor de la historia, y poco y nada se dijo: sobre todo, que Estudiantes debía haber atacado más. Aquel descomunal esfuerzo se engrandece con el tiempo.

Verón habla poco, elige sus palabras: “El que quiere espectáculo que vaya al teatro”, dijo tras las chicanas del tres veces descendido Cappa. Y con sus pocas palabras y su entrega inclaudicable, el Pelado hizo escuela. En el título del 2010 estuvo más afuera que adentro, y sin embargo fue indispensable: Verón hizo escuela entre sus soldados, escuela pura cepa pincharrata, esa que busca siempre el modo de ganar antes que el modo de agradar, esa que se entrega. Sin excusas, con humildad y solidaridad, el Rastrojero que parecía destartalado fue campeón. Ese título otoñal en su carrera es quizás el premio máximo a lo que construyó, un título en el cual no fue indispensable ya su liderazgo, porque las almas de sus compañeros ya habían sido transformadas, estaban hermanadas destrás de la divisa, como él siempre había querido. No hay un solo tipo que haya jugado con Verón y no haya aprendido algo.

Y sin embargo el tipo se inflitró en aquel torneo hasta quedar incapacitado para jugar de por vida. Y después jugó un año y medio más, para ponerle la espalda a la pálida, para comandar la transición, porque sus compañeros, esos que supuestamente lo odian, le pidieron que siguiera. Verón es enorme, pocos entregan el cuerpo como lo hizo él. Verón dejó todo, todo, pero no el todo mediático, casetero: Verón dejó el tobillo, la espalda, el alma. Me hacés llorar, la gran puta. Hoy es el día para agradecerle a nuestro Juan Sebastián Verón haber resucitado a Estudiantes. Capitán de los sueños, Comandante de corazones, el 11 de mirada hosca hizo lo que nadie creía y nos hizo volver a creer. Plantó una semilla que perdurará por décadas. Hoy sí o sí, la gran puta, nos quedamos todos afónicos recordando, lagrimeando, que ésta, la que todos odian, la que todos quieren tener, es la famosa Bruja que volvió a Estudiantes para ser campeón. Y festejar como un chico que cumple su sueño. Gracias Capitán, gracias eternas por hacernos acordar de qué se trata Estudiantes.

Un ser de otro mundo, de paseo por éste




Se va, viejo. Se retira el Pelado, el Comandante de la Pinchedad, el Capitán. Se retira como siempre, dejando hasta la última gota de sudor, jugando en un tobillo partidos que muchos consideran irrelevantes, corriendo como un pibe, predicándole con el ejemplo al kínder albirrojo que lo acompaña por estas fechas en la formación inicial. Que merecía otro final? Claro que sí. Aquel emotivo pedido de parte de un plantel que, se hablen las pavadas que se hablen, lo banca a muerte, hacía presagiar una despedida con gloria. Pero esos finales quedan para las películas. Creeme igual, viejo, que el adiós al capitán va a ser a pura lágrima, a pura emoción. La Brujita es el hincha adentro de la cancha.

Antes de su año final, marcado por las lesiones y la irregularidad del ciclo, La Brujita cumplió todos nuestros sueños, todas sus promesas. Volvió, y no volvió rengo, sin nada para dar y con mucho por cobrar: volvió pleno, entregó todo, incluso su sueldo, su plata. Quien terminaría siendo, en 2009 y 2010, el mejor jugador de Latinoamérica, llegó allá por 2006, soñando con jugar las semis de la Libertadores que jugara su papá. No pudo ser, pero nada desanimó al tipo, a ese cerebro competitivo, ganador, como todos. En sus primeros seis meses Verón cumplió el sueño de salir campeón.

Hoy quizás, engolosinados, no recordemos lo que significó aquel campeonato: Estudiantes no era campeón desde el 83, y peleaba el descenso desde el 90 casi todos los años. El hincha se había acostumbrado a cierta mediocridad, algo feliz cuando se metían un par de partidos seguidos o se ganaba un clásico, algo triste cuando el club se llenaba de aves de pase que vaciaban las arcas y se iban rápido tras campañas nefastas. En aquellas temporadas de Merlo y Burruchaga, no eran muchos los que creían verdaderamente en pelear un título. Ni siquiera el arribo de Verón le permitía al grueso del hincha soñar: simplemente no era concebible, nos habíamos acostumbrado a ser un club de esos que no pelean, que juegan a lo sumo por entrar en una Copa.

Y entonces volvió, él, el hijo de su padre, el heredero de la mística. Para mostrar un universo diferente de posibilidades, para demostrar que éste era un club grande, un club lleno de tradición y de hambre. Estudiantes volvió a ser un León joven, angurriento, pasó por arriba a todos y forzó aquella épica definición en la cancha de Vélez ante Boca. Cuando el árbitro pitó el final aquella tarde, ¿cuántos creían lo que veían? ¿Cuántos no sabían cómo reaccionar? Estudiantes era campeón. ¿Qué decir de aquella noche en el Mineirao entonces? Todavía hoy me froto los ojos, todavía hoy no lo puedo creer. Verón jugó lesionado la ida, sacrificio común en él por los colores, y se emocionó por primera vez con un título en su vida. Eramos campeones de América, viejo. Era el trofeo del destino, la Copa compartida con la historia, con el pasado, con la familia. La Copa que se vino primero que nada a La Plata, cuando fuimos tricampeones y nos la regalaron por afano, por vagancia, para no seguirla transportando.

¿Qué andaba haciendo el Pelado antes de venir? ¿Vacacionaba en algún club ruso sin jugar? No, señor. La Brujita la rompía en el fútbol italiano, en aquel Inter de los argentinos. En el año antes de tornar al Pincha, levantó la triple corona: Liga, Copa y Supercopa italianas. En 2005, Copa Italia y Supercopa. Cuando Verón anunció su partida a La Plata, tironeaban dirigentes y compañeros. No importaba las sandeces que se dijeran, sus compañeros sabían la verdad: el que se iba era un número uno, un fantasista, un ganador. La Bruja venía de una temporada para el olvido en Chelsea, con una operación que lo tuvo fuera de la cancha y un DT que no lo tenía en cuenta. Su paso por Manchester, antes de pasar a los Blues, fue un poco mejor: mimado por Ferguson en un principio, cómodo en un club ejemplar, Verón alternó brillo y opacidad para levantar su único título Premier, en 2003, y cortar con una sequía personal de 3 años. Pero terminarían cediéndolo al Chelsea: su pase multimillonario y las expectativas generadas le jugarían en contra.

Porque el Verón premier no fue el Verón fantasista del calcio: el que la rompió toda en la Lazio, pero toda toda eh. En 2000 lograba su primera triple corona italiana, algo que en la historia modesta del club romano significó inmediata idolatría para el Pelado. El mejor Verón. Sus pasos anteriores por Parma (con Copa Italia incluida) y sus inicios en Sampdoria habían ya mostrado todo lo que tenía para dar la Brujita, y lo cómodo que se sentía en aquel fútbol férreo, pensado y valiente. El mejor Verón jugó en el mejor Calcio.

El salto a Europa pudo darlo gracias a su breve paso por Boca, inexorable vidriera. Los únicos seis meses argentinos que no pasó en Estudiantes, porque hasta cuando lo llamaron anoticiados de que volvía al país, para tentarlo con jugosos contratos desde los grandes de capital, ni así la Brujita quiso jugar en otro lado que no fuera el Pincha. Aquel que lo vio ascender albirrojo de emoción como un joven talentoso e impertinente en el 95, para emigrar inevitablemente a las grandes avenidas del fútbol. ¡Pero si Verón nunca se fue! Si desde Europa ayudaba al club, si vacacionaba en el Country, su casa desde que su viejo lo ponía a patear mientras entrenaba a los 4 años, desde que se rateaba juvenil del colegio para ir a jugar un rato a la pelota entre la historia viva de Estudiantes. Verón es Estudiantes, Verón llevó la estirpe a pasear por Europa y volvió, cansado ya de crecer él, para hacer crecer al club, para cambiar todo. Más León, viejo, que este tipo secote, talentoso, inteligente y hambriento no hay: gracias Brujita por hacernos grandes con tu fútbol fuori clase. Ya lo dijo Pachorra: “Capaz que Verón es un alienígena…”.

Se va, viejo, se va pero se queda. Se queda para siempre el mito, con nosotros, como enseña que hay que seguir. Y se queda también la persona, para ayudar, para guiar. Siempre estuvo, ¿por qué habría de cambiar?

martes, 12 de junio de 2012

La conspiración de la lluvia



El agua jugó para Rafa Nadal y lo coronó por séptima vez en Roland Garros

Lo ganó la lluvia, cuando parecía que causaba el destronamiento de Rafa en su reino de polvo de ladrillo. En Francia, la lluvia pareció conspirar primero contra Nadal para luego convertirse en la clave de su séptima conquista, historia pura. En la corte francesa de Roland Garros, el Rey Rafa rige hasta sobre el clima.

En el partido jugado el domingo, Nadal dominaba mental y tenísticamente hasta que la lluvia comenzó a frustrarlo. El efecto que aplica a la pelota, ese top indomable que en polvo constituye la base de su reinado, disminuye su eficacia en una cancha mojada, con pelotas mojadas. Pasamos así del banco destruido por el raquetazo de un Djokovic impotente, que estaba dos sets y quiebre a cero en una final que ya todos daban por terminada, a la pelota arrojada por Rafa al juez para demostrarle cómo había aumentado su tamaño por el agua, cuando Nole hilvanó 8 juegos consecutivos, ganó el tercer parcial y se puso 2-0 en el cuarto.

Entonces los jueces decidieron la suspensión del encuentro. Nadal discutió con el juez, exigiendo explicaciones por haber permitido que el juego siguiera durante una hora en medio de la garúa. Pero por más circo que se montara lo supimos todos: el parate constituía un freno a la avanzada del número 1 del mundo. Nadal tendría la chance de calmarse, descansar su físico siempre sobrecargado por su estilo de juego y, sobre todo, de salir a la cancha pensando que bastaba con ganar cinco juegos para llevarse el séptimo trofeo en el Grand Slam francés.

La relación conspirativa entre Nadal y la lluvia no es nueva, se remonta al regicidio de Wimbledon 2008, cuando el entonces Emperador Federer volvió de estar dos sets abajo y parecía destruir la moral de un joven Rafa obsesionado con la pesadilla de la derrota del 2007 en el mismo escenario. Pero entonces la lluvia frenó al más grande de todos y con su sonido íntimo calmó al regicida que sería rey. La lluvia fue la principal aliada del Rey Rafa cuando éste, en la Catedral del tenis, conquistó el trono.

SENTENCIAS DE MUERTE

Ahora, el poder es caprichoso y difícil de controlar, y Roger, dado por muerto en Wimbledon, volvió de la tumba para recuperar su reinado exiliando a un Nadal desgastado. Rafa cayó en desgracia, y los rumores sobre su fin rondaban el reino del tenis. Aquella fue la segunda muerte del español: la primera había acontecido en Wimbledon en 2007, un año antes de su iconoclasta destronamiento. Pero, como afirmó alguna vez el beisbolista más célebre de todos los tiempos, Babe Ruth, “simplemente no puedes vencer a quien nunca se da por vencido”. Rafa fue pronunciado muerto con apresuramiento, volvió de su exilio y recuperó el trono por prepotencia de trabajo.

En el convulsionado reino tenístico no le duró mucho a Rafa el reinado: cuando parecía aplacada la rebeldía de Federer, apareció un nuevo hereje. Novak Djokovic conquistó aliados con su carisma y en una avanzada sensacional aplastó a Nadal  6 veces en 2011 y una más en los albores del 2012 en la batalla de Australia, una de las más grandiosas contiendas que recuerde el deporte. El serbio, con su destreza natural que recuerda a la de Federer el Grande y una fiereza y hambre propias de Nadal el León, era el nuevo rey del tenis. Rafa fue dado por muerto.

Pero, simplemente, no se puede vencer a quien nunca se da por vencido. Nole flaqueó: lo más difícil es mantenerse, requiere de madurez, de constancia, y el joven e inexperto Djokovic, quizás algo satisfecho, quizás algo confiado, se mostró vulnerable. Rafa comenzó a planear su regreso al poder al darse cuenta de que el Rey Bufón no podría repetir la campaña del año anterior. Esperó. Acechó. Con la paciencia de los sabios, preparó el terreno para una batalla clave, en su casa, Roland Garros, donde apenas perdió un encuentro sobre 52. Rompió la racha de derrotas ante Nole y el aura de invencibilidad que se gestaba alrededor, con las victorias de Montecarlo y Roma. Djokovic no era el mismo: hasta pareció que no alcanzaría la batalla prometida, pero el enfrentamiento era cosa destinada. Habló entonces Rafa con su vieja aliada, la lluvia, le ordenó estar atenta: si lo notaba cansado, si lo notaba frustrado, si su rival comenzaba a mejorar, debía conjurar una tormenta que frenara la batalla. Así consiguió Nadal, un lunes, herir de muerte al monarca serbio, que perdió el encuentro con una doble falta y vio frustrada la chance de conseguir los 4 torneos grandes y entrar en un selecto grupo fuera del cual figuran nombres legendarios del tenis: Sampras, Borg, Lendl, Connors… Si ellos no pudieron, ¿por qué habría de serle sencillo a Novak alcanzar la gloria?

Tras la derrota en campo francés, muchos se apresuran a dar por terminada la era Djokovic, obviando que el serbio ha estado en las últimas cuatro finales de majors (todas victorias contra Nadal hasta el lunes) y que, seguramente, recuperará su voracidad con una derrota que necesitaba. Estará herido y vulnerable, pero no hay rivales serios para Nole más allá de Rafa y, en un buen día, Federer. Djokovic sigue siendo el Rey. Un monarca bajo presión que deberá mostrar, en la Catedral del tenis en apenas dos semanas, su grandeza en la adversidad para demostrar que merece un lugar en la historia.  

viernes, 1 de junio de 2012

Zonas libres


A la memoria de Miguel Romano



El antropólogo Eduardo Archetti, a quien hemos mencionado ya un par de veces, proponía dos fundaciones para el fútbol argentino. La fundación inglesa, original, nacida fruto de la inmigración inglesa al país y la subsecuente instalación de schools (institutos que, sin ser privados, se reservaban el derecho de admisión), incluía en su currícula el fútbol como modo de apaciguar a los hormonales jovencitos y enseñarles la necesaria disciplina. Se trataba, en efecto, de un juego más mecánico, más sujeto a pautas, un juego férreo, organizado fuertemente, que hacía hincapié en el trabajo en conjunto. Pero el deporte inglés, con el correr de los años, fue adoptado por las clases populares hasta provocar una transformación total en el juego. El ingreso de la chusma devino en la formación de clubes criollos, por fuera de las schools, y cuando estos se volvieron contendientes serios en los torneos de fútbol, los ingleses se retiraron de la práctica de un deporte copado por las masas a prácticas más elitistas (rugby, hockey).

Esta segunda fundación, fechada en 1913 a partir del primer campeón predominantemente criollo (Racing) y el retiro del campeón emblemático de la era inglesa (Alumni), constituyó una reinvención del estilo de juego: de ser un deporte fuertemente sistemático y colectivo, se transformó en un juego creativo, individualista. Las clases populares se apropiaron del fútbol sobre todo al sacarlo del marco escolar y practicarlo al margen del estado, en los potreros, sitios desregulados que Archetti denominó zonas libres.

El sustento antropológico que Archetti dio al discurso de “la nuestra” (basa sus investigaciones en la narrativa creada por El Gráfico en 1920 y que atraviesa y cesga todo análisis futbolístico en Argentina) quizás haya dejado al margen ciertas características no tan poéticas que resultan de la práctica libre y desregulada: la trampa y cierta propensión a la violencia (después de todo, no hay justicia, por ende hay justicieros) y el carácter fuerte resultante de dicha inclinación, que también son parte del fútbol de zonas libres. El acierto del concepto resulta, sin embargo, revelador, al explicar sin discursos genéticos la fuertísima impronta creativa del fútbol practicado en zonas libres.

Ningún otro deporte se practica en Argentina en zonas libres. Muchos han adoptado ciertas características potrerísticas por osmosis: todos los deportistas han jugado al fútbol además de practicar su disciplina, probablemente con cierta asiduidad; la tradición, el estilo, vale agregar, se reproduce incluso alcanzando a aquellos argentinos que no juegan al fútbol en potreros. Así, nuestros jugadores de hockey, de basquet, de rugby, algunos al menos, muestran de vez en cuando chispazos traducibles como “de potrero” por una interpretación del deporte fuertemente futbolizada (como ejemplifica este artículo). Lejos están en Argentina, sin embargo, los deportes (y también la mayoría del fútbol profesional) de practicar esa variante de potrero, creativa pero fuertemente individualista y desorganizada. Como explica Marcelo Gantman en su reciente libro, “Héroes igual” (que debería ser fundacional hacia una nueva interpretación del juego), alejados de esa lógica folclórica muchos deportes han sido exitosos en Argentina a partir de la organización y el proyecto a largo plazo como modo de apuntalar el talento. La creencia extendida en el país, sin embargo, es que toda forma de sistematización asfixia la creatividad.

EL CASO NBA

Como modo de desmitificar la dicotomía organización/libertad, hablemos un poco del basquet en Estados Unidos. Allí también podríamos identificar dos fundaciones, la primera como deporte legado desde Europa y practicado en claustros académicos, de modo elitista, una práctica de predominancia blanca; la segunda, la refundación popular del basquet que se hizo en los barrios negros de Estados Unidos, que modificaron el modo en que se practicaba el deporte para siempre. Los parques con aros y también los terrenos baldíos reconvertidos en courts debido a iniciativas sociales practicadas en las zonas más pobres dieron el marco libre para la reinvención del deporte al margen del Estado, por fuera de la escuela, la obligación, la reglamentación. Nació un deporte fuerte, dinámico, espectacular, al punto incluso de cambiar las reglas (las volcadas, por ejemplo, eran ilegales hasta que se convirtieron en regla por costumbre, al ser la población negra coptada para jugar al basquet de modo profesional). Ese basquet llevó a Estados Unidos a ser el monarca indiscutido del deporte, hasta que la globalización permitió una igualación, a partir de la imitación y el estudio del estilo norteamericano, por parte de los europeos y sudamericanos, que lentamente comienzan a discutir la hegemonía.

Hubo algunas oportunidades en que se planteó la cuestión del estilo: todos recordamos, por ejemplo, las peleas entre Wesley Snipes y Woody Harrelson en "White men can't jump", una escenificación perfecta de las dos fundaciones del basket yanqui y su hibridación. "Claro que te conozco: preferís verte bien y perder que verte mal y ganar", le espeta el blanco al negro, tras lo cual vemos a Snipes hacer movidas absoluta e innecesariamente faraibas. Bueno, la película también deconstruye la narrativa: Snipes es a la vez showman y practico; Harrelson, el jugador practico en el court, pierde todo lo que gana por ser calentón, por dejarse llevar por el orgullo: por no querer verse mal. No se juega como se es, ni se es de una manera estereotipada. (También, por cierto, deconstruye la idea del macho proveedor...)

El filme resulta perfecto para mostrar las tensiones discursivas que sirven de soporte a estructuras profundas de segregación racial: los cuentitos del estilo blanco y el estilo negro esconden, como hemos repasado multitud de veces, cuestiones sociales (en EE UU, siempre ligadas a la raza) y complotan contra el funcionamiento de las sociedades (en este caso, de la sociedad de los protagonistas, que es, por supuesto, metáfora de la sociedad norteamericana). 

 En el terreno no ficticio también se dio el debate cuando la selección norteamericana que perdió, con estudiantes universitarios como era la costumbre hasta 1992 (el tercer puesto de los colegiales obligó a EE UU a sacar su arsenal), contra su archinémesis soviético por primera vez en la historia olímpica en 1972, eligió un estilo más tradicional, menos veloz y asistemático, de menor goleo, que fue fuertemente cuestionado incluso antes de aquella derrota. Sin embargo, desde siempre ha habido un intento de corregir, por parte del deporte universitario y profesional, los vicios de la zona libre, de encauzar la creatividad en el marco del equipo. Cuando las cosas se vuelven dicotómicas, queda claro, nada funciona.

HIBRIDACION

Si la crianza en los potreros del basket crea un cierto estilo, y la práctica escolástica de predominancia blanca otros, está claro que el basket superprofesional de la NBA opera como una mezcla que, al igual que nos cuenta el mito del crisol de razas, se une en pos del objetivo. Y el objetivo, cuando hay millones de dólares en el medio, no puede ser otro que ganar. El profesionalismo de Argentina, sin embargo, continúa sin resolver las tensiones de los opuestos. Desde la parte física, no se ha planteado nunca discusión acerca de la utilidad de ser fuerte, de la necesidad de entrenar: el deportista estadounidense, sobre todo el de cuna de barro, es un atleta orgullosamente fuerte, y no es sólo una fortaleza de carácter sino una fortaleza física y disciplinar. El futbolista argentino tiene una inclinación mayor a la indisciplina, quizás por la menor profesionalización del deporte (menos dinero en juego) o por una relativización mayor del discurso de la movilidad social (muy fuerte en EE UU con la narrativa del sueño americano); de todos modos, en rigor, los salpicones de indisciplina existen en ambos casos, sólo que el argentino, no sólo el de origen humilde, suele desestimar el entrenamiento y el esfuerzo físico y basar todo en el talento del potrero; la juventud norteamericana, sin embargo, atravesada poderosamente por la necesidad de mejorarse, de trascender los límites (los humanos y los sociales), propia de una nación conquistadora, tiende a fortalecer el cuerpo como modo de defender la unicidad, el talento, como modo de apuntalar las cualidad innatas, de elevarse por sobre el resto.

Desde lo tecnico la diferencia es sutil pero fundamental: el talentoso es la estrella, pero existe una serie de aprendizajes de la estrella y también del equipo para mejorar el rendimiento colectivo. Existe en Estados Unidos un nivel de cientifización del deporte enormemente mayor, en parte porque en Argentina la ciencia está absolutamente divorciada del deporte, y por ende los basquetbolistas sufren correcciones posturales y sobre todo tácticas, tendientes a concientizar al atleta sobre sus obligaciones puntuales en el marco del equipo. A pesar de esto, se suelen formar equipos alrededor del talento: el one man show es algo absolutamente normal, el talento sostenido por el resto del equipo, potenciado por los compañeros. No hay negación del talento a partir de la sistematización, sino que se lo usualemente ubica en el centro del sistema. El equipo, simplemente, facilita su labor y a la vez, lo carga con la obligación de aparecer cuando la bola quema. El talento se haya, sin debate, al servicio del equipo, o se descarta.

ARGENTINA

El fútbol argentino ha extremado su discurso, defendiendo su estilo aún ante la dura realidad de los fracasos internacionales: “la nuestra” es un rasgo de nacionalidad, y es el orgullo patriotero, la soberbia chauvinista argentina, lo que se pone en juego cuando juega la Selección. Marcelo Gantman profundiza en este sentido que esta extremación del discurso ha generado el discurso de los “héroes igual”, aquellos que no logran los objetivos (que no son necesariamente los primeros puestos, sino cumplir ciertas metas pautadas de antemano acorde a las posibilidades reales, no imaginadas desde el orgullo, por el equipo), pero son largamente loados de todos modos. Un discurso conformista que oculta, y en un punto hasta impide, la falta de preparación seria, profesional: el argentino deja todo al azar y a la hazaña heroica contra todas las posibilidades, en lugar de intentar mejorar las posibilidades a través del entrenamiento sistemático, científico, y lo hace porque el discurso folclórico ha corrido el eje del objetivo de todo deporte: si en la alta competencia se participa para alcanzar el éxito, comprendido no solo como campeonar sino también como alcanzar el pico de las posibilidades, en el fútbol argentino se juega para lucir, por lo estético. Y cuando lo estético no es exitoso, es porque el mundo es injusto e inmoral: nunca se plantea la insuficiencia de la preparación, como indica el millar de personas que recibió a la Selección que se comió 4 con Alemania por cabeza dura.

Si el fútbol argentino da este mal ejemplo (al país, en definitiva, si el deporte debe oficiar de modelo), otros deportes en el país, explica Gantman, han sido por el contrario absolutamente edificantes. El basquet argentino no nació en los inexistentes baldíos con aros, pero tampoco en las escuelas: su origen aparece ligado al nacimiento de los clubes sociales, y su práctica fue por ende recreativa antes que disciplinar, pero aún así regulada por una organización madre. El basquet, el segundo deporte del país que supo ser campeón del mundo en 1950, tuvo que esperar hasta 1984 para tener su propia liga profesional, el sueño de su creador León Najnudel. A partir de entonces nació un proceso loable, a largo plazo, que permitió, junto al azar, el nacimiento de la Generación Dorada, elegida recientemente junto a Las Leonas como la mejor selección de la historia del deporte argentino. Sin dudas, se trata de un proceso coherente, pensados, fuertemente organizados, mediante los cuales se captaron los talentos dispersos y se los mejoró mediante el entrenamiento sistematizado y profesionalizado.

La selección argentina juega un basquet fuertemente defensivo y notablemente solidario, lejos del basamento mesiánico de la lógica futbolera argentina. Ha quedado al margen, incontaminado de la dicotomía fagocitadora del fútbol, de la lectura liricista, gracias al exitismo y a cierta ignorancia respecto del deporte (la misma que lee solamente el potrero en el éxito de Ginóbili). No se plantea una oposición insalvable, moral, entre el juego del seleccionado argentino, fuertemente mecanizado, y el estilo creativo y espectacular de los NBA. Mejor. No contaminemos el resto del deporte.