viernes, 14 de diciembre de 2012

Poder, política y porvenir


Para Solos Contra Todos



Verón regresó al club y sin hacer nada ya se nota su presencia. Rápidamente las declaraciones de la semana pasada del Chapu Braña en relación a sus dudas por renovar quedaron atrás, se vuelve a encaminar una extensión del contraro de la Gata Fernández y hasta Justo Villar, quien muchos hinchas ningunean, reconoció sentir cierto contento por la presencia de su ex compañero, cuya primera función es sin dudas restablecer el puente entre dirigentes y jugadores. Como director de fútbol su función diferirá de aquella que desempañaran Azconzábal y Romeo, pues estos solamente se encargaban del fútbol profesional: la idea de la Brujita es una reforma integral del fútbol todo, base y primera. Sin embargo, con el proyecto de juveniles, principal argumento para el desembarco de menor, aún en elaboración, y el desplazamiento de Pachamé, responsable del fútbol joven como ganador del concurso realizado a principios de año, todavía envuelto en un manto de dudas, el primer trabajo de Verón ha sido y será apaciguar las aguas y volver a dar voz a los futbolistas, que sienten que esta comisión, entre tanto campeonato económico, ha realizado esfuerzos insuficientes para mantenerlos con la casaca pincha. Incluso, dice el off, insuficientes de manera voluntaria.


La llegada de Verón se da, entonces, en un contexto más engorroso que el primer párrafo. El manejo de la CD al respecto, prácticamente echando sin echar a Pachamé a través de los medios, realizando el anuncio de la llegada de Verón sin dejar en claro cual sería el destino del volante campeón del mundo, ha sido por lo menos irrespetuoso, pero sobre todo contradictorio: meses nomás hace que se anunció el famoso concurso para dejar de poner amigos e hijos de vecino en un cargo tan fundamental como el manejo de los juveniles; hoy, sin concurso y con un proyecto aún crudo, asume Verón. Que Pachamé haya ganado, como se dijo en aquellos días, por pura chapa, es difícil discutirlo: su trabajo este año, complicado por cuestiones de salud, no resultó sino una continuación de las políticas erráticas, del laissez faire, que fueron lentamente secando el semillero. Pero resulta difícil discutir también esta imposición del proyecto Verón sobre uno elegido en un marco de supuesta elección estudiada: cortar un proceso pensado a largo plazo, a meses de comenzado, no parece haber provocado demasiado resquemor en la Comisión Directiva, aún si fue en perjuicio de una gloria absoluta como Pacha. Es sencilla la razón de este atropello: la cúpula gana mucha paz, puertas afuera con los socios (y con el propio Verón, quien se había convertido en un fuerte crítico del gobierno de Lombardi) y puertas adentro con los jugadores, gracias a la llegada de la Brujita.

La movida tiene mucho de político, pero no debe quedar reducida al provecho a corto plazo que la sede extrae de la vinculación de la Brujita al grupo de trabajo. Ese pensar dicotómico propio de los relatos construidos por la política, que determina el mundo pincharrata dividido en un hemisferio veronista y un hemisferio antiveronista, termina por aniquilar los argumentos y el pensamiento crítico: en rigor, el proyecto de Pachamé asomaba como poco novedoso y deficiente para revertir el déficit canterano, mientras que el de Verón, aunque sin garantías ni documentos que respalden la idoneidad de la Brujita y su proyecto para el área del fútbol juvenil, resulta al menos una idea ambiciosa que apunta no solo a terminar con el déficit sino a edificar a largo plazo una cantera que le de a Estudiantes una ventaja sobre las poderosas billeteras de los demás equipos. Ideas para vencer las desventajas genéticas de ser un equipo provinciano con dificultades para conseguir fondos y, por ende, contratar jugadores: “Hay que darle una vuelta más al fútbol, como hizo Zubeldía”, dijo Verón en su presentación, y hacia allí apunta su proyecto.

Estudiantes cambió el fútbol una vez. Hermanó la inteligencia en la cancha con la inteligencia en los escritorios, y construyó desde la nada un equipo que desafió todos los límites. Un equipo chico le ganó en Inglaterra al más poderoso del mundo y fue rey. La reproducción y recreación de las ideas de Zubeldía viven en el club y garantizaron que los éxitos, aunque espaciados, continuaran: pero Estudiantes tuvo muchas más dificultades para proseguir por la senda dirigencial de Mangano. El modelo futbolístico le dio a Estudiantes una ventaja sobre sus rivales, aún rehenes de la oscuridad mágica que rodea al fútbol; el modelo dirigencial, en cambio, a menudo reprodujo los vicios de los dirigentes argentinos: desde lo estructural, Estudiantes perdió esa ventaja de pensar más allá.

Valga una aclaración: ese “gran negocio” que supuestamente es el fútbol, es conveniente solo para futbolistas y representantes. Los clubes de todo el mundo penan para pagarle a sus jugadores, temen campeonar por el pago de premios y, año tras año, son obligados por hinchas, medios y urgencias a comprar una decena de jugadores que vendan camisetas, entradas y que quizás lleven al ansiado y temido campeonato. En Argentina la situación se reproduce pero de una manera más lastimosa: los dos o tres refuerzos de calidad se los disputan por cifras que no pueden pagar dos o tres clubes, y el resto vende lo bueno para traer mucho a préstamo, terminando con el patrimonio del equipo. En seis meses, el equipo pierde a sus futbolistas prestados y se ve en la obligación, otra vez, de conseguir barato y a préstamo algo para tirar en la cancha. Un círculo vicioso que sirve para explicar someramente las deudas estratosféricas de los clubes de acá y allá.

En este contexto, fueron varios los ilustres presidentes que consiguieron acompañar procesos deportivos exitosos con viveza y, como explicó Verón en la conferencia de prensa, capitalizar los éxitos. La comisión directiva que concluyó el año pasado su mandato, sin embargo, tuvo un año final donde hizo todo para descapitalizar, por el afán de conseguir un último trofeo, y se fue dejando un rojo apabullante que obligó a la CD a retrasar el inicio de sus proyectos en carpeta para emparchar varias áreas del club. Con más intenciones que obras hasta el momento, Lombardi se embarca ahora en una doble caza de la ballena blanca: avanza a paso lento con el estadio, deuda identitaria de la década pasada, y se sube ahora a una revolucionaria transformación en el fútbol base, a través de la cual intentará, como Zubeldía, como propone Verón, cambiar las reglas de juego y volver a ubicar a Estudiantes, contra todo pronóstico y contra la lógica actual del fútbol, en lo más alto.

Las ideas de Verón implican en primera instancia la costrucción temprana de una identidad futbolística e ideológica del juvenil: tomado de las ideas de La Masía y de Borussia Dortmund, cambiaría completamente el paradigma imperante al dejar de necesitar de figuras caras y ajenas al club, suplidas por lo producido que, aunque no fuera de calibre crack, conocería a la perfección las ideas de juego del equipo de primera, replicada en cada práctica de las divisiones inferiores de cuarta a novena. La adaptación sería así más fácil que actualmente, donde muchos tocan primera pero pocos se establecen. Como segunda herramienta, aparece la formación conceptual en el fútbol de los chicos, que hoy, en todos los clubes, se dedican solo a jugar sin entender, algo que atenta contra el ADN pincharrata. Esta educación teórica acabaría con un divorcio de décadas entre las ideas y las acciones en el fútbol, a la vez que daría a los cientos de chicos que no llegan a jugar en primera la chance de comenzar una temprana carrera como técnicos: Verón propone el fortalecimiento de esta posibilidad al plantear que el club debe generar no solo sus propios jugadores, sino también sus propios técnicos y dirigentes, capacitados también para caminar la misma vía pretendida en el proyecto.

Se trata de una idea integral, cuya complejidad la volverá de efecto lento y la convertirá en víctima de obstáculos, sobre todo de miradas que resisten el cambio de paradigma. La primera oposición ya ha surgido en el vox populi: la cuestión de las formas no es un tema menor, ya que la profesionalización de diversas áreas, propuesta por Lombardi primero y por Verón puntualmente en el tema fútbol, constituye un divorcio inevitable con el modelo social que tienen los clubes en Argentina. No es un gerenciamiento, como proponen los apocalípticos de siempre, intencionalmente, buscando construir siempre los bandos pro y anti. Las bases del modelo veroniano, es cierto, son el fútbol europeo, privado y cada vez más similar a las franquicias norteamericanas, y el proyecto llevado a cabo por Pepe Sánchez en el basquet de Estudiantes de Bahía (hoy Weber Bahía), que separó de hecho su operativa social de su operativa profesional. Las razones para defender este cambio de paradigma son entendibles, cuanto menos: manejar presupuestos millonarios con personal que muchas veces ni siquiera está capacitado ha resultado muchas veces peligroso para los clubes y, casi siempre, poco efectivo y nada lucrativo. Sin embargo, puntualmente, no se han planteado reformas mayores en la estructura y mucho menos una tercerización de las tareas en casi ningún aspecto ni de parte de Lombardi ni de parte de Verón: Estudiantes continúa siendo un club donde el socio tiene la última palabra.

Los cambios, de todos modos, siempre generan desconfianza. El viejo modelo asociacionista es defendido sin dudas con cierto romanticismo folclórico y requiere de una actualización; la actualización no tiene por qué implicar una privatización, ni, por supuesto, debe implicarla. La justificada desconfianza del sector privado, de manejos muchas veces corruptos, de compromiso laxo con la institución y sobre todo de cierta presencia carroñera en la década del noventa, ha sin lugar a dudas frenado la aplicación de rigor profesional en áreas que van desde el marketing, altamente deficiente en el fútbol argentino, hasta el manejo del fútbol juvenil, y estos sectores han recaído en las manos de personas de la cúpula, o cercanos a los altos dirigentes, o ex jugadores, que han mostrado interés, pero que han demostrado ser menos que idóneos. La discusión, como se ve, es de una complejidad tal que obliga a un debate mucho más serio que el planteado por el presidente a través de los medios, y es en esa puja, en el equilibrio entre el club social y el fútbol profesional, que se decidirá el porvenir de Estudiantes, su nueva fisonomía. Hasta ahora, sin embargo, han primado por sobre el debate las luchas de poder que desvelan a todos y las divisiones políticas que desgarran el club: el famoso puterío.

A Verón no se le deben dar las llaves de Estudiantes: sus ideas no son indiscutibles ni mucho menos, y su inexperiencia en el área dirigencial y la pasada asociación con Miguel Pires, causante de varios dolores de cabeza, invitan a controlar sus procederes. Pero esto es otra cosa, y no deben mezclarse los tantos solo con el fin de desprestigiar. Verón intenta construir un club aggiornado a los tiempos: los primeros pasos que anunció son absolutamente alentadores, y lejos de privatizar el área juvenil proponen construir, realísticamente, científicamente, una cantera que abastezca los equipos y las arcas del club. Se aplaude, además, que el período en que se constituyó en un obstáculo al crecimiento, criticando desde afuera, haya sido corto, y se ovaciona que, con todo para perder, haya asumido una enorme responsabilidad por sus ganas de llevar a Estudiantes a lo más alto. Se trata de algo mucho más coherente con su personalidad que esos meses de rencillas mediáticas: Ahab, el eterno romántico, el de la mirada torva y sangrante en plena final libertadora, encontró su nuevo desafío: revolucionar el fútbol contra, una vez más, ciertos prejuicios romanticones.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Rastrojero y después


Para Solos Contra Todos



Un 12 de diciembre Estudiantes conseguía un título puro ADN Pincha: sin delantero de área, con un esquema pergeñado desde la necesidad y perseguido por un equipo mediático y lujoso, se recuperó de su subcampeonato anterior con un título que tuvo todos los visos de una elegía. Porque el capitán sufría dolor cada vez que pisaba y no podía completar los partidos, porque el equipo se había desarmado, porque todos envejecían. Y porque, finalmente, aquel fue el último campeonato de Sabella.

Las razones concretas de la salida abrupta de Pachorra, en plena pretemporada, nunca fueron develadas, pero mediante las pistas uno puede darse una idea bastante concreta de lo que sucedió: fueron dos mercados de pases donde se hizo oídos sordos a los pedidos del DT campeón de la Libertadores y el Apertura, donde le acercaron jugadores que no quería y donde a raíz de algunos reclamos suyos se generaron problemas con algunos de los referentes. Sabella, cansado de ser subestimado por la dirigencia y viendo que en puerta había un conflicto con los jugadores, deseosos de cobrar sus premios, confiados en que su capacidad no necesitaba refuerzos y algo frustrados por la danza del DT en torno a la firma del contrato seis meses antes, dio el portazo antes que pelearse con sus jugadores o agachar la cabeza.

Caro costó aquel juego de poder entre dirigentes, jugadores y DT: Sabella, integral para el proyecto futbolístico a largo plazo de Estudiantes, orgulloso de su herencia pincharrata y generador de mística en el vestuario, el hombre que comprometió a la Gata, el técnico que creó a Fernández y Rojo (las grandes ventas del club en los últimos años), ingenioso para superponerse a los obstáculos y obsesivo para pensar el fútbol, la partida de Sabella dejó un vacío muy difícil para llenar. Primero se pensó que el origen de todo era Verón y sólo Verón, y se pensó que cualquier técnico novato podía ser moldeado por la Brujita en un DT ganador: así llegó y se fue Eduardo Berizzo, así pasaron también los interinatos interesantes de Azconzábal y Zucarelli. El siguiente reflejo fue, como si de una fórmula se tratara, buscar a una gloria del club para recrear la mística: así llegó y se fue un hombre de los pergaminos de Russo. Entretanto, Estudiantes, que ya en 2011 estaba en un claro proceso de desgaste y envejecimiento, desperdició tiempo valioso para comenzar su necesaria transición.

Son dos años de aquel título ejemplar, que convirtió un plantel corto y desarmado en 45 puntos campeones y un equipo hambriento y comprometido. Un campeonato donde las críticas de afuera y de algunos de dulce paladar de puertas adentro surgieron de todos lados en las malas, atacaron desde posiciones agazapadas con sonrisas sádicas. Una historia para cerrar una era gloriosa. Estudiantes afronta ahora otro proceso: Cagna es el DT elegido, y por suerte mantenido durante un campeonato entero, para llevar adelante una transición que pinta aburrida, desprovista de épica, pero que debe constituirse en nueva semilla. Los procesos a largo plazo son valiosos y deseables, pero también deben llevar consigo metas cortas, que mantengan a socios y jugadores comprometidos. La enseñanza de Sabella, que edificó un equipo campeón donde no había plantel, donde abundaban las lesiones y donde el perseguidor asomaba feroz. El Rastrojero, todo un símbolo de los ideales de Estudiantes, debe guiar el camino: lento, pero seguro.

martes, 11 de diciembre de 2012

El año de la madurez de Messi

Publicado en Diario El Día


Corren 25 minutos de la primera etapa y Messi acaba de recibir un taco displicente de Iniesta para enviar en un zurdazo cruzado la pelota a la red: se trata de su segundo tanto en el encuentro ante Betis, y el gol número 86 en los 66 partidos que lleva disputados en 2012. Muy tranquilo, busca a sus compañeros y sus compañeros lo buscan: sonríe y celebra sobriamente entre abrazos y felicitaciones. Se acaba de convertir en el jugador que más goles ha convertido en un año, superando el record sideral de Gerd Müller, pero para la Pulga se trata solamente de un día más en la oficina.

Todo en Messi, en sus formas, en su andar, muestran maduración. Nacido en el Barcelona que operaba bajo la estrella divertida de un Ronaldinho que iniciaba su decadencia de fiestas y trasnoches, fue primero el mimado y luego la figura, el eje. Siempre consentido, incluso en sus excesos juveniles en la gambeta y en la individualidad, Lío fue mutando bajo la conducción de Guardiola. Cambió primero de posición, para transformarse lentamente en un comodín. Pero también mejoró su dieta y aprendió, gracias a Pep y su sistema de explotación de la Pulga, a racionar sus energía y explotar en los momentos definitorios. Hoy juega donde lo necesita el equipo y hace lo que pide la jugada. Es goleador voraz y asistidor ochentoso a la vez. Y ya no es la estrella, sino el líder: la conciencia de las responsabilidades que conlleva un gran poder son la causa de este cambio.
Messi declara distinto: atrás quedaron los días de declaraciones suspiradas y caseteras, y hoy, más analítico y menos obvio, hasta se atreve a bromear con una celebridad que antes resistía: “Lo rompí para que no se hable más del record”, tiró ayer entre risas, lejos de ese chico demasiado tímido para el estrellato y que parecía abrumado por su propia grandeza y necesitaba de la contención de todos. La paternidad parece haberle sentado bien; la capitanía en la Selección, aún mejor.
Porque Messi pasó en el equipo nacional de atribulado niño demasiado pendiente de los medios y la gente, a un convencido capitán. La designación de Sabella leyó perfectamente la maduración del crack, y le otorgó una responsabilidad para aumentar su compromiso y confianza. Siempre se dijo que la hora de Messi en Argentina había llegado, pero ningún entrenador le había prestado su real confianza a quien es sin dudas el jugador más determinante del fútbol: siempre relegado al rol de solista, aislado del juego en equipo, recayendo el liderazgo en hombres de menor peso y mayor edad, seguramente ni siquiera el propio Messi habrá querido en aquellos días esas responsabilidades. Lo cierto es que bajo la órbita de Pekerman, Basile, Maradona y Batista, Messi nunca operó “como en el Barcelona”: siempre fue un jugador aparte de todo.
Ahora, en Barcelona y en Buenos Aires, en cancha hay otro Messi. Competitivo desde siempre, hoy se reconoce líder, se hace cargo de su descendencia alienígena, su capacidad interestelar para practicar un fútbol a años luz del resto, y abandona las costumbres autistas de las que ha sido acusado por más de un biógrafo para gritar, alentar, enfurecerse: este Señor Messi hasta ha dejado de lado cierta juvenilia en los peinados. Entra a la cancha con el gesto adusto y juega absolutamente comprometido: lejos del autismo gambetista de los primeros días, Lío se calienta. Y cuando se enoja, mejora. Todo responde a una reinvención: de vanidoso solista a solidario engranaje del equipo que defiende, de la causa con la cual se identifica.
Messi no marcó goles en el Mundial de 2010 ni en la Copa América 2011. Pero terminó el año pasado con 9 goles de selección y este año logró 12 tantos con la albiceleste. Ayer marcó dos veces en 25 minutos y se sacó de encima un récord que algunos consideran pertenece a una era anterior: Lío hizo terrenales los números estratosféricos de Müller. Lo que antes lo apesadumbraba, sus días con la Selección, su estrellato, hoy son para él desafíos. Messi, como los grandes, juega contra la historia. Y con apenas 25 años, todos los títulos a nivel club en su vitrina e, inminentemente, dueño del cuarto Balón de Oro de su carrera, solamente le falta levantar un trofeo.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Misiones y lecciones



Da la sensación de que el torneo quiere arrancar antes de tiempo las vacaciones, porque todos, los buenos y los malos, ya cerraron la persiana y quieren irse de viajecito, algunos con las metas cumplidas y la promesa de un disfrute sin preocupaciones y otros, sencillamente, para dejar atrás el año de falsas promesas. Estudiantes, de una irregularidad con pisos de pobreza conceptual y modestos techos y, a la vez, el primer Estudiantes que tiene, desde 2010, más o menos claro el rumbo que busca (salga o no), se encuentra en el pelotón de los primeros, los que se van del Inicial hechos y satisfechos: por fin, luego de una serie de amagues desafortunados, parece en camino de superar el shock de perder a Sabella y a Verón y consiguió loables 27 puntos.

Lo hizo con un paradójico aprovechamiento y desaprovechamiento de la irregularidad del fútbol argentino: sumó más puntos de los que sugerían el presente institucional y algunos medios apocalípticos, pero también quedó la sensación de que, aún en transición, perdió la chance de arrimar de modo tonto. Nunca dejó de correr, pero dejó escapar muchos puntos de local, muchos contra equipos accesibles, muchos por los famosos errores boludos y varios sobre la hora. Para colmo, contra los equipos que sabían a qué jugaban, Estudiantes demostró estar a la altura: un empate en cero con Vélez y otro con Lanús demostraron que, aunque falto de juego, el equipo de Cagna podía emparejar sus falencias a partir de orden y sudor.

Se trata sin dudas del punto de partida que debe elegir el DT: la defensa, aún con sus altibajos, fue el puntal de los 27 puntos del Pincha (con tres por disputarse) y, si consigue (quizás refuerzos mediante) que el esquema con tres abajo no signifique que por las bandas se dejen agujeros o no se ataque, Estudiantes se volverá decididamente peligroso. De esta falta puntual se habla hace ya rato, y Estudiantes, desequilibrado, tendrá que comenzar a subsanar el desequilibrio y conseguir más volumen en defensa y en ataque, mayor elasticidad, más acompañamiento, que equivale a posesiones más sorpresivas que a la fórmula del desborde y el centro a la que terminó apelando mucho Cagna: su equipo terminó por encima de la media a fuerza de individualidades y empuje, pero así como dio la sensación de que no le faltó demasiado para pelear, tampoco nada le sobró.

Las explicaciones de que Estudiantes se haya quedado a mitad de camino entre el apocalipsis vaticinado y la gloria soñada, en un fútbol sin procesos y por ende sin demasiada lógica, pueden encontrarse, primero, en los demás, en la irregularidad del resto; pero también en la propia irregularidad de Estudiantes. No estuvo tan dada, como se sugiere rápido, por la famosa transición: es un hecho que desde la cúpula se apuesta al largo plazo, que han aparecido algunos pibes y que se apuesta a que sigan surgiendo. Pero también es cierto que en Estudiantes jugaron tipos que de nenes no tienen nada, y no pocos: Villar, Desábato, Schunke, Ré, Martínez, Braña, Gelabert, la Gata, incluso Núñez e Iberbia, suman mucha experiencia y también varias batallas por la gloria. La transición tiene algo de mito, y en todo caso tiene más sentido hablar de un plantel corto por elección, sin más recambio que el de los juveniles y con muchos pibes con un verdor o condiciones que los hacen más aptos de acompañantes que de componentes diferenciales de la ecuación (de ello se trata el famoso plan de reestructuración del fútbol juvenil que propone Juan Sebastián Verón). Vélez, por ejemplo, arrancó el torneo envuelto en dudas y en medio de una marcada transición: con aportes de sus refuerzos (pocos y claves) y gracias al piberío, que comenzó nervioso y terminó pintando caras, fue campeón.

Es que en el fútbol argentino no hace falta sino algo de coherencia para campeonar. Y no hace falta, tampoco, ir a un ejemplo tan moralista como el equipo de Liniers, la Cenicienta del fútbol argentino: Belgrano sacó agua de las piedras y es el escolta con mucho menos que Estudiantes y varios, a fuerza de orden y convicción; Lanús, con un poco más que el Pirata pero sin ser diferente a una decena de planteles de primera, fue animador rescatando puntitos con viveza y aprovechando las oportunidades. Ninguno, ni siquiera Vélez, descolló más que por algunos momentos donde, en rigor, también ayudaron las limitaciones de los rivales.

Cagna buscó el equipo y si bien aún no lo encuentra, ha perfilado bastante lo que quiere: alentador de cara al año que viene, tanto como su perfil bajo, un requerimiento en estos tiempos de transición que precisa de paciencia, y también como el hecho de que Estudiantes, al fin, terminó un torneo con el mismo entrenador con el que lo comenzó. Este acomodamiento de las piezas a la realidad se pretende como el piso, los pilares de lo que se pretende construir. El próximo objetivo no debiera ser buscar el campeonato, que de todos modos puede llegar con un poco de suerte, sino el retorno del Pincha al plano continental: un escenario ideal para, además de volver a prestigiar a la institución a nivel deportivo, dar rodaje a más pibes y buscar, mediante una maduración sin presiones, a esos jóvenes capaces de marcar la diferencia. Pensar que los diferentes pueden surgir del mercado de pases es un error, un pensamiento de equipo grande e incluso de equipo grande de otra época, que es necesario corregir. El negocio deportivo y económico, se sabe pero no se ejecuta, está en la producción propia.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Contra los murmullos a Román Martínez

Para Solos Contra Todos


Román Martínez sufre al hincha de manual. Al parecer algunos creyeron que llegaba el sustituto de Verón, y subidos a la nube del “bombo” no pudieron soportar después la frustración al ver en la cancha a un jugadorlejos de la brillante conducción del ex capitán. El ex Tigre llegó con demasiado cartel, y la decepción, ante tanta propaganda, fue inevitable: el hincha sigue dulce como si Estudiantes no hubiese entrado hace un par de años en una complicada meseta entre el recambio y los manotazos que intentan una resurrección que, a base de golpes de mercado consistentemente desacertados, sigue sin darse.

Entonces, lo que paga Martínez no es su nivel que, lejos de ser malo, transita por los mismos carriles que los del resto del equipo: intermitente, lo de Román se entiende mucho más si tenemos en cuenta que se trata de un puesto creativo que tiende a las lagunas (quien sostenga 45 minutos el quiebre constante de las defensas rivales será un crack y estará en Europa) y, claro, que es un jugador en pleno proceso de adaptación a sus compañeros y a un club que, para colmo, no brinda una base estable de esas que facilitan la aclimatación. Martínez rinde a veces por encima y a veces por debajo del resto, pero lejos de dar lástima ha brindado varias muestras ya de su pegada, de su llegada al área y de su facilidad para encontrar huecos para filtrar pases: abrió su historia en el arco con el Pincha ante San Lorenzo; un gol de 9 del jugador había permitido el triunfo pincha ante Arsenal; con Quilmes fue él quien abrió la cuenta de un partido que debió terminar 1-0, pero por esas cosas del fútbol terminó terminando 2-1. El sábado, con su seco zapatazo marca Martínez, cuarto gol con la albirroja, solucionó un partido que venía muy cuesta arriba. Es el goleador del Pincha junto a Duvan Zapata.

¿Por qué, entonces, el ensañamiento con Román Martínez? La respuesta es, sencillamente, por ser el nuevo. Edificado durante el mercado de invierno como el mesías, el salvador y otros rótulos siempre nocivos, paga ahora los platos rotos de una nueva temporada que arrancó con pretensiones poco realistas. Los hinchas lo murmullan porque no pueden chiflar a otros experimentados del plantel, blindados por años de gloria. Naturalmente, además, los hinchas prefieren a los jugadores del club como Iberbia o Núñez, y protegen a los chicos. Así que Martínez queda marcado como el responsable. Siempre en la derrota, nunca en la victoria. Ayer se regaló un golazo en el momento exacto en que empezaba a ser superado por el nerviosismo.



El hincha de Estudiantes es uno de los más sabedores y desmitificadores del fútbol. Sin embargo, sufre de visceral odio por la tibieza, y algunos jugadores juegan a un ritmo desacelerado que nubla la percepción del hombre de tablón: en seguida el pincharrata le endilga a ese tipo de jugadores el dañino mote de pechofrío, piden el cambio aunque más no sea por su sobrino que juega en infantiles y murmuran frustrados ante cada pase errado. Sólo los grandes jugadores exquisitos, esos que además de técnica poseen un carácter fuerte, sobreviven al hostigamiento. Román Martínez, de grandísima técnica y tranco creado para ser puteado, posee una mentalidad centrada que promete en algún futuro pedido de disculpas de parte de la grey pincharrata. En este apresuramiento el hincha de Estudiantes, único en su desmitificador conocimiento del deporte, se parece al resto de las hinchadas, nerviosas y rápidas para la puteada.


Por ahora, sin embargo, Román Martínez permanece preso de la misma confusión que acecha por momentos al resto. Arranca lejos del arco, se le obliga a retroceder y queda así cansado y a gran distancia de su zona de influencia. Pasa gran parte del encuentro sin encontrar la pelota, le pasa por arriba, por los costados y Román acompaña al trote. El esquema lo condena a la intrascendencia, a asumir un rol secundario que no le queda. Estudiantes, en tanto, adolesce de creatividad de tres cuartos de cancha en adelante, cae siempre en el argumento del centro y gana por individualidades que salvan las papas. Fue Duvan el sábado, pero tendrá sus encuentros: Diego Cagna debe trabajar, en este sentido, para crear mayores variantes de ataque. Su problema parece ser encontrar un equipo equilibrado, y resultado de su miedo a la manta corta es que Román ha permanecido atado al círculo central durante estas 14 fechas.

El problema asoma profundo y complejo, con solución a la vista recién para 2013. Pero igual paga Román, es lo más fácil: el hincha ha mostrado una paciencia y un reconocimiento del momento ejemplares, pero a veces vuelve a caer la histeria y putea, porque comienza todo análisis viciado por aspiraciones irrealistas acerca de las posibilidades del club y sus individualidades. Hasta ahora, la postura del hincha de manual, que es también la de la mayoría de

l fútbol argentino, habla de procesos y recambios pero exige contrataciones y resultados. Y se vuelve loco cuando las contrataciones no dan el resultado esperado, que es obviamente salir campeones del universo, obligando así, al año siguiente, a una nueva catarata de contrataciones infladas en expectativa y precio, alimentando el círculo vicioso del fútbol en detrimento de las acuciantes arcas del propio club.

viernes, 2 de noviembre de 2012

¿Por qué no investiga el periodismo deportivo?

Texto de la ponencia de Ezequiel Fernández Moores en el congreso de Colpin en Bogotá, del 12 al 15 de octubre de 2012.
Recuerdo un primer aviso que recibí en 1982. La dictadura militar de mi país iniciaba su declive. Investigué con dos colegas el mundial de fútbol de 1978. Un mundial que se jugó en medio del horror. En el Estadio de River se festejaban goles. Y en la ESMA, a solo 700 metros, se torturaba gente. El trabajo cuestionó no solo a la dictadura. Apuntó también a empresas, iglesia y políticos que se sumaron alegremente a ese carnaval insensato. La radio solo se enojó y quiso censurar cuando tocamos el rol de cierta poderosa prensa que gritaba goles en medio de elogios al dictador Videla.

Ya en democracia, un tema central durante dos décadas fue el de los contratos esclavos de televisión que cedía Julio Grondona, presidente de la Asociación de Fútbol Argentino desde 1979. El contrato era con el grupo de prensa más poderoso de mi país. Tres jueces amenazaron investigar esos contratos, que incluían a sociedades fantasmas y paraísos fiscales del Caribe. Los tres jueces, curiosamente, sufrieron cámaras ocultas de la prensa. Se descubrió que habían sido deshonestos en otras causas y tuvieron que renunciar.

¿Y cómo pedirle a la prensa que investigara esos contratos? Nadie se investiga a sí mismo.

Intervino el congreso. Lo hizo –me consta porque seguí muy de cerca ese tema–, después de resistir a fuertes presiones. Grondona ya rompió ese contrato. El fútbol ahora es transmitido por la TV pública y por todos los canales que quieran tomar las imágenes. Ahora sí la prensa investiga el contrato. Ya no está el citado grupo empresario de prensa de por medio. Ahora es el Estado.

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La sociedad prensa-deporte para la explotación comercial del espectáculo nos complicó. Nos redujo al rol de misioneros. Propalamos la fe, no la podemos explicar. Alguien dijo alguna vez que las misiones de la prensa eran tres (informar, educar, entretener) y que informar es comprometido, educar es aburrido y solo nos queda entretener.

Bien, el periodismo deportivo casi fue concebido inicialmente para entretener. Un show para aliviar las noticias más duras de la politica y la economía. Y que precisa sí o sí del ídolo. El ídolo tiene ráting, vende zapatillas, es apolítico y, en general, no cuestiona. Además, es renovable.

La prensa precisa del ídolo más que los niños. Si no surge un nuevo ídolo, lo inventamos. Para tener sus palabras y sus imágenes hay que negociar con agentes, representantes, relacionistas públicos y corporaciones de la industria. Eso no es periodismo. Es márketing.

El colega británico David Walsh hizo periodismo. Fue uno de los poquísimos periodistas que investigó a Lance Armstrong cuando el rey del tour de Francia era un intocable. Se convirtió en un paria. Sus colegas lo dejaron solo. Ahora que sabemos que Lance Armstrong se dopaba, es fácil. Todos somos David Walsh. Ahora todos estamos decepcionados.

El tramposo fue el ídolo. ¿Por qué no pedirle también controles antidoping a los organizadores del espectáculo, que exigen al ídolo hasta su última gota de sangre para que vaya siempre más alto, más lejos y más fuerte? Tampoco hay controles antidoping para la prensa. Los periodistas estamos invictos. Tenemos la ventaja de hablar siempre con el resultado puesto. Vendemos primero resaltando la épica. Y, si estalla el escándalo, moralizamos luego hablando de ética.

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Lucio, Jens Weinreich, finalmente hoy ausente; el gran Andrew Jennings; el uruguayo Ricardo Gabito, baleado cuando investigó al empresario Paco Casal; Gustavo Veiga y Gustavo Grabia en mi país; la organización danesa Play The Game: conocidos o no, tenemos numerosos colegas que hacen periodismo y que investigan. ¡Cómo no admirar a Juca Kfouri quien siempre ha informado sobre los trapos sucios del mandato récord de Teixeira en la CBF! Pero todos sabemos que otros medios poderosos fueron socios de Teixeira. Siempre lo protegieron. He visto este año un formidable trabajo de la Espn sobre irregularidades en la construcción de estadios del mundial 2014. Tengo derecho a desconfiar en cambio de otras denuncias de corrupción. Dicen que defienden los intereses del pueblo brasileño. Parecen cuidar más los negocios de la FIFA.
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Nuevas tecnologías: son una herramienta formidable. Pero han precarizado condiciones de trabajo. Algunas empresas aprovechan para sacarse de encima a los periodistas más veteranos. A los que escriben noticias, no chimentos. A los que suelen leer más libros que Facebook. A los que proponen dudas en lugar de vender certezas. A los que se niegan a “flexibilizarse”. A los que después de un partido privilegian la crónica al tuit. A los que eligen “decirlo bien antes que decirlo primero”, como dice el colega colombiano German Castro Caicedo. A los que se oponen a que su nuevo jefe sea un gerente de márketing. “Esta gente –me dice otro colega que resiste desde Barcelona- trata como basura lo que yo amo”.

Es cierto, muchos otros se han prestado dócilmente al papel de bufones. Lucen combativos gritando tonterías en polémicas televisivas. Sé que son el hazmerreir esos debates en los que el periodista deportivo habla con un tono de gravedad impostada, como si de su palabra dependiera el futuro de la humanidad y solo está diciendo si es mejor el 4-3-3 o el 4-4-2. Pero en defensa de algunos apasionados colegas quiero decir que no sería tan despectivo con el periodismo deportivo. Los errores de nuestros infantiles pronósticos sobre si ganará Boca o ganará River, sin que nadie se ofenda, producen menos daños que muchos pronósticos económicos, formulados por periodistas formados en las mejores universidades. Y el show ya no es patrimonio exclusivo del periodismo deportivo. Hoy, con canales de noticias las 24 horas y los punto.com, casi todas las noticias gritan, lloran y sangran, aunque no quieran gritar, llorar ni sangrar.
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Investigar, sabemos, es remover basura, es ensuciarse, es arriesgarse. Es quemarse noches enteras. Pero la investigación, por sacrificios que imponga, tiene mucho de virtuoso. Y lo cotidiano, no puedo dejar de decirlo, está siendo algo más miserable. Trabajamos, en general, para empresas que dicen representar la libre expresión, pero que dependen cada vez más del poder financiero global. Difundimos la opinión de analistas o consultoras que pontifican y no aclaramos quiénes les pagan, trabajamos en empresas que, en buena hora, vigilan a las democracias, pero que, en muchos casos, ni siquiera permiten la libertad sindical de sus periodistas y no responden críticas. Porque cualquier crítica, justa o no, es un ataque a la libertad de prensa. ¿Disculpas por nuestros errores o manipulaciones? No, eso sucede en la tele.
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Vivimos estos años cambios politicos y sociales en la región. Como todo cambio, genera conflictos. Muchos de nuestros medios, especialmente los más poderosos, parecen haber tomado posición en ese conflicto. En algunos países, hay que decirlo, hasta han apoyado o alentado golpes de estado, como ya lo hicieron en los 70. Recuerdo un grafitti que por algo se hizo célebre y que apareció en el barrio de San Telmo en pleno estallido de 2001 en mi país: “Nos mean y los diarios dicen que llueve”. Creo que hoy, por suerte, nos es más facil llamar a la orina, orina y a la lluvia, lluvia. Investigamos a nuestros gobiernos creo que como nunca antes. Es algo extraordinario. Pero antes, hay que decirlo, los que en muchos casos nos ataban las manos no eran exactamente los gobiernos. En los 90, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires hizo una encuesta entre nosotros, los periodistas. Más del 70 por ciento afirmó que las trabas a nuestro trabajo no las ponían los gobiernos. Las ponían nuestros propios patrones.

No soy ingenuo. Los gobiernos, del color que fuere, casi siempre quieren controlar a la prensa. Y, justificándose en esta batalla actual, cometen numerosos atropellos. No es fácil trabajar en medio de esta batalla entre el poder político y el poder económico. El poder, por naturaleza, suele ser obsceno. Suele manejarse con las leyes de la selva. Recuerdo el debate que se produjo cuando supimos que un referente como Kapuscinski había tal vez alterado algunos datos para mejorar sus crónicas. No fue lo mejor haber cambiado algunos árboles de lugar. Pero el maestro polaco, hay que decirlo, nunca se equivocó a la hora de contarnos cómo era la selva.

lunes, 22 de octubre de 2012

Más allá de lo intangible



Estudiantes venía de una mini rachita positiva. Los triunfos ante Quilmes, Racing y Arsenal, interrumpidos solo por una derrota en Mendoza, agregado a la gran irregularidad de un torneo poco sólido, pusieron durante la semana en boca de algunos jugadores la palabra “ilusión”. Por supuesto, los sueños hay que sustentarlos, y Estudiantes está mucho más cerca de buscar la clasificación a la Libertadores, como pidió la Gata Fernández, que de atreverse a campeonar. Porque en la cancha, ayer, jugó contra un Boca 75 minutos anodino y no atinó a atreverse adentro de la cancha.

No se trata de un juicio de valor. El Pincha buscó su negocio en una cancha estadísticamente imposible: intentó el triunfo (de los dos, el que más lo hizo), pero sin arriesgar. Las imágenes finales de un Estudiantes innecesariamente tirado atrás, regalando la mitad de cancha y pateando tiros libres a un área desierta sirven no sólo como parcial explicación de la andanada de Boca sobre la hora, sino como testamento de que lo que buscó Estudiantes con fruición fue no perder. No es que falte tesón o convicción, sino que este equipo no se la cree, no tiene esa osadía propia de los equipos destinados a la grandeza.
Por supuesto que el fútbol argentino da para cualquier cosa, y en rigor, el último campeón con destino de grandeza de nuestro fútbol quizás haya sido el Pincha de Sabella modelo 2010. Y antes, quizás habría que retroceder hasta 2006, al equipo de Simeone. Antes y después se reprodujeron campeones fabricados en una rachita de triunfos y la falta de convicción de los demás. Hoy el Pincha está en ese pelotón falto de piripipí para convencerse y, en los minutos finales, arrasar en lugar de ser arrasado. En esos minutos donde gobierna la desesperación y el desorden, se hacen los campeones: en esos goles sobre la hora, cuando ya nadie más cree. Sin dudas el tanto en Quilmes levantó la moral de muchos en este sentido; pero el empate en La Bombonera acomodó a Estudiantes en el pelotón de los que buscan sumar puntos en lugar de campeonar.
El ánimo y el ánima de Estudiantes, en rigor, no interesan. Porque desde el juego, el equipo de Cagna da mejores explicaciones, sobre todo, acerca de las dos estadísticas que más importan en el fútbol: en los rubros goles a favor y goles en contra, Estudiantes tiene lo que se merece. La suerte no lo ha ayudado demasiado, y tampoco lo ha castigado en demasía. Hace varias fechas encontró la defensa titular: Estudiantes ha recibido 9 goles en el torneo y solo 3 en las últimas 6 fechas, sumándose a la tendencia del no-gol que aqueja al fútbol argentino. Ha conseguido cimentar esta humilde muralla, en gran parte, en detrimento de su ataque. Pero a la manta corta hay que agregarle varios asteriscos.
El problema principal de Estudiantes en ataque surge de las bandas. Los carrileros no son ni laterales ni volantes, y si en el esquema de Sabella ello suponía sorpresa y apoyo al ataque, hoy lo único que genera es incertidumbre. Jara tiene vocación ofensiva, pero está atado a su carril y casi ni participa del juego en cancha rival. Iberbia, más atlético, marca con voluntad y se libera en ataque, pero tira centros indignos de su enjundia. Los dos marcan algo, desbordan poco, centran mal y sorprenden nada. No modifican la ecuación, siendo que posicionalmente su función es justamente esa: aparecer por sorpresa, ser la rueda de auxilio por las bandas, pisar el área a espaldas de los laterales rivales.
Ayudados en su tarea de convertir a Estudiantes en un equipo de ataque sumamente predecible está el fútbol de Román Martínez. Por posición y capacidad, debería conducir el equipo hacia rumbos novedosos. Pero insiste en el pase lateral y en el trotecito, en reemplazo del pase punzante y el pique para desmarcarse. Martínez, sin embargo, no es el eje de todos los males: señalado por muchos simplemente por ser el nuevo, y por las expectativas irrisorias generadas en torno a su llegada, ha hecho bastante más que varios por el equipo, incluyendo pisar el área por sorpresa, clave en el cerrado fútbol argentino. Su cuota de gol, en un equipo sin variantes, no es nada despreciable. Juega, además, lejos de la zona de influencia, incómodo de tan distante que ve el arco.
El caso opuesto a Martínez es Zapata. Toda la semana hubo que escuchar los pedidos por Duvan que desoían las advertencias del DT: Zapata, sin pretemporada, no está para jugar 90 minutos. En ese contexto, la entrada de un referente de área fuerte y rápido explota las agotadas defensas rivales en los segundos tiempos y sigue siendo una excelente variante. El problema, en el fondo, no es si Duvan o no Duvan: es como darle a este equipo no solo el dominio de la pelota, que suele ostentar, sino la capacidad de generar peligro con la pelota en su poder.
Y aquí la encrucijada: para darle más juego a Estudiantes, la solución más lógica parecería ser la reconversión del equipo al 442, un esquema considerado más prolijo pero menos sorpresivo. Volver a Iberbia a su función lateral, donde sobre sus hombros no pesan absurdas responsabilidades ofensivas (o reemplazarlo en ese rol por Ré), y jugar con Angeleri (o el propio Ré) de lateral por derecha. Entonces sí, en el medio, existe la chance de jugar con línea de 4 o con un rombo que libere a Román Martínez y lo acerque a la zona de influencia: cerca del área, cerca de la Gata y los delanteros, tampoco caerían sobre él absurdas obligaciones de quite de balón y traslado demasiado prolongado (lejos de romper líneas, su andar parsimonioso, tan lejos del área, frena los ataques). El esquema, además, posibilitaría jugar con dos volantes reales por las bandas (Gelabert y Jara picarían en punta, pero también andaban en una época por allí Modón, Silva y González, demasiado relegados como para mantener motivación) con la posibilidad de atacar más de lo que deben defender y la chance de formar sociedades en ofensiva hasta ahora ausentes por la distancia que separa las líneas.
El problema con el cambio de esquema es básicamente, que implica tocar la defensa. Sin lugar a dudas el punto alto de Estudiantes, aún con distracciones y sofocones, desmantelar lo que funciona va contra la base propia del manual de cualquier técnico. Entonces empieza el rompecabezas: si desarmamos el tridente ofensivo, ¿podemos jugar con cuatro en el medio y cambiar los carrileros por jugadores de mayor potencial ofensivo? Es una idea arriesgada: Estudiantes, así, marcaría con un hombre menos y muy abierto en defensa por la falta de jugadores en las bandas.
La búsqueda es mucho más compleja de lo que este presente algo tranquilo permite entrever. Pero reside allí justamente el rol del técnico: ofrecer las soluciones concretas en la cancha para que la fe, ese intangible que tienen los campeones, no sea solamente discursiva, un cuentito lindo que se dice en los medios para quedar bien o en los partidos para motivar a los jugadores. Para que lo intangible se vuelva todo lo tangible que puede ser: cuando eso sucede, cuando los equipos sienten que tienen razones para confiar, confían. Y, cuando quedan 10 minutos y hay un tiro libre, van a cabecear al área con todo y con fe. A veces sale, y a veces no. A veces la confianza era menos fundada de lo que se creía. Lo cierto es que sin fe no hay destino de gloria. Porque, como decía Cortázar, sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe, casi siempre, tampoco.

martes, 16 de octubre de 2012

De regreso a octubre: revolución y refundación de Estudiantes de La Plata



El vestuario en silencio. Para el partido faltaba todavía. Don Osvaldo había indicado salir antes y repartir flores entre la gente, como lo hizo en Atlanta. Para que no pase lo que pasó contra Palmeiras. Los tiempos se acortaban, la tensión crecía. ¿Cómo manejar un grupo de leones que está por salir a jugarse el destino, la historia? 

En esas cosas pensaba, 38 años y un día más tarde, Sebastián. Lo rodeaban varios compañeros, que lo buscaban con la mirada, que le pedían con los ojos la palabra sabia que los sacara del nerviosismo. El líder no levantaba la vista, no todavía. Pensaba en los cuentos de su papá, en el vestuario inglés, en el destino. Quería transmitirlo, pero no encontraba las palabras. También él estaba nervioso: era su primer clásico.
Lo que no sabía Sebastián es que 38 años y un día antes, no había nervios sino expectativa: después de todo, Don Osvaldo ya había anunciado el resultado en el pizarrón, y él sabía todo. Faltaba jugar la partida de ajedrez diseñada por el Gran Maestro y recibir el premio: la eternidad. Miedos hay siempre, pero nunca tan pocos como en aquel vestuario de Old Trafford. Eran hombres que iban a la espera de su destino.
Sebastián quería que los suyos se dieran cuenta de que ellos también eran amos de su destino. El comienzo había sido complicado y este era el momento de dejar de ser el grupo simpaticón con la historia del regreso del hijo en el suplemento dominical. El capitán seguía escondiendose del aliento fácil: no quería que sus compañeros se sintieran cómodos, sino que hubiera tensión, que los chicos enfrentaran sus miedos y se hicieran hombres que buscan su destino. La Pantera, con la sequía; el Principito, la promesa que hacía implosión en lugar de estallar; Marcos, demasiado peinado para ser defensor; el Flaco y el Chapu, acostumbrados a una vida obrera sin alegrías. Había que movilizarlos, sacarlos de esa conformidad. No había que hablar y tranquilizar: si algo le había enseñado su viejo, sus historias y el mítico Don Osvaldo de los relatos, es el valor del silencio.
Don Osvaldo entraba al vestuario 38 años antes. Tampoco dijo nada, no había nada para decir. Todos sabían lo que tenían que hacer en la cancha, y todos sabían lo que habían ido a buscar. Eran hombres madurados por las batallas americanas. Entonces entró el presidente. El sí quería hablar: pero no para tranquilizar, sino para movilizar. Quería pinchar a los leones, tirarles del pelo. Habló: "A Estudiantes nadie se lo llevará por delante. Estudiantes de La Plata permanecerá fiel a la mística casi religiosa de su destino imponderable". Y siguió: “Si cada uno se convence”, dijo, “de dejarlo todo por el de al lado, con la pelota y con los pies, pero por sobre todo con el corazon y la cabeza, ustedes le pueden ganar a cualquiera no tengo dudas. Mientras te quede una gota de energía nadie, nadie se va a llevar por delante a tus compañeros.".

Quien habló en el vestuario de Sebastián no fue él, o el técnico: fue Al Pacino. El Cholo también decidió despertar a los jugadores, tras el palpable nerviosismo que se había vivido en la semana. Todos sabían que la pequeña levantada quedaría en la nada si se perdía ese partido. Y eso significaba que las ilusiones de dar pelea se reforzarían o morirían ese día. Muy en el fondo, en ese lugar donde van los pensamientos que quieren olvidarse, que no quieren pensarse y que sin embargo se intuyen constantemente a pesar de las distracciones, todos sabían que ese era el encuentro bisagra. Entonces, el Cholo los reunió a todos. Las palabras suyas, las que había pronunciado todo el semestre con mayor o menor éxito, ya no servían, ya pecaban de repetitivas: ahora tenía que hablar Tony D’Amato, el entrenador de los Tiburones de Miami. Y dijo: “Ya no se qué decir. Todo se reduce al partido de hoy: o sanamos como equipo, o nos desmoronamos. Centímetro a centímetro. Jugada a jugada. Podemos desmoronarnos, y que nos rompan el orto, o podemos luchar para volver a la luz. Y este equipo peleamos por cada centímetro. En este equipo nos desgarramos por ese centímetro. Nos aferramos con las uñas a ese centímetro. ¡Porque sabemos que, al final, serán esos centímetros los que harán la diferencia entre ganar y perder! En cualquier pelea, el tipo dispuesto a morir por ese centímetro es el que va a ganarse ese centímetro. Pero yo no puedo obligarlos a que lo hagan. Tienen que mirar al tipo al lado suyo, mirar sus ojos y ver un tipo dispuesto a pelear ese centímetro con ustedes. Van a ver a un tipo que se va a sacrificar por el equipo, porque sabe que cuando sea necesario ustedes van a hacer lo mismo. Eso es un equipo, caballeros, así que o sanamos hoy, como equipo, o morimos como individuos”.

Sebastián seguía en silencio, mientras algunos lloraban y la mayoría se levantaba de las sillas, dispuestos a atravesar la pared con tal de entrar a la cancha. Las imágenes de Scarface habían despertado a varios. Sebastián ya sabía lo que tenía que decir para que sus leones hambrientos salieran a comerse la cancha. Pero se lo guardó para el tunel.
Treinta y ocho años antes, caminaban por el tunel los once jugadores de Estudiantes que jugarían, instantes después, contra el Manchester United de George Best y Bobby Charlton. Hace rato oían el vociferar iracundo del público inglés, que los acusaba de bárbaros, animales. Tampoco los sorprendieron los monedazos y los escupitajos. Era una guerra. Ellos repartían flores, y luego darían una lección de fútbol. “Ganó el mejor”, reconoció el DT del Manchester Matt Busby, quien pidió perdón por los “pecados y críticas” de los suyos. La prensa extranjera también se rindió a los pies de Estudiantes: solamente acá se miraba de soslayo la victoria, la victoria que cambió para siempre el modo en que se juega a la pelota. Ya no más dictadura de los poderosos, con sus billeteras fastuosas: el trabajo, el estudio y la organización se levantaban y no solo cumplían un papel simpático, digno, sino que se coronaban, en la cuna del fútbol, ante un silencio profundo, reverencial, que replicaba, un 16 de octubre de 2006, el capitán, camino a la cancha.
Estudiantes era campeón del Mundo un 15 de octubre de 1968. Casi cuatro décadas más tarde, los hombres que encontraron su destino aquel día serían homenajeados en la víspera de un clásico, despertando un fuego imposible de apagar en el centro del cuerpo de uno de los hijos de los héroes de Old Trafford: Juan Sebastián Verón supo ese día claramente, como nunca antes, por qué había vuelto a Estudiantes, y no era a recibir aplausos exactamente.
Pero aún entonces, en el túnel, continuó, casi con disfrute, en un silencio intimidatorio. Esperó. Terminó de medir las palabras y siguió esperando: sus compañeros se reunían a su alrededor. Pibes ellos, todavía faltos del roce que sólo dan las batallas. Pero emocionados, temblorosos de exitación nerviosa, deseosos de jugar ese clásico. Ahora sí hablaría su líder: no para tranquilizarlos, sino, al contrario, para obligarlos a enfrentar sus miedos. El había vuelto para ver a Estudiantes campeón otra vez, para sacarlo de esa comodidad de mitad de tabla, para obligarlo a tomar las riendas de su destino de grandeza, para recordarle su ADN místico. Para salir campeones: era el objetivo, pero hasta ahora nadie creía verdaderamente en ello. Entonces, en ese torbellino de emociones que era el túnel previo al clásico que pasaría a la eternidad y plantaría la semilla de una campaña inigualable, dijo el capitán: “Estos son los partidos que hay que ganar si queremos ser campeones”.
Y Estudiantes, otra vez, fabricó su destino.


lunes, 15 de octubre de 2012

Se7en




Aquel Estudiantes era un asesino serial. El primer Estudiantes místico que le tocara a la generación joven, el primer León voraz, hambriento, nació una tarde de octubre. Unos meses antes había llegado Simeone al banco, y su impronta laburante y áspera gustó al hincha: el Cholo arañó la hasaña en su primer partido, enmudeciendo el Morumbí con una actuación muy por encima de la que el realismo gris de aquellos días permitía soñar, y cayó sólo en los penales. La carta de presentación fue agridulce: la derrota significaba que el ídolo, Juan Sebastián Verón, que volvía a su hogar, no podría ser parte de la Libertadores de aquel año. Sin dudas, semifinales con Verón era medio título.

Tras aquel buen encuentro, Simeone encontró varios inconvenientes en el armado. Un Sosa anodino no encontraba cancha por izquierda. Galván no aparecía, no pisaba el área, era más minino de departamento que Pantera. En los cuatro partidos desde la 4ta a la 7ma fecha, Estudiantes sumó un punto, y los rumores empezaron. Aquel partido con Independiente, en Quilmes, ganado con bastante esfuerzo, significó un punto de partida y compromiso para el Pincha. Vinieron otras dos victorias. Pero aquello era una rachita, nada más: nadie esperaba el despertar de la bestia que aconteció el 15 de octubre.

En algo creía ya ese equipo, algo de lo que el resto del mundo todavía no se había percatado y que finalmente edificaría uno de los batacazos deportivos más epopéyicos del deporte: todavía eran los días del Boca de Basile, que le había metido 4 a Estudiantes el torneo pasado y 2, haciéndole precio, hacía unas fechas nomás. Ese algo lo hizo palabra el emblema: “Estos son los partidos que hay que ganar si queremos salir campeones”, dijo Juan Sebastián Verón en el túnel según reveló por la noche Fútbol de Primera, casi a modo anecdótico, sin imaginar que se trataba de una frase premonitoria, de un discurso de esos que ofrece no una persona sino el destino. Aquel grupo se había juramentado el título tras el golpe en San Pablo, y fue esa resolución la que lo salvó de la autodestrucción unas fechas antes. Pero el mundo, y los propios hinchas, seguían pensando en Estudiantes como el simpático equipo que repatrió a Verón. Sólo los jugadores pensaban en ganar el título; solo el plantel pensaba el partido como una plataforma a la gloria, y no solo como una fiesta que se celebra un par de veces al año.

Bueno, terminó siendo ambas. Porque Estudiantes, exacerbado por las palabras de Al Pacino, renació en aquel partido: aparecieron los once tipos dispuestos a morir por ganar un metro. Apareció el equipo que metería diez triunfos al hilo, aparecieron el hambre y el coraje, y, ese día, todos nos dimos cuenta de que éramos parte de algo más grande. Aquel equipo era un asesino serial, dueño de una voracidad sin fin, y aquel fue su primer acto. Varsky comentaría tras el sexto y los desmanes de los desesperados hinchas triperos, que intentaban frenar la grosera goleada, que Estudiantes probablemente apretaría el freno por consideración: enseguida vino el séptimo. Olave quiso asesinar a Caldera antes de agarrar la pelota. Pasó de largo en una escena que pinta el grado de desconcierto provocado por la histórica felpeada, y fue el séptimo nomás. Antes de aquel tanto, cuando Lugüercio hizo el sexto, el relator había perdido la cuenta y cantó el quinto. Decir que fueron 7 pero podrían haber sido más resultaría casi una parodia si no fuera realidad: más paródico resulta escuchar a los primeros cantando que ellos no abandonan, cuando todos recordamos los intentos de destruir las instalaciones con tal de frenar la paliza y, por supuesto, las palabras de Teté. Galván despertó, apareció Sosa, Caldera, padre de los Triperos, metió un triplete y se abrazo con un incrédulo Verón, y el descomunal Tanque Panzer que era ese Pavone, imparable, y el gol del hincha Lugüercio, fueron los nombres en el tanteador. Arriba, decía Estudiantes 7 Gimnasia 0.

martes, 9 de octubre de 2012

Messi suspende el tiempo

El primer tanto de Messi en el superclásico no será recordado. Gol de rebotero en un clásico empatado y sin el picante de la era Guardiola, quedará inmediatamente opacado por el segundo tanto, tremendo tiro libre al ángulo, y será sepultado entre los 265 goles que realizó en su carrera en Barcelona.

Barcelona perdía 1 a 0 y llegó tocando al borde del área. Pedro envió un centro y empezaron los rebotes. La pelota se desvió dos veces, mientras en el área jugadores de uno y otro equipo buscaban la pelota y ésta decidía cambiar de dirección a su antojo. Ingobernable, dejaba en ridículo a los planteles millonarios, expuestos en su humana torpeza, en su falta de gracia. A mil revoluciones, víctimas del nerviosismo que se vive en un clásico cada vez que la pelota merodea el área, los defensores trataban de sacarla como fuera y los del Barsa de empujarla como sea. La pelota le rebotó a Xabi Alonso como si fuera un objeto inánime. Xavi Hernández quedó mirando como la pelota lo superaba, mientras Pepe, tiempista reconocido, saltó absolutamente a destiempo por exagerar la vehemencia y terminó en el suelo. Todos, torpes, tensos, acertaban solo al aire.

Pero mientras todos quedaban hipnotizados por la pelota, clavados a contrapié contrariados por los rebotes, Messi siempre supo dónde iba a terminar la pelota. Fantasmal, evitó el barullo y se deslizo directamente allí, al encuentro de su amiga en el borde del área chica. Logró lo imposible y domó el balón, que picó mansito junto a él, sin siquiera tocarlo. Casillas realizó el último gesto torpe de la jugada e intentó desesperado tapar el tiro inminente: todo en milésimas, Lío esperóel fin del movimiento desarticulado de Iker, que terminó sentado en el piso, y tocó despacito al gol, como si se tratara de un entrenamiento.

Alrededor, un tendal de jugadorescomo soldados caídos, derrotados por el caprichoso andar de la pelota, atestiguaba que no se trataba de un partido amistoso sino de una guerra en la que, mientras todos se apresuran a desesperarse, Messi, un natural, ni se inmuta. A veces ve todo tan claro que parece jugar en cámara lenta; y cuando alrededor todos entran en el vicio del apuro apocalíptico y él la agarra, el efecto se magnifica e, incluso, parece suspender el tiempo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El fútbol y la ciencia, enemigos a muerte

El furcio del Pincha, que dejó ir al chico del momento, funciona como evidencia de una cultura futbolera que sigue rigiéndose según las apariencias 
Publicado en Diario El Día


Cuenta la historia que, cuando Ñewell's, en el error más grande de su historia, dejó ir a Lionel Messi tras negarse a afrontar los costos del tratamiento del chiquilín, viajaron con su familia hacia Capital Federal buscando nuevos inversores para el futuro de la Pulga. Messi se probó en River, pero no quedó: por petiso, por endeble, los mismos motivos que llevaron a Estudiantes a descartar al chico del momento, Luciano Vietto, autor de tres goles para Racing el lunes ante San Martín de San Juan, en su cuarto partido en primera. La irrupción de Vietto generó la apresurada frustración de varios hinchas del Pincha, cansados de que los chicos de la cantera pierdan terreno y busquen, al igual que el dinero de las arcas albirrojas, nuevos destinos.

Pero no solo en el futbol permanecen estos prejuicios. El libro y filme “Moneyball” retrata cómo la apariencia física produjo en el béisbol profesional estadounidense, durante décadas, la contratación de galanes, aptos para cumplir el rol de los héroes, y la marginación de los “raros”, aquellos que no encajan en el perfil tradicional, sin importar sus actuaciones concretas. El prejuicio con que contrataban jugadores en el béisbol norteamericano, cuenta la historia, permitió a Billy Beane, el manager de los Athletics de Oakland, conseguir con el presupuesto más bajo de la liga el record histórico de 20 victorias consecutivas con un equipo conformado por los descartes ajenos.

En la NBA, a pesar de su minucioso sistema de selección de juveniles a través de un seguimiento estadístico de los jugadores de los torneos universitarios y las ligas menores, le dieron la espalda a Jeremy Lin. Asiático, petiso y sin una condición atlética que maravillara, el norteamericano de descendencia taiwanesa era todo lo contrario al jugador tradicional de básquet NBA, aún tras la apertura de la liga hacia los jugadores FIBA de Europa y el resto de América que comenzara en 2002, tras la aleccionadora derrota del Dream Team ante Argentina. Tras años sin ver juego, Lin protagonizó este año la más explosiva aparición cuando los dos bases de los Knicks sufrieron lesiones que le permitieron saltar al escenario grande: de desconocido a héroe, encarnación del sueño americano, Lin promedió casi 25 puntos por partido durante sus primeros 10 encuentros como titular, y además hizo 38 en la visita de los Lakers, horas después de que Kobe Bryant negara estar impresionado por sus actuaciones.

LOS PREJUICIOS DEL FUTBOL
Los casos de Oakland y Lin obligaron a un replanteo sobre el modo en que se captan talentos en el deporte, al poner en evidencia la fuerte dominación de la subjetividad y sus prejuicios en los procesos de selección. El mismo panorama comienza a hacerse evidente en el fútbol europeo lentamente, a partir de la aparición de varios entrenadores que provienen de fuera del fútbol y realizan un enfoque marcado por las estadísticas y el dato frío (Arsene Wenger, Rafa Benítez y José Mourinho, entre otros). Por supuesto, sus miradas fueron resistidas hasta que comenzaron a dar réditos dentro de la cancha.
El libro “Soccernomics” (“¡El fútbol es así!” en su edición española), escrito por el periodista Simon Kuper y el economista Stefan Szymanski, resultó pionero en los estudios estadísticos del fútbol, analizando desde los mercados de pase hasta las probabilidades en las definiciones por penales. Pero lo más interesante que evidenció “Soccernomics” fue justamente la existencia de un conjunto de saberes establecidos en el mundo del fútbol que no tienen explicación racional ni dan resultado, desde la contratación de técnicos por su pasado como jugadores hasta la marginación de cierto tipo de futbolistas por su apariencia. El libro expuso la discriminación que se hizo durante décadas en Inglaterra al futbolista negro, considerado falto “garra”, y también la inconsciente preferencia de los ojeadores por los rubios, sencillamente porque se destacan sobre la mayoría morocha. “Los clubes eligen técnicos y jugadores que encajen en el rol que se espera de ellos”, explican Kuper y Szymanski acerca de la predilección por los técnicos blancos y trajeados y otros prejuicios. Si el club fracasa contratando personas que encajan el perfil superficial, no queda tan expuesto como si falla al arriesgarse con la contratación de un jugador chueco, como Garrincha, petiso, como Messi, o gordo, como el Beto Márcico. A pesar de la creencia de que se trata de un mundo superprofesional y supereficiente, el fútbol habita un reino mágico paralelo a la razón científica.
Los hallazgos de Kuper y Szymanski pueden sin dudas ayudar a volver más eficiente el proceso fuertemente subjetivo de la selección de juveniles, basado en la adjudicación de facultades místicas de los captadores de talento, generalmente asociadas sencillamente a su pasado como futbolistas. “El haber jugado al fútbol no le puede dar respaldo a una persona para decir ‘éste sí, éste no’”, afirmaba ayer Miguel Ignomiriello, responsable de formar la Tercera que Mata, alimento esencial del equipo albirrojo campeón del mundo en 1968.
Resulta curioso como, en Argentina, se dio un primer paso hacia cierto ordenamiento, pero resultó un paso en falso: hace ya varios años que el fútbol argentino viene privilegiando en sus inferiores al jugador de biotipo fuerte, en consecuencia con el camino que, se cree, va tomando el deporte, hacia un juego predominante físico, darwiniano, donde gana el más fuerte. Los seleccionadores de Estudiantes desestimaron a Vietto justamente bajo estas razones.
Se trata, sencillamente, de la construcción de un nuevo prejuicio de apariencia científica que atenta contra la diversidad que hace a un deporte de once funciones por equipo: si aún es demasiado pronto para catalogar el caso Vietto como un furcio de las inferiores pinchas, el ninguneo a Messi y el exilio de varios jugadores que la rompen afuera, desde el petiso Conca hasta el extraño lungo Barcos, sirven como evidencia de que algo anda mal. A la inversa, en Europa han comenzado a desandar el camino del prejuicio y a buscar la diversidad. Lo que se pide es el tipo de jugador que no surge naturalmente, el talentoso y escurridizo jugador latino que equilibre la fortaleza física de los equipos del viejo continente con algo de sutileza picaresca. Se lo busca en las canteras ajenas de la lejana Sudamérica, o en las inferiores de las viejas colonias. Compuesto básicamente por jugadores de descendencias árabes y africanas, campeonó Francia en 1998, un equipo que apenas un año después era descalificado por los franceses, que nunca lo sintieron como propio; y Alemania hizo podio en 2010 con un joven seleccionado que respetó su esencia de tanques y mediocampistas potentes con Klose y Schweinsteiger, pero agregó picante con jugadores como el turco Ozil o Thomas Muller.
CONTRA EL RIGOR
El fútbol criollo, sin embargo, presidido por la noción de que no hay nada que aprender, combate el avance de las ciencias. Mientras todos los deportes han permitido paulatinamente el ingreso del análisis científico al servicio de la victoria, nuestro fútbol sigue rechazando la estadística, y renegando contra las “mezquinas” jugadas preparadas, los videos y hasta la preparación física. La tecnología para ayudar a los árbitros sigue prohibida, y de hecho los espectadores se regocijan cuando los jugadores “se chamuyan” al árbitro o caen fusilados en el área mientras sus compañeros reclaman que el defensor vaya preso y lamentan la temprana muerte del centroforward: la falta de rigor en la aplicación del reglamento es una muestra más de la falta de orden que constituye, para alegría de los hinchas, el fútbol.
Es que quizás en cierta falta de rigor reside el placer del futbolero, el placer de discutir durante eternidades cada jugada; y también incluso el placer mismo del fútbol, que en su caos irreductible científicamente permite, aunque sea cada tanto, batacazos imposibles en los deportes superprofesionales y cientifizados, que han reducido la sorpresa al mínimo para maximizar la eficiencia. Al final es como dice el Billy Beane de Hollywood: ¿como no ser románticos con el deporte? Así como la ceguera de cientos de ojeadores NBA permitió el heroico surgimiento de Jeremy Lin, la desorganización en el fútbol, sobre todo del criollo, permite, a cuestas de olvidar todo posible progreso, que de vez en cuando los pobres le ganen a los ricos, la esencia misma del atractivo del deporte rey: su capacidad para asombrarnos y apasionarnos.


miércoles, 29 de agosto de 2012

La cleptocracia del fútbol, protegida

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La situación era ya obscena de lo evidente. El gobierno salavaba con sus crecientes millones año tras año al fútbol, que se volvía a endeudar con una velocidad pasmosa. El salvataje inicial, que volvía las cuentas de los clubes a cero, duró un suspiro: para fines de 2009 los clubes habían vuelto a su deuda inicial y en algunos casos hasta la habían aumentado, utilizando el dinero del salvataje para continuar con negocios turbios y el vaciado de los clubes que, por perseguir la figurita de moda y el título que todo lo tape, perpetuaban el círculo vicioso de la adquisicón compulsiva de jugadores, muchos por meses apenas y sin ningún beneficio económico por mostrarlos. No hace falta, en definitiva, ser economista para entender que si un club endeudado trae media docena de jugadores se endeudará más. No hace falta ser un especialista tampoco para comprender que se llega así a una rueda difícil de detener.

El dinero estatal llegó hace ya tres años con pocos hilos atados hasta recientemente. El libre albedrío de AFA continuó, y también las políticas de seguridad deportiva. Cuesta creer que fue la simple eclosión de absolutamente todo lo que llevó al Estado a tomar intervención activa en su inversión deportiva mayoritaria. Pero seguramente la obscenidad de las triangulaciones de este mercado de pases (especialmente el caso Botinelli, que quedó libre y llegó a River sin embargo desde un club uruguayo, llevándose buena tarasca por la maniobra) y las constantes bataholas entre barras tuvieron que ver con la reacción tardía del gobierno nacional.

Todo sugiere, sin embargo, que se trata no solo de decisiones tardías sino superficiales, pour la gallerie: mientras la AFIP investiga apenas los pases de este año y sigue sin meterse demasiado en las cuentas de los clubes, ya comienzan a destrabarse varios casos a partir del pago voluntario de los impuestos que quisieron eludir los protagonistas (jugadores, clubes y representantes que eligieron inscribirse en los paraísos uruguayos y chilenos, donde no hay casi retención impositiva; no se trata en verdad de un delito, como ya afirmó el juez de la causa penal).

En materias de seguridad, el Aprevide, reemplazante del terrible Coprosede que afrontó numerosas causas de complicidad en hechos de violencia, es hasta ahora un cambio de nombre que no propone políticas nuevas y sigue con los mismos y obsoletos sistemas que solo resaltan la connivencia de los infinitos policías destinados a custodiar los encuentros para con los barras. Su debut no pudo haber sido peor: hubo una oleada de incidentes inédita para un inicio de campeonato que incluyó a River, Chicago, Belgrano, Independiente y, claro, el estallido de la interna de Boca en pleno camino a Santa Fe.

Ante el pico de violencia, el gobierno pidió “un listado de barras” a los clubes. Con este pedido se salva rostro y se evita hablar del espinoso tema de la ligazón entre barras y política: es sabido, e incluso ha sido capturado en imágenes (por ejemplo, todos recuerdan a Bebote, jefe del Rojo, tirando tiros en aquel acto peronista de 2008), que los barras son durante la semana punteros políticos y que éstos, muy seguido, bancan sus viajes a cambio de banderas que no hacen sino evidenciar el vínculo. El organismo debutante, en tanto, sigue sin hacerse cargo de su trabajo y se dedica meramente a atribuir multitudinarios y futiles operativos para los encuentros en lugar de a investigar: porque, es claro, la responsabilidad del tema barras es una cuestión, como cualquier problema delictivo, de la que se tiene que encargar la policía, a lo sumo con las directivas de un organismo especializado como pretende ser el Aprevide. En lugar de ello se pone el peso en la complicidad de los dirigentes: está claro que son amigotes, pero no tienen ninguna responsabilidad de velar por la seguridad ciudadana o investigar y destapar la mafia de las hinchadas si no lo desean. En todo caso, ellos deberían ser investigados: por la Justicia y, quedó dicho, por la AFIP: porque en el juego del dinero que se lava y las comisiones que se pasan por debajo de la mesa, también están metidos los barras.

La cuestión es que el beneficio de las triangulaciones va más allá de la irregularidad de los pases que investiga la AFIP. Los jugadores, en absoluto inocentes, quedan libres adrede ante la tentativa chance de aprovechar un pase ficticio y llevarse muchísimo más dinero que si el pase lo realizara un club real y tocara sólo un porcentaje. Los equipos venden, por supuesto, con menor carga impositiva. Pero además las instituciones aprovechan la absoluta irregularidad de estos pases para equilibrar balances (River compró a Bottinelli a 2 millones, pero pagará 500 mil dólares en unos días para evitar incluir el monto total en el balance de la temporada), recibir porcentajes (el jugador libre se lleva gran cantidad del dinero del pase ficticio y reparte el resto entre el club que presta su nombre y, claro, representantes y dirigentes cómplices) y asentar valores ficcionales por pases (un jugador libre e inscripto en un club ficcionalmente puede ser adquirido por menos plata de la que se dice, permitiendo así lavar dinero). Se trata, además de un grave perjuicio para los clubes con la finalidad de engordar las billeteras propias, de un enriquecimiento ilícito que la AFIP no parece perseguir: va detrás del dinero de los impuestos y la fuga de dólares, la agenda principal del gobierno nacional para afrontar la crisis. Toda intención positiva de controlar un organismo corrupto y putrefacto queda desvirtuada al evidenciarse los motivos ocultos detrás de las medidas mediáticamente simpáticas pero en absoluto profundas tomadas por el gobierno.

Al insistir en proteger esa isla de legislaciones paralelas que constituye el fútbol nuestro, seguramente el tema se archive en un par de semanas: el sueño de ir a fondo contra las fraudulentas administraciones que vacían nuestro fútbol y se aprovechan de las asociaciones sin fines de lucro para lucrar ellos se desvanecerá. Por supuesto que deseamos que no sea así: pero el fútbol se constituye cada vez más en un universo paralelo que escapa a todo control. La triangulación en el fútbol lleva décadas, y luego de tres años de Fútbol para Todos, la intervención llegó solamente cuando los intereses recaudadores de Nación se notificaron de la atroz fuga de divisas que representaba el mercado de pases: no se puede ser tan bienpensante como para obviar esta evidente verdad. Tampoco se puede evitar pensar, por ende, que las señales de que, finalmente, “todo pasará”, son señales de que todo ha cambiado para que nada cambie: la cleptocracia del fútbol argentino sigue siendo protegida desde arriba. Contra el poderoso fútbol (y sus poderosos hombres) nadie osa ir: ojalá estemos equivocados.

martes, 28 de agosto de 2012

Estudiantes se busca


Tras sinuosas cuatro fechas, Estudiantes parece estancado. Fueron cuatro fechas donde se alternaron buenas con malas, ilusiones con decepciones, pero donde a fin de cuentas el equipo de Cagna no terminó de despegar. Ayer jugaba un muy buen primer tiempo cuando un contraataque de Colón mostró la fragilidad del Pincha y cambió el partido. El pecado original que parece determinar el andar del albirrojo en este torneo parece ser cierta ingenuidad táctica defensiva, que deja demasiada cancha y que ni siquiera el veloz Angeleri, el experimentado Chavo o la prestación constante de Ré pueden resolver.

Pero tampoco es que Estudiantes se desprotege a cuesta de un ataque voraz: lleva cuatro goles en cuatro partidos, promedio que lo obliga, al menos, a defenderse fuerte para ganar y, por supuesto, a no cometer las ingenuidades de los dos partidos de local: pelotas paradas cerca del área, manos, marcas laxas y distraidas... Hemos analizado esto hace un par de semanas, cuando tirar el offside en mediacancha con Desábato y Alayes de centrales le costó el partido ante un equipo que, diga lo que diga la historia, es de flojito para abajo, como demostró su paupérrimo encuentro ante San Lorenzo, otro candidatazo a la nada. La victoria en Boedo sigue valiendo tres puntazos, pero la mejoría de aquel encuentro no fue la pintada: el rival hizo lo suyo y el Pincha tuvo la pelota, pero nunca fue peligroso.

Lo mismo ocurrió anoche, donde tras un primer tiempo de bastante movilidad, combinaciones riquísimas y la constante insinuación de peligro, Estudiantes registraba solo dos jugadas de peligro. Colón, con la mitad, tenía un gol. Terminaría con dos goles habiendo pateado dos veces al arco. Además de una verdadera bestia negra, el Sabalero es en verdad largamente el mejor rival que ha enfrentado Estudiantes esta temporada, como lo demuestra su posición en la tabla... y tampoco (con un partido entresemana en el lomo, es cierto) hizo demasiado en el estadio Ciudad: el torneo está para el que más rápido cierre filas y, mancomunado, se crea capaz de quedarse con todo y robe los puntos que el resto despilfarra falto de convicción.

Es cierto que vale la intención de juego que muestra el equipo de Cagna. También que Román Martínez (ausente ayer por el destape de las triangulaciones) aportó algunas pinceladas nomás, Jara sigue verde y Braña aún continúa atado a su rol de marca, lejos de aquellos partidos exquisitos de la era Sabella: sobre ellos reposa la ilusión de volver más voluminoso el juego pincha. Además, el nuevo esquema ubica a Iberbia de lateral-volante, y con voluntad no se tiran buenos centros (del otro lado Jara sufre en el retroceso y en su irregularidad se nota su juventud). El ataque parece funcionar pero en tres cuartos de cancha agota sus variantes y se reduce a la inspiración de la Gata, la voluntad y enorme eficacia de Carrillo y el inesperado nivel alto de Núñez: ayer ellos gestaron el empate. El equipo espera la recuperación de Duvan, que tampoco es Batistuta y además está bien cubierto por el magdalenense: el problema parece estar en el funcionamiento, demasiado estático y dependiente de arrestos individuales. El esquema no terminó de solucionar los problemas defensivos pero los mejoró notablemente respecto al encuentro con River; como contrapunto, ofensivamente ofrece poco esta táctica que precisa de bandas profundas con hambre de área.

La gente mostró ayer una saludable paciencia. El hincha genérico, y hay pocos hinchas más sabedores de fútbol (el que se juega en las canchas, no en los diarios) que el de Estudiantes, veía ayer como el Pincha caía por segunda vez en cuatro fechas, las dos veces como local, y aún así empujó a un equipo que, tras el primer gol colonista, perdió paulatinamente la brújula y terminó yendo hacia adelante solo por ímpetu, sin argumentos. Empató sobre el final, pero un penal tonto de Desábato, que no modifica las conclusiones, lo dejó sin nada.

Pero el público, aún así, entendió la realidad: la transición pos Verón será dura. Estudiantes busca rellenar el enorme vacío futbolístico dejado por la Brujita no a partir de una figura mesiánica sino desde el esfuerzo colectivo: saludable superación. Es un equipo honesto, humilde, laburador, que escucha a un DT que tampoco miente y busca soluciones sin orgullos nocivos. Pero todavía no las encuentra, y tampoco encuentra Estudiantes su lugar en el torneo: la segunda derrota de local deja a los de Cagna inmersos en la irregular medianía general. El Pincha quiere sacar la cabeza del barro de mitad de tabla, pero todavía le falta. Quizás el equipo se termine de armar en estas fechas: pero si no lo hace, no debe ser motivo para la desesperación sino para mostrar paciencia y esperar resultados a un plazo más largo que 19 caprichosas fechas, coherencia que viene escaseando en los recientes proyectos futbolísticos de Estudiantes.

domingo, 19 de agosto de 2012

La conjura de los necios


Por Pedro Garay para Solos Contra Todos

Martín Caparrós, siempre entusiasmado con la polémica, no obró como lo que dicen que es. La facilidad con la que elaboró una red conceptual alrededor del fútbol asombra por lo retrógrado y caduco de sus interpretaciones. Caparrós reprodujo un discurso que ya no solo atrasa sino que cansa, enarbolado por vegestorios que siguen robando espacio gracias a sus trayectorias pero que nada comprenden de un fútbol que ha mutado y ya no puede reducirse a la alegre improvisación de los artistas del campo, románticos gambeteadores que nunca existieron más que en la nostalgia. Con prepotente seguridad y sobresimplificación ignorante este supuesto pensador prefirió declamar antes que debatir y pensar.

Desmontemos el discurso de Caparrós (volcado, como no podía ser de otra manera, en Olé), un compendio de los lugares comunes que rodean una visión conservadora y elitista del fútbol que proviene del siglo pasado. Los artistas que miran fútbol han durante años romantizado el deporte. En su absoluta aversión del “resultado”, mala palabra y sinónimo según ellos de una capitalización pecaminosa del juego puro, han pasado a defender la vereda del lirismo deportivo y a rechazar de pleno cualquier escuela tacticista. “No sé bien que hacen los técnicos”, opinó Caparrós sin ponerse colorado, pronunciando más un deseo, el de un fútbol que pertenezca a los jugadores “puros” (una idea explorada en películas románticas que datan de hace medio siglo, como El Crack y Pelota de trapo) y en el que el entorno no tenga nada que ver. Así se construyó durante décadas la dicotomía que gobierna las interpretaciones del fútbol en Argentina.

Podríamos generalizar y decir que estos artistas son en el fondo amantes de las formas antes que del contenido, y por eso prefieren piruetas improductivas a equipos sólidos: lo que resulta contradictorio es que, progresistas como dicen ser todos los artistas -y en verdad son un puñado solamente- llaman miedo a las labores colectivas, capaces de sublevarse a la jerarquía de las billeteras que rige el fútbol mundial, mucho más rebeldes y anticapitalistas que un gambetista autómata que se pierde en su propio deseo de ser mejor que todos. Iremos más allá: ¿a quién favorecen las piruetas? Al espectaculo, eso que dicen estos bienpensantes “pide la gente” pero que en realidad piden los esponsores, que atraen con sus montajes de 3 minutos de taquitos el consumo de los televidentes: no son hinchas sino consumidores de un futbol irreal y magico que se juega en una Europa ficticia donde hay partidos del Real Madrid y el Barcelona nomás, porque quien sabe quienes juegan -y como se juegan- los demas partidos.

Para Caparrós, en este fútbol jugadoril diez jugadores nada tienen que hacer, porque todo depende de Messi. Y contra Messi tampoco hay nada que hacer: el Mundial, si comprendemos esto según Caparrós, ya está ganado. Que bufones han resultado, entonces, desde Pekerman hasta el propio Guardiola, incapaz de ganar la Liga o la Champions la temporada pasada con el mago que puede solo, ¡y con otros diez magos más!.

Si Messi, cuyo peso en la Selección nadie duda, ni siquiera el mismo Pachorra, que lo resalta una y otra vez, se lesiona, el plan de juego (la labor del DT, le recordamos a Caparrós, que dice no saber cuál es) sería basicamente entrar en pánico, en lugar de ejecutar algún plan B ensayado. De hecho, ante Alemania el equipo de Sabella no fue un concierto messiánico como ante Brasil: un Messi apagado, que incluso erró un penal, acompañó una buena labor ofensiva de Argentina, con variantes en los pies de otros cracks. El análisis del partido que realizó Caparrós fue necio, cesgado, además de oportunista: aprovechó una victoria de la cual podían adueñarse sus enemigos “bilardistas” (por no haber sido 100% responsabilidad de la Pulga) para criticarlos.

Esta visión jugadorista e individualista esconde una creencia mucho más grave para un pensador progresista: la idea del don. Los pensadores románticos del fútbol, entre los cuales se encuentran tipos de la talla intelectual de Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer, construyen un mundo futbolístico que depende de lo que se trae desde la cuna. Nada más aristocrático que este modo de pensar donde la “movilidad social” está impedida por la jerarquía natural. Los clubes chicos no tienen nada que hacer: los grandes jugadores buscarán jugar en los clubes grandes desde pequeños, y los cracks que se críen en los clubes de barrio serán inevitablemente robados por los tiburones con billetera pesada. Si en el fútbol ganasen siempre los que tienen los mejores jugadores, ganarían siempre los que más plata tienen: no habría sorpresa, eso que dicen hace al fútbol el deporte más apasionante; pero no habría, además, esperanza.

Pero el fútbol ha encontrado el modo de rebelarse a este determinismo. Por supuesto, quienes vieron desafiado su reino atacaron este modo de juego que imponía el colectivo como modo de disimular las falencias individuales: los clubes grandes fueron los primeros en declamar contra este estilo de juego mecanizado y físico, y llegaron a la opinión popular a través de la insistencia mediática, que perdía clientes con cada triunfo de Estudiantes, Chacarita y los demás sublevados. No se trata de ninguna paranoia: allí están los diarios de la época para constatar el ataque feroz que se le realizó al equipo de Zubeldía por profundizar lo planteado por el Racing campeón del mundo, que sin embargo no recibía ningún aluvión de críticas por su juego.

Tras este repaso breve de las ideas reproducidas por Caparrós, pasemos ahora sí a plantear un debate serio: por ser serio, tendrá necesariamente que despojarse de las categorías dicotómicas y fáciles con que se analiza mediáticamente el fútbol. “Bilardismo” y “menottismo” ya no corren: nadie puede ser tan ingenuo como para no trabajar la pelota parada o pensar a quien hay que marcar; y nadie puede negar que hay jugadores que rompen todos los esquemas. El Barcelona, por cierto, no pertenece a ninguna de las dos escuelas, y de hecho ningún equipo lo ha hecho más que en el bello e impoluto discurso: la realidad siempre es mucho más gris y sin dudas que la labor intelectual no consiste en poner etiquetas tranquilizadoras sino en plantear las muchas ambigüedades y los muchos prejuicios que se esconden detrás de las categorías del sentido común.

Bilardo. Bilardo es, después de todo, el concepto (porque Caparrós no habla de Bilardo técnico real sino de “bilardismo”, ficción mediática) que lleva al bigotudo pensador a ningunear a Sabella (y a todos los técnicos). Bilardo, según Caparrós, ganó un campeonato del mundo teniendo miedo. Su simplificación carece de memoria: este pais, con Maradona, con Messi y con Batistuta, quedó afuera de todo siempre desde que Bilardo dejó su cargo. Recontra fue al frente con Diegote como DT y Messi en cancha: se comió cuatro.

El miedo del que habla Caparrós es un concepto machista: es miedo a “ir al frente”. Caparrós continúa la reproducción de lugares comunes: si uno es inferior en el juego, debe “ir al frente” igual. Basicamente, ser un boludo, en lugar de buscar, a través de la inteligencia, estrategias alternativas para alcanzar la victoria. Y alternativa no tiene por qué ser inferior, y mucho menos, moralmente inferior (es decir, cagona): en definitiva, si desjerarquizamos los valores del fútbol y dejamos de ubicar la habilidad (la gambetita) en lo más alto de la escala, se puede ser mejor que otro (¡menos mal!) aún si uno es inferior en la capacidad de sorprender con magia, a través de la inteligencia y el trabajo para suplir las falencias y neutralizar al oponente técnicamente superior a través del colectivo. Se  valorizarían así no solo los diferentes estilos sino también los diferentes jugadores, que abandonan su rol súbdito y se vuelven valiosos en sí mismos, y empezaría a disolverse la teoría messiánica, la dependencia del crack que nos salvará. Sin embargo, al poner primero en el orden jerárquico del fútbol el don natural, jugar en equipo, pensar el partido tácticamente y demás “aberraciones” es de “antifútbol”. En el fútbol individualista y de machos de Caparrós, que existe solo en las ficciones, el deporte tiene lugar solo para mensurar la masculinidad, en definitiva.

En el fútbol real, en tanto, Barcelona patea los corners cortos porque no tiene jugadores altos. Planifica los partidos en la semana, y logró muchos más títulos con Guardiola que con Rijkaard, el anterior entrenador, que contó con Messi además de Ronaldinho y varios otros cracks: queda claro que el entrenador pesa. El mejor equipo de todos los tiempos enfrentó alguna vez a un equipo de Sabella: jugó la final del Mundial de Clubes de 2009 ante un Estudiantes con un equipo casi muleto, que lo venció durante 88 minutos, empató en los 90 y perdió por la mínima solo en tiempo suplementario ante un equipo que contaba con un presupuesto mil veces superior. Dos años más tarde, el Santos de Neymar “fue al frente”: se comió cuatro.

En el fútbol real han ocurrido cosas bizarras, como que Bilardo conformara un equipo ultraofensivo que consiguiera, tras una temporada deslumbrando rivales y soportando las críticas increíblemente ciegas de los medios capitalinos (otra vez, a mirar los diarios), el título Metropolitano del 82. Aquel equipo se paró con un inédito tridente de volantes ofensivos en media cancha: nada de doble cinco, nada de picapiedras, en aquel equipo monopolizaban la pelota, tiki va tiki viene, el habilidoso Bocha Ponce, el Mago Trobbiani, proveniente de Boquita, y, claro, Alejandro Sabella, crack absoluto de aquel equipo. Solamente marcaba Miguel Russo.

¿Cómo comprender semejante locura? Recordando la frase de Rinus Michels, el entrenador de Holanda durante el Mundial de 1974: “Fútbol total es lo que practicaba Zubeldía en Estudiantes”. Aquella Holanda, La Naranja Mecánica, practicaba un pressing feroz que culminaba con todo el equipo (así de extremo, como evidencian los muchos videos) llegando a mitad de cancha y dejando en offside a todos los rivales. Por los mismos atributos, la ferocidad física y la trampa del offside, el equipo de Zubeldía sigue hoy siendo denostado, mientras Holanda es el estandarte del romanticismo del fútbol. Por cierto, el fútbol que hoy practica Barcelona es heredero directo de la escuela holandesa, a través de Cruyff, quien fuera entrenador del Barsa y de Guardiola, a quien hizo debutar en 1990, y el ideador de ese proyecto de fútbol con sede en La Masía.

Pero no repitamos los errores de consagrar una visión de fútbol como la única visión y no hablemos más de “fútbol real”: no se trata sino de otra construcción. Desmitifiquemos, eso sí, las miradas  absolutamente prejuiciosas que han causado tanto retraso en nuestro fútbol y que han favorecido que se considere no planificar y no trabajar como valores positivos. El bilardismo es una religión que, es cierto, practican algunos fundamentalistas que curiosamente reproducen ideas que no reflejan en absoluto la complejidad del legado de Bilardo y su maestro, Osvaldo Zubeldía. El menottismo, su contraparte, prefiere taparse los ojos, siempre cascarrabias y criticón de nuestro fútbol y recordando una edad de oro que nunca fue. Son construcciones que ya no sirven para analizar el fútbol, que lo reducen, lo asfixian. Quienes repiten estos discursos son consumidores de narrativas y, obviamente, de lo que esas narrativas dicen de ellos: que son progresistas, que son líricos. No son amantes del fútbol, no buscan desentrañar el juego sino reducirlo a categorías que los vuelvan superiores como personas.

Queda claro que por más que uno vea 40 años fútbol, como dijo haber hecho Caparrós como constatación de su capacitación futbolística (vía twitter), no se sabe de fútbol: si no todos seríamos técnicos. Bueno, así pensamos de hecho acá, prepotentes, necios, eternos reproductores de los mismos estereotipos, siempre mirando el futbol con una mirada cesgada, que de antemano divide todo en una dicotomia que convierte a Sabella en bilardista solo por haber jugado y dirigido a Estudiantes. Sabella, quien en 2010 paró un equipo que defendía con cinco pero atacaba, gracias a sus laterales que eran volantes, con siete (¡da doce!); Sabella, que ese mismo año, antes de que todos lo criticaran por ser ultraconservador y se quedara con el título (la historia siempre se repite porque no se rompe el círculo vicioso de la interpretación maniquea), armó un equipo con (tome nota) Clemente Rodríguez, Marcos Angeleri, José Sosa, Enzo Pérez, Leandro Benítez, Juan Sebastián Verón, Gastón Fernández, Mauro Boselli y Braña pa' que marque un poco.

Sabella no sufre de esa necesidad de demostrar que es el más macho de la cuadra: él también quiere jugar con Agüero, Messi e Higuaín arriba, pero primero debe buscar una estructura que sostenga, que equilibre el equipo, una tarea ardua pero, en definitiva, su trabajo, señor Caparrós. Equilibrio es el concepto clave en el diccionario sabelliano: la búsqueda de un fútbol que sea profundo sin desprotegerse. Un ideal, es cierto, pero también un concepto hermanador que evidentemente no comprenden quienes, cuarenta años después, siguen asfixiando el fútbol con las mismas categorías caducas: evidentemente, el deporte predilecto de los argentinos no es el fútbol sino la discusión.

No es que Caparrós no sepa nada de fútbol. Caparrós elige interpretar el fútbol desde una óptica voluntariamente reducida: si todos miramos el fútbol forzosamente desde la subjetividad e intentamos corrernos de nuestros prejuicios para aprender, Caparrós elige ver el fútbol desde una perspectiva impuesta de antemano. Entonces, ya no mira lo que sucede en la cancha, lo que ha sucedido en la cancha desde que se instauraron las categorías de bilardismo y menottismo. El fútbol para él es uno, estanco durante décadas, un fútbol en el que todo depende de la genialidad de un jugador que es mejor que el resto, hagan lo que hagan los demás: en ese fútbol existe un solo rol, ser crack, el romántico que le gana a toda la miseria. El resto de los roles en el fútbol son reducidos a la nada, lo cual refleja un desconocimiento (voluntario, como quedó dicho) del juego. Esta epifanía del señor Caparrós acerca de lo único que importa en el fútbol (“complacer al Mostro”)  se le ha escapado, aparentemente, a los miles de idiotas que viven del fútbol, que contratan técnicos e intentan entrenar a lo largo y ancho del planeta.

Lo grave es que esta mirada se vuelve moral, el escenario donde se libra una batalla entre el bien, defendido por seres superiores (los intelectuales “progre” del fútbol que ningunean cualquier interpretación del juego que no sea abstracta y filosófica), y el mal: sólo que el bien es, desde esta óptica, un fútbol individualista, determinista, elitista y machista. Nuestra concepción del fútbol reproduce hoy estas valiosas ideas.