lunes, 22 de diciembre de 2014

Un camino de espinas

Cargadas aparte, el campeón de la Libertadores no pudo hacer demasiado ante Real Madrid, con un plan de juego tibio en un encuentro más cerca de la goleada que de la hazaña. La narrativa épica, seguramente, se concentrará en la multitud que viajó hasta Marruecos, y chocará cuando, durante la bizarra temporada 2015, el subcampeón del mundo enfrente al Club de los Cinco y tenga que bancar el lastimero cantito de “para ser grande...”
 
Por supuesto que la actuación deslucida y triste de los de Boedo engrandece la épica trágica de 2009cuando un Estudiantes diezmado, que nada tenía que ver con el campeón de 2009, enfrentó al mejor equipo de todos los tiempos y lo tuvo de rodillas. En parte por no retener a un puntal de aquel campeonato como Mariano Andújar y por la obligación económica de diezmar el equipo de cara al encuentro más importante en cuatro décadas, en parte porque el fútbol tiene esas cosas, el planteo perfecto de Sabella, recordado en la antesala del encuentro con el Real, se frustró en una confusa salida en falsa que poco tuvo de barceloniana.
 
Fue una actuación para los anales tácticos, pergaminos que Pachorra revalidó en el Mundial para los detractores que dejan que la ideología nuble el análisis. Fue, también, derrota finalmente, dolorosa, heroica, pero derrota. Se aprende y se sigue adelante: a cinco años, ya es hora.
 
Para sacar un clavo, nada mejor que otro clavo: Estudiantes necesita volver a la épica para que el pos 2009 no se transforme en la década del 70. Increíblemente, Mauricio Pellegrino viene construyendo un equipo con capacidad de juego y épica con paciencia, pero su nombre sonó entre los candidatos a la guillotina cuando Estudiantes cayó con el mejor equipo del fútbol sudamericano del semestre. Fue el segundo equipo que más puntos sumó, y aunque siempre pareció que tenía más para dar, pocas veces se tiene en cuenta que los jóvenes son sólo promesas y que la volatilidad etárea hace a la capacidad de un equipo de sostenerse coherentemente.
 
Errores de Pellegrino hubo miles, desde ya: muchos goles en contra de pelota parada, poco a favor, un retroceso poco aceitado cuando el equipo se para en ataque. Pero muchos más fueron los aciertos del entrenador para levantar el buque naufragaba (¿recuerdan los rumores de descenso?) y constituir un equipo competitivo y, sobre todo, sustentable: pocos refuerzos de renombre, aciertos en los nombres de segundo orden (Aguirregaray, Cerutti) y mucho piberío para bancar una crisis económica voraz, luego de años intentando repetir el 2009 a partir de una política de refuerzos derrochona.
 
El equipo de Pellegrino se erige, lentamente, en espejo circenseno de aquel campeón libertador, cofradía de hermanos hombres, sino de aquel del 2005/2006: el merlismo y el burruchaguismo poniendo muchos pibes al lado de un par de experimentados, la muchachada creciendo por el fragor de las batallas americanas, y ese primer trimestre de 2006 como gran aprendizaje de cara al segundo semestre hollywoodense, donde, claro, la estampa de la Brujita y el Cholo se marcaría a fuego en el plantel.
 
Este equipo, como aquel, amagó con dar pelea en varios torneos, pero finalmente, juvenilia, errores puntuales, puntos perdidos en canchas facilongas, un plantel corto y otras coyunturas bajaron de un hondazo la ilusión. Esta temporada el Pincha peleó todo lo que jugó, pero se quedó sin nada y cerró el año con la mente en modo vacaciones.
 
La era Verón malacostumbró a toda una generación que ahora recarga de histeria cada mercado de pases y cada derrota, exigiendo cabezas y nombres estrafalarios: tras la goleada en contra ante San Lorenzo, el estallido en las redes sociales (que se ha descubierto caprichoso, muchas veces irrelevante y poco representativo) se hizo oír, una turba iracunda pidiendo sangre. Sin respeto por el proceso. Sin respeto, siquiera, por los números. Porque los pibes han crecido también en ese rubro, el equipo va mejorando año a año sus actuaciones, y este torneo, como si nada y en medio de cierto disconformismo hinchista propio de un lustro dulzón para Estudiantes, los de Pellegrino alcanzaron los 31 puntos. Mejor marca desde Sabella.
 
Pero este equipo no se parece a aquella cofradía de hermanos-hombres. Sí tiene algunos aires a los que vinieron después: porque a diferencia del proceso armónico que se dio entre 2004 y 2006, que permitió que se afianzaran los chicos y que los jugadores utilitarios traídos como refuerzos crecieran (¿recuerdan al Chapu suplente?), este proyecto ha sido sumamente turbulento.
 
Las arcas mandan. Estudiantes tuvo que desprenderse casi obligado de Duvan Zapata, Gerónimo Rulli, Jonathan Silva y, ahora, Joaquín Correa, uno de esos que no se reemplazan. También dicen que una oferta millonaria por Carrillo sería difícil de rechazar. Este equipo, a diferencia de aquel de 2006, se tiene que rearmar constantemente: el entrenador se queja, pide refuerzos, que siempre son apuesta y por ende, en caso de que no funcionen, siempre se necesitan en mayor número. Las balanzas se curan, pero sólo un poquito, nunca del todo. Y entonces, seis meses después, de nuevo Estudiantes pierde lo mejor que tiene.
 
Durante el año hablamos del techo del equipo. Parece por momentos ilimitado, alimentado por el entusiasmo del hincha ante una actuación voladora; aunque el verdor muchas veces determinó que Estudiantes no estuviera para pelear seriamente, para conseguir la solidez de juego y espíritu necesaria para ser contendiente. Pero con el tiempo, y a pesar del desguase, el verdor muta en madurez. Y el techo final de las posibilidades del equipo lo pone, entonces, el tirano dinero: si Estudiantes puede salir de la simpática medianía de pelear y estar ahí, este año que se viene, si 2015 es la temporada del salto de calidad parece residir, antes que en el entrenador, la táctica o los huevos,  en la capacidad de la comisión directiva entrante para ponerse creativos, disimular las ventas y circundar las limitaciones económicas. El techo, sea cual sea, quedará fijado en este mercado de pases.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Venganza incompleta

“A Estudiantes le convenía que ganara River”, tira algún medio capitalino con la sangre en el ojo. “No les sirve de nada”, me dice algún hincha de otro equipo. ¿Y? Comer un helado tampoco sirve de nada, pero que rico es.
 
Mucho desahogo hubo entre los Pinchas que siguieron el partido por tevé: otro capítulo más para el infarto en la saga versus River, y sí, es cierto, las Gallinas se llevaron el pan y buena parte de la torta, pero esta porción se la comió el León.
 
Uno a cero, con justeza y metidos atrás como manda la historia. ¿O te vas a hacer el loco en una cancha donde los triunfos de Estudiantes se cuentan con los dedos de la mano y los de River con calculadoras científicas? Uno a cero y chau, en el encuentro donde River fue más River de la trilogía, donde más tuvo posesión y toque. Los de Pellegrino habían jugado más en los dos duelos coperos, pero el rival había encontrado, mezcla de potencia letal, azar de los iluminados y falencias del Pincha para cerrarse bien, varios goles (cinco en total en 180 minutos).
 
Bueno, en este encuentro River tuvo mil por ciento de posesión y no sólo perdió: no convirtió goles, no tuvo más que aproximaciones y, te digo más Pincha amigo, mereció perder y hasta por más goles. Seguro que a los de Gallardo ya les pesan las piernas, con un plantel corto que no se iba a sobreponer siempre a las adversidades. Pero, excusas aparte, el Pincha fue justo ganador en el esquivo Monumental.
 
Porque en la primera etapa encontró rápido el gol desde el vestuario, cortesía de un desborde de Cerutti (enorme apuesta de Pellegrino ante el clamor popular: jugaron los tres) que Barovero, el Superman de la Sudamericana, dejó largo y manso para que Vera, siempre el hambre primal, empuje al fondo.
 
Iban cinco y el Pincha ya se refugiaba. En la Copa hizo lo mismo, luego de ponerse arriba rápido en el primer encuentro, y los moralistas auguraban un final similar al de entonces. Pero esta vez no, porque el Pincha sacó el viejo manual de cerrar la persiana de la hoguera donde a la santurrona inquisición lírica le gusta mandar los planes defensivos, y se la bancó, con el Monumental en contra y también algunos fallos de Laverni que, paranoias aparte, se comió un penal, un codazo, varios cortes de River para evitar la contra, el ataque sistemático sobre Correa y, encima, gesticuló excesivamente demostrándole (¿a quién? ¿A los jugadores de River? ¿Al público local?) que no le creía nada a Hilario Navarro cuando (capítulo siete del mencionado manual) empezó a sentir súbitos tirones.
 
(Que nadie ose llorar, y dudo que lo haga este equipo de hombres de River: a no olvidar que sacaron del torneo a Román Martínez, un penal no dado que podría haber cambiado el curso de las cosas).
 
Hablamos de Joaquín Correa y las contras: allí estuvo el plan y las chances. Estudiantes defendió primero con siete, luego con ocho y medio, tras la salida de Cerutti por Ré y el falso adelantamiento de Rosales. Así, consiguió al fin secar a este equipo que te hace goles casi sin querer. Y el lado B del plan era Correa, el que flota sobre el césped. Imparable, el pibe dio una lección de inteligencia para frenar y acelerar, habilidad para esquivar las patadas y coraje para bancar las que no pudo esquivar. Un partido para la videoteca del Tucu, que tuvo el gol luego de un desborde genial, siempre empujando la pelota con la puntita del pie: tiró el centro, le quedó el rebote sin arquero y el disparo lo tapó Vangioni, de milagro.
 
La otra clara para el Pincha, mientras River se jugaba sin ideas pero con intensidad el todo por el todo, fue para Auzqui: en una de las varias contras (hubieran sido más si Laverni no hubiera permitido tantos cortes en mediacancha), Carrillo, otro maestro tiempista, aguantó la subida del Carlo y, sombrerito mediante, habilitó al siete a un mano a mano con la pelota picando… Era ideal, pero Auzqui no tuvo instinto asesino, intentó tocar y Barovero tapó con la pierna.
 
El partido se fue, finalmente, con el local empujando y Estudiantes resistiendo. Pero no hubo más peligro que el del borbollón y el de la ansiedad de la mínima diferencia. Estudiantes fue justo ganador en su excursión a River, calentó el torneo para que los cuervos ataquen y, está claro, disminuyó en algo sus probabilidades de entrar en la Libertadores por la ventana.
 
También en 2009 entró por la ventana, pero este Estudiantes, del cual, digan lo que digan ciertos matutinos amarillos, soy defensor acérrimo, se parece más al 2005: aquel equipo que se fue de la Copa Sudamericana temprano y se quedó cerca en el local pero que, se notaba, se respiraba, tenía la semilla de la gloria en su plantel, en los pibes con hambre, en los nenes que levantaban a la platea en cada ataque. A mí, aunque estemos afuera de todo, este Estudiantes que se tira de cabeza y suda y juega a algo y con una idea de fondo, de largo aliento, qué querés que te diga: me entusiasma más que cualquier refuerzo, llámese Pablo Barrientos o Leandro Lázaro.

jueves, 6 de noviembre de 2014

El aprendizaje de dejar todo y quedarse sin nada

A nadie en la porción mayoritaria de la ciudad le gusta hablar de derrotas dignas, pero sí es de hincha de Estudiantes saber apreciar que los procesos son largos: el Pincha perdió, y perdió con justicia, pero también es claro, notorio, el crecimiento que mostró el equipo en esta Copa Sudamericana, agrandándose en cada etapa, respondiendo con hombría y germen de equipo difícil a los numerosos golpes que recibió.
Y, para no desentonar, el partido con River de esta noche le volvió a proponer pálidas para que se rebele, para que crezca la juvenilia: porque a los 40 segundos parecía que todo se terminaba. Gol de River de entrada, global 3 a 1 y la necesidad de hacer dos tantos sin que te conviertan.
Estudiantes no quemó los papeles. El equipo de Pellegrino, con la sabiduría de los años que no tiene, mantuvo la calma, volvió a maniatar al equipo de Gallardo con la presión alta y, cuando parecía que se quedaba en amagues, lo dio vuelta: en el cierre del primer tiempo Vera, y de entrada en la segunda parte, Carrillo de penal tras enorme jugada de Correa, maradoniano cuando se enciende.
¿Era imposible? Ahora parecía que el destino inefable de Estudiantes volvía a manifestarse, místico. Pero River es el mejor equipo de Sudamérica y también tenía su propia narrativa: encontrarse con su archinémesis en semis, ambos en su mejor momento. Para eso, los de Gallardo demostraron una vez más que, lejos de Gallinas, tienen un temple durísimo. Fueron al frente con empuje y en dos segundos se acababa todo: el partido, puro estado de ánimo, se daba vuelta como una tortilla cada vez que alguien se enojaba.
Seguro, Estudiantes marcó mal la pelota parada, erró en los tres goles del rival. Seguro que se ha perdido seguridad defensiva, seguro que el Pincha se enciende rebelde de repente y se apaga también de golpe, y es un equipo blandito, juvenil. Seguro que en todo este tiempo el equipo de Pellegrino ha dado más muestras de lo que puede llegar a ser que de lo que es.
Seguro, algunos errores del equipo frustran por repetición. Incluso, podemos debatir si el camino para hacerle frente a este River, un planteo frontal, hidalgo, no fue ingenuo, no fue errado.
Seguro que dejó todo, en la serie y en el semestre, y se quedó sin nada, afuera de todo, un mes de hacer la plancha en un torneo que su propio nombre indica su naturaleza irrelevante. Hasta sin Libertadores se quedó.
Seguro.
Pero eso no importa, en el fondo. Estudiantes murió con las botas puestas y con señales de haber aprendido de esta caída. Y sobre todo, con mucho sudor volcado. No fueron las mejores decisiones dentro y fuera de la cancha, y no hay que quedarse con esto de que “hicimos un gran encuentro contra un gran equipo”. Nada de conformismos. Pero, hay que admitir, la sonrisa se escapa cuando aún ya derrotados y sin tiempo en el reloj, el encuentro se termina con tres jugadores de Estudiantes tirándose con botín y plancha en el medio del área para empujar a lo bonzo un balón inútil.
Estudiante’ de La Plata. Vengan de a los que quieran a criticar este proceso: hay coherencia y hay futuro. El presente, lamentablemente, es de otros.

jueves, 30 de octubre de 2014

Le pegaron justo

Duro golpe para el Pincha: la exigencia iba subiendo y subiendo en la Copa Sudamericana y los de Pellegrino habían respondido en cada ocasión y, en rigor, volvieron a responder esta noche, maniatando durante gran parte al mejor equipo del fútbol sudamericano. No alcanzó: River, un River coraje como pocas veces se ha visto, se enchufó un ratito, encontró los goles (porque 29 invictos no se alcanzan sin un poco de estado de gracia) y se llevó una victoria que le allana el camino hacia las semis.

Porque dos goles de visitante y una victoria es muy difícil de remontar, y porque, en realidad, River es un espejo de Estudiantes, sólo que con jugadores que ya son veteranos de guerra aunque todavía no peinan canas. Allí gran parte de la explicación: con planteos muy similares que hacen un culto del balón, del toque de primera y del uso del ancho de la cancha, y con problemas en el retroceso, Estudiantes impuso durante buena parte del partido su dominio, su toque, la cancha se le hizo ancha a River y los problemas en defensa fueron del visitante.

Así, por lo menos, durante toda la primera etapa, porque incluso en luego de que el árbitro obviara penalazo a Román Martínez, que determinó la salida del volante y la desconcentración generalizada, River no pudo más que insinuar peligro: Estudiantes lo ataba en mitad de cancha con gran presión, y salía rápido con un Correa muy picante, aunque con poca compañía.

El elenco de Pellegrino se iba tranquilo al entretiempo, con el cero en el arco, y en la última encontró gran premio: Vera presionó a Funes Mori, que se equivocó, la canchereó un poco y perdió, y el yorugua le rompió el arco. Había aparecido poco, pero el hambre primal del delantero fue lo que terminó rompiendo el partido.

O eso parecía: porque tras una primera etapa donde el Pincha había hecho todo y había reducido a River a la nada, donde el mejor equipo del torneo estaba ocupado y preocupado en el León… se terminaron las piernas.

Y también apareció el River peleador, el River que por excepcional vez asoma copero, caliente, con solidez y temple para remontar los varios obstáculos que se le vienen presentando ahora que ya la frescura se va terminando, los equipos le toman la mano y el cansancio hace su juego.

Bueno, ese River, mezcla de actitud y suerte provocada, encontró un gol rápido y cuando parecía que el tanto de Vera insinuaba una historia favorable, todo se desmoronó. Estudiantes perdió la pelota durante diez, quince minutos, el rival empujó un poco y, planetas alineados y todo eso, encontró el 2 a 1 con un tanto en contra.

Reaccionó Estudiantes, que nada tiene que recriminarse: fue al frente, tuvo un par de chances (tremenda tapada de Barovero abajo a Carrillo) pero, aunque haya ganado el ping pong, el partido psicológico fue de River: a equipos iguales, equipos espejos, ganó el que más aprovechó el rato que tuvo y, se sabía, River tiene mucho picante, mucha capacidad para ser efectivo, y el Pincha no tanto.

La revancha asoma complicada, un llamado a hacer historia como la que hizo el Millonario, primer equipo en vencer a Estudiantes de visitante por copas internacionales. La tarea para los jóvenes pupilos de Pellegrino es, una vez más, un desafío a crecer de golpe: devolverles el favor y hacer historia en ese esquivo Monumental. Difícil, aunque con el gustito de lo difícil y con la certeza de que River es mortal, y que no siempre va a ligar todo.

jueves, 23 de octubre de 2014

De los pies de Carrillo a las manos de Navarro: una victoria mística

Era la tormenta final: las nubes negras se acumulaban en el horizonte burlándose de los planes con esos dos goles de Peñarol que rompían todos los esquemas, y de repente estabas afuera de todo con dos meses de competencia por delante.
 
Ya se comenzaba, incluso, a olfatear cierto fastidio del hincha: seguro que hay banca al proyecto, pero en fútbol, al final, todo se determina por el resultado, y quedar tan prematuramente fuera de competencia, contra un equipo que en La Plata asomaba mortal, y estar al borde de la goleada tras los primeros 45 minutos del partido disputado en el sagrado Centenario uruguayo, bueno, no iba a calar bien entre la grey.
 
Y ciertamente en aquella primera etapa hubo mucho verdor como para fastidiarse: demasiadas imprecisiones de mediacancha para arriba, otra vez Estudiantes pecando de su falta de conducción futbolística, responsabilizando para la tarea a un adolescente como Correa y a un talento individual como Martínez.
 
Y Peñarol, honrando su temple de años, olfateaba rápido que la versión que presentaba el Pincha en su visita a Uruguay, intentando meterse en cuartos de la Sudamericana, era un boceto amilanado del equipo que le ganó en La Plata. El Manya impuso las condiciones esta vez, empujando, casi prepoteando, a Estudiantes hacia la sumisión.
 
No había respuestas de la visita mientras Zalayeta y Pacheco hacían lo que querían desde el círculo de mitad de cancha, sin oposición más que un correr desordenado que solo resaltaba la claridad veterana con que Peñarol manejaba el pleito. Era la antítesis del encuentro de la semana pasada, los de Pellegrino desbordados una y otra vez por los de Fosati, que, encima, en 20 minutos, con el primer tanto del encuentro, le quemaban los papeles a Pellegrino: Tony Pacheco mandaba una falta tan tonta como la del gol del empate en La Plata al corazón del área, Hilario quedaba a mitad de camino y Viera, ganándole el salto a Schunke la mandaba al fondo.
 
La idea de todos era evitar que el local abra el marcador: parte del plan Vera-Carrillo tenía como función tapar los centros defensivos, mientras Ezequiel Cerruti, de lo más desequilibrante del Pincha, esperaba en el banco a que los minutos le coman la cabeza al equipo oriental para entrar y, ante una defensa jugada en ataque, aprovechar los espacios y las piernas cansadas del rival.
 
Pero nada de eso pasó: el primer gol decretó que los pergaminos había que archivarlos y que Cerruti ingresaría pronto, sí, pero ante una defensa que, como toda zaga uruguaya, hace bandera de cerrar la persiana en la victoria con todas las mañas posibles, disfruta del roce junto a su público, celebra, goza de cada despeje a la tribuna.
 
Y encima, tras un primer tiempo sin reacción, con tiempo de descuento en el reloj, Peñarol ponía el segundo, que sonaba como un clavo sobre el ataúd: el pibe Rodríguez, que venía de jugar con la Celeste y que se mueve a velocidad europea, tomó una pelota en el área y con simpleza, enganchaba y le rompía el arco a Hilario.
 
Dos a cero abajo al descanso. Urgía la reacción, pero el golpe era duro y la charla del vestuario apenas lograba despabilar una reacción futil del Pincha, que le hacía el juego a Peñarol pasando al ataque y dejando espacios para la contra de Rodríguez. Estudiantes fue con amor propio, Peñarol se defendió con suficiencia veterana y otra vez parecía que los viejos uruguayos le tiraban la chapa a los pibes del León, como en el partido de la semana pasada cuando los de Pellegrino tuvieron las acciones y Peñarol casi se lleva un empate.
 
El partido se iba, se iba sin que Estudiantes construyera demasiadas chances en ataque: un cabezazo de Román en el área, un tiro de afuera de Correa… el Pincha tiraba, previsible, al área, para que despejen los centrales uruguayos y el público local se levante en éxtasis.
 
Encima, Hilario salvaba al Pincha de la goleada. Parecía la tormenta final, el cierre de la temporada para el León.
 
Y entonces Carrillo. No será el chico de la tapa, por lo que pasó después, pero cada día ratifica su condición de capitán. No es goleador hambriento pero sí un servidor del equipo y en Uruguay apareció cuando Estudiantes no aparecía: una bocha dividida cerca del área le quedó y Guido no dudó, tiró fuerte y abajo y venció a Migliore, en una jugada que parecía aislada, la nada misma, y que subvertía violentamente la trama del partido.
 
Porque la cosa, hace un ratito, estaba cocinada, y ahora había que ir a penales. Y Peñarol comenzaba a sentirlo, lentamente yéndose de su rol de veterano compuesto, perdiendo ante la convicción Pincharrata en el destino místico, en que se podía ganarlo. Incluso, pudo llevárselo en los 90, pero Román marró dentro del área lo que hubiera sido el empate.
 
Fue empate, pero en el global: dos encuentros a la altura de la historia de los equipos, dos encuentros bien raspados, dos aprendizajes a fuego para el joven equipo de Pellegrino, que fue puesto a verdadera prueba en esta Copa Sudamericana. Primero tuvo que jugarse casi el semestre en los primeros dos partidos ante el vecino; después le tocó uno de los equipos más orgullosos del fútbol latino, y definir afuera, y que le empaten de local en un partido donde estaba para golear, y, claro, arrancar 2-0 abajo y con olor a que todo concluye al fin.
 
Y, ante semejante examen, los chicos sacaron chapa: era el escenario para sucumbir y que sobrevengan dos meses de críticas, o para torear al rival y rebelarse a la narrativa del partido. Mística, la llaman, sobrevolando el Centenario.
 
Pero, con todo, ahora había que patear los penales. El Pincha no se complicó y le pegó fuerte a todo, aprendiendo la lección de Huracán; y el que tembló, contra los pronósticos, fue el veterano Peñarol, y el que, gigante, se aprovechó de las dudas, fue Hilario Navarro, el héroe.
 
Tres penales atajó el uno, y el marrado por Israel Damonte, único de la serie que no convirtió el Pincha, quedó en anécdota a tal punto que Estudiantes pateó sólo cuatro penales. Arrancó Cerruti fuerte, empató Orteman con clase, y tras aquella ejecución Hilario cerró el arco. Carrillo hizo caso al DT, que en la ronda dijo que si había dudas, había que prender mecha, y el arquero Pincha comenzó su cita con la gloria yendo a su derecha para tapar a Núñez y Estoyanoff. Damonte erraba y le ponía suspenso a la cosa, pero Rosales tiraba como crack y la presión, 3 a 1, recaía en el Japo Rodríguez: o convertía, o Peñarol se despedía.
 
Hilario sabe que tapó dos, y mete bidón: se saca los guantes para atarse los cordones, y luego se los pone lento, buscando nerviosear al rival. En el aire, se olfateaba la preocupación de las decenas de miles e hinchas manyas, y la expectativa de los miles que cruzaron el charco para armar un festival en la Colombes.
 
El Japo mira, aparentemente tranquilo. Navarro hace sus saltitos europeos previos a todo penal. Sabe que irá a la derecha, allí fue en los dos que tapó. Rodríguez sabe que sabe. ¿Cambia? ¿O tira a la derecha porque Navarro sabe que sabe que sabe? Dicen las estadísticas que, en momentos de definición, los pateadores buscan seguro: cruzado. Y Rodríguez es zurdo: así que la pelota va a la izquierda.
 
Y Navarro, en estado de gracia, también: espectacular volada y piel de gallina hecha grito, y montonera y felicidad para Estudiantes, que tras años de descalabros ha conseguido comenzar la crianza del equipo que quiere ser heredero de la místicaEstudiantes se mete en cuartos de una Sudamericana que viene teniendo cruces de Libertadores para el León, lo cual explica que haya durado, de alguna manera: brava la parada, bravísimo Estudiantes, el piberío que quiere crecer. ¡Y ahora viene River, la máquina! Cada partido, un desafío más alto, más peligroso, para Estudiantes: sarna con gusto, dicen, no pica, y como le gustan al Pincha las difíciles…

miércoles, 15 de octubre de 2014

Aprendizaje copero

Todo es aprendizaje para este juvenil Estudiantes: los golpes de la Copa Argentina y la goleada con Racing, el anémico segundo tiempo y el empate de un partido para golear, la frustración de la gente en el cierre del encuentro, y la bronca del final, aunque era bronca que Peñarol apagaba con suficiencia, porque de esa bronca que parecía inconsecuente, pataleo tardío, llegó el 2 a 1 con el que el Pincha le ganó a Peñarol. Porque esa bronca, aunque todavía juvenil, desordenada y puro bufido, es la semilla del renacimiento del Estudiantes copero.

¿Exagero? En el análisis tan coyuntural del fútbol argentino, los resultados malos y el magro juego habían traído una andanada de críticas al equipo, exageradas a todas luces si se mira el proceso y el progreso. Por supuesto, Estudiantes arrastra hace rato problemas tácticos a los que suma falta de rebeldía e inconsistencia producto de un liderazgo ausente. Y todo eso también lo llevó al Unico hoy cuando, tras un primer tiempo brillante, de toque y toque y cinco jugadas netas de gol, apenas se fue 1 a 0 arriba.

Producto, además, de una jugada individualísima de Correa, cada día más decisivo, quien corrió 20 metros y, como no le salían, tiró un viandazo al ángulo. Golazo.

Pero en el segundo tiempo apareció el otro Estudiantes: el anémico. El que no se sabe de quién es, si de Pellegrino, de Román Martínez, de Correa o de nadie. Ese Estudiantes salió a jugar un partido que creyó liquidado, producto de las enormes limitaciones de Peñarol, pero que no sólo no estaba terminado (ni mucho menos: la historia del Manya es historia grande) sino que era una historia que necesitaba más goles y la decisión de matar al convaleciente.

En lugar de eso, el Pincha, con su tibieza, le dio vida al rival: ni siquiera hizo demasiado Peñarol, pero los viejos saben, huelen sangre, y si el Manya no tiene la frescura de los pibes de Estudiantes, tiene toda la madurez que al verde pellegrinaje le falta. Tiro libre de mil metros (falta tonta) y, cuando no pasaba nada pero en el aire se respiraba algo raro, Estoyanoff la mandó a guardar, cortesía también de Hilario Navarro que no pudo volver de su pasito al medio. Y después, claro, la línea de 5 y la por momento abúlica y descomprometida prolijidad del León chocando contra los experimentados de Peñarol.

El 1 a 1 era fatal. Los hinchas, que empujaban y empujaban, comenzaron a fastidiarse. Las críticas, acertadas algunas pero injustas igual, arreciaban. Impaciencia: este es un proceso positivo que, sin ser irreflexivo, debe ser sostenido desde la tribuna. Y así lo demostró el piberío. Con un poco de suerte, sí, porque el penal de Peñarol a Aguirregaray, minuto 94, quemó todos los papeles que hablaban de experiencia y saber aguantar un resultado y que se yo.

Pero también con mucho huevo. Porque cuando las papas quemaron, y Peñarol plantó su 541 y encima, de contra, volvía a exponer los problemas de retroceso del Pincha como hiciera Racing, Correa la pidió y le pegaron de lo lindo, y cuando hubo que patear el penal, Carrillo, que hace una semana erró mansito en la definición contra Huracán, agarró la pelota. Huevos. 2 a 1. Y a gritar.

El Pincha perdonó, perdonó, perdonó, de acuerdo a una de sus características salientes, más allá de las repeticiones positivas y negativas, de este Pincha made in Pellegrino: la clemencia, la falta de instinto asesino. Estudiantes, como en el cierre del torneo anterior, erró como no se debe errar en Copa (Auzqui, Carrillo, Correa) y ni siquiera erigió en figura al arquero de ellos. Simplemente le erró al arco.

Pero entonces Estudiantes se rebeló ante esa narrativa que lo condena a entusiasmar y a no cumplir con las expectativas. Puede ser que el penal ganado por Aguirregaray sea un error del rival y nada más, que nada tenga que ver Estudiantes en esto: elijo pensar lo contrario. Elijo pensar que, aunque ciertos patrones se repiten exasperantes, el Pincha aprende, los chicos crecen y, aunque se haya sacrificado mucho para estar acá, hay con qué ilusionarse.

sábado, 4 de octubre de 2014

La famiglia desunita

Siempre en familia, se dijo, al menos de las puertas para afuera. Con disidencias, como en toda familia, pero con algo más importante en común, la ley primera de estar unidos porque los de afuera son devoradores. Y entonces, hasta la fecha, la mayoría de las elecciones transcurrían en silencio, sin estruendos. La oposición era muchas veces sólo nominal, siempre se buscaba la unidad y a partir de sumar voces, aunque sean disidentes, se intentaba trabajar a largo plazo, con la lista oficialista renovandose y continuando.
 
Así, por ejemplo, se sucedieron Valente, Alegre, Abadie, Filipas y Lombardi, que no son parte de un mismo grupo y una misma idea de club, pero que sí forman parte de la misma línea evolutiva del oficialismo. Nombres propios, importantes, de la historia del club, que eligieron por voluntad propia correrse para no dañar al club con disputas insustanciales, sin por eso marginarse de la política del club o dejar de afirmar su disidencia.
 
Hoy, cuando ese modelo es adoptado por clubes como Vélez y Lanús, en Estudiantes estalla el conflicto de manera pública y provocando un desagradable divorcio entre dos glorias del club que desvirtúa y personaliza todo debate serio sobre el proyecto de club de los próximos tres años.
 
La campaña de las listas, de hecho, no sólo nunca intentó la unidad que el mismísimo Doctor Bilardo, candidato a vice por la Lista 1 y 57, pidió a gritos. Además, lejos de intentar imponerse con las ideas, desde ambos lados se esgrimían acusaciones de todo tipo. Que este es un sin códigos, que arregló con aquel, que este no quiere la cancha, que aquel te funde con la cancha, que robó, que es un mentiroso, que se viene el fraude...
 
Fue una campaña demasiado pública y demasiado sucia para la historia del club. Por supuesto que son tácticas de guerra de dos bandos que creen tener la razón, uno porque efectivamente equilibró y encaminó un club a la deriva y estableció un plan de acción coherente que fundó una nueva era, el otro que está convencido de que hay que profundizar un modelo profesional de gestión que, por falta de recursos o de voluntad, quedó a medio camino.
 
Pero, en rigor, los modelos lejos están de ser irreconciliables: si ayer nomás eran parte de lo mismo. Entonces la sensación que tienen varios hinchas es que los dos candidatos, contra la lógica pincharrata de que la unión hace la fuerza, eligieron no deponer su voluntades individuales de manejar el club (por convicción propia, claro, no por ambición desmedida) en pos de la unidad, con el objetivo de no pelearnos entre nosotros.
 
Esos hinchas, los que no quieren elegir entre Bilardo y Verón (porque, como quedó dicho, la campaña quedó reducida, entre acusaciones, a una pelea mano a mano), no irán a votar, desinformados por tanto cruce mediático, alienados por el corazón partido entre dos glorias.
 
Es entendible. Pero también son justamente ellos quienes deberían ir a votar: no los talibanes de uno u otro bando que hace rato decidieron con quien van sin escuchar motivos, que entregan el club por ciego fanatismo sin saber a qué proyecto se lo dan.
 
Es difícil la elección. Pero es a la vez la lógica conclusión de dos corrientes que se vienen gestando en silencio en el club, dos generaciones en una lucha, hasta hoy subterránea, que tiene la misma cuota de convicción en sus ideas (en ideas tradicionales por un lado, en ideas modernas por otro) que de afán de poder y protagonismo.
 
Pero bueno, a desdramatizar: nos gustaría que todo se resuelva en diálogo, pero a veces las confrontaciones ayudan a crecer y siempre, siempre, es mejor una distancia sincerada que una unión forzada. Tampoco, a fin de cuentas, se trata Estudiantes de no poder disentir y discutir: como dice Walter Vargas, una cosa es la familia y otra la mafia. Y, de todos modos, a no pensar que el divorcio de la famglia es definitivo. La política, incluso en la de Estudiantes, como se vio en esta campaña, no tiene mucha memoria y el que pierda de los ídolos, probablemente, se verá ligado a la vida del club en el corto plazo.
 
Para votar, entonces, recuerde: llevar carnet, llevar DNI, luego de que la lista de la oposición advirtiera un posible fraude, y, ante todo, olvidar los nombres propios y votar los proyectos, las ideas y los equipos: porque al final no son los hombres sino los equipos los que llevan a la gloria, ¿o no enseña eso el club?

miércoles, 1 de octubre de 2014

El tour por Argentina arrancó con victoria


Ese segundo tiempo: para ponerlo en cuadrito. No fue una tromba, Estudiantes, pero en ese segundo tiempo tuvo todo tan claro que pareció un equipo que no necesita arrasar, que gana por decantación. Porque era obvio, clarito, lo que había que hacer: pelota a espaldas de esa defensa de Independiente que invita. Pero en el primer tiempo la última puntada siempre quedaba un poquito atrás, un poquito adelante, un poquito embarullada, y parecía que se venía el fastidio cuando, acierto de Pellegrino mediante, entró el pibe Cerutti y rompió el partido.
 
El primer tiempo ni merece contarse: dos equipos que, supuestamente, “proponen”, “van al frente” y demás pavadas (todos quieren ganar, a su manera) pero que, en definitiva, veían como sus intenciones bonitas se ahogaban en la mediocridad. Nada por aquí, nada por allá y a tomar agua, con una certeza: Independiente, al que venden como una máquina donde juega “La Pulga” Mancuello, defiende tan adelante como cuando vino a La Plata. Es por ahí.
 
Y así lo entendió Román Martínez, quien, en evidente decisión del entrenador, jugaba casi detrás de la línea de mitad de cancha, buscando meter el bochazo. En la primera etapa las imprecisiones habían frustrado al Pincha: en la segunda, Román encendió la lámpara y fue el conductor que siempre decimos necesita este joven Estudiantes.
 
Primero habilitó delicioso a espaldas de la defensa a Correa, quien en un mano a mano definió medio al tobul y tapó Rodríguez. Luego, el gol, pero antes, Independiente tenía su única llegada ¡Raro! Para ser un equipo que propone… y encima fue un autoboicot de Estudiantes, que queriendo salir prolijo terminó entregando el balón para Riaño, que la picó por encima de Navarro pero Schunke, atentísimo, llegó a despejar antes de que la pelota pase la línea.
 
Si entraba, era para matarse: un partido que estaba tan claro, un equipo que marca tan adelantado y evidencia tanto los huecos estratégicos… La suerte favoreció al León y, acto seguido, Pellegrino hizo saltar en la cancha a Cerutti, que revolucionó todo. Paradito casi de volante, partía de más atrás, evitando el offside y aprovechando para ganar en velocidad: gran movida desde el banco, y el ex Olimpo respondió. Román le tiró un delicioso pase desde atrás de media cancha y, cuando el Ruso salía a cortar, pim, por arriba y a otra cosa.
 
Iban 30 y ya faltaba poco. Independiente no había llegado nunca y, apurado y con Estudiantes retrasado y metiendo volantes, difícilmente iba a encontrar el hueco ahora. Pero, parado de contra, la mesa estaba servida: y tras algunas insinuaciones, le pegaron a Damonte cuando ganaba en la presión y Cerruti, de tiro libre, rompió el travesaño.
 
En rigor, pareció gol del pibe. Los árbitros se hicieron los sotas, con tanta mala suerte para ellos que, curiosamente, quienes se quedaron como reclamando fueron los del Rojo, y Vera, siempre con ese hambre primordial de gol, aprovechó y con gran simpleza tocó el rebote, con la cabeza, a la red.
 
Partido liquidado. Fue 2-0 para el Pincha, que pasó así a cuartos de Copa Argentina y empieza un interesante tour por el país. Viaja a Bahía, obligado a poner suplentes y casi casi a despedirse (por segunda o tercera vez) de un torneo que, claramente, ya no es más prioridad sino laboratorio de pruebas de pibes. Y después, Formosa, con Huracán. ¿Independiente? Al igual que River, su viaje por Copa Argentina le quedó re cerquita del partido por el torneo.
 
¡Qué casualidad! Hay olor a que los equipos grandes empiezan a pisar fuerte en la descabezada AFA. Nada que ver con la crónica del partido (aunque sí de las que vendrán, porque habrá que explicar por qué Estudiantes pone once suplentes), pero en semana electoral, el manoseo es para tomar nota…

miércoles, 17 de septiembre de 2014

¡Estudiantes, carajo!

Las palabras emanan mezcladas con puteadas: ¡vamos Estudiantes la re puta madre! ¡Vamos carajo la concha de la lora! ¡Gritalo conmigo, carajo! Si esto queda para la historia, el cruce internacional y no se qué. Decían que el gol de visitante, que la presión. Decían que el brujo…  En el fútbol, señores, se habla jugando.
 
Y jugó, jugó, y cómo jugó: Estudiantes le ganó a su clásico rival porque fue mucho más. Nunca pareció sentir los nervios, jugó al compás de su gente, desbordó siempre al vecino y si apenas pudo abrir el encuentro en el segundo tiempo, fue por esas cosas del fútbol. Primero Monetti la sacó de adentro y después tapó un cabezazo terrible a bocajarro. Del rival, ni noticias: preocupado por luchar antes que por meter el famoso gol, veía a Silva allá lejos y hace tiempo.
 
Así, le solucionó medio partido al Pincha, que se fue al descanso sabiendo que era cuestión de meterla. Las opciones, además, estaban, porque desde el desequilibrio de Correa, el acompañamiento por los laterales y los insoportables Vera-Carrillo Estudiantes siempre insinuaba. Y además, iba pal frente con fe: sin miedo, con convicción de equipo veterano, sabiendo que un gol  sellaba las cosas.
 
Y tanto va el pájaro… que en exquisita combi entre Correíta, cada vez más cerca del jugador que creemos que es, y Rosales, salió el centro para el uruguayo Vera. ¿Con qué le dio? Qué se yo, puso el cuerpo, el brazo, todo, y entró. Gritalo con todo, dale, grítalo de nuevo. GOL, carajo, GOL.
 
Y chau pichi.
 
Porque después vino “el resto del partido”: el lento goteo hasta cantar victoria, el nervio del hincha, esperando el pitazo final, el temple de los jugadores para no entrar en la vorágine que quería el vecino y jugar el partido que convenía. Alguno dirá que el resto del partido sobró: el rival lanzado en ataque con sus armas, pocas pero nobles, tirando pelotazos que siempre complican al León, amenazando primero con Vegetti y Bou (tuvo una clarita) y después incluso con los centrales en el área y Monetti en media cancha. De contra, claro, casi llega varias veces: la tuvo Cerutti desde media cancha sin arquero y la tuvo Aguirregaray, solo en una salida de corner contra el uno de ellos.
 
Pero lo más destacable no fue el tino del Pincha para sacar todo, bancar la parada y encima estar cerca de aumentar: lo mejor fue la inteligencia de los chicos, pibes de 20 años, para saber que los clásicos se cierran con un gol a favor, que la pelota se revolea y que después se festeja. Una clase de veteranía, de cabeza fría y corazón caliente, dio un plantel que incluso acá se ha dicho que le falta crecer. Bueno, vaya aprendizaje: los clásicos, y los partidos coperos, hay que ganarlos. Lección mística número uno, aprendida.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La revolución del 67

Las imágenes son borrosas, en blanco y negro, filigrana fotográfica color sepia verdadero, por el tono que ha teñido las páginas de las revistas que pasan de una generación en otra. ¿Video? En la prehistoria de la TV, apenas se pueden intuir algunos golazos de la Bruja en el ciclo Zubeldía entre las rayas del tracking y el temblor de las cámaras. Y entonces, lo que crece es la leyenda de la revolución de agosto del 67.

Se transmite de boca en boca, de generación en generación: cualquier Pincharrata sabe de la relevancia de este acontecimiento primigenio, fundacional para la institución y para la historia del fútbol argentino. Mucho se distorsiona, claro, pero hay una verdad profunda que no se puede deformar. Porque aquel 6 de agosto Estudiantes le pegó un baile de novela a Racing, le metió tres pepas al favorito equipo de José y se llevó a casa el Metropolitano, el primer torneo en 37 años de profesionalismo que iba para un club que no era Boca, River, Racing, Independiente o San Lorenzo.

Los dos equipos finalistas, Racing y Estudiantes, llegaban con lo justo. Tres días antes la Acadé había sacado del torneo a su clásico rival en tiempo suplementario, mientras que Estudiantes había visto surgir desde dentro suyo la mística fundacional al volver de un 1-3 ante Platense, con un hombre menos, y terminar venciendo 4-3 para alcanzar la final. Ese día, cuenta la leyenda, cuentan los abuelos, los jugadores se miraron y se juramentaron, de modo silencioso como hacen los grandes hombres, que ese título sería suyo.

En la final no hubo equivalencias. Madero, de tiro libre, Verón y Ribaudo anotaron su nombre en la historia y Estudiantes apabulló contra todo pronóstico a Racing, forjando el nacimiento de la primera sublevación del fútbol argentino contra los reyes. Estudiantes, el regicida, seguiría cortando cabezas coronadas y asquerosas en su opulencia, pero sobre todo pavimentaría el camino para que todos se animen a abandonar la pasividad con que se jugaba contra los capitalinos (¡si hasta Don Osvaldo contaba los “secretos” del campeón para que se aviven!). Por eso, al día de hoy, permanece el club más odiado del fútbol argentino, y uno de los más odiados a nivel mundial. Por irreverente y revolucionario.

Hasta aquel día, tan fundacional en su historia como el 4 de agosto de 1905, Estudiantes era un simpático equipo, un hueso duro de roer particularmente en su fortaleza de 57 y 1, pero poco más. Aquel torneo implicó una sublevación tal al orden hegemónico que, necesariamente, corrió sangre. Los reyecitos del fútbol no iban a permitir semejante impertinencia. Comenzó entonces la campaña contra Estudiantes: ¿o vamos a pensar que Racing ganó la Intercontinental sin pegar patadas? Empezaron los mitos, la diseminación de idiotas ideologías sobre nuestra natural forma de jugar, la moralización del fútbol. Estudiantes fue el malo, expulsado del deporte porque aquello que jugaban no era fútbol. Era antifútbol: el trabajo era ninguneado por mecanizante, y las mañas se volvían trampas. El camino a la gloria no era de rosas, ya lo había vaticinado Don Osvaldo. Era de sangre, de sudor, de lágrimas. Aquel día, Estudiantes comprendió que estaba verdaderamente, profundamente, solo contra todos.



lunes, 4 de agosto de 2014

La Hermandad

Orgullosos los hinchas de Estudiantes inflan el pecho: viste camisas rojas y blancas al trabajo, se saludan con efusividad y se palmean la espalda mientras repasan algunos de los capítulos gloriosos del novelón de la vida del club. “¿Te acordás…?” Es 4 de agosto, fecha patria: hace 109 años nacía Estudiantes de La Plata, en una zapatería que ocuparon un grupo de jóvenes emprendedores que querían jugar a la pelota.

Nada, dirán, muy diferente a lo que hacen otros clubes: todo equipo se cree especial y se enorgullece de sus colores, y a lo sumo estos pinchas son excesivamente orgullosos y efusivos, como si fueran parte de una logia secreta, demasiado celosos de su pasado, militantes de la camiseta. ¿Qué se creerán estos platenses, ese clubcito sin cancha?, piensan los de la Argentina rica, que ahora le piden más plata a la TV para buscar volver a abrir la brecha entre los opulentos y los pobres.

Y contra esa jerarquía se rebeló Estudiantes. Porque Estudiantes nació un 4 de agosto y vivió una época maravillosa de la mano de Los Profesores, pero su narrativa está inexorablemente signada por esa subversión que comandó Don Osvaldo Zubeldía. De allí en más, cambió el fútbol argentino, para siempre.

El primer equipo de los denominados chicos en ser campeón por fuera de los capitalinos. Tricampeón de América en épocas de pujante y bravo fútbol sudamericano, por encima de Racing, Peñarol, Nacional, Independiente, todos campeones del mundo. Y campeón del mundo también el cuadrazo de Zubeldía, claro: porque, ¿te acordás?, la Bruja metiendo el cabezazo en el segundo palo, como enseñó Don Osvaldo, como siguen haciendo los equipos hoy. Y te decían que hacías trampa, Estudiantes: envidiaban tu éxito hecho de humildad y laburo, sin estrellas ni declaraciones, sin luminarias, el triunfo de la prepotencia del trabajo; tenían pánico moral ante tu ascenso, la irrupción de un fútbol sin sumisión a la histórica realeza del deporte, un modo de jugar el juego peligroso para la cómoda elite que se da cita en Buenos Aires.

Zubeldía cambió todo. Su discípulo, Carlos Salvador Bilardo, llevaría a Estudiantes a revivir la gloria en los ochenta y luego conduciría, otra vez ante mucha oposición (y amenazas de muerte, atentados, intentos de golpe…) a la Selección al título del mundo. Y luego a un subcampeonato mundial, una de las historias más emotivas del fútbol: una épica que replicó Alejandro Sabella, otro de la escuela.

Y la historia siguió, porque Estudiantes, cofradía contra todos, es ante todo hermandad, familia, un conjunto edificado con el sólo propósito de defender contra el enemigo y enseñar al nuevo miembro de la familia algo etéreo, inasible, valores, modos de ser. De allí, inevitablemente, surge la mística: eso que tiene Estudiantes en los momentos donde cuenta, porque no defiende un resultado, o un plantel, ni siquiera una camiseta. Estudiantes es mucho más: lo que se defiende, colgados del travesaño, si hace falta, señores, es la familia.

Por supuesto que hubo descalabros y miserias. Por supuesto que la historia no debe ser sólo de aburrida gloria, como la de los capitalinos, una vida sin sobresaltos: de los errores se aprende y son el condimento de las historias que les contamos a nuestros hijos. A esta generación le tocó vivir, joven, el descenso, y luego, le contarán a su prole pincharrata, vieron volver al Pelado, que no es otro que el hijo de la Bruja (la familia no es cuento), el que la descocía en la B, para volver a soñar con gloria. Y el club, el que descendió y transitaba inocuo por la Primera a comienzos de siglo, se refundaba una vez más y, contra todas las opiniones expertas, los pronósticos y también, una vez más, contra los medios que desde 50 kilómetros volvían a entrar en panicoso estado, volvía a poner de rodillas al mundo. (La Mística no es cuento).

Y entonces… ¿Cómo no va a ser el hincha de Estudiantes orgulloso de su pasado? Si Estudiantes, señores, es un pedazo enorme de la historia del fútbol argentino, que no puede contarse soslayando las insistentes subversiones del equipito de La Plata contra la adversidad. Se contará la historia, muchas veces obviando cosas, por supuesto, ninguneando logros, otras veces no, otras veces reconociendo lo que significa nuestro club. Pero, por suerte, la Mística no podrán contarla nunca: no entra en los libros, no es posible volcarla al lenguaje, está más allá de las palabras. Eso se transmite acá, en casa, de generación en generación.



Brindemos, entonces: aprovechemos la excusa del aniversario (una razón para contar anécdotas entre amigos, como todo cumpleaños) para acordarnos de la Bruja y de su hijo, de Osvaldo y del Doctor, de Los Profesores, de Sabella, de los Animals de Old Trafford, del partido con Platense, el 3 a 3 con Gremio, el 4 a 3 al Sporting, el gol de la Brujita al Palmeiras, el 7 a 0… Brindemos, querido hermano pincharrata, por 109 años de mística.

viernes, 1 de agosto de 2014

Lo que queda


Don Julio se había sacado su famoso anillo y cuentan quienes frecuentan los pasillos que la AFA que hace rato ya no se veía a aquel hombre decidido a hacer lo que sea necesario. ¿Por el fútbol? ¿Por permanecer en el poder? La respuesta es un confuso coctel de aciertos deportivos y abuso de poder. Pero así como el poder desvela y corrompe, la vida desgasta: y de aquel hombre que juró irse muerto de AFA, dicen, ya poco quedaba: su esposa Nélida, su compañera de toda la vida, había fallecido hacía ya dos años y Grondona, consciente de que “esto no pasa”, había anunciado que este sería su último mandato. "Dicen que cuando uno se va, se va el otro. A mi, hoy, no me molestaría en lo más mínimo, irme", dijo, y se quitó el infame anillo.

A un mes del Mundial se cumplió el segundo aniversario de la muerte del amor de su vida, que, resultó ser, no era la pelota o el poder, sino su mujer. Don Julio luego tuvo que sufrir los siete encuentros del torneo y el disgusto de una derrota que hubiese significado el corolario a su carrera. Demasiadas vidas vividas para que ese corazón de 82 años, que en el mediodía del 30 de julio dijo basta para mí, y se fue a descansar, a buscar a su Nélida.

“Todo pasa”, ironizaron ciertos medios: la frase se volvía en contra del dueño del fútbol argentino durante 35 años, más que la democracia. El hombre que se llevó bien siempre con el poder, y eso implicó los extraños timonazos que dio el fútbol durante su gestión. Mutaba con una habilidad de enganche según las circunstancias, y así sobrevivió nueve presidencias (algunas de las cuales incluso intentaron correrlo: desde Alfonsín hasta este gobierno de Cristina Fernández de Kirchner).

Asi también llegó a Suiza, sin hablar inglés, desde Sarandí: desde la ferretería y el club del barrio, hasta la vicepresidencia del mundo. El manejo del fútbol, más en Argentina, es un difícil arte entre los negocios y la política en el cual la ley en general obtura, obstaculiza: en ese mundo Grondona consiguió, a menudo contra la ley o al menos en áreas muy grises de la legislación, edificar una AFA fuerte, una Selección ordenada y campeona del Mundo, un predio de primer orden en Ezeiza, un fútbol base serio y ganador hasta sus últimos años y, por supuesto, una carrera política que podría, si no hubiera permanecido fiel a Blatter, haberlo llevado a la presidencia de FIFA. Si fue el hombre fuerte de Sudamérica en la organización que comandaba su socio suizo, es porque recordó siempre que el poder no es de uno sino que a uno se lo dan: todo quien lo conoció reconoce que pocos sabían de los recovecos del enorme país futbolero como Don Julio. También por ello supo mecerse al compás del color político que le tocara al país en cada momento.

La cuestión de la televisación, clave en el fútbol del siglo XXI, marca sin dudas su más relevante giro: el fútbol argentino, hace rato en una crisis económica mezcla de manejo sin escrúpulos de los dirigentes y una posición socioeconómica que dificulta, casi imposibilita, competir con otros mercados, estaba por 2009 en un rojo llamativo. Los clubes debían 500 millones a la AFA y más a otros acreedores: la TV privada, socia de Grondona durante ya dos décadas, desde que comenzara en los 90 una fructífera relación con Carlos Avila y su multimedios, no ofrecía más de 150. El gobierno nacional puso 600 sobre la mesa, el rojo quedó anulado y el fútbol, bajo la consigna de que se trata de una parte de la cultura nacional, pasó a transmitirse para todos.

El rojo, por supuesto, renació con furor al siguiente año: los clubes necesitan jugadores, los jugadores piden dólares y si no se van a otras ligas, cualquiera. Entre la histeria del medio por conseguir un puñado de puntos, los éxodos masivos y, claro, las innumerables cometas que cada pase conlleva (intermediarios, muchas veces los propios dirigentes, además de plata para el jugador, el club, el representante, la familia…), los cuadros se endeudaron sin remedio. Hubo amenazas de controles desde la AFIP (uno de los organismos a los que los clubes adeudan por millones), y también, como siempre, de AFA, que tiene la responsabilidad de obligar que los presupuestos se cumplan desde 1999. Pero nada sucedió, como siempre: la pelota sigue rodando y el fútbol argentino camina lento pero certero hacia la atomización de su liga de primera. Argentina tendrá, sin control sobre los clubes y también leyes para evitar el éxodo de la juventud y organizar el fútbol base, rápidamente una liga como la uruguaya o la colombiana, un mercado de exportación de materia prima. El modelo agroexportador, se sabe, lleva inevitable al fracaso.

Pensar entones que la muerte de Don Julio significará un cambio profundo resulta difícil de creer. El modelo seguirá siendo el mismo. La cúpula de AFA es la misma, la que levantó la mano siempre a favor de Grondona, por convicción o porque sus clubes dependían, para subsistir, del dinero que hábilmente adelantaba Don Julio de los derechos por TV que acapara AFA: la maniobra base con la que estableció su corte adicta. Difícilmente quien asuma se proponga, como establecen las reglas, obligar a los descensos de aquellos clubes que no cumplan con sus obligaciones económicas. Difícil imaginar un cambio de conducta, además, de este grupo de dirigentes criados en un edificio, el de Viamonte, donde pesan más las reglas no escritas que las escritas.

Nada cambiará, solo que quizás ahora, en poco tiempo, Don Julio se extrañado.

Porque no habrá fin de fiesta: llegará alguien, imitador o, más difícilmente, opositor, que apelará otra vez a este sistema caudillesco para gobernar, sólo que sin las alianzas forjadas por años de artesanal trabajo por Grondona. Crecerá la oposición, seguramente, pero también propondrá una figura, nunca un equipo. Los clubes grandes aprovecharán el vacío para volver a discutir los derechos de TV, esos que acapara AFA, planteando que en otros países los clubes negocian por separado. Tampoco el poder política forzará un cambio: nadie pedirá el disparate de que se investigue su propia mano de obra, las barras bravas, y todos buscarán el modo de aliarse a la AFA para que ese preciado botín político que es el fútbol siga aliado al poder, un matrimonio por conveniencia. Surgirán estas y otras peleas por unos pesos, por un poco de poder: con el Rey muerto, el problema no es quien ocupará el trono, sino como evitar que todo se desmorone.

En sus últimos años avisó Don Julio, harto ya del fútbol, de las críticas constantes, de que nunca se viera lo bueno: avisó que sería extrañado. Y no quedan dudas: Grondona será extrañado cuando su reino devenga en una pelea entre tribus, cuando su castillo de naipes de imposible altura, su Estado construido en base a alianzas y dependencias, favores y obsecuencia, sostenido por su hábil figura, se derrumbe. Se ha ido Grondona, y queda una historia que no puede ser contada desde el blanco y negro, una historia de gloria y oscuridad imbrincadas hasta volverse indistinguibles. También queda esta enorme crisis que parece el comienzo de un apocalipsis de esos que el fútbol argentino siempre sobrevive, pero que algún día no sobrevivirá. Y el barco sin su capitán.






martes, 15 de julio de 2014

Herederos de la mística: a 5 años del Mineirazo



El global está igualado en uno y el encuentro comienza a extinguirse, cuando la pelota se eleva sobre el área y el delantero vuela sobre la oposición para estampar la furibunda desigualdad. Quien celebra incrédulo no es Mauro Boselli sino Ramón Lentini. No estamos en el Mineirao, sino en el Estadio Ciudad. No hemos aún alcanzado las traicioneras mieles de una final, esa instancia de ilusiones que pueden volverse contra uno. “Casualidad”, dirán muchos, ese gol de un juvenil que escribió su nombre en la historia y luego se esfumó, para pasar con pena a la primera fase de la Copa Libertadores 2009.

“Mística”, sostendremos nosotros, convencidos aún en aquel segundo encuentro, todavía pre-Libertador. Mística que es a la vez sudor mancomunado, la creencia profunda, genética, del poder de la hermandad, y sangre legada, inexorable destino de gloria.

Nadie creía en el ejército del Pelado. Pero puertas adentro había un juramento de venganza, tras la fallida final de la Sudamericana en 2008. Desde aquel visceral sentimiento revanchista se puede ya ver la voluntad de los hombres y el legado heroico de la historia: también los muchachos de Zubeldía juramentaron revancha tras perder el torneo de 1967 invictos, y tras caer en 1969 ante el Milan quisieron una Copa más; también hubo promesa en aquel vestuario de San Pablo, en 2006, cuando por penales el local nos dejó afuera de una Copa donde ya se vislumbraba el despertar de un destino adormecido.

Costó, por supuesto: tras aquel título de 2006, la mesa parecía servida para volver al plano internacional, pero los bizarros calendarios de AFA empujaron el regreso a la Libertadores, ese primer amor al que siempre se vuelve, para 2008. Para entonces, el núcleo 2006 había mutado, las relaciones en el vestuario no eran las mejores y el equipo terminó cayendo, en casa, ante el futuro campeón.

Llegó Astrada al banco, que conduciría a esta nueva generación a su primera final internacional, para luego, en plena Libertadores 2009, perder su ascendencia sobre el grupo. La clasificación de Estudiantes se complicaba, había rumores de trompadas en el vestuario y, otra vez, nadie creía en Estudiantes. Ultimo en el torneo local, era evidente que pronto se caería en la Libertadores y se quedaría sin nada. Para colmo, Astrada dejaba el cargo y la dirigencia apostaba fuerte, muy fuerte, a un tipo casi desconocido para el piberío: llegaba Alejandro Sabella para realizar sus primeras armas como entrenador, tras una vida como jugador y otra como ayudante de campo de Passarella.

Y entonces, la barca comenzó a enderezarse: el doble comando Verón-Sabella apeló a la historia para sacar al equipo de sus rencillas improductivas y enfocarlos en su chance de hacer historia. Como una vacuna, la mística fue inoculada y lentamente el torrente sanguíneo del plantel fue absorbiendo no solo conceptos, ideas de juego, sino convicción en que se podía: y el convencimiento hace leones de gatitos pero, además, es un componente clave para la táctica, el motor para que el equipo esté concentrado (porque “un error es un gol...”), para que los relevos se realicen aún sin energías para dar más. Estudiantes, el del orden y el corazón para fundar milagros y construir leyendas, el de la historia que parece siempre inverosímil, siempre una película yanqui de las malas, empezaba a florecer.

Pasaron las fases, con sufrimiento, pasó Libertad, pasó Defensor Sporting, pasó Nacional, copamos Uruguay, cada vez más grande la certeza, como vez más gigante el olor a hazaña, cada vez más cerca esa hermosura de trofeo. Llegó Cruzeiro, el temible, y todos, con Don Alejandro, alérgicos. Pero era lógico: las épicas no se escriben con batallas finales facilongas, contra monstruitos imaginarios. A las finales, como a las ideas, como a la mística, hay que ponerle el cuerpo detrás.

Como prueba allí está esa imagen ícono, poster del film “Estudiantes de La Patria: la leyenda continúa”: Verón, el veterano capitán que podría estar jugando para algún equipo de Islas Caimán y juntando pepitas de oro, se rompe el pómulo y mira, torvo, a su enemigo. Le quieren marcar el terreno, quieren hacerle sentir el rigor, pero ¡pobres! no saben a qué monstruo de hambre primordial despiertan, no saben que sueño de la infancia lo empujó a volver a sus pagos, no saben de la mística y su pelado primogénito. Su actuación en ambos encuentros, una solución mística de cerebro y tesón, pone la piel de gallina de sólo recordarla. Desde el terreno conducía el capitán; desde le banco comandaba el general, El Magno, pedía el imposible: bajar la estrella del cielo, cosas de enamorados, imposibles que Estudiantes vuelve posibles, probables.

¿Aún si te vas 0-0 de tu cancha, si visitás la inexpugnable cancha del Cruzeiro? ¿Aún si podrías haberlo, incluso, perdido? ¿Aún si, Pincha cabulero, te hacen entrar por la Puerta 13? ¿Aún si, en encuentro parejo, tras haber neutralizado a tu rival gracias a la alquímica mente de Sabella, te clavan un gol producto de un disparo imperfecto que roza en el azar? Ah, que bárbaro: los cohetes se agotaban otra vez de los comercios, como en 2008, cuando muchos platenses apostaron al fracaso y al estruendo gozador. Ya los medios te dan por muerto: ¿qué vas a hacer, Estudiantes?

Y entonces, sólo entonces, sólo cuando quedó establecida la imposibilidad absoluta de alcanzar la hazaña, entonces, como confiaban las miles de almas que viajaron a Belo Horizonte con plena seguridad en este conjunto imbuido de la mística que atestiguaron abuelos y padres, que contaron a sus hijos; solo entonces, acudió el León a su cita con la historia.

Primero la Gata, empujando un centro enroscado de Cellay, tras pase inverosímil de Verón: el festejo, brazos abiertos, lágrimas de emoción y algarabía generalizada en cancha y en tribuna, a la retina de la historia del fútbol. El Pincha empataba, ¿no era que no se podía?

Después, Boselli: más rosca imposible al centro del Pelado, rosca de cinco décadas de laboratorio, y el cabezazo de Mauro, arriba, contra todos, como Estudiantes, contra todo. Pim, pum, gol: el Pincha arriba, ¿no era que no se podía?

Con el 2 a 1, iban a tener que matar a los jugadores para hacer un gol: ellos, que habían ya producido en masa banderitas que anunciaban su tricampeonato, terminaban vencidos en su propia casa. Seguro, metieron un tiro en el travesaño que, usted y yo sabemos, lo sacaron para afuera el Ruso y Don Osvaldo: porque eso también es mística. Dirán ojete, siempre la palabra que los no iniciados pronuncian para explicar tanta mística, pero el destino también se construye con el pasado que empuja al corazón a latir más fuerte, que se encarna con el jugador y lo vuelve enorme, invencible, en la adversidad.

“Somos la gloria”, pronunció hace cinco años, lagrimeando, el reproductor y reinventor de la mística, mientras el portador genético del pasado se abrazaba en el césped del Mineirao en una foto para la historia. Andújar, Desábato, Alayes, Schiavi, Cellay, Ré, Díaz, Angeleri, Braña, Verón, Pérez, Benítez, Fernández, Boselli, Calderón, Iberbia, Albil, Salgueiro… Hace cinco años son gloria: pasado místico pero no historia muerta, pasado que crece en el tiempo como leyenda y se encarna en los pibes albirrojos, esos que todavía juegan en el Country, y los empuja a volverse enormes ante la adversidad. La historia no es para los libros: en Estudiantes, la historia es siempre semilla de nuevas historias. La historia vive en nosotros.





lunes, 14 de julio de 2014

Nuestra Italia 90



El lenguaje no alcanza, apenas consigue arañar la superficie: Argentina siente un desgarrarse el alma, un esfuerzo gladiador en vano, vuelto sangre y cenizas en un instante, una distracción fatal como cuando uno cruza la calle mirando hacia el lado incorrecto. Así, así fue el tanto de Gotze para el triunfo alemán, en tiempo suplementario. Y ahora algunos ponen máscaras de sonrisa y tiran petardos, algunos incluso se exceden y tiran piedras y la policía, que también es Argentina, contesta: porque estamos todos más que calientes, porque ese gol será pesadilla de cuatro años.

Alemania es campeón del mundo, y justo: el mejor equipo del torneo, el de proyecto más coherente, formado allá tras la salida de Klinsman. Low, el actual entrenador, era su mano derecha y formó este grupo que ahora lleva dos mundiales, ocho años, jugando de la misma manera. Un ADN, además, que hoy, desde el Bayer Munich y los equipos que han sabido imitar el nuevo modelo, domina el mundo.

Esta Copa es entonces como aquella de 2010 de España, la frutilla en el postre de un proceso planificado: todo lo contrario al equipo argentino, que tuvo tres entrenadores desde el Mundial pasado, además de estar siempre atravesado por la improvisación y la polémica. AFA es insoportable, y también los medios argentinos, que comenzaron buscando cortarle la cabeza al entrenador y hoy lo aplauden. Por todo, seguramente el mejor técnico argentino de los últimos 24 años, Alejandro Sabella, no seguirá en el cargo.

El Magno: responsable de esta final, comenzó escuchando algunos pedidos demasiado públicos de los jugadores y terminó acomodando el equipo a lo que pretendía. Solidaridad, inteligencia, equilibrio, claves del equipo también ayer para contener a los incontenibles germanos: Alemania tuvo una de cabeza en el primer tiempo, y poco más. Aproximaciones, varias, posesión, toda: pero Sabella sabía que aquello era lo que convenía. Que la tenga el equipo de Low, pero sin espacios.

Y entonces hay que hablar, otra vez, de Mascherano. El sólo merece la Copa, y sin lugar a dudas ha sido el mejor jugador del Mundial, el líder de una manada que se sobrepuso a todo tipo de dificultades. Faltaron Di María, Agüero, Higuain, por lesión, tres de los cuatro fantásticos: el otro terminó el torneo con el motor fundido. Masche corrió por todos. Ayer, fue otra vez pulmón y cerebro, el guía de una defensa que nunca se desordenó y minimizó a Alemania, el temible, el del 7 a 1 al vecino rencoroso.

El plan funcionaba: pero los de arriba no. Porque, al revés que lo que se esperaba, el déficit del Mundial fueron los que jugaban solos. Messi pagó una temporada de patadas, y también le peso, ayer, ser el único capaz de conducir a la victoria; Di María se lesionó cuando mejor estaba; Agüero, seis lesiones el año, nunca fue; Higuaín jugó mejor para el equipo que para sí mismo, y nunca alimentó con goles su confianza. Ayer, cuando tenía todo para romperle el arco tras garrafal error en la salida germana, le perdonó la vida al rival. Luego le anularon un gol.

Es que Argentina era mucho más. Esperaba y salía, y con los de arriba todavía frescos y un gran depsliegue de Lavezzi, acumuló chances e insinuaciones. A las dos de Higuaín, hay que agregarle un mano a mano de Messi y otro de Palacio. Todos erraron su cita con la historia, y mucho tuvo que ver el pulso. La Selección podría haber recibido colaboración para marcar si el árbitro hubiese cobrado un alevosísimo penal de Neuer a Higuaín: el arquero salió a lo bonzo y estrelló su rodilla contra la mandíbula del Pipita. El árbitro se disfrazó de Codesal y marcó ¡tiro libre para Alemania! Y la afición local celebró.

Con el correr de los minutos Argentina comenzó a sentir los dos alargues jugados y el estado físico general, que nunca fue bueno. Alemania seguía fresco, andá a saber que toman allá en los feed lots de Berlín, y comenzaba a preocupar. Sabella se la jugó y metió a Agüero para que juegue a espaldas de Schwensteiger, y a Palacio, para jugar de contra: ambos le sumaron preocupación pero le quitaron peso al ataque. Y entonces, la Selección comenzó a jugar en zona de milagros.

Y no hubo mesianismo que nos salve: Alemania encontró una, de la mano de dos que saltaron del banco (Schurle y Gotze), la mandó a guardar cuando el reloj decían que ya eran penales menos cinco, y chau pichi, a llorar al Obelisco. No hubo mesianismo, pero, quizás, sea para mejor: Alemania no tuvo al mejor jugador del Mundial porque fueron un bloque para la victoria, y Argentina, esta Argentina que supo armar, contra viento y marea, contra presiones y lesiones, Alejandro Sabella, tampoco tuvo a una estrella determinante y fulgurante, sino que jugó, ganó y perdió, como equipo.



Como equipo. Hace rato que en la Selección no se sentía esa palabra: decir, siempre, para la gilada; concretarla, pocas veces en muchos años. Acá hubo cofradía, manada de bestias, siempre al borde, siempre acalambrados hasta el alma, heridos por todos lados, cansados de tanto nadar contra la corriente. No alcanzó: y ahora nuestra generación tiene su Italia 90, y recordará con amor, no hay otra palabra, las corridas del Masche, las atajadas de Chiquito, a Rojo, la puta madre, ¡a Rojo rompiéndola!, a Biglia enyesado, al Pipita clavándola contra Bélgica, al Messi líder y volador de la primera fase, al Fideo y ese gol agónico con Suiza. Fue hermoso, después de todo, durar todo el Mundial tras tantos años. Pero ahora hay que bancarse este dolor: faltan cuatro años, el futuro es incierto, y el presente duele con la certeza de que se escapó por nada.

miércoles, 9 de julio de 2014

Las manos de Chiquito, el corazón de todos: Argentina en la final

Los penales eran una condena. Argentina había buscado y buscado, los jugadores habían dejado el cuero, todos mallugados, bendados, golpeados, las piernas atadas ya: pero, en un verdadero encuentro de ajedrez, donde los equipos se neutralizaron y cada movimiento estratégico desde el banco fue correspondido con un cambio del rival, en esa partida mental pero también física, porque cada centímetro regalado era una opción de peligro, y porque había que tener orden y paciencia en una semifinal del mundo, con las revoluciones a dos millones por hora, bueno, en esos 120 minutos de tensión extrema, la Selección de Sabella no pudo encontrar el hueco y se encontró en los penales.

Los penales: allí asustaba Holanda, que en cuartos había pasado también desde los doce pases, con Van Gaal cambiando al arquero para la definición y Krul yendo siempre para el lado correcto. Para colmo, la Naranja no había marrado ni uno, y sus pateadores, fríos y letales como el acero, prometían repetir.

Y con todo esto cruzándose por la cabeza de cada hincha, allá y acá, con todos puteando y morfando uña y buscando calma en alguna costumbre, pateó Vlaar y tapó Chiquito: enorme tapada del golero, yendo hacia su izquierda con confianza, esperando al pateador, agrandándose, conciente de su rol para la historia. Tapando nada más y nada menos que el primer penal.

Y Argentina tomo la posta que sugería el arquero y pateó, todos y cada uno de sus tiros, de modo brillante, confiado. Apenas Maxi Rodríguez, tan feroz pateador, tuvo alguna duda y recibió el guiño de la historia. Si la metía pasaba a la final, ¡a la final!, Argentina, y tiró, y Cilessen tapó, pero la violencia del remate provocó que se le colara y después ya no recuerdo mucho más.

Antes, hubo un encuentro. Un encuentro jugado con enorme disciplina de parte de los dos, con jugadores como Sneijder y Lavezzi, de vocación ofensiva, prestándose solidarios al retroceso, partes indispensables de los mecanismos de neutralización de los dos equipos. En esa tironeo por ver quién se quedaba en la cama del partido con la manta corta que es el fútbol, quien conseguía taparse y quedarse con todo, quien conseguía desnivelar sin desprotegerse, Argentina estuvo más cerca, e incluso, mientras tuvo piernas, fue el que más propuso. Volvió a mostrar una evolución, como en cada encuentro de la ronda final: cada vez más sólido, llega a la final lejos de aquella imagen de los primeros encuentros donde los roles parecían confusos y los intérpretes no parecían sentirse cómodos.

Hoy Argentina, Argentina equipo, con Messi absolutamente rodeado, sin Di María, sin Agüero por bastante tiempo, Argentina grupo, Argentina pandilla que se revela contra las adversidades y se entrega por el de al lado, se metió en la final: se viene el monstruo alemán y la final será un clásico de copas del mundo... pero eso lo empezaremos a pensar mañana.