domingo, 31 de julio de 2011

Djokovic, una vida de película

Creció entre bombardeos en un país en llamas. Superó obstáculos y hoy es el mejor tenista del mundo. Historia de vida del serbio excéntrico, carismático y talentoso, que con humor y obstinación se convirtió en héroe nacional
Por Sebastián Torok para canchallena.com

El olor a pólvora penetraba en las fosas nasales y causaba pánico, náuseas, estremecía el cuerpo. Nadie se animaba a hablar en esa pequeñísima habitación oscura y húmeda; sólo se oían sollozos y algunos rezos en voz baja. Las sirenas aturdían, mientras los aviones de combate sobrevolaban el cielo plomizo y humeante. Las bombas de las fuerzas de la OTAN seguían cayendo, una tras otra, derramando sangre, sacudiendo la tierra, provocando enormes orificios en las casas, en los hospitales, en los palacios, en las almas. La familia Djokovic, como tantas otras en la Belgrado de la antigua Yugoslavia, se acurrucaba en el subsuelo de un edificio desvencijado a esperar que el terror diera un poco de tregua. ¿Adónde escapar? ¿Cómo proteger a los niños? ¿Cómo no estar turbado ante semejante daño? Allí se crió Novak Djokovic, el elástico tenista que se transformó en el número 1 y ya es mucho más que una simple amenaza para la ferocidad de Rafael Nadal y el arte de Roger Federer. Suena increíble que con una infancia tan angustiosa el serbio haya fabricado una personalidad risueña, locuaz. Bailar para olvidar, que le dicen.

El paisaje montañoso de Zvecane, un municipio de la región norte de Kosovo, fue el escenario donde Srdjan Djokovic moldeó un ferviente espíritu de esquiador. Durante muchos años, sus zigzagueos sobre las laderas blanquecinas no sólo lo llevaron a ganar trofeos, sino también a encontrar en ese deporte una manera de subsistir siendo instructor. Conoció a Dijana, una rubia montenegrina que aparentaba danzar con los esquíes en sus pies, y prontamente se enamoraron; al tiempo, juntos se trasladaron al monte Kopaonik, un centro de esquí en los Alpes Dináricos, donde además de disfrutar de la nieve comenzaron a administrar una de las mejores pizzerías y pastelerías de la zona. En esa campiña, exenta de francotiradores y bombardeos, Novak, el primero de los tres hijos varones de la pareja, hizo sus primeras travesuras.

"Aprendí a jugar al tenis antes que a leer y a escribir", describió Djokovic, tiempo después. Y esa frase, de disparatada, no tiene nada. Porque más allá de la influencia que su padre quiso ejercer, el pequeño Nole ni siquiera le prestó atención al esquí y sí encontró en la raqueta una compañía, como si fuera una espada, una protección. A los 4 años, el esmirriado Novak comenzó a golpear pelotitas en las canchas del Partizan Tennis Club, en Belgrado. Hasta que una mañana soleada se presentó ante Jelena Gencic, que había formado a Monica Seles -N° 1 del mundo, ganadora de 9 Grand Slams- y Goran Ivanisevic -llegó a N° 2 y conquistó Wimbledon-. "Nunca olvidaré aquel día. Se acercó a mí con un bolso de tenis con todo lo necesario para un entrenamiento profesional. Yo me interesé por quién se lo había preparado. Me dijo que él mismo. Le pregunté qué quería ser de mayor. Y me contestó muy serio, sin dudarlo: «El número uno del mundo». La misma respuesta que años antes me había dado Seles", rememoró la entrenadora, una suerte de segunda madre de Novak, que era tan obstinado y eléctrico que en los crudos inviernos, mientras no practicaba en la academia de Gencic, jugaba sobre el piso de cemento de una pileta olímpica vacía que durante esa estación no se utilizaba por los altos costos de climatización.

Pronto, con la evolución a la vista de todos, el crecimiento deportivo de Novak se convirtió en el foco de atención familiar. El odio étnico, las escalofriantes sirenas y los bombardeos repentinos prácticamente marcharon en paralelo con una filosofía pacífica que los Djokovic se empeñaban en adoptar. No fue nada fácil, claro. "Siempre digo que de cierta forma el tenis nos salvó la vida a todos", contó Dijana, la madre de Novak, con los ojos humedecidos. Decenas de veces se repitió la situación en aquellos tristes años en Belgrado: niños practicando tenis mientras a la distancia arreciaban los ataques. Nadie quería llorar, pero pocos vencían el temor. "Necesitábamos alguna forma de ponernos de pie, de aislar los pensamientos", narró Djokovic, que el 10 de junio de 1999, al enterarse por radio de que se suspendían las detonaciones, subió corriendo a la terraza de su casa, eufórico y gritando: "¡Nos salvamos, nos salvamos!" Aquel día, con alivio aunque con incertidumbre por lo que vendría políticamente en una región que todavía presentaba edificios en llamas y una economía que se hundía, los padres de Nole entendieron que el futuro de su hijo debía continuar en otro lado. Novak dejó su país, viajó a Munich y se sumó a la academia dirigida por Niki Pilic, un ex tenista croata que se había destacado en los años 70. "Imagínense cómo nos sentimos cuando se fue de casa. Nosotros no éramos millonarios y no podíamos seguirlo. Fue duro", expresó Dijana al diario Ideal, de Granada.

"En aquellos días tuve mucho miedo, nunca sabíamos si las bombas caerían en nuestras casas, en nuestras cabezas... Pasé un cumpleaños llorando porque escuchaba que afuera caían las bombas. Es el período que no queremos recordar. Pero por todo lo que sufrí, hoy valoro la vida mucho más. Igual, yo amo mi país", explicó Djokovic. Luego de su estada en Alemania, practicó en la escuela de Riccardo Piatti, en Torino, hasta que en 2003 se hizo profesional.

LOS CAMBIOS DEL GUASON

Con la velocidad de un lince, Djokovic progresó tanto que hasta la TV nacional serbia se interesó en él cuando era un desconocido. Algunos lo tildaron de niño prodigio. Sus respuestas abrigaban una madurez distintiva. Como cuando lo interrumpieron practicando y le preguntaron cuándo se tomaría un respiro para disfrutar de los juegos de alguien de su edad que fuera normal, no dudó: "Puedo hacerlo por la noche. En el día, me entreno para ser número 1". Una vez inmerso en el circuito, se transformó en una de las joyas precoces. Encontró en el eslovaco Marian Vajda no sólo a un entrenador, sino a un sostén anímico. El público lo amó por sus virtudes tenísticas y por los trofeos que fue acumulando, pero sobre todo por su carisma. Las magistrales y divertidas imitaciones de Nadal, de la rusa Sharapova o de Andy Roddick -con todos los tics correspondientes- motivaron ovaciones en plena pista y luego los videos hicieron furor en Internet. Incluso, aún hay gente que no puede concebir aquella delirante caracterización de Sharapova en pleno estadio central de Flushing Meadows, minutos después de perder su primera final de US Open en tres ajustados sets frente a Federer. "¿De dónde sacó ánimo para bromear?", decían en Nueva York. Claro que no todos los jugadores aceptaron jocosos ser imitados, y Djokovic se ganó el mote de engreído en los vestuarios. Pero el público lo celebró y lo bautizó The Joker (El Guasón, en las series de Batman).

Su arrebato de calidad y osadía lo llevó a ascender rápidamente en el ranking y se ubicó en el centro de la escena. Los flashes lo apuntaron, la fama tocó su puerta. "OK, soy popular y me hago cargo. Mientras me quieran, todo estará bien. Cuando no lo hagan, lo aceptaré", decía Novak, no bien cumplidos los 20 años, despojado de cualquier tipo de mesura en su discurso. A medida que los números de su cuenta bancaria aumentaron, el serbio pasó a ser una suerte de celebridad, se radicó en la glamorosa Montecarlo (hoy sigue allí) y hasta Robert De Niro lo invitó a cenar en el restaurante de comida japonesa que administra en Manhattan. Pero semejante recompensa, que incluyó cuatro títulos en 2008 (uno de ellos, su primer Grand Slam, el Australian Open) y cinco en 2009 (más otras cinco finales), empezó a perder bronces en el camino. Las alergias en primavera (el circuito de ATP se desarrolla mayormente en los meses cálidos de cada país) y la aguda sinusitis que lo obligó a una cirugía lo hicieron retroceder. También fue perjudicial el intento de cambiar el estilo del saque en un momento inoportuno (contrató al norteamericano Todd Martin, pero la sociedad fue un fracaso). No la pasó bien; es más, algunos de sus colegas se mofaban cuando Nole se lamentaba por estar lastimado. "¿Qué le pasa? ¿Tiene gripe aviaria, ántrax, un resfriado común? Por favor, está fingiendo", ironizó Roddick.

Pero aquélla no fue otra de sus actuaciones; en las jornadas calurosas, Djokovic lucía como un pez fuera del agua, con bocanadas desesperantes. Se sospechó que padecía asma, pero tenía el tabique desviado y buscó una solución para poder respirar mejor; probó haciendo yoga junto con su angelical novia Jelena Ristic (una joven serbia estudiante de finanzas) y hasta se animó a diversos ejercicios con una cantante de ópera. También lo perturbaron algunas alteraciones de su vida privada. Dijo haber tocado fondo emocionalmente, pero el martirio fue pasajero y lo elevó. "Hay períodos de crisis que te hacen más fuerte", le contó al diario español El País.

UN AUDAZ EMBAJADOR

El potencial de Djokovic era irrefutable. Pero apretar las clavijas en su disciplina y descubrir que sus alergias se producían por ser celíaco fueron determinantes. Las escaladas en bicicleta por las empinadas calles de Montecarlo fortalecieron su cuerpo. Pero hubo un punto de inflexión. El secreto de Novak fue haberse acercado a mediados de 2010 a Igor Cetojevic, un doctor recibido en la Universidad de Sarajevo y acupunturista, adorador de la medicina tradicional china. Los cambios alimenticios y los consejos orientales que Cetojevic había adoptado en Pekín definitivamente influyeron en la maquinaria del serbio. Un régimen, con menos hidratos y sin pizzas, pastas ni pan, lo ayudó a perder peso y a transformarlo en un tenista fibroso, con extraordinaria flexibilidad, cobertura de la cancha, potente y con recuperaciones cinematográficas (además de tener un revés a dos manos hiriente y ser muy hábil para leer el juego rival). Se adaptó a su nueva raqueta Head. Y los avances resultaron concretos: en diciembre pasado fue el líder de la conquista serbia de la Copa Davis (las calles de Belgrado vivieron un festejo casi sin precedente y el gobierno le entregó al tenista un pasaporte diplomático), y en lo que va del increíble año se mantuvo invicto hasta las semifinales de Roland Garros (cayó ante Federer) y logró 8 títulos; entre ellos, Wimbledon, el más prestigioso de todos. Tal es el furor que causó que el director del Banco Nacional de Serbia está estudiando la posibilidad de ilustrar los billetes de 2000 dinares con el rostro de Djokovic. Varias ex glorias del tenis, como Björn Borg y John McEnroe, se quitaron el sombrero y hasta Federer lo aduló: "Este chico tiene madera para ser número 1 por mucho tiempo tiene un juego completo y mentalmente es muy fuerte".

¿Cómo pudo convertirse abruptamente en el hombre que intimida con ser el dominador del futuro próximo? "La nutrición influye en cómo juego. Importa lo que como y bebo antes de los partidos. Además, algo hizo clic en mi cabeza, en mi vida privada pasaron cosas que me afectaron. El tenis es un deporte muy mental y cuando uno no es estable, pierde la confianza, pierde todo", contó Djokovic, a los 24 años convertido en estrella. Vladimir Petrovic, embajador de Serbia en Washington, dijo a Sports Illustrated: "Novak es la figura más grande de relaciones públicas de nuestro país que jamás hemos tenido. Es la cara positiva de la nueva Serbia democrática". Pese a todo, Nole nunca renegó de sus raíces; se involucró en la sociedad, visitó Kosovo en varias oportunidades y donó mucho dinero para monasterios históricos. Incluso la Iglesia Ortodoxa de Serbia le entregó la más alta distinción, la medalla de Santo Sava. Y es el espejo de los jóvenes en un país que los necesita.

Más allá de sus bufonadas, dice ser un joven común, amante del fútbol y de las películas de acción, que les tiene temor a las alturas y se describe como un romántico. Desde hace un año y medio lo viste Sergio Tacchini, la tradicional marca italiana que lucieron grandes campeones como Jimmy Connors, Pete Sampras y Gabriela Sabatini. Se abrió una cuenta en Twitter (@DjokerNole , con más de 235.000 seguidores), donde es uno de los deportistas top más activos. Y encabezará al rival argentino en las semifinales de la Copa Davis, en septiembre.

"Si la gente me ve entre los grandes, Rafa y Roger, grandioso. Sería un sueño convertirme en leyenda como ellos, como McEnroe, Borg, Sampras, Agassi... pero debo ir de a poco. Intento ser positivo, ya sufrí bastante durante mi infancia. Puedo decir que el tenis me salvó la vida, porque en otro contexto viviría asustado y pensando en las bombas. Pero por suerte todo aquello pasó; no lo olvido, pero pasó. Y ahora quiero divertirme y que mi familia sea feliz."

Novak Djokovic, el joven que resistió valientemente el odio étnico y los bombardeos, y construyó una figura magnética que no tiene techo.

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