domingo, 10 de julio de 2011

Messi y los mesías

Recientemente titulaba Varsky una columna para La Nación: "Si el mejor del mundo no se destaca en tu equipo, el problema es tuyo". El peridodismo sensato se dedicó durante la semana a defender al astro cuestionado una y mil veces de los ataques sin sentido común que partían desde las cuatro esquinas, viscerales e ilógicas, repletas de conceptos tan ambiguos y tan irrelevantes como si canta el himno o si cobra en euros. Se sabe, cuando algo anda mal todos buscan un culpable, en lugar de causas y soluciones. Resulta más fácil.

Parece evidente que la Selección ha fallado en estos dos partidos desde lo colectivo, equivocando el camino en demasiados lugares de la cancha, desde ese triple cinco que se superpone y queda lejos de los delanteros, hasta los extremos bielsistas atados a la banda y al uno contra uno. Messi, el supuesto 9 de Batista, se vio obligado a volverse conductor sin compañía ni referencia delante suyo, ya que el lugar que el ocupaba quedaba vacío. Aún así, fue siempre de lo mejor de la Selección, y aunque sea cierto que aquella imagen contra Colombia evidenciaba un muchacho vencido, es lógica su frustración en un equipo sin alternativas. Pecho frío no es: le encanta competir y mete goles en todas las finales. Pero es un pibe al que se le trabó el cerebro primero por motivos futbolísticos, y luego por todo el revuelo mediático que se alimenta de él.

¿Le falta rebeldía para imponerse a las críticas? Puede ser. Pero el tema es futbolístico, y Messi, sólo, no puede. Tampoco es el único sin rebeldía, pero aún así hasta sus propios compañeros, influenciados por la campaña mediática que lo muestra acuclillado, o que repite que no canta el himno, lo sospechan, lo apuntan... Sobresalir, cuando nadie te tira una pared real o metafísica, se complica, y requiere de una rebeldía de esas que se crían en una adversidad que, es cierto (y haciendo sociología barata), Messi no conoce.

Batista lo usó de escudo, a él y su club, y si bien lo protege en las conferencias y sabe que es su única esperanza (en el fondo debe saberlo), también lo corre del lugar que dijo que le iba a respetar a muerte, ubicandolo como conductor, lejos del gol y cerca de la responsabilidad. Lo expone con esa decisión un tipo que es poco más que un parásito: no es que Messi no sea enganche, lo fue hasta 2010, pero llenarlo de la responsabilidad de crear, justo ahora y para remediar una falencia propia (la incapacidad de crear un juego cohesionado), es arriesgado y toda una prueba de carácter para la Pulga.

La cosutmbre, al parecer, sigue vigente en el país. El pensamiento sin grises, la búsqueda siempre de un tipo que solucione todas las cagadas, que nos salve, la decepción y el apedreo colectivo cuando, lógicamente, no lo consigue (y la inevitable comparación a ese mito que sí pudo, el Dié) son rasgos muy argentinos, y si los hinchas muestran la hilacha de su incoherencia constantemente, partido a partido, amando y puteando con diferencia de segundos, de un seleccionador se espera otra cosa que depender de un salvador, disponiendo 23 jugadores que juegan bastante. Y mientras se siga apostando al mesías en lugar de buscar un equipo, un funcionamiento, cualquier equipo del mundo puede hacerte partido. Ni hablar desde ya selecciones serias como Italia, Alemania, Uruguay...

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