martes, 20 de diciembre de 2011

Pensar y después correr: se agiganta la leyenda de Abu Dhabi

Iban 0-0 y ya parecía partido liquidado. ¿Qué quiso hacer el Santos? Aparentemente, como siempre acorde a la idiosincrasia del país carioca, la intención fue jugar con las fortalezas propias y no escondiendo las debilidades ni buscando dificultades ajenas. El equipo de Neymar (porque en definitiva no pasaron de ser ese título para el marketing y para el juego, y poco más) se paró, presuntamente, de contra. Aspiró a complicarle la vida a los centrales culés con el picante del joven Neymar y Borges. No hubo demasiado del equipo lujoso y avasallante de la Libertadores, un buen campeón que en realidad tampoco jugó tan bien y gozó un poco de la suerte en los cruces.
El plan de contra era lógico, y para los analistas era el punto donde se podría abrir una grieta en la casi segura victoria del Barcelona, no porque el Santos no fuera con su chapa, sino porque el equipo de Guardiola es sencillamente intratable, sobre todo en finales. El problema del plan residió en que el equipo blanco jamás planificó como recuperar la pelota: sin jugadores de marca naturales, hizo sombra al toqueteo culé que parece siempre inofensivo y termina siendo siempre vertical, profundo y vertiginoso en los metros finales, que es donde cuenta. Basicamente, el Santos dejó jugar al equipo que mejor juega. Nunca lo molestó, nunca lo presionó, esperó su contra mágica y nunca la tuvo. Iban 20 y, ahora sí, el pleito ya estaba liquidado también en el resultado: 2-0 con dos goles producto coherente de los caminos al gol intentados hasta el momento. Los tantos no fueron raptos de inspiración individual sino meras demostraciones, como dijo Neymar (de gran humildad antes y también en la derrota), de cómo se juega a la pelota.

Es terrible, es aburrido, pero es así. El fin del fútbol llegó. Una final intercontinental termina con un resultado tan claro como en casi todas las competiciones que jugáron los muchachos de La Masía. Recientemente analizamos el error de Mou al haber cambiado al gran Inter de los marginados por este Real marquetinero. Pero a la luz de lo que pasó hoy, también se hacen enormes sus méritos: es el único que ha sabido jugarle al Barsa, con el Real y también, claro, con el Inter. El único, salvo por la bandita querida del Pelado, Pachorra, el Chapu y los demás.

¡Qué grandeza esos pibes, por favor! Tuvieron de rodillas al gigante de la historia del fútbol, y si bien algunos disconformes insisten en algunos errores puntuales que impidieron alcanzar la victoria, ni siquiera vale la pena entrar en ellos. El panorama grande se hace más claro cada vez que pasa el tiempo: el planteo y su ejecución fueron perfectos.

La perfección no se alcanza juntando once, o teniendo un as, como han demostrado Barcelona y Santos. Sabella pensó obsesivamente el modo en que un plantel como el de Estudiantes podía vencer a los reyes del mundo del fútbol. En su febril maquinación se dio cuenta de que en voluntad, Estudiantes no podía perder. Se jugó un pleno. Preparó durante todo el Apertura 2009 al equipo para defenderse sin pelota, arrinconado. Estudiantes hacía la diferencia con un par de goles tempraneros y luego se dedicaba a pararse a metros del arco. Cuando aquello ocurría, arreciaban las críticas de propios y extraños, que todavía (y en su mayoría, nunca) no entendían el sentido. La alquimia sabelliana creó un equipo inexpugnable en las peores condiciones. Fantaseaba incluso con que aquel escenario se diera solamente durante pasajes del juego, fantaseaba con quitarle durante algunos momentos la pelota al Barcelona. El equipo sacrificó aquel torneo de cara a la cita más importante del club en 4 décadas.

Y llegó a Abu Dhabi y borró al Barcelona durante el primer tiempo. Fue el primero en ejectuar la famosa presión alta de Mourinho, asfixiando el natural fluir del juego barcelonés. El equipo culé no pateó al arco. Estudiantes tuvo una y no la desaprovechó. Salió al segundo tiempo sabiendo que tenía que ejecutar el plan ensayado, sabiendo que contra estas bestias no había lugar para el error. Arrinconado y todo, nunca pudo el Barcelona crearle esas situaciones claras de gol a partir de paredes, tacos y desmarques. Llegó, claro, pero a los fulbazos, indignos para muchos. Mandó a Piqué de 9. No encontró nunca el camino. Empató porque el destino así lo quiso: una salida desatinada de Cellay, una peinada deficiente de Verón y una defensa que quedó descolocada, saliendo. Albil fue algo timorato y Pedro consiguió el empate. El resto fue puro coraje para un equipo que había quemado sus piernas, y dispuso de una chance final para empatar el cotejo, que se fue apenas ancha.

Justo estamos en una época donde sale una película con Brad Pitt donde se cuenta la hazaña de un equipo que ni siquiera accedió a la “final del mundo” o World Series (el mundo es a su egocéntrico entender su país, y la final del mundo enfrenta al ganador de la Liga Americana con el ganador de la Liga Nacional), sino que perdió en la final de su liga, y es una historia que merece ser contada porque el presupuesto del equipo de Pitt (los Oakland Athletics) era el más bajo, por lejos, de la liga, ¿qué película merece la bravuconada de Abu Dhabi? Estudiantes le hizo frente a los mejores del mundo, un plantel ultramillonario, con un equipo que no vale ni la mitad del pase de Messi. Jugó con Enzo Pérez arriba, porque no tenía delanteros, e ingresó Marcos Rojo porque el banco no tenía profundidad. Y esos pibes se le pararon adelante como ninguno pudo nunca después, y lo tuvo a 120 segundos de la debacle total, a puro coraje y también a pura sesera: “hay que pensar primero, y correr después”, explica Profesor Pachorra a sus dirigidos en la arenga previa, mientras el Flaco Alayes afirmaba que, de ninguna manera, podían los muchachos del Barcelona querer aquel título, tener más hambre que la banda albirroja.

Fue aquel un momento de tristeza infinita. Pero cada vez que uno ve jugar al Barcelona, dominar a gusto rivales de enorme jerarquía y planteles millonarios, pasearse por la cancha con una tranquilidad pasmosa, no puede dejar de golpearse el pecho, orgulloso, y recordar los durísimos aprietos en que se puso al superpoderoso combinado de amigos de La Masía. Aquel partido fue Estudiantes puro: fue ese Estudiantes, corajudo y pensante, el que rompió todos los pronósticos allá en octubre del 68, en Inglaterra. Ese legado fue honrado por los Leones de Abu Dhabi, y ojalá, a medida que pase el tiempo, no se lo recuerde como una derrota sino como una enseñanza, y sirva también de legado para que honren las nuevas generaciones pincharratas.

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