martes, 13 de diciembre de 2011

La semilla de la fe: a cinco años de la épica arremetida del 2006


¿Cuando empezamos a creer de Nuevo? ¿Fue después de aquel 4-3 a Sporting Cristal? ¿Fue con los goles bajo la lluvia para clasificar agónicamente a la segunda fase de aquella Copa, fue con el gol del Flaco en cancha de Quilmes a San Pablo?
Para algunos, quizás más ingenuos, fue antes, cuando Merlo comandaba a los pibitos y emocionaba a un hincha acostumbrado a batallas por no descender. Para muchos fue cuando regresó la Brujita, un jugador de categoría interplanetaria que coronaba un plantel con mucho sentimiento por la camiseta, experiencia y una cantera a punto de explotar. Cuando el Pelado le dijo al equipo en la manga que para salir campeones esos eran los partidos que había que ganar, y el equipo le propinaba una histórica paliza al vecino, ya la mayoría se había entregado a la fe ciega en aquel equipo. Se olía que se gestaba algo, y era difícil resistirse al lujoso vértigo de aquel equipo  absolutamente cararrota, que iba para adelante sin que importase nada.
Lo que ocurre es que el hincha de Estudiantes, hoy dulce, estaba en aquel momento malacostumbrado, y quizás hasta cómodo, en la mediocridad o, peor aún, en la lucha por no descender. Muchos, mayoría de jóvenes, nos entusiasmamos fácil ante el ciclo previo a la Brujita, con las luchas por la punta, con las heroicas noches coperas, con Sosita, con Pavone. Pero otros ya habían desarrollado anticuerpos para no encender una ilusión que después no se apaga hasta la victoria o la desilusión. Algunos de ellos, aún después de aquel 15 de octubre, se resistían a caer en la tentación de creer: había que perseguir, después de todo, a la maquinita xeneize, bicampeón y armado hasta los dientes con figuras estelares. Y en aquellos días al hincha de Estudiantes, por más creyente que fuera, se le hacía difícil imaginar a su equipo campeón, se hacía casi inconcebible tras años de derrotas, tras temporadas de triunfos de siempre los mismos equipos. Entonces muchos resistieron, aún tras el 7-0 o la seguidilla de triunfos, en una especie de cinismo que espera con ansias que le demostrasen estar equivocados. Pero contra aquel equipo joven, seductor, valiente, no había resistencia posible.
Estudiantes se encontraba en la fecha 16 visitando a Newell’s. Venía de ganar ocho al hilo pero le tocó jugar, por orden de AFA para todos los equipos, sin público, en un clima rarísimo para un final de torneo. El Pincha jugó para los escépticos, deambuló por la complicada cancha rosarina, le dio un penal a Tacuara Cardozo y parecía que los sueños se caían a pedazos. El reloj parecía apresurado por terminar el pleito, corría y corría y todos dudamos. El partido había terminado: iban 90 y los de Simeone iban abajo 1-0. Entonces ocurrió el milagro.
Todo Estudiantes atacando, incluso los centrales. Newell´s resistiendo com si fuera una final. La gente pidiendo enfervorizada la hora. Sosa abre para Alvarez, que centra. Calderón, como si nada: el tipo la baja de pecho, y le pega con la de palo, al lado del palo. Como si fueran 3 minutos en la primera fecha. ¡Van 91 en la fecha 16! Una locura, los que creemos nos abrazamos en el living de casa, pedimos uno más (porque si no es imposible: Boca juega mañana y se iría a 6) y los escépticos no pueden evitar una muequita, pero niegan que sirva de algo el gol de Caldera.
Terminator se lleva la pelota rapidito a mitad de cancha. Estudiantes, que ha jugado mal, vuelve a ser una tromba, pura presión, pura arremetida. No queda nada. Es la última, y pasan cosas raras: ¡Ortiz engancha! ¡En el borde del área rival! Después del bizarro evento, con todo el living de pie estrujando objetos, el Tano abre para Pavone, que centra inmediatamente. El tiempo se detiene, la pelota flota. ¡Salta Piatti! Un metro sesenta elevado como a tres metros del piso. El enano les gana a todos y mete un cabezazo de centrodelantero natural, palermiano, al ángulo.
Entonces el estallido de todos. No creo que nadie recuerde bien que suecedió en aquel momento de euforia. Hasta los menos creyentes bajaron su guardia. Por supuesto, al día siguiente Boca ganaba en Jujuy y uno puteaba, porque tanta épica parecía otra vez haber sido en vano. Ambos contendientes siguieron su batalla ganando sus compromisos en fecha 17, pero Estudiantes visitaba a quien se transformaría en la bestia negra del ciclo: Argentinos, en su caja de fósforos de La Paternal, es un rival complicadísimo cuando solo un equipo quiere ganar. El Pincha jugó un partidazo, pero se fue al descanso perdiendo. Con muchísimo carácter Estudiantes fue y fue. Pavone lo empató y cuando la Bruja, a falta de unos minutitos, puso el 2-1 y se arrodilló con el rostro mirando al cielo, mientras el Cholo metía uno de sus festejos, no hubo un alma que no creyera que aquello era el destino, que la historia cerraba demasiado bien, con el gol consagratorio de Sebastián y las noticias desde Córdoba que traían la derrota de Boca. Estudiantes estaba en ese momento a un puntito.
Pero el destino tenía preparada una historia diferente. En la última, un centro resignado termina en gol de Choy. Todos conocemos la historia: aquella fue una jornada de duelo para el pueblo pincha, que se había entusiasmado más allá de las imaginaciones púberes con el título, que creía que era realmente posible, no un sueño. Choy, justo Choy, parecía negar todo. Estudiantes quedaba a tres, con tres en juego. No recuerdo una vuelta de una cancha tan triste.
¿Habrá sido aquel, entonces, el momento en que todo Estudiantes creyó? Porque durante la semana sucedió un extraño suceso: todos creímos que la causa perdida era posible. Pasaban los días y crecía el entusiasmo en La Plata. Algunos odiaron a los triperos cuando entregaron plaqueta conmemorativa al uruguayo; otros sonreímos, como si se tratara de una señal más. Nadie lo decía, pero todos fuimos el domingo 10 de diciembre al Unico no con una esperanza finita o de compromiso, sino con genuina fe.
Por supuesto, la fe es algo frágil. Las noticias del gol de Palermo en La Boca trajeron dudas y ansiedad en la gente, mientras su equipo no podía doblegar a Arsenal. La historia del 2006 es una de las historias más increíbles que el deporte haya entregado. Cuando iban 30 del primer tiempo, Estudiantes estaba a cinco puntos de Boca. En el Ciudad de La Plata Estudiantes empujaba, cada vez más a ciegas. En La Bombonera Graf empataba. La gente se volvía loca. El equipo del Cholo no podía. Corrían los minutos y traían la noticia del gol de Leto. Boca perdía en su casa, había que ganar, como fuera, no se podía dejar escapar esta chance, después de tanto tiempo de pelear por poco y alegrarse por nada, de defender causas perdidas, de esperanzarse con equipos que no daban la talla. Un gol. Un gol pedíamos. Nada más.
Pero no llegaba, no quería llegar. Se lucían los arqueros del Arse. Erraba el Pincha, que tiraba centro tras centro. La gente saltaba, empujaba. ¿Se terminaba todo así? Iban XX minutos cuando Benitez centró pasado. La pelota superaba al arquero y le quedaba servida al Tanque para el gol, pero Orsellet, que había ingresado recién, se estiraba todo y arañaba la pelota al córner. La gente a esta altura maldecía. El Chino había quedado en la otra punta: entonces la Bruja, notablemente cansado, patearía el córner . Intentó apresurarse en su camino, pero se notaba que le dolía todo. La pelota viaja. El envenenado efecto hace parecer que será un centro demasiado largo, y entonces la pelota dobla. Orsellet queda descolocado por la parábola, salta pero no llega. Se eleva el Flaco de los milagros. Conecta, travesaño y grito. Grito hasta la disfonía: ya que estamos en una ciudad donde abundan las mediciones científicas cuestionables, dicen que dicen que aquel fue el gol más gritado en el planeta tierra. Y abrazos de esos que duelen y se disfrutan en la tribuna y en la cancha, llantos varios, como el de Alayes en la cancha, moqueando como un nene incluso varios minutos después de aquel gol. Y el Pelado arrodillado, los puños cerrados sobre el césped. Misión cumplida: Estudiantes definiría mano a mano el campeonato contra el ganador de finales, el gigante indomable, Boca Juniors. Nadie caía en esta historia que de tan épica, de tan agónica, parecía guionada por un obrero de Hollywood sin talento.
Los días hasta el miércoles fueron para la generación primeriza en esto de definiciones infernal. No se podía dormir, no se podía hacer nada que no fuera leer diarios, escuchar radios, charlar del tema obsesivamente, con esperanza y con terror. La cola para conseguir una entrada fue un calvario infernal que duró para la mayoría unas veinte horas de empujones, calor, suciedad, cansancio, palazos policiales. Una locura. Arranqué la cola el lunes a las diez de la noche y volví a mi casa el martes cerca de los ocho. Tenía los tobillos doloridos pero, ya aliviado con la entrada, pude dormir unas horas. En un punto, sin aquella cola de un día quizás hubiera muerto de estrés de tanta expectativa.


Todos conocen lo ocurrido el 13 de diciembre de 2006. Para entonces todos estábamos enamorados de aquel equipo, nadie dudaba, no importaba el rival ni el azar. Había algo en el aire, había algo en la personalidad de aquel equipo que había rendido hasta las voluntades menos propensas a entregarse y creer. El gol de Palermo molestó, pero todos esperábamos el segundo tiempo, ese lugar donde durante todo el 2006 se había sentido cómodo el Pincha. Y llegó el gol de Sosita, y la avivada del Tanque. Y el partidazo de todo el equipo, que anuló a Boca durante todo el segundo tiempo, que resistió los últimos embates como siempre en la historia pincha (todo es con sufrimiento, nunca con holgura). Y llegó el pitazo. La historia de película llegaba a su final feliz, el Pelado se abrazaba con el padre, el Flaco lloraba con el Chino, y desde ese momento, todos nosotros, en las tribunas, comenzamos a creer un poquito más en los imposibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario