miércoles, 4 de mayo de 2011

Mou-rbo

No hinchábamos por el asqueroso Real Madrid, antiequipo franquista de estrellitas muy sálvese quien pueda, pura billetera sin proyecto, pura incoherencia cada vez más enfurecida y descontrolada por la imposibilidad de superar al rival de siempre, le tires los millones que le tires.
Hinchábamos por Mourinho, el mejor técnico del mundo. Porque se atreve siempre a buscar la grandeza, porque es el único que declara que su objetivo es derrotar al mejor equipo del mundo. El único que no se entrega a su superioridad, que no sale a la cancha a ver que pasa.
Su ambición, por supuesto, lo llevó a tomar la incorrecta decisión de pasar al Merengue. Cada vez más nos recuerda a la fábula de Brian Clough que contara la película The Damned United: Mou dejó un equipo de hombres, que había formado con trabajo, que había unido hasta la invencibilidad. Con ese grupo de hombres del Inter venció, a través del esfuerzo colectivo, al Barcelona apenas un año atrás. Pero su ambición pudo más. Dejó su equipo, y se mudó a Madrid para intentar mojarle la oreja aún más a los de Guardiola. Seguro, les sacó la Copa del Rey, pero no pudo convertir a los hombres madridistas en las bestias interistas que jugaban por todo el campo. No había en este equipo merengue la juramentación, el deseo del Inter del 2010. Más solo que nunca, al punto que ni siquiera los dirigentes apoyaban sus decisiones, la ambición del portugués que todo lo enciende, esta vez incendió todo. No funcionaron sus provocaciones mediáticas. Tampoco sus jugadores.
Se ha volcado mucha tinta en defenestrar la idea de Mourinho para jugar contra el blaugrana. ¿Como, con semejantes jugadores, pudo el portugués meter tan atrás al equipo? En verdad, en los pocos momentos en que el Real pudo presionar bien y atacar con más gente, la cancha se mostró abierta y el resultado fue siempre riesgo para la valla propia. El Barcelona es así, no se le puede dar un metro, seas Aldosivi o el Real Madrid. Mourinho lo sabe, aunque no lo acepten muchos, ni siquiera sus propios jugadores. Su idea, sin embargo, no era sencillamente interrumpir el circuito de juego y esperar el milagro: pero aquel primer tiempo de alto vuelo por Copa del Rey, con contraataques tremendos con mucha gente, no se volvió a repetir (el rival y el desgaste también juegan). Entonces apostó a una jugada, y esa jugada, de contra, de pelota parada, a partir de una individualidad, no terminó de vislumbrarse de modo claro nunca. La derrota en el Bernabeu fue directa consecuencia de la polémica expulsión de Pepe, y los espacios que se le abrieron para tocar al equipo catalán. Distinta fue la historia cuando el Barcelona no pudo desarrollar su juego, por más posesión que tuviera, porque no llegó al arco. Pero con espacios, quedó dicho, el Barcelona hace lo que quiere, lo cual enardeció a su equipo, fogoneado por Mou, pero no hasta la victoria sino hasta la frustración: el Madrid terminó desdibujado y pegando, típico equipo livianito y sin caudillos en cancha. Aquí también seguramente Mou se habrá arrepentido de su movida a la capital de España, pura ambición.
El plan de Mou, en verdad, pareciera ser la única manera de jugarle a este equipo, al menos sin un lustro de preparación previa: pero se necesita temple de acero, carácter que le faltó al Madrid, y algo de suerte.  Y además, claro, se requieren arbitrajes que no caigan en la trampa mortal de la idiótica dualidad entre buenos y malos. Porque la expulsión de Pepe podría haber sido amarilla (es plancha, pero sin contacto), porque el gol que le anulan al Real Madrid ayer raya con lo corrupto, así, con más desventajas de las que ya supone enfrentar al mejor equipo del universo, se hace muy difícil. No se trata de arbitrajes digitados, sino sencillamente de lo que ya hemos descripto muchas veces en estas páginas virtuales: los referís también se sugestionan, aunque sea a modo subconciente. Y la propaganda de Unicef, las declaraciones, la entrada de Abidal, todo lleva a una imagen inmaculada del Barcelona. Entonces, cuando un jugador blaugrana finge (como ayer Mascherano, que incluso cayó luego de dar un paso en la jugada de dicho gol anulado), resulta lógico pensar que los malos lo han golpeado. En cambio, cuando jugadores con mala fama se tiran, nadie compra. Se ve en todas las canchas del mundo, como la fama de unos y otros tiene injerencia muy clara en los cobros, como a ciertos jugadores no se les cobra nada y a otros, todo (Riquelme, por caso).
Equipo maravilloso, el Barcelona. Parece invencible, porque no se vislumbran planes mínimamente efectivos para, al menos, neutralizarlos. Cuando pierden la pelota todos corren para recuperarla, cuando la tienen todos corren para pedirla. El aceitadísimo circuito tiene sus inicios años atrás, en la cantera que produce el 80% de sus jugadores, quienes se conocen entre ellos y garantizan el éxito de las pequeñas sociedades desde ese profundo ensamblaje. Y al juego colectivo le suman las individualidades que rompen todo, como le pasó al equipo de Mou en el primer partido. Pero el invencible Barcelona perdió uno, empató dos y ganó uno frente al Madrid en esta saga tremenda y tensionante de derbys. Los que piden la cabeza de Mou, sin dudas, son los mismos hinchas del Real que promueven esta política absolutamente caótica de refuerzos, gastos multimillonarios y proyectos ambiguos que se vienen abajo cada seis meses (algo similar sucede en el Mundo Boca, lo cual explica muchas cosas), cuando el Barcelona sigue demostrando, por coherencia, continuidad, por laburo, por austeridad y, claro, por juego, que son los mejores. De la historia quizás.  
Los que llaman cáncer del fútbol a Mou, peor: siguen habitando ese mundo donde la estupidez se confunde con valentía y siguen sin apreciar al fútbol desde lo colectivo, desde lo defensivo, desde la estrategia. Para ellos el fútbol es puro flash, puro show, pura magia. El único equipo que medianamente los conforma es el Barcelona, el resto del fútbol es un asco miserable, claro.
Esta gente pobló ayer el Camp Nou, y puebla todas las canchas del fútbol europeo: público operático, tenístico, que va bien vestido a la cancha y mira sentadito, aplaudiendo, las viscicitudes del match. Mientras tanto, los comentaristas bananeros repiten que es bárbaro que no haya alambrados, y el hincha se queda afuera de un fútbol cada vez más teatral, cada vez menos austero, solidario, pasional. Cada vez menos de uno, cada vez más de la televisión: el caldo de cultivo de los “proyectos” del Real Madrid, de los equipos-petro/narcodólar de Inglaterra, en fin.

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