jueves, 26 de mayo de 2011

Rehenes de la policía

Hoy se confirmará la sanción que dispondrá para Estudiantes algún organismo de seguridad de esos que muta de nombre, se fusiona o se disuelve cada mes. Como la medida no la tomará directamente la AFA, el proceso de apelación será tan lento que, de existir, será sencillamente inútil: simplemente habrá que aceptar que con Argentinos el público del Pincha no podrá alentar a su equipo.
En verdad no nos interesa hablar demasiado de la sanción, es casi insignificante, nada más que la concreta demostración de la disparidad que reina en las medidas que toman estos organismos fantasma capitalinos: en Vélez-San Lorenzo un enfrentamiento barra provocó un muerto, heridos (policías entre ellos) y la suspensión del partido. Ninguno fue sancionado de manera alguna (recordemos que Vélez disputó un partido en la cancha de Boca, pero en esa oportunidad se trató de una medida absolutamente mediática: en el auge del antibengalismo tras la muerte de un pibe en un recital de La Renga, alguien prendió la tele, vio como los del Fortín festejaban su arribo a la punta y decidió entonces, campaña mediática “moralizante” mediante, suspenderles la cancha). Pero Huracán, pobre equipo que ya está condenado al Nacional, armó un lío y le retiraron el apoyo popular por lo que queda del torneo. Medidas absolutamente impares, claro, relacionadas con el famoso “peso” de uno y otro equipo en AFA, que, desde ya, digita todo con diversos nombres.
Esto no interesa demasiado, más que para el debate futbolero y como síntoma de algo más: lo que sí debe ser señalado, debatido, advertido, gritado, es que ambos incidentes, como tantos otros (recuerdo por ejemplo aquel partido en Floresta contra All Boys) pudieron ocurrir gracias a la complicidad policial, que liberó la zona para el enfrentamiento entre la Pandilla y los de Boedo del mismo modo en que la liberó para que la barra brava del Globo pudiera acceder a la platea que lindaba con la popular pincha, para luego mirar pasivamente todo lo que ocurría al punto que fueron los bomberos quienes desactivaron el conflicto.  Es una práctica constante que pone de manifiesto el lazo entre la policía de cada localidad y los mafiosos barrabravas, lacras de la pasión: ocurre en La Plata, como aquella vez que una facción de la barra dio toda la vuelta en el Unico para balear al Uruguayo; ocurre en Floresta, ocurre en Patricios, en Villa Luro… en cualquier lado. Las fuerzas que deben proteger, no sólo no protegen y miran todo casi con sorna (son muchos los testimonios de hinchas maltratados y gozados por la policía) sino que directamente participan en provocar enfrentamientos. Todo esto ocurre en directo, queda filmado, pero nadie pregunta nada. Es más, todos parecen quedarse conformes cuando se anuncia la sanción, como si solucionara algo prohibir la entrada de la hinchada por uno, dos o quince partidos.
Es evidente a esta altura que saben quienes son los que van armados a la cancha (ellos mismos les facilitan el accionar delictivo). Pero, mientras tanto, hay que pagar los fastuosos operativos o el partido no se juega. Los operativos son exageradísimos, claro, porque inflado paga más: todo partido es calificado “de alto riesgo”, siempre se necesita algo así como un policía cada dos personas, en fin. Además de dar la impresión de ser operativos inflados (cuya ineficiencia tiene que ver más con matufia policial que con impericia), da la sensación de que el único modo que tienen de controlar el espectáculo es prohibiendo la entrada de la gente: a la constante reducción del público permitido en un estadio, tanto local como visitante, se suman los enormes pulmones y la medida final de directamente prohibir el acceso a las canchas.
Así ocurre hoy con Estudiantes y Huracán: se toma la famosa “medida ejemplificadora”, que no es sino la solución superficial por excelencia, pues no modifica nada a largo plazo y mucho menos ayuda a poner en evidencia esta fabulosa puesta en escena en la que todos, AFA, dirigentes, policía y barras, tienen algún interés monetario que necesita del otro. Pero tranquiliza a la población desde los medios y, de paso, se sigue perpetuando el mito de “los inadaptados de siempre”, que convierten a los barrabravas en casos aislados de la sociedad, en locos sueltos, en enfermos, y no en productos de un aparato absolutamente corrupto. 

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