jueves, 7 de abril de 2011

El laburo y el juego

Tiempo atrás, Zubeldía llevó a la marugada a sus muchachos, futuros campeones del mundo a la estación de trenes. Les mostró como iban, en fila, con el pelo a medio peinar, los ojos enlagañados y el bostezo constante, los hombres y mujeres a laburar, tomando el tren todos los días a las cinco de la mañana. Ante ese panorama les dijo que laburo, laburo era aquello. Es una anécdota siempre recordada, que evidentemente caló hondo en aquel Estudiantes: quejarse de su esfuerzo, siendo que jugaban al futbol para vivir (y vivian bien) era, sencillamente, llorar. “Vamos a esforzarnos, o si no vamos a tener que ir a laburar en serio”, les dijo el Zorro Osvaldo.
Si se situa allí, en Argentina, el inicio de toda una corriente futbolística laburante, esa que “le quitó la alegría al fulbito”, podemos decir que se presenta rápidamente una objeción a la visión estandarizada de la fábula del León malo: aquellos muchachos sí que disfrutaban el fútbol, tanto que, dado que las condiciones naturales no les alcanzaban, sabían que tenían que romperse el lomo para poder subsistir en base a lo que amaban. La diversión consistía no en vanos firuletes de beneficio individual, sino en la práctica colectiva (de un deporte colectivo: que paradójico), en juntos esforzarse, llegar junto a los compañeros a la cima o caer en el intento.
Esta puesta en perspectiva relativiza el discurso sobre el futbol bello, el talento, el firulete y la “nuesstra”. Al fin y al cabo, los que no quieren laburar no son desfachatados, son simplemente vagos, tipos egoístas que se salvan por lo que les vino en los genes. El que no se lo toma en serio, que no juegue: allí esta el verdadero insulto para el juego, un juego que muchos amamos y que otros no, están en su derecho. Pero son ellos (y no quienes lo estudian y lo practican con alma amateur, por la gloria y no por dos pesos y una tapa de diario tirando un taco) los que, de ejemplificarse sus practicas vanidosas, destruyen el juego. Ya lo dijo Don Osvaldo: "El futbol en general sigue al campeon de turno, y lo peor que le puede pasar al futbol es q salga campeon un equipo de vagos".
El sentido común sugiere antonomasia entre ambos términos, juego y trabajo, pero no es del todo asi: lo meramente lúdico es individualista, hedonista, y no es el objetivo de ningún juego o deporte (el objetivo es la competición, el objetivo es el triunfo). La belleza del futbol no está en la gambeta individual, realizable por el talentoso (este es el sentido aristocrático del fútbol) sino en el poder grupal, en la unión para vencer, justamente, lo imprevisible. (Resulta demasiado obvio decir que el futbol es un juego grupal, pero a la vista de los discursos hegemonicos es evidente que se ha olvidado, banalizado por repetición).
Este fútbol humanista, ¿cómo puede ser el causante de todos los males? La sensación impera: quienes señalan a este futbol culpándolo, son quienes con agenda secreta protegen un futbol desorganizado, individualista, son los beneficiados por un futbol donde prevalezca lo impensado. La aristocracia seguirá gobernando este juego si no existe una unión de seres menos privilegiados que basándose en su fraternidad y esfuerzo proponga batalla.
La paradoja final está dada por la insistencia de la aristocracia en que el fútbol es un mero juego, un divertimento vacío. Es posible que así sea (es posible que todo sea así), pero sin embargo lo que queda expuesto, desnudo en ese enunciado es: si se trata meramente de un juego, ¿por qué es tan inmoral querer ganar? ¿No se trata, al fin y al cabo, del objetivo del juego? ¿Por qué se convierte en una cuestión moral, en avaricia, querer ganar, si se trata simplemente de la regla principal explicitada en cualquier competencia, si se trata justamente de un juego donde la competición no implica ambicion desmedida o destructora sino parte, sencillamente, del juego? Ellos son quienes ideologizan el futbol, para beneficio propio, convirtiendo toda práctica que atente contra sus intereses y su status quo en práctica inmoral. 

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