jueves, 21 de abril de 2011

Comando Sí Libertadorista


Noche de copas, señores. Ocasión festiva que, mientras corren las horas, va transformándose en algarabía y descontrol. El aperitivo fue bueno: triunfo en tiempo suplementario del Tío Mou (no del Madrid, equipo de la realeza que nada nos simpatiza) sobre los buenos del Barsa, en partido picante, tensionado, con mucho huevo en garganta.
Pero la noche recién arrancaba, y faltaba lo mejor: porque los cruces finales por los grupos de Copa Libertadores tuvieron una noche de esas que solo la copa nos sabe regalar, con resultados increíbles, giros inesperados y, por supuesto, piñas. Cerro (rival del Pincha) lo dio vuelta en Chile, luego de ir 0-2 con el equipo del Tolo, dejandolo afuera y pasando ellos. Luego, mientras empataban América y Nacional en el Centenario, había una fiesta de goles y patadas en La Paternal. Argentinos se jugaba el pase, luego de haber completado una primera ronda genial y una pésima segunda ronda. Arrancó mal, lo empató dos veces (resultado que lo clasificaba) pero se le escurrió de las manos, y todo terminó a las trompadas generalizadas, gaste brasileño, ñoquis en las caras de los guapos que van a defender el honor y mucha calentura. En Uruguay, mientras tanto, los hinchas del Bolso festejaban con el empate y hasta con el 2-3, pero su partido terminó 10 minutos antes y ya terminado recibieron la peor noticia: gol del Flu, 2-4 y desazón generalizada en el mítico estadio.
Este es el fútbol que queremos, el que celebramos. La mierda europea es rica, la veo con todo gusto y admito que los choques entre Mou y Barsa tienen mucho morbo. Pero la discusión no pasa de eso, y en general el juego es limpio, ininterrumpido, fluido (no hay mucho lugar para ásperas batallas), y se discute mucho más de armado de plantel, de individualidades y sus taquitos, de flamantes incorporaciones, ventas millonarias y demás, que de mística, de hazañas o tole toles. Cuando se arman los grupos de la Champions, por  ejemplo, ya se sabe quienes estarán en cuartos. En la Copa, la de acá, todos sabemos que un ignoto equipo puede dar tremenda batalla, construir hazañas y hacerse tremendamente poderoso en su reducto. Los reductos americanos suelen ser inexpugnables. Hay estilos: si toca cualquier paraguayo o uruguayo uno sabe que se vienen duelos duros, con hachazos lindos, si toca cualquier equipo del Brasil uno se agarra la cabeza, sea el que sea, etc. Y hay identificación, porque los jugadores son nacidos en sus clubes, porque las parcialidades exigen y porque la Copa tiene mística de ser inconquistable y todos quieren llevarse a la más linda a casa. No hay resignación de antemano, ni nunca: y entonces la derrota (más si es en casa, en cuyo caso constituye una afrenta a nuestro honor) no se acepta con apretones de manos caballerosos e intercambio de camisetas. Sobreviene la “barbarie”, como la bautizan desde la orilla opuesta: corridas, piñas, cargadas de cobarde a lo lejos con policías en el medio, promesas siempre incumplidas de encontrarse puertas afuera. Calentura, a flor de piel, calentura. Pasión. El fútbol copero no es por la guita o por la vedette: es por los colores, por la hinchada y, sobre todo, por la hombría.
No es barbarie, señores. Es sentimiento. Perder implica la derrota de lo que uno defiende, la derrota del compañero, del amigo que está en la tribuna, de la ciudad en la que viven los viejos, y no la caída de un equipo que, o llegó más lejos de lo que se esperaba, o llegará nuevamente a la misma instancia el año siguiente. Saber perder, cuando te importa perder, es difícil, algo reservado para los verdaderos guerreros gigantes y sabios del continente. Y aún ellos, en la derrota, pueden tener algún desliz.
Con hipocresía y con mucha levedad también, intercambian camisetas blaugranas y merengues. Las piñas en Flu-Bicho, como cualquier piñata americana, son honestas y demuestran la pasión que no existe cuando jugás lejos de tu continente, con un grupo de las más heterogéneas nacionalidades defendiendo a un club del que formas parte por un par de temporadas para hacer la diferencia. Las piñas, además, quedan ahí, todos lo saben, son fruto de la calentura y nadie va a armar un escandalete (o a esperarse afuera) por una cargada o par de trompadas tiradas al aire. Hay una nobleza allí, en la comprensión, mucho más honesta y valiosa que la falsa caballerosidad europea, que es, sencillamente, producto de que allá a pocos protagonistas les importa verdaderamente el andar del club, de la institución.
Quizás todo esto suene a un inmenso lugar común: el cerebral europeo y el apasionado bárbaro. Una dicotomía que data de siglos. Pensarlo en esos términos es ser víctimas del discurso impuesto desde las esferas de poder del fútbol, con sede en Zurich. En este fútbol hay mucho cerebro: mucho más que en aquel que puede solucionar sus problemas en un abrir y cerrar de billeteras. Mucho más que el que se reconoce. Se la llama, con cierto halo despectivo, “viveza”, y es lo que permite la paridad que reina en la Copa. La paridad que, junto al coraje y a la pasión, hacen inconquistable a la Tasa de América.

1 comentario:

  1. seee, totalmente
    hubo ñapi de nuevo en la final
    aguanten los finales de partidos ásperos, con piñas, patadas cortitas y guapeadas
    si te vas, si te eliminan, llevate a alguno!! =)

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