jueves, 22 de marzo de 2012

Un sueldo son cinco sueldos

Encontré en mi domingo de lecturas la columna publicada el domingo pasado por Gonzalo Bonadeo donde habla loas del maestro Bielsa en una especie de elegía de lo que se llama comúnmente “fuga de cerebros”. La nota pueden leerla en lugar de quedarse con mi síntesis, pero básicamente lo que dice Bonadeo es que en este país hace rato venimos echando, ideológicamente, a las personas aptas para formar deportistas e instituciones fuertes.

Y en un punto uno no puede dejar de estar de acuerdo. Se rinde ante la evidencia de DTs ninguneados, basureados por la óptica cerrada del periodismo miserable de capital, que se toman el buque y triunfan afuera hasta la idolatría. No se trata de técnicos de lo que llamamos esta o aquella escuela en particular, sino de cualquier técnico que tiene un poco de cabeza y busca escapar, primero, a ese modo dicotómico de vivir el fútbol, y luego, a la furia mediática que suscita este modo fundamentalista de pensar. Los periodistas levantan la bandera de los hinchas y defienden a los gritos y sin argumentos esto y aquello, y el fútbol se torna estúpida batalla demasiado grandilocuente para el premio de un torneíto local sin prestigio.

Pero no seamos ingenuos y no nos subamos a esta ola que está de moda hace varios años desde el sector bienpensante de la sociedad, de pensar que acá mal y allá bien. No reproduzcamos su modelo de civilización y barbarie, no nos creamos animales ni a ellos gentleman. No retrocedamos cincuenta años, para llorar la tragedia de la patria perdida cruzados de brazos. Postura cómoda si las hay, que se olvida de los grises del mundo.

Porque no seamos inocentes: lo que convierte al fútbol europeo en el mejor del mundo es la primacía económica no de los clubes, sino del continente. Es cierto que el futbol argentino no consigue salir de su necesidad de vender constantemente y de la histeria colectiva que se vive por la necesidad de salvarse o hundirse. El manejo estratégico desde las cúpulas de los clubes deja mucho que desear. Los equipos desarrollan proyectos a corto plazo olvidando del gran rédito que da a la larga el fútbol base, básicamente porque es otra dirigencia la que se lleva el mérito de los pibes que uno cría, básicamente porque se vive al día en nuestro fútbol, necesitando éxitos para que no echen a todos. Es cierto que se contratan diez tipos por torneo, que como no hay plata todo es a préstamo, que como todo es a préstamo no hay patrimonio y que como no hay patrimonio no hay plata, provocando la desesperada necesidad de vender rápido. La responsabilidad de los nuestros en el vaciamiento del  nuestro fútbol no se pone en cuestión.

Pero también es cierto que jamás podría el futbol argentino competir contra los euros. No está exento el futbol de las leyes del mercado y la economía y, sin leyes que protejan las canteras, la explotación colonialista disfrazada de libre comercio continuará vaciando nuestros clubes. En Europa tampoco se invierte en el fútbol base, salvo excepciones, y aún así se alcanzan grandes éxitos deportivos. Surgen unos pocos futbolistas de cada división inferior, que como compiten diariamente entre los mejores, han llevado a sus selecciones a jugar un mejor fútbol. El superprofesionalismo, además, ha abolido todo tipo de discusiones inútiles de esas que se desarrollan constantemente aquí, poniendo en jaque a cualquier proyecto. Esta jerarquización de su fútbol, acentuada en las últimas dos décadas, ha sido a costa de nuestra materia prima: cualquier coincidencia con el modelo económico imperante en el mundo, no es casualidad.

Imaginamos que todo se debe a los comportamientos corruptos y rapiñadores de nuestros directivos. Nos equivocamos al pensar que en el Viejo Continente las cosas no suceden: los países mas civilizados del mundo tienen corrupciones iguales o peores, estafas inmobiliarias que hicieron temblar al mundo, guerras programadas bajo excusas ideológicas para vender armas y explotar recursos ajenos, y en el fútbol, el lavado de dineros mafiosos o manchados de sangre que han llevado hasta a la creación de un club fantasma (el Locarno) para triangular los pases. La olla recién ha comenzado a destaparse en el mundo del futbol europeo, pero con la crisis del euro las desaforadas inversiones, los lavados de dinero, los proyectos que son todo menos deportivos, comienzan a ponerse bajo la lupa. El fútbol europeo está quebrado, en lo que ha dado en llamarse el estallido de la burbuja, los clubes deben cantidades estratosféricas comparadas a los números en rojo argentinos, y como la mayoría se encuentra en manos de capitales privados, no se sabe demasiado bien a quien responsabilizar.

Y cuando desidealizamos el aristocrático fútbol europeo, comprendemos que en verdad, las causas de la emigración, que no se lleva nada más a los mejores sino a todos los que puedan irse, se reducen a cuestiones económicas: allá se paga mejor y se vive mejor. La famosa diferencia económica es el causal del éxodo masivo, y no los proyectos a largo plazo: los millones en juego, y más hoy en plena crisis, han vuelto al fútbol en Europa un deporte tan exitista y exigente como el decadente fútbol nuestro, aunque acá se discuta exacerbadamente por un premio pobre como el torneo y allá la lucha sea por muchos euros. En el superprofesionalismo, así como no hay lugar para los chicos de inferiores, opacados por las constantes contrataciones que venden más camisetas y entradas que los pibes, tampoco hay lugar para las excusas, y todo suele basarse puramente en los resultados. Pero una campaña, buena o mala, en Europa, implica una buena calidad de vida garantizada por un buen tiempo.

Los argentinos somos muchas cosas y hacemos muchos males. Ante todo, creo que estereotípicamente nos comportamos de modo ignorante, enarbolando con soberbia discursos fundamentalistas, demasiado básicos para servir al desglose de la realidad. En el futbol, se sabe, seguimos sosteniendo una dicotomía caduca en el centro del análisis, y nos negamos a analizar el juego desde otras perspectivas. Quizas por ello, como menciona Bonadeo, nuestras mentes más abiertas dejan estas tierras extremistas en busca de verdades más complejas. Pero también, no podemos negarlo, lo hacen sencillamente porque un euro son cinco pesos, un sueldo son cinco sueldos y toda la cadena de consecuencias sociales que esto trae aparejado.

PD: dejamos para alimentar la discusión una nota colgada recientemente aquí, de Walter Vargas, que en un nuevo lúcido análisis y en mucho menor espacio exponía cómo el nivel de nuestro fútbol depende directamente del éxodo constante de deportistas en busca de la famosa “diferencia económica”.

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