Allí está el oasis, el alivio: no
importa si es real o no. Espejismo o realidad, consuelo físico o
anímico, el oasis es de todos modos un consuelo temporario, porque luego de bebida el agua o imaginado el reposo, la realidad del desierto que queda por caminar se impone. El oasis funciona, como el horizonte, para seguir
caminando.
Estudiantes encontró en el inicio la era
Pellegrino un necesario oasis. Tras una cosecha deshidratada quedó en medio
del desierto, sacando cuentas y envuelto en dudas. El nuevo DT tocó
un par de cositas, interpeló al equipo con mucho laburo semanal y
consiguió una versión prolija de Estudiantes, que no se regala
atrás como antaño, que aprendió a regular los partidos y que
consigue encontrar, algo, fugazmente, a sus creadores. Machacando
sobre la preponderancia de estos pilares, el equipo consiguió nada
menos que 10 puntos sobre los 15 que tuvieron en el banco al flamante
entrenador.
Enseguida comenzaron los delirios,
propios del viajante en el desierto, los espejismos: Estudiantes era
una maravilla y había, de repente, que sumar para clasificar a la
Copa Sudamericana, un torneo ingrato para el club que, en este
momento, traería nada más que dolores de cabeza en forma de
lesiones, equipos alternativos y derrotas en el torneo que, la
temporada entrante, le tiene que importar al club. Antes que pensar
en el disfrute y la celebración, Estudiantes tiene que salir del
desierto.
Y ese es el tema, justamente: la
sumatoria de puntos calmó las sulfuradas gargantas, el infierno
acuciante, el pánico del desierto sin fin. Pero aún no sale de las arenas ardientes: lejos está
Estudiantes de correr, menos de volar bajito. Hilvanó un par de
victorias a puro pragmatismo, pero nada le sobra y todo le costará.
Argentinos llegó a La Plata con cinco derrotas al hilo y un
compendio de juveniles y suplentes, en medio de un caos institucional
que amenaza con incendiar todo y mandarlo a la B. Con un planteo
modosito, maniató al equipo de Pellegrino y, si acertaba la que la suerte le dio, podría hasta haber ganado.
Porque mucho le falta a Estudiantes:
defiende mejor (encontró un arquero que responde cuando lo llaman y hace rato no le marcan), funcionan los relevos, no queda mal parado, pero tampoco es una
garantía; ataca mejor, se junta, busca por adentro y por afuera,
pero en general no encuentra y sigue siendo predecible como contracara al orden hallado. Ayer fue la imagen viva de como la
impotencia se termina convirtiendo en desidia: tras un primer tiempo
de búsqueda paciente, el Pincha terminó jugando al gol azaroso y
hasta perdió la pelota, por apresurado y harto, contra un equipo
que no quería tenerla. Apenas Correa aportó rebeldía ante el
empate clavado, en un equipo donde, otra vez, varios de los grandes
agudizaron las dudas sobre su continuidad: Benítez fue tibio,
Martínez demasiado errático, y la Gata coronó una media hora de
flotación intrascendente con una expulsión boba que, además, privó
a Estudiantes de una última jugada.
Pellegrino heredó un plantel caído
física y anímicamente, repleto de jugadores con signos de pregunta
respecto a su futuro y chiquilines de notable verdor, y consiguió
torcer el destino inexorable de este torneo: perder este tipo de
partidos. Hoy sumó un poroto que dejó a varios soñadores
disconformes, pero que sirve para seguir caminando hacia el
horizonte: el final del torneo. No es un “paso atrás” sino un
paso más de este Estudiantes que no está para grandes pasos, y que
puede tanto ganar (ahora sí) como empatar o perder, dependiendo
todavía en gran parte (pero cada vez menos, parece) del alineamiento de los planetas.