miércoles, 29 de agosto de 2012

La cleptocracia del fútbol, protegida

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La situación era ya obscena de lo evidente. El gobierno salavaba con sus crecientes millones año tras año al fútbol, que se volvía a endeudar con una velocidad pasmosa. El salvataje inicial, que volvía las cuentas de los clubes a cero, duró un suspiro: para fines de 2009 los clubes habían vuelto a su deuda inicial y en algunos casos hasta la habían aumentado, utilizando el dinero del salvataje para continuar con negocios turbios y el vaciado de los clubes que, por perseguir la figurita de moda y el título que todo lo tape, perpetuaban el círculo vicioso de la adquisicón compulsiva de jugadores, muchos por meses apenas y sin ningún beneficio económico por mostrarlos. No hace falta, en definitiva, ser economista para entender que si un club endeudado trae media docena de jugadores se endeudará más. No hace falta ser un especialista tampoco para comprender que se llega así a una rueda difícil de detener.

El dinero estatal llegó hace ya tres años con pocos hilos atados hasta recientemente. El libre albedrío de AFA continuó, y también las políticas de seguridad deportiva. Cuesta creer que fue la simple eclosión de absolutamente todo lo que llevó al Estado a tomar intervención activa en su inversión deportiva mayoritaria. Pero seguramente la obscenidad de las triangulaciones de este mercado de pases (especialmente el caso Botinelli, que quedó libre y llegó a River sin embargo desde un club uruguayo, llevándose buena tarasca por la maniobra) y las constantes bataholas entre barras tuvieron que ver con la reacción tardía del gobierno nacional.

Todo sugiere, sin embargo, que se trata no solo de decisiones tardías sino superficiales, pour la gallerie: mientras la AFIP investiga apenas los pases de este año y sigue sin meterse demasiado en las cuentas de los clubes, ya comienzan a destrabarse varios casos a partir del pago voluntario de los impuestos que quisieron eludir los protagonistas (jugadores, clubes y representantes que eligieron inscribirse en los paraísos uruguayos y chilenos, donde no hay casi retención impositiva; no se trata en verdad de un delito, como ya afirmó el juez de la causa penal).

En materias de seguridad, el Aprevide, reemplazante del terrible Coprosede que afrontó numerosas causas de complicidad en hechos de violencia, es hasta ahora un cambio de nombre que no propone políticas nuevas y sigue con los mismos y obsoletos sistemas que solo resaltan la connivencia de los infinitos policías destinados a custodiar los encuentros para con los barras. Su debut no pudo haber sido peor: hubo una oleada de incidentes inédita para un inicio de campeonato que incluyó a River, Chicago, Belgrano, Independiente y, claro, el estallido de la interna de Boca en pleno camino a Santa Fe.

Ante el pico de violencia, el gobierno pidió “un listado de barras” a los clubes. Con este pedido se salva rostro y se evita hablar del espinoso tema de la ligazón entre barras y política: es sabido, e incluso ha sido capturado en imágenes (por ejemplo, todos recuerdan a Bebote, jefe del Rojo, tirando tiros en aquel acto peronista de 2008), que los barras son durante la semana punteros políticos y que éstos, muy seguido, bancan sus viajes a cambio de banderas que no hacen sino evidenciar el vínculo. El organismo debutante, en tanto, sigue sin hacerse cargo de su trabajo y se dedica meramente a atribuir multitudinarios y futiles operativos para los encuentros en lugar de a investigar: porque, es claro, la responsabilidad del tema barras es una cuestión, como cualquier problema delictivo, de la que se tiene que encargar la policía, a lo sumo con las directivas de un organismo especializado como pretende ser el Aprevide. En lugar de ello se pone el peso en la complicidad de los dirigentes: está claro que son amigotes, pero no tienen ninguna responsabilidad de velar por la seguridad ciudadana o investigar y destapar la mafia de las hinchadas si no lo desean. En todo caso, ellos deberían ser investigados: por la Justicia y, quedó dicho, por la AFIP: porque en el juego del dinero que se lava y las comisiones que se pasan por debajo de la mesa, también están metidos los barras.

La cuestión es que el beneficio de las triangulaciones va más allá de la irregularidad de los pases que investiga la AFIP. Los jugadores, en absoluto inocentes, quedan libres adrede ante la tentativa chance de aprovechar un pase ficticio y llevarse muchísimo más dinero que si el pase lo realizara un club real y tocara sólo un porcentaje. Los equipos venden, por supuesto, con menor carga impositiva. Pero además las instituciones aprovechan la absoluta irregularidad de estos pases para equilibrar balances (River compró a Bottinelli a 2 millones, pero pagará 500 mil dólares en unos días para evitar incluir el monto total en el balance de la temporada), recibir porcentajes (el jugador libre se lleva gran cantidad del dinero del pase ficticio y reparte el resto entre el club que presta su nombre y, claro, representantes y dirigentes cómplices) y asentar valores ficcionales por pases (un jugador libre e inscripto en un club ficcionalmente puede ser adquirido por menos plata de la que se dice, permitiendo así lavar dinero). Se trata, además de un grave perjuicio para los clubes con la finalidad de engordar las billeteras propias, de un enriquecimiento ilícito que la AFIP no parece perseguir: va detrás del dinero de los impuestos y la fuga de dólares, la agenda principal del gobierno nacional para afrontar la crisis. Toda intención positiva de controlar un organismo corrupto y putrefacto queda desvirtuada al evidenciarse los motivos ocultos detrás de las medidas mediáticamente simpáticas pero en absoluto profundas tomadas por el gobierno.

Al insistir en proteger esa isla de legislaciones paralelas que constituye el fútbol nuestro, seguramente el tema se archive en un par de semanas: el sueño de ir a fondo contra las fraudulentas administraciones que vacían nuestro fútbol y se aprovechan de las asociaciones sin fines de lucro para lucrar ellos se desvanecerá. Por supuesto que deseamos que no sea así: pero el fútbol se constituye cada vez más en un universo paralelo que escapa a todo control. La triangulación en el fútbol lleva décadas, y luego de tres años de Fútbol para Todos, la intervención llegó solamente cuando los intereses recaudadores de Nación se notificaron de la atroz fuga de divisas que representaba el mercado de pases: no se puede ser tan bienpensante como para obviar esta evidente verdad. Tampoco se puede evitar pensar, por ende, que las señales de que, finalmente, “todo pasará”, son señales de que todo ha cambiado para que nada cambie: la cleptocracia del fútbol argentino sigue siendo protegida desde arriba. Contra el poderoso fútbol (y sus poderosos hombres) nadie osa ir: ojalá estemos equivocados.

martes, 28 de agosto de 2012

Estudiantes se busca


Tras sinuosas cuatro fechas, Estudiantes parece estancado. Fueron cuatro fechas donde se alternaron buenas con malas, ilusiones con decepciones, pero donde a fin de cuentas el equipo de Cagna no terminó de despegar. Ayer jugaba un muy buen primer tiempo cuando un contraataque de Colón mostró la fragilidad del Pincha y cambió el partido. El pecado original que parece determinar el andar del albirrojo en este torneo parece ser cierta ingenuidad táctica defensiva, que deja demasiada cancha y que ni siquiera el veloz Angeleri, el experimentado Chavo o la prestación constante de Ré pueden resolver.

Pero tampoco es que Estudiantes se desprotege a cuesta de un ataque voraz: lleva cuatro goles en cuatro partidos, promedio que lo obliga, al menos, a defenderse fuerte para ganar y, por supuesto, a no cometer las ingenuidades de los dos partidos de local: pelotas paradas cerca del área, manos, marcas laxas y distraidas... Hemos analizado esto hace un par de semanas, cuando tirar el offside en mediacancha con Desábato y Alayes de centrales le costó el partido ante un equipo que, diga lo que diga la historia, es de flojito para abajo, como demostró su paupérrimo encuentro ante San Lorenzo, otro candidatazo a la nada. La victoria en Boedo sigue valiendo tres puntazos, pero la mejoría de aquel encuentro no fue la pintada: el rival hizo lo suyo y el Pincha tuvo la pelota, pero nunca fue peligroso.

Lo mismo ocurrió anoche, donde tras un primer tiempo de bastante movilidad, combinaciones riquísimas y la constante insinuación de peligro, Estudiantes registraba solo dos jugadas de peligro. Colón, con la mitad, tenía un gol. Terminaría con dos goles habiendo pateado dos veces al arco. Además de una verdadera bestia negra, el Sabalero es en verdad largamente el mejor rival que ha enfrentado Estudiantes esta temporada, como lo demuestra su posición en la tabla... y tampoco (con un partido entresemana en el lomo, es cierto) hizo demasiado en el estadio Ciudad: el torneo está para el que más rápido cierre filas y, mancomunado, se crea capaz de quedarse con todo y robe los puntos que el resto despilfarra falto de convicción.

Es cierto que vale la intención de juego que muestra el equipo de Cagna. También que Román Martínez (ausente ayer por el destape de las triangulaciones) aportó algunas pinceladas nomás, Jara sigue verde y Braña aún continúa atado a su rol de marca, lejos de aquellos partidos exquisitos de la era Sabella: sobre ellos reposa la ilusión de volver más voluminoso el juego pincha. Además, el nuevo esquema ubica a Iberbia de lateral-volante, y con voluntad no se tiran buenos centros (del otro lado Jara sufre en el retroceso y en su irregularidad se nota su juventud). El ataque parece funcionar pero en tres cuartos de cancha agota sus variantes y se reduce a la inspiración de la Gata, la voluntad y enorme eficacia de Carrillo y el inesperado nivel alto de Núñez: ayer ellos gestaron el empate. El equipo espera la recuperación de Duvan, que tampoco es Batistuta y además está bien cubierto por el magdalenense: el problema parece estar en el funcionamiento, demasiado estático y dependiente de arrestos individuales. El esquema no terminó de solucionar los problemas defensivos pero los mejoró notablemente respecto al encuentro con River; como contrapunto, ofensivamente ofrece poco esta táctica que precisa de bandas profundas con hambre de área.

La gente mostró ayer una saludable paciencia. El hincha genérico, y hay pocos hinchas más sabedores de fútbol (el que se juega en las canchas, no en los diarios) que el de Estudiantes, veía ayer como el Pincha caía por segunda vez en cuatro fechas, las dos veces como local, y aún así empujó a un equipo que, tras el primer gol colonista, perdió paulatinamente la brújula y terminó yendo hacia adelante solo por ímpetu, sin argumentos. Empató sobre el final, pero un penal tonto de Desábato, que no modifica las conclusiones, lo dejó sin nada.

Pero el público, aún así, entendió la realidad: la transición pos Verón será dura. Estudiantes busca rellenar el enorme vacío futbolístico dejado por la Brujita no a partir de una figura mesiánica sino desde el esfuerzo colectivo: saludable superación. Es un equipo honesto, humilde, laburador, que escucha a un DT que tampoco miente y busca soluciones sin orgullos nocivos. Pero todavía no las encuentra, y tampoco encuentra Estudiantes su lugar en el torneo: la segunda derrota de local deja a los de Cagna inmersos en la irregular medianía general. El Pincha quiere sacar la cabeza del barro de mitad de tabla, pero todavía le falta. Quizás el equipo se termine de armar en estas fechas: pero si no lo hace, no debe ser motivo para la desesperación sino para mostrar paciencia y esperar resultados a un plazo más largo que 19 caprichosas fechas, coherencia que viene escaseando en los recientes proyectos futbolísticos de Estudiantes.

domingo, 19 de agosto de 2012

La conjura de los necios


Por Pedro Garay para Solos Contra Todos

Martín Caparrós, siempre entusiasmado con la polémica, no obró como lo que dicen que es. La facilidad con la que elaboró una red conceptual alrededor del fútbol asombra por lo retrógrado y caduco de sus interpretaciones. Caparrós reprodujo un discurso que ya no solo atrasa sino que cansa, enarbolado por vegestorios que siguen robando espacio gracias a sus trayectorias pero que nada comprenden de un fútbol que ha mutado y ya no puede reducirse a la alegre improvisación de los artistas del campo, románticos gambeteadores que nunca existieron más que en la nostalgia. Con prepotente seguridad y sobresimplificación ignorante este supuesto pensador prefirió declamar antes que debatir y pensar.

Desmontemos el discurso de Caparrós (volcado, como no podía ser de otra manera, en Olé), un compendio de los lugares comunes que rodean una visión conservadora y elitista del fútbol que proviene del siglo pasado. Los artistas que miran fútbol han durante años romantizado el deporte. En su absoluta aversión del “resultado”, mala palabra y sinónimo según ellos de una capitalización pecaminosa del juego puro, han pasado a defender la vereda del lirismo deportivo y a rechazar de pleno cualquier escuela tacticista. “No sé bien que hacen los técnicos”, opinó Caparrós sin ponerse colorado, pronunciando más un deseo, el de un fútbol que pertenezca a los jugadores “puros” (una idea explorada en películas románticas que datan de hace medio siglo, como El Crack y Pelota de trapo) y en el que el entorno no tenga nada que ver. Así se construyó durante décadas la dicotomía que gobierna las interpretaciones del fútbol en Argentina.

Podríamos generalizar y decir que estos artistas son en el fondo amantes de las formas antes que del contenido, y por eso prefieren piruetas improductivas a equipos sólidos: lo que resulta contradictorio es que, progresistas como dicen ser todos los artistas -y en verdad son un puñado solamente- llaman miedo a las labores colectivas, capaces de sublevarse a la jerarquía de las billeteras que rige el fútbol mundial, mucho más rebeldes y anticapitalistas que un gambetista autómata que se pierde en su propio deseo de ser mejor que todos. Iremos más allá: ¿a quién favorecen las piruetas? Al espectaculo, eso que dicen estos bienpensantes “pide la gente” pero que en realidad piden los esponsores, que atraen con sus montajes de 3 minutos de taquitos el consumo de los televidentes: no son hinchas sino consumidores de un futbol irreal y magico que se juega en una Europa ficticia donde hay partidos del Real Madrid y el Barcelona nomás, porque quien sabe quienes juegan -y como se juegan- los demas partidos.

Para Caparrós, en este fútbol jugadoril diez jugadores nada tienen que hacer, porque todo depende de Messi. Y contra Messi tampoco hay nada que hacer: el Mundial, si comprendemos esto según Caparrós, ya está ganado. Que bufones han resultado, entonces, desde Pekerman hasta el propio Guardiola, incapaz de ganar la Liga o la Champions la temporada pasada con el mago que puede solo, ¡y con otros diez magos más!.

Si Messi, cuyo peso en la Selección nadie duda, ni siquiera el mismo Pachorra, que lo resalta una y otra vez, se lesiona, el plan de juego (la labor del DT, le recordamos a Caparrós, que dice no saber cuál es) sería basicamente entrar en pánico, en lugar de ejecutar algún plan B ensayado. De hecho, ante Alemania el equipo de Sabella no fue un concierto messiánico como ante Brasil: un Messi apagado, que incluso erró un penal, acompañó una buena labor ofensiva de Argentina, con variantes en los pies de otros cracks. El análisis del partido que realizó Caparrós fue necio, cesgado, además de oportunista: aprovechó una victoria de la cual podían adueñarse sus enemigos “bilardistas” (por no haber sido 100% responsabilidad de la Pulga) para criticarlos.

Esta visión jugadorista e individualista esconde una creencia mucho más grave para un pensador progresista: la idea del don. Los pensadores románticos del fútbol, entre los cuales se encuentran tipos de la talla intelectual de Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer, construyen un mundo futbolístico que depende de lo que se trae desde la cuna. Nada más aristocrático que este modo de pensar donde la “movilidad social” está impedida por la jerarquía natural. Los clubes chicos no tienen nada que hacer: los grandes jugadores buscarán jugar en los clubes grandes desde pequeños, y los cracks que se críen en los clubes de barrio serán inevitablemente robados por los tiburones con billetera pesada. Si en el fútbol ganasen siempre los que tienen los mejores jugadores, ganarían siempre los que más plata tienen: no habría sorpresa, eso que dicen hace al fútbol el deporte más apasionante; pero no habría, además, esperanza.

Pero el fútbol ha encontrado el modo de rebelarse a este determinismo. Por supuesto, quienes vieron desafiado su reino atacaron este modo de juego que imponía el colectivo como modo de disimular las falencias individuales: los clubes grandes fueron los primeros en declamar contra este estilo de juego mecanizado y físico, y llegaron a la opinión popular a través de la insistencia mediática, que perdía clientes con cada triunfo de Estudiantes, Chacarita y los demás sublevados. No se trata de ninguna paranoia: allí están los diarios de la época para constatar el ataque feroz que se le realizó al equipo de Zubeldía por profundizar lo planteado por el Racing campeón del mundo, que sin embargo no recibía ningún aluvión de críticas por su juego.

Tras este repaso breve de las ideas reproducidas por Caparrós, pasemos ahora sí a plantear un debate serio: por ser serio, tendrá necesariamente que despojarse de las categorías dicotómicas y fáciles con que se analiza mediáticamente el fútbol. “Bilardismo” y “menottismo” ya no corren: nadie puede ser tan ingenuo como para no trabajar la pelota parada o pensar a quien hay que marcar; y nadie puede negar que hay jugadores que rompen todos los esquemas. El Barcelona, por cierto, no pertenece a ninguna de las dos escuelas, y de hecho ningún equipo lo ha hecho más que en el bello e impoluto discurso: la realidad siempre es mucho más gris y sin dudas que la labor intelectual no consiste en poner etiquetas tranquilizadoras sino en plantear las muchas ambigüedades y los muchos prejuicios que se esconden detrás de las categorías del sentido común.

Bilardo. Bilardo es, después de todo, el concepto (porque Caparrós no habla de Bilardo técnico real sino de “bilardismo”, ficción mediática) que lleva al bigotudo pensador a ningunear a Sabella (y a todos los técnicos). Bilardo, según Caparrós, ganó un campeonato del mundo teniendo miedo. Su simplificación carece de memoria: este pais, con Maradona, con Messi y con Batistuta, quedó afuera de todo siempre desde que Bilardo dejó su cargo. Recontra fue al frente con Diegote como DT y Messi en cancha: se comió cuatro.

El miedo del que habla Caparrós es un concepto machista: es miedo a “ir al frente”. Caparrós continúa la reproducción de lugares comunes: si uno es inferior en el juego, debe “ir al frente” igual. Basicamente, ser un boludo, en lugar de buscar, a través de la inteligencia, estrategias alternativas para alcanzar la victoria. Y alternativa no tiene por qué ser inferior, y mucho menos, moralmente inferior (es decir, cagona): en definitiva, si desjerarquizamos los valores del fútbol y dejamos de ubicar la habilidad (la gambetita) en lo más alto de la escala, se puede ser mejor que otro (¡menos mal!) aún si uno es inferior en la capacidad de sorprender con magia, a través de la inteligencia y el trabajo para suplir las falencias y neutralizar al oponente técnicamente superior a través del colectivo. Se  valorizarían así no solo los diferentes estilos sino también los diferentes jugadores, que abandonan su rol súbdito y se vuelven valiosos en sí mismos, y empezaría a disolverse la teoría messiánica, la dependencia del crack que nos salvará. Sin embargo, al poner primero en el orden jerárquico del fútbol el don natural, jugar en equipo, pensar el partido tácticamente y demás “aberraciones” es de “antifútbol”. En el fútbol individualista y de machos de Caparrós, que existe solo en las ficciones, el deporte tiene lugar solo para mensurar la masculinidad, en definitiva.

En el fútbol real, en tanto, Barcelona patea los corners cortos porque no tiene jugadores altos. Planifica los partidos en la semana, y logró muchos más títulos con Guardiola que con Rijkaard, el anterior entrenador, que contó con Messi además de Ronaldinho y varios otros cracks: queda claro que el entrenador pesa. El mejor equipo de todos los tiempos enfrentó alguna vez a un equipo de Sabella: jugó la final del Mundial de Clubes de 2009 ante un Estudiantes con un equipo casi muleto, que lo venció durante 88 minutos, empató en los 90 y perdió por la mínima solo en tiempo suplementario ante un equipo que contaba con un presupuesto mil veces superior. Dos años más tarde, el Santos de Neymar “fue al frente”: se comió cuatro.

En el fútbol real han ocurrido cosas bizarras, como que Bilardo conformara un equipo ultraofensivo que consiguiera, tras una temporada deslumbrando rivales y soportando las críticas increíblemente ciegas de los medios capitalinos (otra vez, a mirar los diarios), el título Metropolitano del 82. Aquel equipo se paró con un inédito tridente de volantes ofensivos en media cancha: nada de doble cinco, nada de picapiedras, en aquel equipo monopolizaban la pelota, tiki va tiki viene, el habilidoso Bocha Ponce, el Mago Trobbiani, proveniente de Boquita, y, claro, Alejandro Sabella, crack absoluto de aquel equipo. Solamente marcaba Miguel Russo.

¿Cómo comprender semejante locura? Recordando la frase de Rinus Michels, el entrenador de Holanda durante el Mundial de 1974: “Fútbol total es lo que practicaba Zubeldía en Estudiantes”. Aquella Holanda, La Naranja Mecánica, practicaba un pressing feroz que culminaba con todo el equipo (así de extremo, como evidencian los muchos videos) llegando a mitad de cancha y dejando en offside a todos los rivales. Por los mismos atributos, la ferocidad física y la trampa del offside, el equipo de Zubeldía sigue hoy siendo denostado, mientras Holanda es el estandarte del romanticismo del fútbol. Por cierto, el fútbol que hoy practica Barcelona es heredero directo de la escuela holandesa, a través de Cruyff, quien fuera entrenador del Barsa y de Guardiola, a quien hizo debutar en 1990, y el ideador de ese proyecto de fútbol con sede en La Masía.

Pero no repitamos los errores de consagrar una visión de fútbol como la única visión y no hablemos más de “fútbol real”: no se trata sino de otra construcción. Desmitifiquemos, eso sí, las miradas  absolutamente prejuiciosas que han causado tanto retraso en nuestro fútbol y que han favorecido que se considere no planificar y no trabajar como valores positivos. El bilardismo es una religión que, es cierto, practican algunos fundamentalistas que curiosamente reproducen ideas que no reflejan en absoluto la complejidad del legado de Bilardo y su maestro, Osvaldo Zubeldía. El menottismo, su contraparte, prefiere taparse los ojos, siempre cascarrabias y criticón de nuestro fútbol y recordando una edad de oro que nunca fue. Son construcciones que ya no sirven para analizar el fútbol, que lo reducen, lo asfixian. Quienes repiten estos discursos son consumidores de narrativas y, obviamente, de lo que esas narrativas dicen de ellos: que son progresistas, que son líricos. No son amantes del fútbol, no buscan desentrañar el juego sino reducirlo a categorías que los vuelvan superiores como personas.

Queda claro que por más que uno vea 40 años fútbol, como dijo haber hecho Caparrós como constatación de su capacitación futbolística (vía twitter), no se sabe de fútbol: si no todos seríamos técnicos. Bueno, así pensamos de hecho acá, prepotentes, necios, eternos reproductores de los mismos estereotipos, siempre mirando el futbol con una mirada cesgada, que de antemano divide todo en una dicotomia que convierte a Sabella en bilardista solo por haber jugado y dirigido a Estudiantes. Sabella, quien en 2010 paró un equipo que defendía con cinco pero atacaba, gracias a sus laterales que eran volantes, con siete (¡da doce!); Sabella, que ese mismo año, antes de que todos lo criticaran por ser ultraconservador y se quedara con el título (la historia siempre se repite porque no se rompe el círculo vicioso de la interpretación maniquea), armó un equipo con (tome nota) Clemente Rodríguez, Marcos Angeleri, José Sosa, Enzo Pérez, Leandro Benítez, Juan Sebastián Verón, Gastón Fernández, Mauro Boselli y Braña pa' que marque un poco.

Sabella no sufre de esa necesidad de demostrar que es el más macho de la cuadra: él también quiere jugar con Agüero, Messi e Higuaín arriba, pero primero debe buscar una estructura que sostenga, que equilibre el equipo, una tarea ardua pero, en definitiva, su trabajo, señor Caparrós. Equilibrio es el concepto clave en el diccionario sabelliano: la búsqueda de un fútbol que sea profundo sin desprotegerse. Un ideal, es cierto, pero también un concepto hermanador que evidentemente no comprenden quienes, cuarenta años después, siguen asfixiando el fútbol con las mismas categorías caducas: evidentemente, el deporte predilecto de los argentinos no es el fútbol sino la discusión.

No es que Caparrós no sepa nada de fútbol. Caparrós elige interpretar el fútbol desde una óptica voluntariamente reducida: si todos miramos el fútbol forzosamente desde la subjetividad e intentamos corrernos de nuestros prejuicios para aprender, Caparrós elige ver el fútbol desde una perspectiva impuesta de antemano. Entonces, ya no mira lo que sucede en la cancha, lo que ha sucedido en la cancha desde que se instauraron las categorías de bilardismo y menottismo. El fútbol para él es uno, estanco durante décadas, un fútbol en el que todo depende de la genialidad de un jugador que es mejor que el resto, hagan lo que hagan los demás: en ese fútbol existe un solo rol, ser crack, el romántico que le gana a toda la miseria. El resto de los roles en el fútbol son reducidos a la nada, lo cual refleja un desconocimiento (voluntario, como quedó dicho) del juego. Esta epifanía del señor Caparrós acerca de lo único que importa en el fútbol (“complacer al Mostro”)  se le ha escapado, aparentemente, a los miles de idiotas que viven del fútbol, que contratan técnicos e intentan entrenar a lo largo y ancho del planeta.

Lo grave es que esta mirada se vuelve moral, el escenario donde se libra una batalla entre el bien, defendido por seres superiores (los intelectuales “progre” del fútbol que ningunean cualquier interpretación del juego que no sea abstracta y filosófica), y el mal: sólo que el bien es, desde esta óptica, un fútbol individualista, determinista, elitista y machista. Nuestra concepción del fútbol reproduce hoy estas valiosas ideas.

miércoles, 15 de agosto de 2012

La edificación de la paciencia

La mano de Sabella empieza a notarse. Durante los últimos cinco ciclos Argentina mostró casi siempre un momento de boludismo total y cayó en la tentación de “ir para adelante” y “ganar de guapos”. La falta de inteligencia le costó caer 0-5 con Colombia, perder ante Rumania en el 94,  quedar afuera en primera ronda por ser el menos vivo del grupo de la muerte (¡pero atacando siempre!) y, por supuesto, comernos cuatro ante este mismo equipo teutón con el que jugamos hoy, antecedente último en los enfrentamientos. La llegada de Sabella implica un intento por volver a ganar por inteligencia, que no es sinónimo de miedo sino de planificación y lógica.

Por supuesto, el gen argentino desdeña el pensamiento y el proyecto. En el primer tiempo, reconocidos periodistas pedían por las redes sociales “más ataque” y reclamaban que, tras la expulsión del golero alemán, no se notaba el 11 contra 10. Querían salir a matar al rival a costa de quedar descubiertos abajo ante un ataque sumamente dinámico y peligroso, y con una defensa claramente en proceso de construcción.
El partido del equipo albiceleste había sido bueno hasta entonces: resistió sin desesperar el inicio arrollador alemán, y cuando pasó el temblor Argentina comenzó a tener la pelota y a apretar. La superioridad argentina produjo el penal que rompió el partido: Messi lo erró, pero la expulsión modificó todo. Los argentinos reclamaban por Twitter ir pal frente: Argentina apostó a mantener el equilibrio y ganarlo por decantación. ¿Para qué atacar desenfrenadamente si la Selección gana por peso específico arriba?

Así fue. La paciencia argentina permitió no solo desgastar al equipo rival, sino evitar que los alemanes se metan atrás, lo cual hubiera resultado letal debido a las pocas alternativas de centro de la Selección: cuenta con un solo jugador más o menos alto, y no tiene wings puros ni laterales ofensivos. Con Argentina parada en el medio, Alemania tuvo la chance de salir: llegaron algunas chances, producto de la falta de solución del problema lateral, e incluso un tanto. Pero con cancha abierta, y el ingreso del Kun para explotar los espacios, lo de los argentinos rondó el festín. Fueron tres tantos, pero podrían haber sido cuatro o cinco fácilmente. Treinta minutos más tarde de que se dijera que no se notaba la diferencia y que la única manera de llegar al gol era gracias a un regalo rival, Argentina, absolutamente superior contra los pronósticos de los impacientes, bailaba en Frankfurt.

Por supuesto, es una victoria valorable pero no deja de ser un encuentro amistoso jugado con dos o tres días de entrenamientos y marcado por una expulsión, que deja además algunas alarmas en defensa. Pero lo valorable es que Argentina comienza a tener una identidad: paciente y cada vez más fuerte como equipo, se empieza a formar una selección dura, que por lo menos no perderá por boludismos.

domingo, 12 de agosto de 2012

TST: modas, anacronismos, errores

Para Solos Contra Todos

El ataque de Estudiantes no preocupa. Al menos, no tanto: cuando apremió el resultado y apareció la necesaria rebeldía, el equipo demostró que tiene nombres e ideas para vulnerar a cualquiera. La sociedad Fernández-Martínez, el desnivel esporádico de Núñez y lo que sume Jara, Hoyos o quien sea el elegido generó durante algunos pasajes del segundo tiempo triangulaciones profundas que desnudaron las limitaciones del rival e incluyeron un gol anulado y un mano a mano marrado por la Gata al borde del área chica. Solamente hace falta esperar que se sostenga paulatinamente la intensidad durante más pasajes y que, con el correr de los partidos, el ataque levante vuelo.

Pero lo del Pincha atrás preocupa al talibán albirrojo: ¿cómo va a tirar el achique Estudiantes? Producto de la moda barcelonesa, que volvió al sistema retro del achique en mitad de cancha inventado por la Naranja Mecánica, cada vez más equipos se paran en mitad de cancha. Ayer ya se intuía desde el primer tiempo que la defensa se paraba demasiado adelantada, demasiado al límite, para colmo marcando demasiado la línea, tentando el pase que rompa con el offside, exponiéndose así a cualquier pelotazo y pagando caro cualquier error. En el segundo tiempo pago lo insinuado: una pelota profunda dejó solísimo a Funes Mori. Gol. Volvió, 10 minutos después, a quedar mano a mano, producto de un error en una entrega: el sistema deja en evidencia cualquier falencia en el manejo y Estudiantes pagó un mal pase con un gol en contra. En ambas, los centrales le miraron el número al 9 de River, que es rápido pero no es ningún Pájaro Caniggia. Estudiantes defendió ingenuamente, avisando desde el minuto 0 que tiraría un achique de otra época, que dejaba un vacío defensivo imposible de cubrir para sus lentos centrales, básicamente invitando a que le hagan lo que le hicieron. Y tras los dos goles, siguió transitando la misma línea.
Lo que más preocupa es que Estudiantes no tiene los jugadores para ejecutar el sistema. Ayer corrieron 50 metros Desábato y Alayes, contra Funes Mori, ligero y fuerte. Con dos centrales de porte pero lentos, sumados a un lateral aguerrido pero falto de velocidad como Ré, se impone esperar cerca del área, fajarse, obligar a centros fácilmente rechazables… y no pararse tan arriba. Jugar con veteranos de guerra que nunca fueron rápidos tirando el achique es suicidio. Si el manual del DT lo insta a continuar tozudo transitando este peligroso y perezoso modo de jugar, que prefiere evitar las confrontaciones antes que fajarse y que resulta bastante simple romper, bueno, deberá considerar al menos pasar a Angeleri al centro de la defensa, el único apto para este tipo de esquemas de mano a mano.
Ningún sistema es, en verdad, anti-Estudiantes: la historia albirroja se caracteriza por la utilización de todos los esquemas según corresponda a los partidos y a las cualidades de los jugadores. Lo de ayer fue una mala lectura del partido y también de la materia prima, aunque algunos argumentarán que para que este tipo de defensa engrane hay que, como con el ataque, dejar correr los partidos. A priori, esta también parecería ser un análisis erróneo: Alayes y Desábato, dos maestros del despeje de cabeza, están sin embargo condenados a errar algún pase dejando solo a algún pescador, y, mano a mano ante un pelotazo que rompa el offside, a correr futilmente desde atrás y ser espectadores de lujo de los goles recibidos.