jueves, 25 de abril de 2013

Mística y carencias de la Copa Argentina


Las danzas germanas del martes y el miércoles, día del batacazo en fútbol, seducen con un panegírico acerca de los dos equipos que estarán en la final de la Champions. Pero aunque estén cerradas, las series aún no han terminado y, en verdad, nos han emocionado mucho más los triunfos sufridos y roñosos de Tristán Suárez y Estudiantes de Caseros sobre Racing y River respectivamente, que las implacables goleadas de los aguafiestas alemanes sobre los ¿decadentes? españoles. 

Porque la Copa Argentina es probablemente el mejor invento de la era Grondona (bueno, en rigor se trata de un calco de las competiciones europeas y plagio de los viejos Nacionales de vida fugaz). A pesar de AFA, incluso: porque el torneo con mayor potencial para crear epopeyas de infraperros y narrativas épicas presenta un sinfín de complicaciones ligadas a una organización antinatural y a lo que, parece innegable, es sencillamente impericia.

En primera instancia la decisión inexplicable de dar las ventajas a los mejores equipos (arrancan en octavos y son elegidos “cabezas de serie” a partir de criterios caprichosos como la tradición) es inexplicable. Además de representar una ventaja deportiva hacia los más poderososo (que son, también, quienes tienen mayor capacidad económica para afrontar viajes y partidos entresemana, y quienes tienen planteles más largos para afrontar la doble competencia) la decisión de filtrar a los equipos chicos en rondas eliminatorias previas a la entrada de los “importantes” provoca que sean pocos los enfrentamientos entre davides y goliates, y por ende menos aún los triunfos épicos de los infraperros. Justamente allí reside el encanto del torneo, desperdiciado por una decisión que, sin dudas, pretende que los equipos de Primera jueguen, en 4 o 5 encuentros, por una copa y un pasaje a la Libertadores y, por ende, que decidan prestigiar el torneo poniendo sus titulares en la competencia.

Pero ni siquiera esta decisión, política e elitista, le sale bien a AFA. El torneo surgió como una respuesta al famoso “torneo de los mil equipos” que los de Viamonte le chorearon a Daniel Vila, quien, en su vampírico intento por hacerse del trono de Don Julio, propuso un torneo inclusivo, federal, pinchando así en una de las viejas carencias de la interminable gestión de Grondona. La historia cuenta que, con el dinero público en el medio y su enésima reelección puesta en duda, Don Julio hizo propia la idea de Vila (con sutiles modificaciones) y, cuando esta fue rechazada hasta por los hinchas de River, que ascendían por decreto gracias al torneo de 40 equipos (que chocaba además contra las recomendaciones de FIFA), bueno, entonces se reflotó la vieja idea de un torneo nacional “tipo FA Cup”: la Copa Argentina.

Pero es curiosamente el promocionado “carácter federal” del torneo lo que desmotiva a los equipos de Primera a poner el once ideal en cancha. En primer lugar, porque el unitarismo mental del país provoca que cualquier viaje de la Capital Federal al interior parezca una travesía interminable que provoca un cansancio subrayado por los medios en esas tardes de jueves en las que no hay mucho para decir en el noticiero deportivo. En segundo lugar porque la idea de AFA sobre el federalismo implica, aparentemente, exportar el fútbol bonaerense, ese bien que todo el resto del país envidia, hacia las demás provincias: la Copa Argentina presenta entonces partidos tipo Tigre-Gimnasia jugados en Catamarca.

Sin embargo, los hinchas de Atlético Tucumán, por ejemplo, no tienen el placer de ver a su equipo contra uno de Primera y presenciar una posible noche histórica, sino que tienen que contentarse con lo que les lleve el azar a sus canchas mientras los tucumanos juegan en el sur del país. Como en la FA Cup, el verdadero modo de realizar una competencia federal sería, en primer lugar, no jugar en cancha neutra sino sortear las localías y, si le toca a Boca viajar a Chubut, entonces habrá fiesta de los fanáticos boquenses de esa provincia. En segunda instancia, para acrecentar las chances de este tipo de cruces “federales”, es necesario que los equipos de Primera arranquen la competencia en la misma ronda que el resto.

Probablemente, un torneo tan largo y con un premio tan reducido (económicamente el premio es jugoso para los equipos de categorías menores pero no tanto para los de Primera, y jugar ocho o nueve rondas de un torneo sin prestigio por un sólo lugar en la Libertadores parece más una inconveniencia que una posibilidad) no sea jugado por ningún equipo con sus once mejores jugadores. Pero, de todas maneras, tampoco sucede ahora. Ayer, mientras Estudiantes de Caseros festejaba haber viajado mil kilómetros y haber puesto en riesgo el físico de sus jugadores a cuatro días de un encuentro clave ante Villa San Carlos (con cuatro fechas por delante y por la punta de la Primera B), un mix de precoces millonarios, jugadores indultados y suplentes de River fingía sentirse afectado por su derrota y por los gritos de la tribuna que, decepcionada, los abucheaba. Es que, en definitiva, la Copa presenta una gran oportunidad de hacer historia para los chicos, pero representa mucho que perder (desde el físico al estatus) para los grandes. Seguirán, entonces, ninguneandola hasta que el torneo no se vuelva prestigioso y sus hinchas exijan poner lo mejor. Seguirán, entonces, avanzando casi sin intención por la competencia, incluso depositados por el azar en instancias decisivas, y a veces también mancillando su historia, hasta que los premios no sean mayores.

Allí residen las dos claves del trabajo que debe afrontar la organización. El prestigio puede ganarse bañando a la Copa Argentina de mística, obligando a los clubes a visitar territorios hostiles por todo el país, a atravesar numerosas rondas ante rivales menores pero mucho más hambrientos y deseosos de humillar y llenarse de gloria. El sorteo de la localía es una necesidad de la competencia, así como lo es la participación desde las primeras rondas de todos los clubes para volver al torneo verdaderamente federal, inclusivo y apto para todo tipo de batacazos: estas simples medidas darían un gran empujón al tiempo, que seguramente cumplirá su rol en volver al torneo tradicional y atractivo.

La otra gran necesidad de la Copa Argentina es la repartija de premios: demasiado se reparte en ese torneucho de 19 fechas y muy poco en este torneo de cientos de equipos. El premio económico seguramente crecerá a medida que los anunciantes se anoticien de este seductor, pero muy poco promocionado producto. El premio deportivo debe, sin dudas, ser mayor. A la plaza libertadora habría que sumar dos plazas de Sudamericana, al menos, y jugar, por ende, un partido por el tecer y cuarto puesto. Sería interesante, incluso, dar plazas a la Copa Libertadores a los dos finalistas aunque, claro, eso le quitaría algo del incentivo a la final.

La Copa Argentina tiene todo lo que nos gusta: esas historias del fútbol casi amateur, esos estadios desamparados, las duchas frías, las batallas entre pobres y millonarios con saborcito a batacazo. Pero los partidos casi ni se ven y, sin medios masivos que publiciten el torneo, poco se sabe de los partidos en que no juegan los equipos que uno sigue: hay que tener en cuenta que los derechos son de la TV pública, que cuenta con rating bajísimo, y que los diarios aliados también tienen un lectorado poco significativo. Quizás, entonces, deben explorarse las nuevas tecnologías: la televisación por internet es un saludable paso al frente en este sentido, pero la promoción es deficiente aún en la vía virtual. Hay mucho por hacer y, quizás, el problema resida en la capacidad y la voluntad de un grupo dirigencial que, hoy más que nunca, quiere quedar bien con los equipos poderosos y con los políticos poderosos (todo con tal de sostenerse en el poder) y terminan generando este proyecto lleno de agujeros, a medio cocinar.


lunes, 22 de abril de 2013

El show y la continuidad


Publicado en Ni tan rápido, ni tan alto, ni tan fuerte

Hoy se correrá la tradicional maratón de Londres, uno de los puntos altos de la temporada de atletismo que contará con verdaderas estrellas como el doble campeón olímpico Mo Farah, Wilson Kipsang, último ganador y bronce en los Juegos Olímpicos, Geoffrey Mutai o el recordman mundial Patrick Makau. Los corredores, profesionales y aficionados, y también los espectadores, han sido enfáticos en su deseo de tomar coraje y acudir masivamente a la maratón para que se desarrolle en su normal esplendor: pero sólo una semana la separa de su par de Boston, carrera en la cual dos explosiones provocaron heridas en cientos y la muerte de tres.

¿Hasta qué punto se justifica forzar la normalidad y continuar con el show? ¿Hasta qué punto es un acto de genuino desafío al terror y hasta qué punto una campaña fogoneada por los anunciantes? Hace poco más de dos semanas se inundaba la ciudad de La Plata. Tres días más tarde Gimnasia tuvo que hacer su aparición en las canchas a pesar del pedido de hinchas, acompañado tímidamente por la dirigencia, de suspender el encuentro. Los jugadores salieron al ruedo acompañados por un pequeño grupo que escapó a la zona del desastre por unas horas, más que nada, para expresar su descontento. El fútbol estuvo ausente: todos, jugadores, hinchas, dirigentes, habían sufrido el diluvio, y habían pasado los días limpiando casas o recolectando ayuda. Nada en sus vidas había vuelto a la normalidad. El lunes le tocó saltar a la cancha a Estudiantes, en el mismo contexto. Nadie en el estadio sintió que la necesidad de volver a la normalidad estuviese ligada al regreso a las canchas, sino al regreso de la luz y del agua.

AFA no se anotició. El fútbol argentino ha visto numerosos encuentros suspendidos, pero siempre cuando las circunstancias fueron ya abrumadoras. Se han reanudado partidos tras suspensiones de hasta una hora, tras hechos atroces de violencias, tras asesinatos en las inmediaciones, tras aprietes (la excepción es la suspensión del encuentro de mañana de Huracán): AFA prefiere hacer la vista gorda y pasa esa misma directiva a sus árbitros, a través del Colegio presidido por Don Julio. Para que todo pase, el show debe continuar.

La premisa nunca es, entonces, el regreso de los ciudadanos a sus vidas normales: garantizarles cierto sentido de seguridad, brindarles contención a través del deporte, puede pensarse también como un modo de acallar los reclamos de la población en tiempos de crisis. El deporte, su necesidad imperiosa, generalmente mix del deseo de sus participantes y de sus organizadores, de continuar con el espectáculo sea como sea, opera a favor del restablecimiento del orden, pero de un orden que prefiere no dar explicaciones.

Freddie Mercury cantaba desgarrado que el show debía continuar, mientras moría lentamente. El deporte canta con el mismo desgarro luego de Boston que todo debe seguir como si nada hubiera pasado. Participar del deporte se ha transformado en parte de la vida cotidiana de la población occidental: hecho social, cultural, se reanuda como se reanudan, tras atentados, muertes y catástrofes, las dependencias públicas. La fachada de normalidad es necesaria para restablecer la normalidad, para que la rueda productiva no se detenga. Y en tanto la rueda gire, lo demás se maquilla: el show sigue, todo pasa, el deporte no reflexiona sobre sí e impide, como un apéndice del Estado, que la patria atraviese un duelo demasiado prolongado para eso que llaman el bien común. El triunfo es interiorizar esta creencia, y que los participantes de Londres, o los hinchas del fútbol, terminen utilizando su coraje en esta continuidad perpetua que no permite nunca detectar las falencias del presente y prevenir las derrotas del futuro.



domingo, 21 de abril de 2013

Nube negra

Soluciones mágicas no hay. El entusiasta trabajo de la semana del nuevo DT, Mauricio Pellegrino, alcanzó apenas para mostrar cositas, paredes, presión, ideas en ataque, que duraron hasta que a Estudiantes se le acabó la nafta. Con la energía se fueron también las ideas, y el Estudiantes del segundo tiempo fue alarmantemente parecido al del ciclo Cagna: exausto, hasta indolente, sin ideas, con delanteros-isla, y perseguido por una persistente nube negra.

Porque si bien Quilmes hizo algún mérito más, su única herramienta fue su desesperación, su deseo. Fogoneados por la localía y su preocupante posición en la tabla de los promedios, y advertido por los boqueantes jugadores pincharratas que la mesa estaba servida, el equipo cervecero fue como pudo. Casi no llegó, pero ¡por supuesto! cuando encontró el hueco, facilitado por una defensa fusilada, no la tiró por arriba del travesaño o se enredó con la pelota, sino que hilvanó una jugada clara y veloz, indigna de Quilmes, con una definición europea, digna del Capitán Frío Dennis Berkgamp antes que del fructífero pero terrenal Martín Cauteruccio.

Así volvieron a despojar a Estudiantes de algún puntito sobre la hora. Porque Estudiantes, si bien no merece ser puntero, si podría tener, al menos, dos o hasta tres veces sus 4 miserables puntos sobre 30 disputados. Repasemos. Tigre y River le ganaron bien, pero ya en la tercera fecha San Lorenzo le empató en el cierre. El partido siguiente fue a la vez uno de los puntos más bajos y el más representativo de la suerte: Estudiantes lo ganaba 3-1, tuvo el cuarto, lo erró, y Colón, un equipo que quería echar a su técnico (y tendría éxito rápidamente), con 4 minutos en el reloj, tiró dos bolas al área, casi de compromiso, y lo empató. Luego los suplentes de Ñuls se devoraron a Estudiantes en la segunda etapa (el Pincha lo ganaba 2-1 y lo perdió 4-2), Vélez le convirtió a 10 del final en el mejor partido albirrojo (lo empataría, en la única señal de reacción anímica, con bastante fortuna) y Racing y Arsenal, con muy poquito, le afanaron los puntos sobre la hora.

Por supuesto, se puede hablar de los errores groseros del arquero y de una defensa estática, ingenua, súbitamente envejecida y superada tridimensionalmente, por abajo y por arriba y también por los costados, cada vez que el rival se lo propone; o del panicoso desconcierto que domina los corazones en cada pelota parada; o de su mediocampo abierto 24 horas, de sus ataques evidentes hasta a los ciegos o de su única amenaza jugando lejos de todos, en otro código postal (Estudiantes lleva 372 minutos sin marcar). Pero Estudiantes perdió 3 de los últimos 4 encuentros sobre la hora (con tres entrenadores diferentes, como para desestimar con toda claridad las teorías conspirativas), y si cada tiempo durara 40 minutos, tendría 10 puntos más, y alcanzaría unos pobres pero más decorosos 14 puntos. Demasiado castigo para una mediocridad que no está por encima de la de la mayoría de los equipos del fútbol argentino que, sin embargo, se las arreglan para cosechar el puntito inteligente y ganar de vez en cuando.

Teoricemos gratuitamente: Estudiantes paga muy caros los errores porque, sin identidad y sin un jugador que saque conejos de la galera, nunca se decide a ganar los partidos. Y porque, por repetición de derrotas sobre el final, teme, se agazapa, defiende en retroceso en lugar de salir a romper, y defiende a destiempo, porque a la parálisis provocada por los nervios y la frustración, se suma la falta de reacción provocada por el resto físico inexistente.

Entonces, ese será el trabajo más urgente: atender la cuestión física. Porque ocho días, hasta el choque con Boca no alcanzan para modificar demasiado el ideario futbolístico. Pero sí para meter al menos dos dobles turnos y, sobre todo, generar mucho sudor para transpirar el absceso, ese cáncer que hace que pies y cabezas pesen mucho en los complementos, la hora de la verdad. Seguro que se imponen cambios de jugadores y por supuesto que es importante trabajar sobre la identidad futbolística del equipo, que durante toda la temporada ha sido, cuanto menos, difusa. Pero para escapar a la nube negra hace falta algo más que sólo fútbol: hace falta carácter, hace falta correr, sangrar y transpirar hasta que la suerte deje de ser un factor crucial, porque, está claro, la suerte nunca está del lado del que, desesperado, mira como vuela la pelota hacia el área esperando que el delantero mande el cabezazo afuera. Y, por supuesto, también se precisa con suma urgencia un cimbronazo anímico. Ambos, lo físico y lo anímico, el sudor y el corazón, van de la mano. Llega Boca, golpeado, de local. Llegó el momento de cansarse de este momento, y mandar a la nube a la mierda.

sábado, 20 de abril de 2013

La cuestión física



Si fuera una de las viejas batallas de Libertadores, vaya y pase: pero la cantidad de jugadores lesionados, sentidos, con molestias, que pidieron el aerosol o el cambio en el insípido Estudiantes cero Godoy cero, un partido con la intensidad de su marcador, constituye a la cuestión física en el argumento fundamental a la hora de explicar la debacle súbita del ciclo Cagna.

Seguro, faltó fútbol, con Román Martínez incómodo en la cancha y fuera de ella, con la Gata Fernández atravesando una oscura sequía de gol y juego en medio del litigio con Tigres y con el propio club por la renovación de su contrato, con los chicos aún verdes y sin asombrar. Defensa y arquero comenzaron a cometer errores pavos que se sumaron a errores nerviosos, esos que se cometen cuando, por miedo a los errores pavos del pasado, las piernas se congelan: la seguidilla transparentó la falta de laburo en pelota parada, un sufrimiento excruciante para el equipo. Cagna, en rigor, nunca encontró el equipo: probó con 3, con 4, cambió allá y metió acá, pero nunca se formaron las sociedades y los cambios, más que aportar variantes, trajeron un desconcierto irremontable sobre el final. Porque, además, faltó carácter, rebeldía, quizás porque Cagna, falto de verba motivadora, fuera más capitán de laguna que de mares bravos.

Pero, ¿cuánto menos hubiera faltado si no hubiera fallado la parte física? Cada vez que un alarmado Estudiantes intentaba resurgir, se despertaba de su siesta y decidía rebelarse, chocaba contra sus propias limitaciones. Una enfermería en el lugar donde antes hubo un Country embarraba cada semana el armado del equipo: entrenamientos diferenciados, jugadores entre algodones hasta el último día y cambios fueron la norma. Pero el límite físico se vislumbraba aún más claro en el césped: luego de unos 20 o 30 minutos iniciales de presión marca Cagna, el equipo empezaba un pronunciado declive físico. Si la coordinación entre los jugadores no era la mejor de arranque, la falta de piernas y de cabeza provocaban un verdadero desastre: pases errados a un metro, jugadores atravesados como alambre caído y, claro, horrores defensivos. Estudiantes era antes un equipo sin reacción desde lo físico, que un equipo sin reacción anímica.

Desembarcó ya Pellegrino y, en lo inmediato, intentará solucionar lo solucionable: Estudiantes es hace rato un equipo sin línea de juego. Pero, sabe el flamante técnico, la mejoría futbolística posible  tiene un techo, en tanto no se trate paulatinamente la cuestión de fondo, la cuestión física. Para eso trajo en su cuerpo técnico a Gabriel Macaya, hombre de ásperos entrenamientos acordes a la historia de un club que no se alinea con aquellos que ningunean la preparación física, y luego la sufren al final de cada encuentro y atañen las derrotas a “la mala suerte en esa última pelota”. Macaya vio los últimos dos encuentros del equipo desde la tribuna y pidió al club las carpetas con la preparación de cada jugador durante la temporada: hombre de gesto adusto y obsesión enfermiza con su trabajo, sin dudas es un profe para el club. Ya pasó por Estudiantes en la era Astrada y, dicen, dejó algún que otro enojo: pero este es, justamente, el momento de dejar de lado los egos y juntar las cabezas para sacar adelante al equipo. 

miércoles, 10 de abril de 2013

La solución inglesa



La mañana comenzó con una nueva noticia escalofriante: el hallazgo de un hombre muerto bajo las gradas de la cancha de Vélez todavía no ha sido esclarecido y se presume se trató de un accidente, pero no deja de recordar al periodista asesinado en la pileta del estadio de Racing hace meses nada más, en tiempos donde figuras del fútbol profesional pasan sus días en el penal de Ezeiza por encubrir homicidios. El fútbol argentino, jaqueado por la violencia y olfateando lo que serán las bataholas por tickets al mundial, no sabe qué hacer. “Se pide el documento de identidad para entrar en los estadios, se persigue a los hooligans, se les ficha, se les ordena ver partidos en comisaría si tenían antecedentes…El presidente del Luton Town, miembro destacado del partido conservador de Thatcher, llegó a impedir el paso a los hinchas visitantes en su estadio. Pero el sistema no funcionó. Los hinchas se peleaban fuera de los recintos”: esta fue la tan mentada “solución inglesa” al problema, que nos suena familiar porque hoy aplica con el mismo éxito Argentina.

Acaba de morir Margaret Thatcher, la mujer que mandó a hundir el Belgrano y una de las responsables de la creación de la Premier League, el fútbol más espectacular del mundo. Su receta contra la violencia la hizo odiada por todos los hinchas del fútbol, pero no fue hasta 1989, un año antes de la dimisión de la Dama de Hierro y con el desastre de Hillsborough, que la verdadera profundización de un nuevo modelo de fútbol comenzó a gestarse. El primer Informe Taylor instaba a los clubes a reformar sus instalaciones para evitar mayores tragedias; el documento no condecía con el reporte policial, que culpó a los hinchas y su ebriedad por morir atrapados y sin asistencia, a la vez que los acusaba de todo tipo de atrocidades. Recientemente, la investigación, gracias al empuje de los familiares de los muertos en la tragedia, dio una vuelta y se hizo público el negligente accionar policial, que, acostumbrados a la represión de las sometidas clases populares durante el thatcherismo (particularmente mineros y hooligans revoltosos), permitió el desbordamiento de la capacidad del estadio solo para trabar todas las posibles salidas. Murieron 96 hinchas, que fueron luego culpados de sus propias muertes.

La propia Thatcher ordenó distorsionar la investigación y el resultado del reporte policial y el informe Taylor preliminar (cuatro años más tarde, ya sin Thatcher, la versión final daría cuenta de la negligencia policial, que tardó 23 años en ser reconocida por el Estado) fue una profunda “limpieza”del fútbol inglés. Nuevos estadios, costeados con créditos públicos, en un deporte libre de hooligans gracias a la exclusión de las clases populares, que no pueden afrontar los altos precios de las entradas y, mucho menos, los abonos por temporada, y que fueron marginados a los pubs de Inglaterra. Allí siguen los encuentros a través de Sky, la cadena televisiva de Rupert Murdoch, que, movimiento inverso al argentino, consiguió con la fuerza del dinero quitarle la concesión a la televisión pública inglesa, la cadena BBC. La decisión fue tomada luego de que la Primera División decidiera separarse de la tradicional Football League: el dinero de la TV púbclia en 1988 daba 44 millones de euros que la FL dividía en cuatro categorías. El primer contrato con Sky fue de 262 millones. La creación de una división top, la Premier League, era un negocio lógico para los clubes de primera división, que recibirían el dinero de la televisión privada y repartirían el dineral entre solamente 20 clubes. Y también era un producto despojado de los violentos antecedentes de la Football League, un nuevo comienzo en flamantes estadios lujosos, fácil de ser vendido y exportado.

Hoy la cifra aumentó a estrafalarios 8400 millones de dólares por tres años. El dinero se reparte entre los 20 equipos que disputan la Premier, pero de manera desigual, enriqueciendo a los ricos, las marcas que hacen atractiva la liga a nivel mundial. Los clubes cotizan en bolsa y han hecho millonarios a sus dueños, pero los equipos deben 5000 millones de euros, un pasivo solo explicable por la falta de control del sector privado que no suele saber demasiado de sustentabilidad. El indispensable documental "The Four Year Plan" muestra la incursión de los magnates de la Fórmula 1 Flavio Briattore y Bernie Ecclestone en el negocio del fútbol: junto a capitales árabes compraron el tradicional QPR y lo vendieron, luego de mil caprichos y descalabros, tras cobrar la bolsa por el ascenso a la Premier. Cuando la familia Glazer compró Manchester United, varios hinchas decidieron formar su propio club, movimiento retratado en “Looking for Eric”, el film en que actúa Eric Cantona y que dirigió Ken Loach. El club fue comprado mediante créditos luego pagados por el United: el club más poderoso del mundo adeuda 800 millones y busca inversores.“Privaticemos su funeral, es lo que hubiera querido”, dijo el director Loach, opositor a las políticas de privatización que devastaron a la Inglaterra obrera pero enriquecieron a tantos.

Pero la Premier League en sí, que recibió la muerte de la mandataria con cánticos, abucheos y sin silencios, fue beneficiada absolutamente por las políticas de los ochenta y noventa. Hoy es la liga más vista en el mundo, y también la que mejor fútbol muestra, pero su selección pasa por las competencias importantes sin pena ni gloria. La entrada de capitales extranjeros, interesados en resultados a corto plazo que alcen el precio de venta y permitan hacer negocios rápidos y multimillonarios, implica el flujo de jugadores de todo el mundo como un modo de potenciar a los equipos y de vender camisetas globalmente, y tiene como consecuencia la marginación de los jugadores ingleses criados en los clubes, que seguramente terminen en los pubs con los hinchas. El entrenador de West Ham, Sam Allardyce, encontró otra causa para los fracasos del seleccionado: los recortes de Thatcher en el sector público cerraron las ligas escolares, encargadas de la formación temprana de los chicos. “Mató al fútbol y al deporte británico”, sentenció.

En lugar del muerto, dejo un deporte limpio, ofensivo, espectacular: el thatcherismo futbolístico es una prueba contundente de que el espectáculo es un valor televisivo, algo que interesa a los dueños en tanto crea más consumidores televisivos, que equivale a una entrada mayor de dinero. El fútbol en los estadios es casi una molestia, que requiere de complicados operativos y no deja demasiado a cambio: por ello, el fútbol en Europa se ha resignificado lentamente, hasta transformarse en un teatro. Espectadores, no hinchas: respetuoso silencio, aplausos predeterminados y la sensación de ver a los protagonistas de la vida real, a los deportistas del star system, en carne y hueso. Precios altos que prestigian la reunión social; palcos y plateas donde se pueda. Un modelo que comienza, ominosamente, a cobrar sentido en un país que no sabe qué hacer con una liga que, entre la violencia y el empobrecimiento, pierde prestigio. Y que solo subsiste gracias a una dádiva estatal que financia los descalabros de dirigentes que buscan terminar el descenso sin descensos, y sin morir en el intento.