viernes, 23 de marzo de 2012

La del Furano


Para Agus




¿Han visto ustedes los predios donde entrena la Selección, la fastuosidad de los hoteles donde se hospeda? No nos interesa el gastadero de guita que genera, sabemos también el dinero que embolsan con cada presentación. El tema es otro: los viajes de la Selección se asemejan mucho a viajes de turismo, de placer.

Los mimos exagerados, la opulencia, adormecen el alma. Llega un punto donde los futbolistas dan por sentada toda esa fortuna conseguida, viajan mufados, se hospedan con cara de culo en cunas de oro y salen de shopping como un ama de casa asfixiada por su recortada realidad. Aislados por la tecnología, cada cual en su mundito virtual, las concentraciones no tienen ni siquiera la cualidad de convertir lo que hoy es un viaje de placer en un viaje de egresados, clima al menos propicio para la formación de lazos fuertes y un fútbol, cuando no disciplinado, al menos festivo. Pero hoy, como si el crack del equipo marcara el rumbo, todo es Play, celular y siesta: nada de travesuras y desparpajo juvenil, mucho fastidio esperando salir del infierno cinco estrellas y volver a casita.

Ahora las cosas son así, los jugadores son más profesionales pero también menos emotivos. Pero antes… Antes existió el Furano: un equipo que participó en los míticos campeonatos de escuela secundaria japonesa de donde salió la primera generación (naturalmente, ficticia) de japoneses capaces de patear una pelota medianamente bien.

FURANO: LA VOLUNTAD AL PODER

El Furano era el mejor equipo del mundo: una verdadera manga de crotos que sabían que sus limitaciones eran demasiadas como para intentar pases de magia, una hermandad tozuda que sabía que solo podía triunfar unida. Apenas contaba con un jugador que sobresalía, Hikaru Matsuyama, el el diez, el enganche... ¡y era un tipo que se destacaba en el rubro meter! Como el Chapu Braña, pasó de ser el 10 en sus años de colegio secundario a ser el cinco indiscutido de la Selección, ni siquiera amenazado por los 7 Grandes del Japón o por Akai Tomeya, habitual titular en la Sampdoria de Italia.

Sin nadie que creara juego, la responsabilidad recayó en el único que no tenía el pie redondo, Matsuyama, que tenía que luchar contra todos para meter un golcito y después sí, aguantar el resultado, la especialidad de la casa (inolvidable la final del regional: mientras los tres candidatos al Nacional, Nankatsu, Meiwa/Toho y Musashi, ganaban por goleada, en el frío norte Matsuyama aguantaba la pelota rodeado de seis jugadores esperando que termine el tiempo reglamentario. Lo consiguió).

Y este conjunto de troncos con entusiasmo, sí, estos tipos, fueron el mejor equipo del mundo. Durante un breve lapso Matsuyama recibió la colaboración de Taro Misaki: serían luego los únicos dos japoneses seleccionados que valorarían el juego de pases por sobre la gambeta chocadora, violenta y empecinada y por sobre los tiros inevitablemente inefectivos de mitad de cancha, ejecutados para conseguir inútiles vendettas contra arqueros que, inevitablemente, provocaban a los jugadores a patear de lejos (y claro, si los van a incitar a patear de cerca: los japoneses, que no soportan como Marty McFly que les digan gallinas -cosas del código samurai-, no dejaban de caer en la trampa). Cuando Misaki estuvo en Furano, el equipo blanco y naranja superó su Matsuyama-dependencia y se convirtió en un gran equipo. Pero solo cuando se fue es que el Furano se convirtió en el mejor equipo del mundo: un equipo con una capacidad épica única, un equipo que desde la verdadera nada, desde la disciplina y el deseo de competir, consiguió resultados muy superiores a los esperables acorde a su talento.


NATURALEZA VS TECNOLOGIA

¿Cómo hizo este conjunto de Matsuyama +10Crotos para convertirse en semifinalista habitual de los torneos de escuela secundaria japonesa? Básicamente, hizo exactamente lo opuesto a lo que hace la Selección argentina. En lugar de mimos y cuidados, en lugar de gimnasios con la última tecnología y predios futuristas, se rompieron el lomo todos los días entrenando... ¡en una cancha con varios metros de nieve al pie de una montaña! Frío pelado, cortante, pelota escarchada, dolorosa. La nieve ejerciendo resistencia como la arena al movimiento, los pies hundiéndose para salir mojados, pesados, helados. La altura de la cumbre desoxigenando el aire, cansando a los jugadores antes de comenzar. Así entrenaba el Furano.
Y no se trataba de una de esas pretemporaditas bananas que hacen los equipos de primera, simulando esforzarse por correr unas semanitas en calurosas arenas para regresar a un hotel cinco estrellas a cansarse de verdad con la función nocturna (putitas en busca de tapas de revista) y después acusar dolores musculares para zafar del entrenamiento matutino. El Furano hacía todos los días lo mismo. Tenían gemelos que parecían anabolizados. Y claro, cuando llegaban al escenario central de la disputa del torneo nacional, soleado, el césped verde y sin resistencia para andar, el aire lleno de oxígeno, los muchachos del Furano parecían dopados, te corrían hasta abajo de la cama. El Furano alcanzaba y atravesaba los límites del físico humano.

El boxeador Rocky Balboa, nacido en una ficticia Philadelphia donde el sueño americano existía aún en medio de la sordidez de la pobreza, fue uno de los cultores de este tipo de vida deportiva al límite. Rechazó siempre el entrenamiento encerrado, mediático, mecánico. Siempre le gustó el aire libre, el entrenamiento con lo que hubiera a mano: la naturaleza. La naturaleza fortalece al hombre, le remueve los abscesos. La tecnología colabora a facilitar la vida, y con ello adormece el Ojo del Tigre, el hambre de gloria, el fuego sagrado, ese intangible que hace a los campeones. Pero una vez Rocko se dejó tentar. Su entrenador lo había hecho pelear con peleles para defender el título y engordar la bolsa, cuando recibió el desafío de Clubber Lang, un morochón violento y hambriento hasta el canibalismo. El gran Mickey quiso evitar la pelea aunque hubiera que hacerse cargo del gallinismo que aquello implicaba, sabiendo el riesgo que una pelea con Lang traería a su pupilo avejentado y aburguesado, pero Balboa aceptó lógicamente el reto, ofendido por las acusaciones.

Rocky tenía el ego inflado por primera vez en su vida, con muchas falsas defensas encima y el cariño del pueblo, y entrenó, para ser cándidos, boludeando. Daba un espectáculo mediático en cada sesión, charlaba con el público... Mickey miraba todo aquello de reojo, malhumorado. Conocía el inevitable final. Lang entrenaba, mientras tanto, sólo en una fría cabaña, con el único objetivo de comerse crudo al Semental Italiano. Para Rocko, acostumbrado por esa guardia estúpidamente baja a recibir golpizas memorables, aquella fue la felpeada de su vida.

La historia de la revancha, de la recuperación del hambre en Rocky, del entrenamiento con el gran campeón Apollo Creed en las zonas más marginales del país, merece un mejor relato que el de esta paródica pluma. Rocky cayó en una profunda depresión, apabullado además por problemas personales, pero finalmente recuperó el famoso Ojo de Tigre que mereció un tema ochentoso de corte absolutamente épico cuando dejó todo de lado, las comodidades, también los problemas, para deslomarse entrenando como cuando joven. Solo así pudo vencer al agresivo Lang, y aquella experiencia fue la base que le permitió entrenar sólo, en una cabaña precaria a treinta grados bajo cero, cortando troncos, corriendo en la nieve y perseguido por el Kremlin, antes de la pelea contra Ivan Drago, que lo sacó del retiro para vengar a su rival y amigo Creed, asesinado en manos del ruso. Drago, cabe recordar, entrenó con la última tecnología a su disposición y, se sospecha, en aquellos tiempos de guerra fría y boicots olímpicos en los cuales el deporte era cuestión de estado, dopado hasta la médula. Aquellos músculos con venas a punto de estallar no podían ser el fruto de un entrenamiento natural: parecían más bien los de los muñecos con los que jugábamos de chicos. Rocky, solo contra todos, venció al robótico soldado soviético porque fortaleció el alma antes que el cuerpo.


LA FUERZA

La naturaleza es el único medio donde le hombre puede despertarse de su alienante contexto y volver a estar en contacto con sigo mismo. Y si a nivel individual sirve para sacudir modorras construidas en la opulencia, a nivel colectivo hermana en el esfuerzo, llama a la solidaridad. Hemos citado a Martí, y vale hacerlo de nuevo: subir lomas hermana hombres. La Selección necesita despertar de su modorra opulenta, necesita salir de sus concentraciones de twitter y shopping. Necesita ser llevada al límite, para intentar atravesarlo. Aunque duela cada músculo, aunque se queje la FIFA porque vuelven todos lesionados a sus clubes. El entrenamiento duro tiene un objetivo más profundo que el fortalecimiento de los músculos: el fortalecimiento del alma. 


Proxima entrega: La de Kira, donde amplireamos el concepto trascendentalista del hombre desafiando sus límites en la naturaleza recomendandole a Sabella los métodos de un entrenador borracho.

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