domingo, 25 de mayo de 2014

Detrás del 1-4



No se aplica aquí la ominosa “no nos comamos el verso”, en este caso del Real Madrid: justo campeón el equipo de Franco, del poder; el que saca en la tapa a su chico estrella a pesar de que ni la tocó, hizo el cuarto de penal y se quitó la casaca para salir en la foto; el equipo compró a un buen jugador a un precio imposible y que casi vende al que ayer estuvo entre las figuras (Fideo, crack de cracks: huevo, inteligencia y muchísimo fútbol). Justo campeón porque a pesar de todo esto, es una tromba de fútbol, vendaval intensísimo que todo lo arrasa.

Ahora, ese equipazo no pasó por encima al Aleti, y no es esta una lección del fútbol de posesión (que de hecho no practican los de Ancelotti) sobre el pragmatismo: porque este equipo Colchonero del hacedor de sueños y mística Cholo Simeone, que viene de romper la hegemonía insoportable del Barsa y el Merengue en la Liga y de yapa metió esta final, que ganó durante 92 minutos con todos, absolutamente todos los indicadores estadísticos en duda: posesión, pases completados, tiros al arco, tiros libres.

Y no lo ganaba de casualidad: el gol a favor llega por error, pero el Real, a pesar de su supremacía en los números, no generaba más que cosquillas a Courtois. Pasaron los minutos y el puro empuje de los de la Casa Blanca metió en un arco al Aleti, que lejos de su versión semifinal ya no tenía, entre los caídos en las batallas previas, la carga de los partidos del año y el desgaste mental de una final, piernas para salir de contra. Y sin ese peligro, los de Ancelotti se instalaron en cancha colchonera buscando el milagro.

El milagro llegó, pero podría no haber llegado: no fue fruto de la presión, del cansancio, de la superioridad física (que sí fue el motivo por el cual, en el suplementario, se floreó Goliat), sino de una pelota parada, la ultimísima jugada del partido. El golpe fue duro, y la sensación que se llevó el Aleti es que, siendo un equipo más corto, le terminó pesando un año donde peleó todo lo que jugó. También, por supuesto, correr detrás de la pelota le comió las piernas: pero no es argumento suficiente para comprender cómo llegó al empate el equipo de las diez orejonas.

La frase persiste en su vigencia: “La posesión no me interesa para nada”, había dicho el Cholo Simeone, y cuánta razón tenía, si con un equipo valuado en unos 80 millones de euros (8 veces menos que su rival) le quitó la Liga a dos equipos con jugadores de 100 palos y otros que ni valor tienen, y llegó a una final de Champions que no alcanzaron Barcelona, Bayern Munich o los Manchesters. Ese equipo, esa cofradía de hombres forjados místicamente por el que no negocia el sacrificio, esos tipos podrían, tranquilamente, haberse llevado la orejona: un minuto fatal con mucho olor a destino fue verdugo del sueño, y el tsunami del suplementario termina desluciendo una temporada brillante.


Y también ofreciendo explicaciones inválidas: los números respaldan la interpretación de que al fútbol se juega con pelota, pero con pelota no hubiera habido partido (además, claro, tampoco el Merengue jugó durante toda la temporada con el balón sino, como ahora se estila en Europa, saliendo de contra: estilo en el que Simeone es, al menos en esta nueva era, pionero). En lugar de afano, pegó en el palo de ser una nueva película para el director hollywoodense en que se ha convertido Diego Pablo Simeone, hacedor de filmes berretísimos de esos donde los buenos son los humildes y vencen al villano imposible. Es que el tipo invita a soñar, a creer en las hazañas: quizás esta derrota sea el epílogo de otro final pochoclero y feliz.

sábado, 10 de mayo de 2014

No será el último adiós



Fiesta. Una fiesta total: Estudiantes, dentro y fuera del campo, armó una despedida de casa ideal para el Idolo, Juan Sebastián Verón, metiendo baile en la tribuna y también sobre el césped, y trepando a la punta, porque lucha nunca deja de dar el León. Fueron tres los goles en un partido curiosamente tranquilo para el Pincha, acostumbrado al sufrimiento y la paridad: porque lo pudo abrir rápido, como ante Colón, y entonces un partido que asomaba aparejo mutó a ideal para el local.

Amanecía el partido y mientras Estudiantes jugaba su habitual fútbol que hace eje en la subida por las bandas, San Lorenzo, con equipo alternativo, avisaba que iba a ofrecer resistencia: Romagnoli, en cámara lenta pero con la claridad de los cracks, viejo némesis del León, conducía el toque de primera del equipo de Bauza que encontraba con facilidad, a espaldas de Correa y Auzqui, a hombres libres.

Pero todo lo planificado por el Patón se vino abajo cuando, trascurridos solo cinco minutos, el Pincha se puso en ventaja: tras una habitual pared Auzqui-Jara y centro a Carrillo, el 9 pateó sobre la marca y la pelota le cayó, en el borde del área, a Correa; el Tucu le dio como un crack, hermoso agarrarla así, llenarse el pie y ponerla en el ángulo. Primero en Primera para Correíta, y primero para el Pincha cuando los jugadores todavía se acomodaban.

A partir de ahí todo cambió. Los de Pellegrino se entusiasmaron y pasaron por encima a un San Lorenzo que se dejaba presionar y parecía perdido: acusaba el golpe del gol. Y vaya si lo acusaba, que parado en ataque dividió un pase hacia el último hombre. Carrillo, atento y haciendo gala de sus cualidades fuera del área, anticipó, corrió 30 metros, enganchó ante la marca y, cuando salió Alvarez a achicar, tiró al medio a Franco Jara. El cordobés había acompañado la jugada y solo tuvo que empujar hacia el gol para completar el jugadón de su compañero, una dupla cada vez más letal. Iban, solamente, doce minutos.

Y desde ahí, calco de Santa Fe, Estudiantes buscó planchar el partido. Pudo haber metido alguno más, seguro, tuvo chances con Correa, Carrillo y Jara, una jugada preparada de tiro libre que tapó el golero de Boedo y también un lindo corner olímpico del Once, aunque también en algún momento pudo recibir algún golcito para el susto y por distraído. Pero, básicamente, el partido parecía jugarse con los dos esperando que los minutos pasen.

Por supuesto, Franco Jara jamás juega en esa tónica y, mientras Estudiantes afianzaba el toque-toque para que corran las agujas del reloj y San Lorenzo se deshacía en intrascendencia y errores de manejo, mérito todo de un equipo muy enchufado y muy entero físicamente, bueno, en ese momento en el que todo pasaba lejos de los arcos, Jara interceptó un pase atrás calco del segundo tanto del encuentro (¿estudio del DT sobre dónde presionar?) y se metió en el área. Mano a mano, no perdonó: 3-0, habitual bailecito y gran celebración del equipo, que supo que el encuentro estaba listo, que podía respirar, que los puntitos estaban en casa.

Y entonces, el marco se llevó puesto el partido: sobraron los minutos finales, sobre todo luego de que Pellegrino, con el partido cocinado, decidiera sacar al Pelado para la ovación, más relevante, el resguardo físico: el público se entregó con una ovación atronadora hacia la Brujita en su último partido en casa, y el griterío no paró hasta el final. Se mezclaron en las emociones la victoria, la retirada del Preponderante y la punta porque, con la Brujita en cancha, imposible no soñar, imposible: él plantó la semilla que resembró la fe cuando volvió allá en 2006, entonces cómo no creer.

Tras el pitazo, una nueva ovación hizo lagrimear a Verón, que se quedó un rato en cancha despidiéndose de los suyos, de los que lo banca siempre, cuando tantas veces el mundo se empeñó en defenestrarlo en ningunearlo. No pudo terminar sus declaraciones, los ojos colorados, el club que es su vida diciéndole un adiós que todos, hasta los que gritamos hasta la disfonía para retribuirle algo, sabemos que es un hasta lueguito.

Ahora ya es sábado por la noche, tiempo para disfrutar la fiesta bárbara que armó el Pincha, contando anécdotas del Pelado entre amigos pincharratas y sabiendo que el Pincha hizo lo que tenía que hacer. Y que quiere más.

martes, 6 de mayo de 2014

Los desequilibrios

En esta última semana se volvió a encender la alarma financiera. Primero, la historieta d ellos 21 pasajes: Estudiantes, para visitar a Colón en Santa Fe, decidió viajar en avión, pero, presuntamente por un accionar lento de los dirigentes, solo consiguió 21 boletos. El resultado: cuatro integrantes del cuerpo técnico viajaron en combi al estadio sabalero. Y luego, hoy, en conferencia de prensa, varios periodistas llevaron a Pellegrino, pretendido por Boca, Racing, Vélez y quien sabe quién más, a reconocer la deuda de los sueldos que tiene el club con él y su equipo: recién cobraron febrero.

Por supuesto, a Pellegrino, como a cualquier protagonista, no le sacaron nada que no quisiera decir: cierto malestar se trasluce de que estas dos situaciones hayan visto la luz pública, y tiene mucho que ver con el modo en que la CD comunica, muchas veces negándose a la autocrítica. Pero, de modo más profundo, más allá de los roces propios del trabajo cotidiano en un ámbito de presiones extremas, los problemas suscitados tienen que ver con la crisis de fondo que ha definido, en definitiva, el presente deportivo del club: la situación financiera.

Problema heredado pero también sin solución en los años de gestión Lombardi, la falta de pago de sueldos de jugadores, cuerpo técnico y empleados dominó los titulares durante este semestre. Estudiantes abrió el año en medio de un paro de sus trabajadores y largos céspedes sin cortar. Los jugadores, en tanto, cobraron el aguinaldo de diciembre bien entrado el año: ¿falta de planificación de parte de la CD?

Sin dudas, por un lado, se especuló con la posibilidad de endeudarse, una práctica común en el fútbol argentino: siempre se debe y se va pagando a medida que entra dinero, en el caso de Estudiantes, a medida que llegaban las cuotas por Zapata. Pero evidentemente, en esta política de deudas y parches, hubo un cálculo demasiado arriesgado, y se terminó precisando de los dineros europeos casi con desesperación: hasta se especuló con vender, a menor precio, la deuda que Napoli mantiene con Estudiantes.

Es parte de una forma de hacer política en el fútbol criollo: hoy, con el dólar a 10 y los clubes queriendo mantener la misma competitividad de cuando el dólar estaba a 3, se trabaja más que nunca a través de deudas y promesas incumplidas. Es imposible para un club competir con los clubes más modestos del Viejo Continente, e incluso la vecina Brasil supone un paraíso para muchos jugadores argentinos. Para retener o contratar, se firman jugosos contratos que nunca se terminan de pagar, y se pagan préstamos en mil cuotas generalmente atrasadas. Casi ningún club llega a salvarse con la venta de los pibes, que se van muy jóvenes, antes de explotar. Todos deben, y mucho: nadie busca adecuarse a la nueva realidad económica, porque implicaría una fuerte desinversión en materia deportiva (lo visible); todos eligen endeudarse y que se encargue la comisión entrante del pasivo.

En este sentido, esta conducción se caracterizó por el sentido común: asumió en rojo, resultado de las travesuras de Filipas al intentar conseguir un último campeonato, y desaceleró el gasto operativo y también deportivo, deshaciéndose de varios contratos costosos y apostando al piberío. Pero nunca pudo asumir sus deudas y dejó de ser aquel paraíso de mediados de la década pasada, cuando los jugadores venían a Estudiantes porque sabían que era sinónimo de club ordenado.

La deuda con el plantel implica entonces una importante derrota para el club, en tanto se había posicionado como destino tentador económica y deportivamente, condición que perdió en los últimos años. El Pincha ha vuelto a ser un club mediano, que lucha para que dineros más abultados y más reales no le roben lo que le costó conseguir: en este caso, el cuerpo técnico.

El problema es que el dinero no está. Entra y se hacen frente a las deudas del pasado, pero nunca aparece lo suficiente como para volver a cero. Y el dinero no está porque tampoco Estudiantes asumió la necesidad de adecuarse a la nueva realidad económica y perder toda competitividad: aún enfatizando en la necesidad económica de jugar con lo que el club tiene, siempre se apostó por dos o tres refuerzos de nombre y sueldo alto. Patito Rodríguez, Jara, Olivera: tanto dirigentes como entrenador estuvieron siempre de acuerdo en que si bien la idea de fondo era apostar por los baratos juveniles, había que traer un par de tipos para no perder toda competitividad.

Es que el fútbol es hoy en Argentina para equilibristas: lo financiero y lo futbolístico son enemigos que hay que intentar conciliar a través de ingenierías cada vez más complejas y, a menudo, directamente mentiras, promesas de pagos que no se sabe cuando llegarán, promesas de refuerzos que se saben imposibles. La difícil situación de Estudiantes conlleva esta encrucijada: la necesidad de cuidar al cuerpo técnico y la falta de dinero para hacerlo.

Este cuerpo técnico merece ser cuidado. Ha sido absolutamente funcional al proyecto a largo plazo, caminado la línea planteada por la dirigencia con un perfil bajo digno de Estudiantes, obedeciendo la desinversión y poniendo a los pibes en cancha aún poniendo en riesgo su laburo porque, ¿cuántas veces, cuando no se dieron los resultados, algún desaforado pidió la cabeza de Pellegrino? La transición costó un perú, y tras mucho tiempo ha podido el Estudiantes post-Sabella verse en los primeros lugares. Pellegrino ha potenciado el patrimonio del club, y si no se desarma lo construido su legado será muy palpable, desde lo deportivo y lo económico, en el futuro.

Ahora vienen de Capital a buscarlo y Estudiantes vuelve a estar en una posición de absoluta desventaja para negociar: debe plata, y mucho no puede prometer. Las marquesinas de los clubes grandes, más allá de que sus presentes sean grises y sus realidades económicas igual de magras, tientan a cualquiera. ¿Cómo competir? Si no hay oro en las arcas, hay que ofrecer otras cosas. Si no se puede cuidar al entrenador desde lo económico, la franqueza al respecto y el cuidado simbólico de su laburo (es decir, unos buenos mimos) no estarían nada mal.