domingo, 25 de marzo de 2012

La de Kira: Hyuga-in en las montañas

Para Na


¿Qué pasa con el argentino y la histeria? ¿Por qué nuestra cultura siempre ha estado ligada al amague, al rodeo, a la doble intención? Sin dudas hay una eroticidad subyacente en ese constante proponer y retrotraer, en insinuar y negar. Pero la banalización masiva de este juego agotador ha resultado en el humor chabacano de nuestra televisión (llevame ésta) y también en un fútbol hecho de piruetas y no de goles, en un fútbol de palabras, de discursos (en algún caso, bellos), y no de acciones. La tradición argentina de boquearla: hablar constantemente sin que haya sustancia alguna en las palabras. La verba como intento impotente de imponerse al resto del mundo, que en la realidad material, no en el fantástico mundo del discurso, subyuga constantemente a esta región, el culo del mundo.

Así le ocurre a la Selección desde aquellos días de 1958. Repasemos muy brevemente: Argentina no participó del Mundial 54, probablemente porque el peronismo decidió no correr el riesgo de una derrota en tiempos de tensión, y llegado el Mundial 58, el equipo nacional venía manteniendo desde el Mundial 34 la superioridad de su fútbol rioplatense desfachatado y creativo. La paliza que recibió Argentina en manos de los europeos de estilo supuestamente robótico a quienes debía apabullar a pura gambeta, marcó un antes y un después en el debate futbolero de la nación, al dividir las aguas, como siempre en este dicotómico país, en dos polos que se han vuelto confusos con el paso del tiempo y la intrusión de la política, el romanticismo nacionalista antiglobalizante y los medios masivos acomodaticios. 

Suecia 58 marcó entonces el inicio de la falsa dicotomía que domina y limita el análisis futbolero en el país. En un extremo, sostenido desde el discurso mediático hegemónico, pretendidamente de izquierda pero fuertemente nacionalista y aristocrático, se pararon los amantes de la gambeta, romantizada a través de la popular revista Goles, siempre dispuesta a plantear, como Olé hoy, que se juega mal a la pelota porque no se gambetea suficiente, siempre dispuesta a negar cualquier potencial cambio o evolución en nombre de nuestra tradición y el espíritu amateur. La consigna fue levantada a lo largo de los años por diferentes publicaciones masivas. Si antes la idea del argentino gambeteador, el más vivo y piola del mundo, dominaba la charla, mediante la conversión del vox populi en una teoría seudoracional (algunos análisis fueron realizados con un brillante nivel de viveza para tirar conceptos vacíos, distorsionar realidades y apelar al sentimentalismo nacionalista) se enquistó para siempre este modo de pensar en nuestra cultura.

¿EN QUE ESTABAMOS? 

El argentino se ha criado siempre para el atajo: sucede cuando el sistema no funciona. La gambeta es ese atajo, la posibilidad de hacer individualmente lo que no se puede en conjunto. El potrero es así, una escuela marginal, al límite de la legalidad, y allí, a la orilla, en los lindes de la ley, reside nuestra cultura. Los atajos del potrero generan vicios, el apego al atajo ante todo: y así el argentino se torna morfón. Este análisis sociológico es tan serio como los que relizan las publicaciones masivas desde Suecia 58.
Lo concreto es que el argentino se cría en una escuela de fútbol que no es sino la escuela de la gambeta eterna. Siempre el enganche, siempre el caño, el lujo (opulentes formas alternativas de bravuconear, de agrandarse) como medio de imponerse al rival antes que la lógica sencilla del resultado. Y así es como el argentino no aprende jamás a pegarle a la pelota.
La gambeta sirve, rompe esquemas, sistemas propios, defensas ajenas. Sorprende. Pero tras limpiar un par de tipos, no dar un pase por buscar el gol televisivo es la viciosa costumbre argentina: el engolosinamiento hasta el empalago. El argentino debe aprender que, tras limpiar un tipo, los espacios que se abren son valiosos. Y sobre todo, debe comprender que se abre una opción concreta: patear al arco.
Si el potrero enseña el foreplay, las escuelas de fútbol juvenil deberían enseñar a ponerla debidamente. Pumba, gol y a la bolsa: ¿qué mejor antídoto para silenciar al rival, sin importar cuántos caños haya tirado? Esto no ocurre, y el argentino ha desarrollado todo un discurso del merecimiento y del campeón moral alrededor de esta incapacidad de concretar en el resultado su supuesta capacidad superior.
En Europa la pelota cruza de banda con naturalidad y se multiplican los goles desde afuera del área, herramienta validísima para abrir partidos chivos. En Argentina, cada vez que se arma un cerco defensivo, en lugar de patear al arco se busca con insistencia el centro ollero o el embudo gambetista. No sirve de nada. Para sumar, el argentino sigue renegando de la pelota parada. Y para culminar este listado de limitaciones autoimpuestas, en Argentina muy pocos saben patear penales. Seguro, todos hacen el pasito de amague, y ocasionalmente alguien le pega al ángulo.¿Pero en cuántas definiciones por penales han sucumbido los argentinos? Ante equipos de Brasil, que gambetean pero también meten fierrazo, ante equipos de Europa, pero también ante equipos sudamericanos de países sin tanta supuesta jerarquía como Colombia o Uruguay...
 
LA DE KIRA

Venimos rescatando atributos del seleccionado juvenil japonés ficticio de 1994, que ganó todos los trofeos inexistentes habidos y por haber. Bueno, aquellos muchachos, desde los días de escuela secundaria, competían para ver quien le pegaba mejor a la pelota. De hecho, la gambeta apenas formaba parte de su repertorio de habilidades especiales.
A aquellos equipos japoneses, sin importar que recibieran todo tipo de planchazos, codazos y demás, no les cobraban nunca penales: el fútbol en Asia está muy relacionado con el arte marcial, desde sus técnicas acrobáticas hasta el uso del cuerpo y la fuerza, y desde la Federación consideran “de marica” cobrar falta porque alguien va con los tapones a trabar una pelota a la altura de la cabeza. Algo así supo suceder en el fútbol sudamericano copero de los 60, antes de que la tele botoneara y se indignara falsamente mientras mostraba morbosamente en cámara lenta como el hueso salía del tobillo.
Pero seguramente no deben temblar estos chinitos al patear penales, no con el arsenal de tiros que desgarran manos a través de los guantes y rompen redes y carteles publicitarios con total naturalidad. Solamente imagino un portero capaz de defender esos tiros desde los doce pasos y sin oposicion, aunque seguramente dejando parte de su cuerpo para salvar el gol (hablo, claro, de Wakabayashi). Y ese arsenal de disparos lo consiguieron entrenando desde infantes pegarle fuerte a la pelota. El mito indica que el mítico Tsubasa disparó con apenas 12 años una pelota a través de una ciudad entera.
Los argentinos, en cambio, tiemblan en cada definicion. Y patean tiritos, se hacen los cracks y patean tiritos. Costumbres argentinas, la picadita, la colocadita, la mariconeada en lugar de raspar el pasto y, efecto palanca mediante, ejecutar un disparo que de tan veloz vuelve el balón incandescente y deforme y deja cual estatua al portero (sin que importe en absoluto el extraño efecto de elevación que la palanca ejerce sobre el balón). Porque para raspar el pasto y lograr el efecto deseado, bueno, hay que entrenar como esclavo en las montañas.
La técnica no fue inventada por el entrenador Kira, pero el método extremo de entrenamiento sí. Polémico técnico desplazado de su cargo por dirigir ebrio a un equipo de escuela secundaria, su idea consistía en obligar a ciertos jugadores con talento a todo tipo de técnicas masoquistas mientras el saboreaba sake con una especie de sabiduría tranquilamente confundible con ebriedad. Hemos desarrollado ya la importancia del dolor y la experiencia al natural como forma de despertar los sentidos. Del método de Kira nos interesa, además de la capacidad para despertar ojos de tigre, la técnica de entrenamiento particular que consistía, sencilla y genialmente, en el uso de una pelota más pesada de lo habitual para entrenar la musculatura y la fuerza y potenciar los disparos.
Los detractores a esta tecnica indican que, ante el cambio de pelota, el jugador pateará indefectiblemente a la tribuna. Pero Kira, en una entrevista imaginaria al diario Marca, indicó que, si bien es cierto que el método del balón negro provoca una inicial falta absoluta de puntería (“el síndrome Piojo López”, indicó con su habitual sorna), calibrar la mira es una cuestión de partidos. “Como cuando de golpe te ponen esos globos para jugar el mundial y que haya más goles y mas platita para FIFA”, comentó el antisistemático Kira algo borracho. Pero si la calibración lleva poco tiempo, el efecto sobre los músculos, y también sobre el chi, es permanente: porque en el entrenamiento con la pelota pesada hay un fin técnico, el crecimiento muscular, y un fin místico, y Kira, domador de tigres, muy bien lo sabía.

HYUGA-IN 

Así entrenó Hyuga (solo en las montañas, acorde a la tradición samurai trascendentalista japonesa), con su pelota negra que pesaba como si estuviera llena de arena, y así desarrolló, observando también técnicas de otros deportes (el softbol, en particular), su temible tiro del dragón. Kira fue el entrenador de Hyuga desde niño, y lo forzó a este tipo de entrenamientos desde siempre. Hyuga, pura potencia, no dejó de romper redes hasta llegar a la Juventus. Nunca perdió la fuerza ni el alma combativa. Y nunca tomó un atajo: siempre atravesó a los jugadores en lugar de gambetearlos.
El equipo argentino en general, y sobre todo las divisiones inferiores, deben comenzar a realizar este entrenamiento extremo para recortar la brecha abierta con Europa y Brasil por años de tiritos de media distancia, y de paso despertarse de la modorra y levantarse por sobre el mar de palabras vacías. Pero admito que tengo en mente un jugador particular: el gran Gonzalo Higuain se ha acostumbrado a jugar a la sombra de. A la sombra de Benzema, de Messi, hasta de Agüero, que lo desplazo como si nada de la selección. Como aquel Hyuga que perdiera el puesto frente al japonés nacionalizado uruguayo, Ryomah Hino, en aquel mítico encuentro frente a los 7 Grandes del Japon, Pipita debe asumir su propia importancia, debe brillar con regularidad, jugar desde el inicio, hacerse hombre. Hay que remover el abseso que hay en el alma de Hyuga-in, tigre amaestrado. Hay que liberar el ojo del tigre que hay en el.
Y para eso, si ya le recomendamos al resto del equipo patear hasta romperse la pata una pelota rellena con arena, bueno, el Pipita tiene que patear el doble de veces. Su puesto asi lo exige, exige romper redes en una baldosa antes que histeriquear con el acomodo perfecto del pie y la caricia mimosa a la pelota; pero sobre todo lo exige su alma de fiera domada.

Así culminamos el tríptico dedicado a rescatar los aciertos del imposible Seleccionado Juvenil Japonés campeón de todo con el fin de acercárselos al actual DT de la Selección Argentina, Alejandro Sabella, que tiene la difícil tarea de sacudir de la opulencia a esta generación futbolista superprofesional.

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