miércoles, 7 de marzo de 2012

La de Gamo (una idea trasnochada)

Para Pe


Todo está muy flu, diría acertadamente el Doctor. La Selección ha mejorado, quizás porque ante el grado de improvisación con que se manejó el equipo antes de Sabella, con un mínimo laburo se consigue una mejor imagen. También ha mejorado porque, en los absurdos tres días que los jugadores concentran antes de cada partido con la albiceleste, Pachorra ha conseguido inculcar una idea básica de juego, sin demasiada versatilidad aún pero con una interesante solidez en defensa a pesar de que no sobran nombres y se experimenta constantemente. Más importante aún es la idea de pertenencia sobre la que insiste el seleccionador, con esa intensidad zen que caracteriza al Profesor Sabella. Da la sensación de que sus palabras comienzan a perforar las armaduras del superprofesionalismo y a comprometer a los cracks argentinos: el caso más claro es el de Messi, que desde que le tiraron la cinta de capitán ha conseguido trocar su nerviosismo por una enojada intensidad.

Pero todo está muy flu. Esto ocurre en todo el mundo: las Selecciones han dejado en verdad de importar a nivel deportivo, con los cortísimos tiempos de entrenamiento que permiten los clubes conspirando contra toda seriedad. Las críticas a la Selección son muy livianitas, porque la Selección no ocupa demasiado lugar en los medios ya (menos cuando gana) y también porque poco a poco el periodismo deportivo se ha llenado de lugares comunes y dicotomías demasiado añejas y ciegas a la realidad. Los jugadores se comprometen y tienen ganas, pero terrenalmente. Argentina ha ganado bastante, y empatado y perdido por ahí, pero siempre con el mismo tono emocional. Excepto en una ocasión.

Argentina venía de la primera derrota en su historia ante Venezuela (un equipo que, lo dijimos en la Copa América, es otra cosa que el endeble conjunto de voluntariosos troncos que perdía siempre con la Selección) y por supuesto los buitres rapiñaban. De cara al partido jugado días después, en Colombia, hubo silencio y opiniones políticamente correctas desde el plantel. Pero puertas para adentro se había gestado una radiante ira. El gol de Colombia, selección de ofensiva espectacular pero sin sustento en el juego colectivo y en su defensa, enfureció aún más a los argentinos. La entrada de Agüero resultó determinante para elevar el termómetro. Los goles de aquella hazaña fueron gritados con bronca.

Tras aquella pequeña redención, cerró el año el equipo de Sabella para volver a este 2012 entre la indolencia de los medios que se saben obligado a cubrir sus insignificantes aventuras amistosas, verdaderas campañas recaudatorias tipo ARBA, y el habitual circo cholulo que se monta alrededor de las estrellitas. Queremos decir: al partido de Suiza se le dio poca bola, pocos miraron el encuentro, todos opinaron de oìdo las pavadas de siempre, se esbozaron algunas críticas nuevamente superficiales, a veces con argumentos sostenidos en una disputa dicotómica largamente finiquitada, y el match pasó inmediatamente al olvido. La intensidad de la Selección no puede sostenerse con un enemigo tan poco perseverante, que solo arremete acorde a su velado exitismo en la derrota y se esconde en los triunfos. Así, sin enemigos que enojen, los jugadores mantienen su frìa relación con la albiceleste, siguen dando por garantida su participación en la Selección y la clasificación al Mundial de Brasil, en un mundo donde todo el fútbol se ha emparejado muchísimo, donde ya no quedan esas ingenuas selecciones a las que se le ganaba con el nombre y un par de inspiraciones, y donde hay además mucho hambre de parte de las selecciones emergentes. Argentina necesita una verdadera mojada de oreja para transformarse en una potencia real, en un equipo potente, hermanado y letal.

La de Gamo: una solución imaginaria 
Los 7 Grandes, una estrategia borgiana

...Y no podemos dejar de sugerir entonces, al modo patafísico, una solución ficticia al eterno problema de la indolencia albiceleste. Corría en Japón el año 1994. Los nipones organizaban la Copa del Mundo juvenil, algo que en la realidad nunca sucedió, pero ello es irrelevante para nuestra historia. Un grupo de japonesitos venía transitando las selecciones sub con gran éxito, pero, quizás por una cuestión de falta de vidriera, quizás por prejuicio o quizás sencillamente por ser unos crotos bárbaros que van a todas con plancha y se lesionan todo el tiempo, no habían conseguido llevar su fútbol al exterior salvo en los casos del arquero Wakabayashi y el enganche Tsubasa. El resto militaba en el fútbol escolar de Japón, una competencia jugada por lo visto con gran entusiasmo y un sentido del honor acorde a la tradición samurai del país oriental, pero evidentemente también con un nivel de pésimo para abajo, incomparable al de las canteras europeas.
Si Japón había tenido la suerte de sacar un crack del desierto de talento futbolístico que es su isla, y había conseguido ganar el Mundial Sub 16 jugado en Francia en una dimensión paralela, era evidente que ya rozando los 20 años no alcanzaría con las magias de Tsubasa, y que la brecha entre una preparación semi profesional y el entusiasmo amateur de los jóvenes japoneses probablemente se habría ensanchado. Fue Gamo, un ojeador que había viajado por el mundo buscando jóvenes talentos nipones, quien se percató de que Japón corría el riesgo de protagonizar un verdadero papelonazo en casa. Y entonces puso su plan en marcha.

Aún se debate en la tierra del sol naciente si Gamo orquestó un golpe de estado para tomar la conducción del seleccionado juvenil, si el golpe fue dado en concordancia con la dirigencia o si en verdad, la versión oficial fue real, y el paso al costado del entrenador fue dado en común acuerdo con los dirigentes, que decidieron que el sustituto ideal era Gamo, un tipo sin primer nombre que recorrió el mundo y había desarrollado una perspectiva diferente a la verdad que se daba por sentada en la isla. Esa falsa verdad detenía el progreso del fútbol japonés: se creía, alimentados por el mito del Sub 16 campeón del mundo, que aquella generación era imbatible. Lo creían los propios jugadores. Y se seguía convocando por inercia a los mismos 23 a integrar el plantel, sin análisis, sin buscar nuevas figuras. Los jugadores, cómodos, confiados, no se esforzaban ya para mantener su puesto de privilegio. Su condición de isla solo empeoró el aislamiento del mundo real, como le sucediera a Argentina en la previa al Mundial 58: de creerse los mejores a volverse como los peores.


“¡Los 7 Grandes del Japón!”

Gamo viajó por Italia, por España, por el mundo, observando, analizando. Encontró valores jóvenes pero lo que en verdad descubrió fue la alarmante diferencia entre europeos y japoneses. Regresó a su tierra y, cuando tuvo la chance de tomar las riendas de la juvenil, sacudió la selección en sus cimientos: borró a siete históricos referentes con una brillante idea. Llegó al primer entrenamiento y, con cara de malo, organizó un siete contra siete: los siete referentes enfrentarían a los 7 Grandes del Japón, teóricamente siete valores descubiertos por él. El que perdía, se iba. Y los siete desconocidos le pintaron la cara a tipos como Hyuga (que pierde el puesto de "goleador estrella"), Misaki y los demás, y los sacaron nomás del equipo, ante la mirada atónita de sus compañeritos, que inmediatamente hicieron causa común contra los prefes del entrenador nuevo. Pero no había tiempo para pucheros: a los que quedaron, Gamo los mató en los entrenamientos. El mensaje había sido enviado: nadie, ni siquiera los consagrados, se podía dormir en los laureles, para ponerse la casaca nipona había que romperse el lomo.

Japón afrontó los primeros encuentros de unas eliminatorias que nunca debió haber jugado por ser anfitrión (cuestiones de peso en la FIFA) con un equipo verdaderamente suplente, sin que nadie se pregunte por qué los 7 Grandes no formaban parte del equipo. Pasó con grandes dificultades al debilísimo China Tai Pei, gracias a la magia de su líder Tsubasa, y estuvo a punto de quedar eliminado con Tailandia, un equipo acrobático, mañoso y verdaderamente violento que marcó durísimamente a la joyita japonesa (golpes en el estómago y codazos en la cabeza lo sacaron de la cancha, aunque solo temporalmente) y no le dio ninguna relevancia a los demás, una manga de burros. Por suerte para Japón, Gamo había convocado al partido a un mocísimo desfachatado de nombre Aoi Shingo, que militaba en la reserva del Inter y que de tan joven y de tan desfachatado, llegó un tiempo tarde al encuentro, sobre el final de la primera etapa, aduciendo un embotellamiento de tránsito, en un extrañísimo caso del cual no se registran precedentes en la historia del fútbol. Este muchacho poco serio fue la chispa de rebeldía que necesitaba un Japón sin líder y desgastado por los entrenamientos, los golpes anímicos y el miedo, y le permitió al seleccionado oriental superar finalmente con holgura la instancia y esperar por la revancha contra los 7 Grandes.

Porque sí, se había pactado una revancha, chance final para los referentes borrados. Entrenaron en la montaña con pelotas más pesadas para ganar fuerza, estudiaron a la naturaleza para imitar sus movimientos, y, en soledad, como samurais, absorvieron lentamente la lección de humildad. Cuando finalmente llegó la revancha, los siete jugadores corridos demostraron que se habían superado realmente, tras lo cual se develó la trama compleja y perfecta como tela de araña que se había puesto en marcha. En realidad los 7 Grandes eran siete jugadores de la elite profesional japonesa, que nunca habían puesto en riesgo real a los referentes y a quienes los jugadores del juvenil (¡y también los medios!) desconocían por pasar demasiado tiempo colgados de la Play y demasiado poco mirando fútbol real. Justamente el punto que quería enfatizar el entrenador: que la falta de conocimiento del fútbol real del japonés lo había llevado a una falsa confianza cimentada en un pasado mítico, del cual sería víctima si no se dejaba de boquear y dormir y se ponía a entrenar consciente de sus enormes limitaciónes futbolísticas.


Pinchar la burbuja

Los argentinos hemos imaginado durante generaciones que somos los mejores, para demostrar a la primera que no lo somos y, sobre todo, que a la naturaleza hay que ayudarla con laburo. Los jugadores acuden a la Selección con mufa, por el cansancio, por los viajes, juegan por obligación, para que los medios no les caigan. Mojarle la oreja a los jugadores que dan por sentado su lugar en la Selección, cachetearlos para despertarlos de su millonaria indolencia, forzarlos a que si quieren participar del seleccionado se sacudan la modorra, que dejen de creerse los mejores, que dejen de pensar que por naturaleza corresponden las victorias, que dejen de depositar la responsabilidad en otros, que se encarguen ellos de llevar a la Selección en las malas: el objetivo del entrenador Gamo, pinchar esa burbuja de fanfarronez, debería ser imitado por Pachorra.

Y basta con los indiscutidos. Sacar a Higuaín de las convocatorias hasta que el megacrack del Madrid se haga cargo de su talento y se gane el puesto en su propio equipo. ¡Y que juegue Stracqualursi! Asustar a Masche, hoy fantasmal jugador, sacarlo del equipo y darle el puesto a un laburante Braña, que se ha ganado su chance. No convocar a Gago y poner en su lugar a Canteros. Darle banco a Sosa hasta que se anime, y poner en su lugar a Martín Zapata de All Boys. Que entre Cachete Morales y salga Fideo Di María. Abajo que el kapanga sea Desábato y que lo acompañen dos centrales del ascenso. Y arriba, solo entre la manga de crotos, nuestro Oliver Atom: Messi, y su compañero de travesuras, el Kun, que tiene hasta nombre de héroe de anime. Así se seguirá fortaleciendo el liderazgo de la Pulga, que no necesita de caudillismos para ser la bandera del equipo. Y también engrandecerá su compromiso, al hacerlo dueño del equipo, de toda la responsabilidad. Una prueba de oro que mostrará si el habilidoso autista tiene carácter para liderar al equipo contra viento y marea hacia un nuevo Maracanazo.

Próxima entrega: “La del Furano”, donde se analiza si Sabella debe llevar a su equipo a entrenar a nevadas montañas para fortalecer cuerpos y almas y así, a pura adversidad, hermanar a los hombres que comanda.


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