miércoles, 17 de septiembre de 2014

¡Estudiantes, carajo!

Las palabras emanan mezcladas con puteadas: ¡vamos Estudiantes la re puta madre! ¡Vamos carajo la concha de la lora! ¡Gritalo conmigo, carajo! Si esto queda para la historia, el cruce internacional y no se qué. Decían que el gol de visitante, que la presión. Decían que el brujo…  En el fútbol, señores, se habla jugando.
 
Y jugó, jugó, y cómo jugó: Estudiantes le ganó a su clásico rival porque fue mucho más. Nunca pareció sentir los nervios, jugó al compás de su gente, desbordó siempre al vecino y si apenas pudo abrir el encuentro en el segundo tiempo, fue por esas cosas del fútbol. Primero Monetti la sacó de adentro y después tapó un cabezazo terrible a bocajarro. Del rival, ni noticias: preocupado por luchar antes que por meter el famoso gol, veía a Silva allá lejos y hace tiempo.
 
Así, le solucionó medio partido al Pincha, que se fue al descanso sabiendo que era cuestión de meterla. Las opciones, además, estaban, porque desde el desequilibrio de Correa, el acompañamiento por los laterales y los insoportables Vera-Carrillo Estudiantes siempre insinuaba. Y además, iba pal frente con fe: sin miedo, con convicción de equipo veterano, sabiendo que un gol  sellaba las cosas.
 
Y tanto va el pájaro… que en exquisita combi entre Correíta, cada vez más cerca del jugador que creemos que es, y Rosales, salió el centro para el uruguayo Vera. ¿Con qué le dio? Qué se yo, puso el cuerpo, el brazo, todo, y entró. Gritalo con todo, dale, grítalo de nuevo. GOL, carajo, GOL.
 
Y chau pichi.
 
Porque después vino “el resto del partido”: el lento goteo hasta cantar victoria, el nervio del hincha, esperando el pitazo final, el temple de los jugadores para no entrar en la vorágine que quería el vecino y jugar el partido que convenía. Alguno dirá que el resto del partido sobró: el rival lanzado en ataque con sus armas, pocas pero nobles, tirando pelotazos que siempre complican al León, amenazando primero con Vegetti y Bou (tuvo una clarita) y después incluso con los centrales en el área y Monetti en media cancha. De contra, claro, casi llega varias veces: la tuvo Cerutti desde media cancha sin arquero y la tuvo Aguirregaray, solo en una salida de corner contra el uno de ellos.
 
Pero lo más destacable no fue el tino del Pincha para sacar todo, bancar la parada y encima estar cerca de aumentar: lo mejor fue la inteligencia de los chicos, pibes de 20 años, para saber que los clásicos se cierran con un gol a favor, que la pelota se revolea y que después se festeja. Una clase de veteranía, de cabeza fría y corazón caliente, dio un plantel que incluso acá se ha dicho que le falta crecer. Bueno, vaya aprendizaje: los clásicos, y los partidos coperos, hay que ganarlos. Lección mística número uno, aprendida.