sábado, 30 de abril de 2011

Ernesto Sábato pasó a la eternidad

Es un día de luto para la literatura y para la familia de Estudiantes: a los 99 años, en su casa de Santos Lugares, falleció el enorme escritor Ernesto Sábato. Fue autor de destacadas novelas: "El túnel", maravillosa novelita de  esas que es capaz de abrir el mundo de la literatura a muchos jóvenes, "Sobre héroes y tumbas", "Abaddón, el exterminador". En 1983 presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y luego expuso sus conclusiones en el famoso libro "Nunca más". También ensayista, físico y pintor. Nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, pero en 1924 se radicó en La Plata, donde hizo el secundario en el Colegio Nacional. Allí conoció al profesor Pedro Henríquez Ureña, a quien luego citaría como inspiración para su carrera literaria. En el año 1929 ingresó a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de nuestra ciudad. Y su primera obra literaria, de hecho, se publicó en la revista Teseo, de La Plata. En ese tiempo, además, cultivó su amor y fanatismo por Estudiantes, donde también jugó (era delantero). Declarado socio honorario del Club, en el 2005 fue designado además miembro del Comité Centenario de la institución. Se lo recuerda en la platea de 1 y 55, previo a un partido ante Vélez, cuando se puso la camiseta y fue ovacionado por todo el estadio. “Yo era rompecanillas, como me decían, me apasionaba, era súper violento”, confesó sobre sus tiempos de hincha. El 24 de junio iba a cumplir 100 años y el domingo iba a ser homenajeado en la Feria del Libro. Se fue un maestro, un escritor emblemático, una de las plumas más importantes de América Latina.

Y un hombre de Estudiantes. El talentoso escritor tuvo un paso fugaz por las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata, equipo del que se hizo fanático desde que se instaló en la ciudad de las diagonales para completar sus estudios secundarios y universitarios. Sabato llegó a fines de la década del ´20 a La Plata, justo cuando en Estudiantes se destacaba una de las delanteras más recordadas de la historia del fútbol argentino: Los Profesores. Aquel equipo albirrojo que contaba con Miguel Angel Lauri, Alejandro Scopelli, Alberto Zozaya, Nolo Ferreira y Enrique Guaita fue inspirador de un amor que duraría hasta el día de su muerte. “No era un virtuoso, eso hay que aclararlo, pero iba y venía y no daba pelota por perdida”, contó alguna vez sobre su paso por las inferiores del Pincha, donde despuntó el vicio de la pelota, pero no logró hacer carrera. Luego, como hincha, disfrutó de todos los títulos de Estudiantes. En 1967, cuando el equipo de Osvaldo Zubeldía fue campeón del Metropolitano, Sabato tenía 56 años. Después llegarían cuatro Copa Libertadores, una Intercontinental, una Interamericana y otros cuatro títulos del fútbol argentino. Su última imagen en el viejo estadio de 1 y 57 fue en un homenaje que le realizó la dirigencia en 2004. Se lo pudo ver en la platea techada, con la camiseta puesta, y visiblemente emocionado. Como seguramente estuvo hace pocos meses, en diciembre de 2010, en el último título de su querido Estudiantes.

jueves, 28 de abril de 2011

El regreso de la suspicacia

La suspicacia arrancó con una nota de doble página acerca de la designación de Pezzota para el partido que jugarían Boca y Estudiantes. Pezzota había dirigido la final del 2006, que perdieron los Xeneizes en buena ley y sin decisiones arbitrales determinantes (se discute la expulsión de Ledesma, que se fue con Pablito Alvarez, cuando éste también tiró su patadita sin pelota): la derrota pasa a ser entonces el argumento único de la sospecha de que el árbitro fue puesto a dedo. Boca no puede perder y si piede debe ser culpa del árbitro, ergo el árbitro es contra.
Absurda acusación de esas que proliferan en el fútbol y que no hacen nada bien, generando un clima de constante sospecha. Pero lo verdaderamente terrible es que el diario Olé levantó la noticia y dedicó una página doble al tema, con encuentras, polémicas y todo, como si hubiese pruebas contra Pezzota y fuera natural esperar que un árbitro, por dirigir una final en la que uno cae derrotado, no dirija más a ese equipo.
Las consecuencias fueron inmediatas. En aquel partido Pezzota obvió dos planchas de Chávez que el mismo jugador consideró para expulsión, dejó pegar a Somoza a lo pavote y cobró mancha o menos en el tiro libre que terminó en el empate bostero (una falta de esas que le cobran siempre a Riquelme, de esas en las cuales se frena para reclamar nada, un manotazo, justo él que juega tanto con los brazos). No es que Pezzota haya sido comprado por Ameal ni ninguna de estas pavadas: simplemente se trata del poder de los medios para influenciar más allá de lo consciente. Pezzota, después de toda la perorata, no podía hacer nada que fuera polémico para no exponerse a una semana de calvario y al consecuente parate obligado. Quizás inclusive a no dirigir más partidos importantes. En algún nivel sabía esto Pezzota, que dirigió simple, cobró las divididas para el local, le regaló todo a Riquelme y, desde ya, no echó a Chávez.
Se trata de una práctica habitual de los grandes, por eso su constante llorar no es más que una estrategia a la cual hay que estar atentos. Pero por supuesto, cuando llega a los límites que acaba de llegar, ya se trata sin dudas de un abuso. La decisión de levantarle una amarilla a Teófilo Gutiérrez, que lo dejaba afuera del siguiente partido, significa demasiado. Al respecto, citamos entera la excelente nota de Román Iucht para canchallena.com, conduntente testimonio de la significación de este tipo de fallos, las suspicacias futuras que generará y la propensión al manejo corrupto que implica:

“Se vienen momentos tensos, difíciles. Nos preparamos para un ámbito de confusión, de debate encendido. El Tribunal de Disciplina está a punto de agregar a su larga lista de desaciertos una de las decisiones más polémicas y sospechadas de los últimos tiempos.
Si se le quitará el gol a Tigre, mal convalidado por el árbitro, luego de comprobar que Tula rechazó la pelota antes que traspusiera la línea, Ramón Díaz seguiría siendo el técnico de San Lorenzo. Si se anulara la conquista de Facundo Parra por una situación idéntica con Carlos Soto como protagonista, All Boys le hubiera ganado a Independiente y la vida de Mohamed estaría mas agitada de lo que ya lo está. Si mi abuela hubiera tenido bigotes, se habría llamado José y sería mi abuelo.
Por un lado, no se puede vivir de las hipótesis. Por el otro, no aceptar el error como parte del juego es desconocer la existencia del mismo
Está claro que ninguna de las jugadas mencionadas líneas arriba, tiene algún punto de contacto con aquella en la que Galmarini fue injustamente sancionado por suponer que tocó la pelota con la mano y que se transformó en la madre del borrego. Pero digámoslo de una vez: la acción que involucra a Teófilo Gutiérrez tampoco se parece en nada.
En un contexto tan sensible como el del fútbol, en el que lo que hace falta es claridad y pureza, aquellos que deciden, se han empeñado en hacer un aporte más a la confusión general.
Seamos capaces de diferenciar entre dos situaciones similares, pero sensiblemente diferentes. La acción que marcó un precedente histórico fue un hecho objetivo. Galmarini no tocó la pelota con su mano, el video lo ratificó y el debate quedó saldado. No era una materia opinable. En la archi- discutida jugada del colombiano se nos presenta una jugada de apreciación. Quién aquí escribe, entiende que la falta existió y por lo tanto el árbitro Juan Pablo Pompei cometió un doble error al no marcar la falta y amonestar. Pero si el juez interpretó algo distinto y su subjetividad lo llevó a hacer su particular lectura de la situación, es su decisión la que debe respetarse. Cualquier otra, sería tapar un error con otro aún más grande, con el agravante de que éste último se estará tomando luego de varios días como para repensar la decisión.
Por otra parte, no se entiende porque podría quitarse la tarjeta en una acción de apreciación y no aplicarse en la artera plancha que el propio Gutiérrez le propinó a Mauro Bogado, en una jugada en la que no hay segundas lecturas. Si la justificación es que se puede cambiar lo que se hizo, pero no agregar lo que no se cobró, suena cuanto menos caprichoso. Pompei no pudo sancionar la patada si no la observó, pero si tiene cuatro patas, ladra y tiene cola, se supone que estamos en presencia de un perro y si la imagen lo certifica, ya no quedarán dudas al respecto.
Simultáneamente, cambiar el fallo supone lesionar claramente la autoridad del juez y ante esto, existen los resortes ordinarios para aplicar en tal efecto, como pararlo por las fechas que sean necesarias.
Cada uno mira de acuerdo al lado del mostrador que más le conviene. Racing se siente parte de una conspiración y ya se sabe que el perseguido siempre encontrará razones para sostener su sensación de paranoia. Es verdad que a ningún otro equipo la tabla la debe tantos puntos como a la "Academia" en función de lo que ha sido su juego, pero no es menos cierto que los de Russo han exhibido en la crispación e irritabilidad dos rasgos repetidos de su personalidad.
Si como todo parece indicar se accede al pedido de los dirigentes de Racing, Teófilo Gutiérrez podrá jugar frente a Ríver, pero la seguridad jurídica del fútbol argentino ingresará definitivamente en un espiral de protestas permanentes.
Mientras tanto en la AFA se tejen alianzas y favores, y el Tribunal solo tiene disciplina a los deseos del hombre del anillo. Cuando conviene se escucha, cuando no vale la pena se hacen oídos sordos.
Nadie recordará que en la misma fecha de la inolvidable mano de Galmarini, se produjo la muerte del hincha Ramón Aramayo aún sin esclarecer y que por casualidad o por causalidad, una noticia desplazó a la otra para hacerla olvidar casi por completo.
El fútbol tiene sus propias reglas, aunque de tanto doblarlas se corra el peligro de romperlas en mil pedazos.”

Que sea Racing (que se ha dedicado a llorar todo el campeonato a pesar de que en la tabla confeccionada por canchallena.com de fair play estan anteúltimos) el primer beneficiado de esta medida es, al menos, sospechoso. El equipo mártir, el equipo que perdió a su maravilloso enganche en manos de los malosos, se ve recompensado no por un acto de justicia sino por un acto de injusticia. Además de, por supuesto, continuar con esa costumbre tan argentina del parche en lugar de la solución, del arreglo casero en lugar de la solución profunda: no hay compromiso con la educación de nuestros árbitros, no hay discusiones profundas, no hay innovación tecnológica, no hay criterios más o menos unificados y continúa siendo éste el reino del arbitraje de muñeca, del árbitro canchero que "maneja" el partido con charla y advertencia y demás cuestiones marginales al reglamento. Sigue proliferando este arbitraje casi ilegal, siempre propenso a la injusticia, a la desigualdad de criterios y a la corrupción o a su sospecha, claro. 
Es entonces esta decisión sin dudas un retroceso hacia etapas de arbitrajes alevosamente digitados y campeonatos arreglados. Justo cuando uno pensaba que más podrida la cosa no podía estar.

miércoles, 27 de abril de 2011

Ruso


Cuando en 1994 Estudiantes descendió tenía 9 años. El barrio me había hecho del Pincha pero era un pibe en una era sin televisados y no entendía demasiado el juego. Fue aquel descenso, y las consecuentes cargadas insoportables que me hicieron llorar de rabia, lo que por orgullo y bronca me convirtió en hincha furioso.
En aquella gloriosa temporada, pedía ir a la cancha todos los fines de semana: a los pibes del barrio, más grandes que yo, al kioskero, rabioso pincharrata, y a mi viejo, bostero sin mucha convicción (y cada vez más pincha), en última instancia. A veces la gente del barrio no iba y yo mentía, inventaba compañías incomprobables (el papá de un fulano imaginario, mi preferida) y me aventuraba solo al estadio. Sacaba la entrada, me miraban medio raro pero nadie decía nada y, desde el alambrado o la ochava (únicos lugares donde a un petiso no lo tapan) seguía aquella lujosa formación. Por supuesto, mis ídolos eran los habilidosos, como suele pasarle a cualquier pibe obnubilado por los goles, el taquito y la gambeta. Además del enorme Mago,  me entusiasmaba el incipiente Gastón Córdoba, por ejemplo, y, claro, la Brujita, que por aquella época era para mí mucho más importante que el cuento de hace siglos que era su viejo. Me volvían loco, como me volvía loco aquel equipazo arrollador que ganaba en cualquier cancha.
Pero los partidos de noche eran distintos. El control paternal se volvía menos displicente y la mentira no corría. Para colmo, si era día de semana, como solía ocurrir, nadie podía ir y en general terminaba escuchándolo por radio, imaginando maravillas o cataclismos que sólo ocurrían para el relator, esperando los goles por Dardo Rocha TV. Pero aquella noche estaba encaprichado. Jugábamos con Los Andes, aun en la primera fase, cuando el equipo todavía adeudaba partidos y perseguía al líder Colón, donde todavía no estaba claro que volveríamos a ser de primera. Aquel partido, no recuerdo por qué, era importante. Quedábamos cerca de la punta, o directamente punteros. Había que ir. Mi viejo accedió (no por vez última) a los ruegos de cancha del nene, pero pidió ir a platea porque “sino no se ve nada”.
Los Andes asomaba accesible para un equipo que no respetaba a nadie de la categoría y pasaría luego por arriba a los Sabaleros, los otros candidatos. Pero el partido era una lágrima, trabado, duro, Estudiantes nervioso, sin respuestas. Y se extinguía el tiempo con empate clavado en cero. Yo batallaba con los nervios que nunca supe controlar y con la terrible desaprobación de mi viejo, cada vez más hundido en el asiento, maldiciendo entre dientes haber ido a ver semejante embole. También se colaba en mi malestar la bronca anticipada a las cargadas del otro día: cuando Estudiantes ganaba nadie decía nada en general, pero cuando no podía ganar, enseguida sobrevenían las burlas de todo tipo. Se trataba, de hecho, de un escenario terriblemente estresante para un pibe de nueve años.
Y entonces, el recién ingresado Gastón Córdoba, uno de mis protegidos (quise, lo admito, imitar su corte de pelo medio tazón), mete gambeta y pase en cortada, para eso lo pusieron, y le hacen penal a Caldera. Iban como cincuenta minutos, no exagero. Alegría total, pero rápidamente contenida, festejo hecho nervio puro, vuelto uña masticada hasta que duele. Había que meterlo. Había que meterlo. ¿Quién patea?
Y la pelota la agarró el Ruso. Para un chico los defensores pasan desapercibidos. El Ruso era ídolo en el barrio, pero yo quería jugar como Capria y no daba mucha pelota a lo que pasaba abajo. Así que en el Ruso no pensaba mucho en esas tardes de plaza platense. Hay cosas que son así, que se meten debajo de la piel sin que te des cuenta. Así era el Ruso.
Porque cuando agarró la pelota, yo, que era una madeja toda deshilachada de nervios y miedos, me calmé. Hasta me sonreí, me paré en el asiento y empecé a alentar. El Ruso no lo erraba. Era, en la superficie, la certeza de que este tipo le rompe el arco, claro. Pero era mucho más. Lo que sentí fue que el Ruso no lo erraba porque no lo podía errar, porque no pensaba fallarle a sus compañeros, a los que se habían matado junto a él para alcanzar la victoria, a los pibes que habían ido a la cancha un día de semana a ver un partido de la B. El Ruso no te fallaba, el Ruso estaba siempre que lo necesitabas: así lo dicen aún hoy a propios y extraños sus compañeros de aquellos días. Así era el Ruso, por eso inspiraba confianza. Todos confiábamos en él. En aquel equipo de tanta sutileza, el más confiable, el elegido para patear el último tiro, era el Ruso.
Acomodó la pelota, y sin más preámbulo, como para no hacerle sufrir más al pueblo al que se debía, le rompió el arco nomás. El delirio estalló en las tribunas, hasta mi viejo saltó del asiento y lo gritó conmigo. Y entonces lo vimos: la estampa de un héroe, caminando, y no corriendo y moviendo los brazos, caminando seguro, gigante, hacia la tribuna del Albert Thomas, con dos, tres, cuatro tipos colgados y tratando de tirarlo, gritando el gol con todo, como un alarido, pero no eufórico y desencajado, sino seguro, victorioso, glorioso, reo: ¡Estudiantes, carajo! ¡Esto, me decía el Ruso (porque yo era un pibe y creía que me hablaba a mí), esto es Estudiantes! No es el equipazo paseador y lujoso que era aquel Estudiantes en la superficie; es el equipo que aparece cuando lo hacen enojar, el que no se da por vencido, el que  gana no por sus recursos individuales sino por la garra, por el empuje y la insoportable perseverancia de esa cofradía de matones incomprendidos que es Estudiantes de La Plata. De ese equipo ingobernable era capitán el Ruso Edgardo Prátola.
El Ruso es Estudiantes. Nunca se dio por vencido, nunca le faltó garra, siempre fue pura entrega. Hace nueve años se nos fue, después de ganarle varias veces a la muerte, después de jugar un clásico con varios kilos menos, sin que nadie lo supiera, y ganarlo. Se nos fue pero se quedó adentro de todos. Se nos fue, pero antes de irse nos dijo que no había que preocuparse. El Ruso tenía fuerzas para todos, dijo. Y era cierto, nomás, porque la fuerza del Ruso sigue empujando al equipo, en forma de mística, en forma de ejemplo, en forma de símbolo, cuando las papas queman y uno necesita esa tranquilidad de que el penal va a entrar y vamos a ganar, contra todo, contra todos.

viernes, 22 de abril de 2011

Berizzo, un balance

¿A qué juega el equipo de Berizzo? Hasta aquí son muchos los que se tiran de los pelos al grito de “muerte al bielsismo”, pero, sin embargo, poco de bielsista hemos visto en el campo: por ejemplo, salvo por minutos, jamás implementó el Toto un tridente de ataque (el domingo pasado amagó con ponerlo y finalmente dio marcha atrás); tampoco hemos visto cambios superofensivos, aunque si una predisposición a la presión constante y a pararse en campo contrario. Tampoco, y esto es destacable, se ha visto la febril necedad del Loco en el Toto, que tras intentar en las primeras fechas una mutación demasiado feroz hacia lo que pretendía, dialogando con referentes dio marcha atrás y volvió a las fuentes sabellianas.
Esta virtud, sin embargo, esconde la debilidad más grande que ha mostrado el técnico pincha: su condición de principiante, su falta de experiencia, se ha traducido en una notable falencia a la hora de tomar decisiones claras y de plasmar lo que pretende en el momento necesario. Si al inicio era lógico no tocar demasiado, con 17 partidos en el lomo sería esperable ya encontrar un equipo en medio de una transición marcada. Sin embargo, Estudiantes asoma como un equipo sin rumbo, con momentos buenos y momentos de caos, con marchas y contramarchas. Luego del diálogo y de la vuelta a las bases, Berizzo no ha conseguido plasmar paulatina y ordenadamente sus conceptos: cada vez que intenta modificar algo, el experimento falla. Berizzo demuestra allí que es novato, incapaz de traducir lo que quiere en lo que sucede. El resultado está a la vista: un equipo que no termina de saber si juega a defender, a contraatacar, a presionar, un equipo sin fluidez, inconexo.
Pero entonces, ¿qué pretende Berizzo? Al parecer, quiere un equipo con velocidad, vértigo, pase vertical y mucho pressing. Desde la base del esquema legado por Sabella (que nunca terminó de modificar para acomodar al lógico 3-4-3 bielsista) acomodarse a este esquema ha traido solamente problemas. Adelantar al equipo ha determinado que Mercado (un jugador hecho a la medida de Estudiantes) juegue de volante, con una participación con pelota dominada mucho mayor a la que debería tener y sin sorpresa, y con la consecuente merma de rendimiento. Sin embargo, y a pesar de algunos amagues, Berizzo no termina de sacarlo. El adelantamiento de los laterales trajo como consecuencia también una lógica desprotección abajo (la línea defensiva pasó a ser definitivamente línea de tres), que sumada al constante cambio de nombres por lesiones, y a las dudas y errores resultantes, ha determinado el nivel irregular de la defensa, bastión de la historia pincha que sólo lució cuando los titulares metieron dos o tres partidos seguidos. Pero el inicio de los problemas defensivos se halla en la decisión de, tras el desgarro del Chapu, jugar sin cinco de contención. Estudiantes recupera y tiene muy poco la pelota, y el vértigo con que se maneja una vez que la consigue genera rápidas pérdidas y un equipo con líneas muy separadas entre sí (y consiguientemente, y a pesar de jugar más arriba el partido, pocas llegadas, caóticas y fruto de individualidades). El equipo ha perdido esa posesión constante del balón y, por ende, el control territorial. Corre muchísimo para poder controlar al rival, en lugar de controlarlo mediante el balón. Esto, ante una doble competencia, equivale al suicidio.
Ante este predicamento, se imponía desde ya rotar jugadores constantemente. Sin embargo, Berizzo nuevamente mostró en este apartado ser un técnico sin experiencia, encargándose contra toda lógica de arengar a los suyos para jugar todos los partidos y sufriendo la insoportable consecuencia de lesiones, dolores y cambios obligados que no permiten asentar un estilo de juego. No tuvo el pulso firme necesario para mandar al banco a los referentes cuando estos necesitaron descanso, y como resultado, por ejemplo, jugó con todos los titulares 72 horas después de pelear la clasificación en Colombia. En esta última etapa Estudiantes sintió el desgaste, y ya no pudo aprovechar buenos momentos, suerte y jerarquía para llevarse triunfos: hace cinco que no gana. El plan de rotar súbitamente para el partido con Cruzeiro demostró ser desacertado: los jugadores que saltaron a la cancha tenían minutos de juego apenas, y sin dudas no sabían cómo ensamblar en lo que pretendía el DT, que no los hizo parte nunca del proceso. Luego de recibir la peor derrota como locales por Copa, el DT los devolvió al anonimato. Entre los jugadores marginados cuentan tipos que pueden aportar muchísimo, como Barrientos, Sánchez o Stefanatto.
La idea de jugar un solo torneo ahora se cae de maduro. El campeonato local tiene muchísimos pretendientes, y si bien ninguno es serio y todos son más bien de pacotilla, han conseguido puntos cuando Estudiantes debió y no pudo. Sin embargo, ahora juega el equipo dos veces de local y, como viene la cosa, ni siquiera perdiendo puntos se despedirá el Pincha del torneo. La decisión, entonces, debe venir desde el cuerpo técnico.
Para ser justos y no idealizar el pasado, el equipo de Sabella también sufrió la doble competencia, las lesiones, y los inicios desfavorables, de rumbo incierto y mal fútbol. El plantel, sobre todo sus referentes que con coraje piden jugar todo, tiene un alto promedio de edad y es por ende propenso a lesionarse en la seguidilla de partidos. Obviamente son jugadores muy difíciles de reemplazar, que a menudo cumplen funciones de dos o tres jugadores terrenales (caso Chapu) y por ende sus salidas a menudo requieren una reorganización del esquema y la estrategia para que las cosas funcionen. Sabella, sin embargo, logró pilotear en la tormenta con inventiva y soportando muchas críticas y planteos; Berizzo, aún nuevo en la conducción, se nota falto de batallas y tormentas de esas que atemperan el ánimo: todavía no es ese capitán de barco que impide que todos se tiren por la borda en el naufragio, que genera una inquebrantable fe en su conducción. Esto, por supuesto, de la mano de un rumbo futbolístico incierto, por falta de experiencia del técnico para imponerlo.
A pesar de la incertidumbre que trasluce el equipo, de la marcada irregularidad y de una creciente condición de equipo al que le cuesta y no le sobra, que puede perder y ganar, a pesar de todo, desde el country suelen surgir palabras elogiosas hacia el discípulo de Bielsa. Al principio parecían ser meramente formas de apoyo moral a su conducción, pero a medida que pasa el tiempo suenan más y más a que cierta convicción crece entre los jugadores acerca de la capacidad de Berizzo. Muchos han mencionado sus aciertos a la hora de preparar los partidos y señalar virtudes y defectos, incluso culpándose a sí mismos por cometer errores advertidos por el técnico antes de entrar a la cancha. Y capacidad de trabajo no le falta, pero tiempo no le sobra, menos ahora, en lo que podría ser la última semana completa de entrenamientos.
Los números y el juego no lo favorecen, pero sigue con vida. Es el momento, entonces, de que todo lo que sabe, lo bien que lee los partidos, sus ideas, la autocrítica, su laburo, se empiecen a vislumbrar, a plasmar en la cancha. El escenario no es el ideal, no hay tiempo y todos los partidos definen mucho. Pero Berizzo debe crecer, de golpe y sin excusas. Debe convertise urgente en el piloto que Estudiantes necesita.


Columna publicada en Contra todos

jueves, 21 de abril de 2011

Comando Sí Libertadorista


Noche de copas, señores. Ocasión festiva que, mientras corren las horas, va transformándose en algarabía y descontrol. El aperitivo fue bueno: triunfo en tiempo suplementario del Tío Mou (no del Madrid, equipo de la realeza que nada nos simpatiza) sobre los buenos del Barsa, en partido picante, tensionado, con mucho huevo en garganta.
Pero la noche recién arrancaba, y faltaba lo mejor: porque los cruces finales por los grupos de Copa Libertadores tuvieron una noche de esas que solo la copa nos sabe regalar, con resultados increíbles, giros inesperados y, por supuesto, piñas. Cerro (rival del Pincha) lo dio vuelta en Chile, luego de ir 0-2 con el equipo del Tolo, dejandolo afuera y pasando ellos. Luego, mientras empataban América y Nacional en el Centenario, había una fiesta de goles y patadas en La Paternal. Argentinos se jugaba el pase, luego de haber completado una primera ronda genial y una pésima segunda ronda. Arrancó mal, lo empató dos veces (resultado que lo clasificaba) pero se le escurrió de las manos, y todo terminó a las trompadas generalizadas, gaste brasileño, ñoquis en las caras de los guapos que van a defender el honor y mucha calentura. En Uruguay, mientras tanto, los hinchas del Bolso festejaban con el empate y hasta con el 2-3, pero su partido terminó 10 minutos antes y ya terminado recibieron la peor noticia: gol del Flu, 2-4 y desazón generalizada en el mítico estadio.
Este es el fútbol que queremos, el que celebramos. La mierda europea es rica, la veo con todo gusto y admito que los choques entre Mou y Barsa tienen mucho morbo. Pero la discusión no pasa de eso, y en general el juego es limpio, ininterrumpido, fluido (no hay mucho lugar para ásperas batallas), y se discute mucho más de armado de plantel, de individualidades y sus taquitos, de flamantes incorporaciones, ventas millonarias y demás, que de mística, de hazañas o tole toles. Cuando se arman los grupos de la Champions, por  ejemplo, ya se sabe quienes estarán en cuartos. En la Copa, la de acá, todos sabemos que un ignoto equipo puede dar tremenda batalla, construir hazañas y hacerse tremendamente poderoso en su reducto. Los reductos americanos suelen ser inexpugnables. Hay estilos: si toca cualquier paraguayo o uruguayo uno sabe que se vienen duelos duros, con hachazos lindos, si toca cualquier equipo del Brasil uno se agarra la cabeza, sea el que sea, etc. Y hay identificación, porque los jugadores son nacidos en sus clubes, porque las parcialidades exigen y porque la Copa tiene mística de ser inconquistable y todos quieren llevarse a la más linda a casa. No hay resignación de antemano, ni nunca: y entonces la derrota (más si es en casa, en cuyo caso constituye una afrenta a nuestro honor) no se acepta con apretones de manos caballerosos e intercambio de camisetas. Sobreviene la “barbarie”, como la bautizan desde la orilla opuesta: corridas, piñas, cargadas de cobarde a lo lejos con policías en el medio, promesas siempre incumplidas de encontrarse puertas afuera. Calentura, a flor de piel, calentura. Pasión. El fútbol copero no es por la guita o por la vedette: es por los colores, por la hinchada y, sobre todo, por la hombría.
No es barbarie, señores. Es sentimiento. Perder implica la derrota de lo que uno defiende, la derrota del compañero, del amigo que está en la tribuna, de la ciudad en la que viven los viejos, y no la caída de un equipo que, o llegó más lejos de lo que se esperaba, o llegará nuevamente a la misma instancia el año siguiente. Saber perder, cuando te importa perder, es difícil, algo reservado para los verdaderos guerreros gigantes y sabios del continente. Y aún ellos, en la derrota, pueden tener algún desliz.
Con hipocresía y con mucha levedad también, intercambian camisetas blaugranas y merengues. Las piñas en Flu-Bicho, como cualquier piñata americana, son honestas y demuestran la pasión que no existe cuando jugás lejos de tu continente, con un grupo de las más heterogéneas nacionalidades defendiendo a un club del que formas parte por un par de temporadas para hacer la diferencia. Las piñas, además, quedan ahí, todos lo saben, son fruto de la calentura y nadie va a armar un escandalete (o a esperarse afuera) por una cargada o par de trompadas tiradas al aire. Hay una nobleza allí, en la comprensión, mucho más honesta y valiosa que la falsa caballerosidad europea, que es, sencillamente, producto de que allá a pocos protagonistas les importa verdaderamente el andar del club, de la institución.
Quizás todo esto suene a un inmenso lugar común: el cerebral europeo y el apasionado bárbaro. Una dicotomía que data de siglos. Pensarlo en esos términos es ser víctimas del discurso impuesto desde las esferas de poder del fútbol, con sede en Zurich. En este fútbol hay mucho cerebro: mucho más que en aquel que puede solucionar sus problemas en un abrir y cerrar de billeteras. Mucho más que el que se reconoce. Se la llama, con cierto halo despectivo, “viveza”, y es lo que permite la paridad que reina en la Copa. La paridad que, junto al coraje y a la pasión, hacen inconquistable a la Tasa de América.

domingo, 17 de abril de 2011

El orden global

Por JOSÉ LUIS DE DIEGO para EL DIA
Ocurrió en un congreso de literatura, hace años. Hablaba un profesor francés y el tema de su exposición era la violencia en América latina y su representación en la literatura. De la consabida referencia a los dictadores luciferinos sedientos de sangre, que pueblan las páginas de Gabriel García Márquez, de Alejo Carpentier y de Augusto Roa Bastos, entre otros, el expositor se remontó a un pasado de violencia más o menos naturalizado y a un presente en el que esa naturaleza díscola se manifiesta en la alta inestabilidad política, en las enormes dificultades para consolidar democracias duraderas, en sociedades pocos menos que indomables, fácilmente seducidas por el populismo, la demagogia y la corrupción. Su exposición terminó por irritarme, no por lo que decía, sino por todo lo que no decía, por lo que taimadamente ocultaba. Le dije que lo desafiaba a contrastar un mapa de América latina de fines del siglo XIX y un mapa actual, y después repetir la operación con Europa. Con posterioridad a la absurda e injusta Guerra del Paraguay, poco y nada ha cambiado en nuestro continente; en los últimos cincuenta años, un conato de guerra abortado entre Argentina y Chile, unas escaramuzas entre Perú y Ecuador, una batalla sólo retórica entre los Presidentes Chávez y Uribe, y nada más. Pueblos pacíficos que han soportado injusticias seculares, desigualdades históricas y tiranuelos de todo color sin agredirse, sabiendo convivir como buenos vecinos. ¿Hace falta recorrer el mismo mapa, pero de Europa? Dos guerras mundiales con su secuela de millones de muertos, Holocausto, genocidios, soluciones finales, exterminios de pueblos enteros, campos de concentración, cámaras de gas, gulags siberianos, despóticas dictaduras, Estados totalitarios; y eso por sólo mencionar lo que hicieron en Europa, porque también podríamos detenernos en lo que los europeos hicieron fuera de casa: los franceses en Argelia e Indochina, los holandeses en el sur de Africa, los españoles y portugueses por nuestras tierras, los ingleses en la India y, todos lo sabemos, en unas islas del sur argentino. ¿Es posible que sean tan caraduras de seguir sosteniendo que somos nosotros, los latinoamericanos, los que hemos naturalizado la violencia, los políticamente inestables?
Los de América latina son pueblos pacíficos que han soportado injusticias seculares, desigualdades históricas y tiranuelos de todo color sin agredirse, sabiendo convivir como buenos vecinos


No estoy idealizando a nuestro continente. Como sostiene con lucidez García Márquez en su estupendo discurso de recepción del Premio Nobel, en 1982, "la violencia y el dolor desmesurado de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a tres mil leguas de nuestra casa". Y es cierto: no hay por qué ser tan infantiles de endilgar la culpa de todo lo que nos pasa a la maldad congénita de los imperios; también nosotros hemos sabido engendrar (y tolerar) a quienes nos vienen maltratando desde tiempos inmemoriales. Pero reconocer la génesis y la magnitud de nuestras carencias no implica suponer acríticamente que la Europa, culta y civilizada, y los Estados Unidos, cuna de la democracia y orgullo del mundo libre, eso que ahora llaman el orden global, constituyan el ejemplo de nada, sino más bien un contraejemplo de la ambición sin límites, de la violencia racial, de la acumulación de poder y dinero embadurnados en sangre; en suma, de eso que solía llamarse capitalismo.

WALSH, CHAVEZ Y LIBIA

En noviembre de 2007 estaba en España, justo en aquel momento en el que el Rey Juan Carlos, indignado por la verborragia de Chávez, le gritó el ahora célebre: "¿Por qué no te callas?". A mí me pareció un episodio gracioso, porque alguien le paraba el carro al Presidente charlatán y porque el Rey demostraba su lado irritable y humano. Sin embargo, la reacción del español medio y de la mayoría de la prensa fue verdaderamente indignante. Dicho con más elegancia, lo que sostenían era que el Rey no podía rebajarse a contestarle de esa manera a ese negro trompudo y sudaca. Esa reacción, monárquica, imperial, racista y rancia, la advertí incluso en algunos republicanos, de reconocida fe antimonárquica. Lo que estaba en juego no era, entonces, la figura del Rey, sino, otra vez, la civilizada Europa contra los indígenas indóciles y brutos.

Hace unos días, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social le otorgó el Premio Rodolfo Walsh a Hugo Chávez, Presidente de Venezuela. La decisión me sorprendió. A mí jamás se me hubiera ocurrido darle a Chávez ese premio, y confieso que tengo muy pocos argumentos como para salir en defensa del premiado. Nunca simpaticé con el régimen venezolano de Chávez y menos puedo imaginarme un premio a esa figura por sus contribuciones al periodismo. No obstante, tuve una sensación similar a la de 2007 en España, porque me irritaron mucho más los argumentos en contra que los muy débiles argumentos que pretendían justificar el premio. Hubo quienes colocaban a Chávez en la misma bolsa que los dictadores del norte africano, y precisamente en esos días, mediante una decisión inconsulta, caprichosa y terrorista, aviones franceses y norteamericanos comenzaban a bombardear Libia. Lo que quiero decir es que es mucho menos grave, muchísimo menos grave, que un país sudamericano tenga como Presidente a un militar demagogo y de gesto patoteril, que, una vez más, las fuerzas armadas del "orden global" invadan, ataquen y asesinen a quien o a quienes se les antoje, con la complicidad muda del mundo civilizado.

jueves, 7 de abril de 2011

El laburo y el juego

Tiempo atrás, Zubeldía llevó a la marugada a sus muchachos, futuros campeones del mundo a la estación de trenes. Les mostró como iban, en fila, con el pelo a medio peinar, los ojos enlagañados y el bostezo constante, los hombres y mujeres a laburar, tomando el tren todos los días a las cinco de la mañana. Ante ese panorama les dijo que laburo, laburo era aquello. Es una anécdota siempre recordada, que evidentemente caló hondo en aquel Estudiantes: quejarse de su esfuerzo, siendo que jugaban al futbol para vivir (y vivian bien) era, sencillamente, llorar. “Vamos a esforzarnos, o si no vamos a tener que ir a laburar en serio”, les dijo el Zorro Osvaldo.
Si se situa allí, en Argentina, el inicio de toda una corriente futbolística laburante, esa que “le quitó la alegría al fulbito”, podemos decir que se presenta rápidamente una objeción a la visión estandarizada de la fábula del León malo: aquellos muchachos sí que disfrutaban el fútbol, tanto que, dado que las condiciones naturales no les alcanzaban, sabían que tenían que romperse el lomo para poder subsistir en base a lo que amaban. La diversión consistía no en vanos firuletes de beneficio individual, sino en la práctica colectiva (de un deporte colectivo: que paradójico), en juntos esforzarse, llegar junto a los compañeros a la cima o caer en el intento.
Esta puesta en perspectiva relativiza el discurso sobre el futbol bello, el talento, el firulete y la “nuesstra”. Al fin y al cabo, los que no quieren laburar no son desfachatados, son simplemente vagos, tipos egoístas que se salvan por lo que les vino en los genes. El que no se lo toma en serio, que no juegue: allí esta el verdadero insulto para el juego, un juego que muchos amamos y que otros no, están en su derecho. Pero son ellos (y no quienes lo estudian y lo practican con alma amateur, por la gloria y no por dos pesos y una tapa de diario tirando un taco) los que, de ejemplificarse sus practicas vanidosas, destruyen el juego. Ya lo dijo Don Osvaldo: "El futbol en general sigue al campeon de turno, y lo peor que le puede pasar al futbol es q salga campeon un equipo de vagos".
El sentido común sugiere antonomasia entre ambos términos, juego y trabajo, pero no es del todo asi: lo meramente lúdico es individualista, hedonista, y no es el objetivo de ningún juego o deporte (el objetivo es la competición, el objetivo es el triunfo). La belleza del futbol no está en la gambeta individual, realizable por el talentoso (este es el sentido aristocrático del fútbol) sino en el poder grupal, en la unión para vencer, justamente, lo imprevisible. (Resulta demasiado obvio decir que el futbol es un juego grupal, pero a la vista de los discursos hegemonicos es evidente que se ha olvidado, banalizado por repetición).
Este fútbol humanista, ¿cómo puede ser el causante de todos los males? La sensación impera: quienes señalan a este futbol culpándolo, son quienes con agenda secreta protegen un futbol desorganizado, individualista, son los beneficiados por un futbol donde prevalezca lo impensado. La aristocracia seguirá gobernando este juego si no existe una unión de seres menos privilegiados que basándose en su fraternidad y esfuerzo proponga batalla.
La paradoja final está dada por la insistencia de la aristocracia en que el fútbol es un mero juego, un divertimento vacío. Es posible que así sea (es posible que todo sea así), pero sin embargo lo que queda expuesto, desnudo en ese enunciado es: si se trata meramente de un juego, ¿por qué es tan inmoral querer ganar? ¿No se trata, al fin y al cabo, del objetivo del juego? ¿Por qué se convierte en una cuestión moral, en avaricia, querer ganar, si se trata simplemente de la regla principal explicitada en cualquier competencia, si se trata justamente de un juego donde la competición no implica ambicion desmedida o destructora sino parte, sencillamente, del juego? Ellos son quienes ideologizan el futbol, para beneficio propio, convirtiendo toda práctica que atente contra sus intereses y su status quo en práctica inmoral. 

domingo, 3 de abril de 2011

Cómo influyen las elecciones de los medios

Siempre es mayor el espacio dedicado a los clubes capitalinos en los diarios “nacionales” (es decir, capitalinos). Por mucha especulación que se haga, el motivo principal es un evidente beneficio económico que trae la promoción de equipos con una masa de hinchas grande. Desde ya que esa masa de hinchas se encuentra directamente relacionada a la difusión que dan los medios grandes a dichos equipos, formando así la opinión de todo el país. Una opinión centralista para un país absolutamente centralista, con un interior sin voz ni voto y con un centro del país que quiere apropiarse culturalmente cada vez más de los márgenes.
A fin de cuentas, se trata de negocios. El escudo de supuesta objetividad es absolutamente insostenible desde que uno abre el diario y lee apenas una columna de su equipo, aunque vaya puntero, y se coma dos, tres páginas con notas sobre los equipos capitalinos y sus internas. Para colmo, a uno le terminan interesando, lo cual demuestra la influencia que tiene sobre nuestro subconciente la constante exposición a conflictos absolutamente ajenos a nuestro club (y más aún, a nuestra vida real). Si esta fachada no fuera defendida con tanta fuerza a pesar de la clara agenda que manejan los medios grandes (y también la televisión, que incluso desde programas que anuncian en coro que darán el mismo espacio a todos invaden nuestra pantalla de información capitalina) no habría nada malo en esta práctica, una obvia práctica comercial donde una empresa hace lo que le conviene. Absolutamente lógico. (No vamos a entrar en la responsabilidad de los comunicadores sociales porque a esta altura resulta evidente que el periodismo es corporativo y no social).
Arrancó el torneo y el candidato de los medios era Racing, que a pesar de una marcada irregularidad arrancó con una voracidad ofensiva que no hacía del todo injustificada la candidatura. La cobertura, sin embargo, con apenas cinco fechas de recorrido, fue sin dudas exageradísima: notas constantes a jugadores, declaraciones altisonantes en primera tapa (“somos el Barcelona de Argentina”, tiró Yacob) y el drama del mártir Gio Moreno (que se lesionó por querer devolver una patada, y no porque le hayan pegado) quien protagonizó dos notas cuando ya se había quedado afuera, declarando que sentía lástima porque iba a ver campeón a Racing desde afuera. Un festín si le sumamos a todo esto la imagen de mártir que carga Racing como equipo.
Pero Racing cayó, víctima de su propio verdor y candidez, y entonces los medios se apropiaron de un nuevo equipo para vender: River. Por supuesto, sus métodos no fueron cuestionados moralmente, como se hace cada vez que un equipo chico llega a la cima (si llegó tiene que ser con trampa). De hecho, hasta se destacó que este River “también defiende” (a modo de justificación, porque para la prensa bienpensante el puntero debe atacar y ser “osado”), en lugar de decir que, en verdad, más bien “también ataca”. En otras palabras, se acomodó el actual River, utilitario, al paladar “de la gente” con un par de eufemismos y sin nada más, porque después de todo que los grandes estén arriba no hace falta justificarlo, es “natural”.
De los equipos en serio, ni noticias. Vélez se viene como una tromba participando de dos competencias, y es el equipo más coherente del fútbol argentino. Estudiantes, que tras la salida de Sabella ha perdido un poco el rumbo de su proyecto, sigue prendido también en ambos frentes, con dificultades a pesar de las cuales le alcanzan dentro de la mediocridad de un torneo que tampoco se señala como suele hacerse, porque, claro, los que están arriba son los capitalinos. Hace días fui testigo de un singular episodio en TN: se presentó el ranking de clubes a nivel mundial, pero la noticia era el puesto de Boca (quichicientos) y no que Estudiantes, hace tres años, no sale del top 10 de una lista que incluye al Inter, al Barcerlona, al Manchester… Apenas una mención al pasar a Vélez, y de nuevo a hablar de cómo ha perdido lugar Boca. Lamentable que el fútbol se mire desde esta óptica absolutamente parcial, que limita y moraliza el debate tremendamente, que proponen los medios por conveniencia y que se compra como si fuera la única verdad del fútbol.

viernes, 1 de abril de 2011

Cinco grandes y dos gigantes

Llegará el momento que se haga un sinceramiento en el futbol argentino. Siempre se ha hablado de cinco clubes grandes (River, Boca, Independiente, San Lorenzo y Racing) e incluso en años anteriores se ubicó a Huracán en ese selecto grupo. Había razones de títulos, público, permanencia en Primera División y jugadores en la selección argentina.

Hoy está claro que la situación es bien distinta. Al deterioro deportivo de los más poderosos se le agrega el esplendor que viven Vélez Sársfield y Estudiantes de La Plata. Campañas que los han posicionado en lugares mucho más altos que el resto. Campeonatos locales y copas internacionales han quedado en sus vitrinas. Pero hay un dato espectacular y conmovedor, al mismo tiempo. Cuando Juan Sebastián Verón decidió regresar a Estudiantes, se fijó como objetivo ponerlo otra vez en el primer plano local y en el exterior. Con Diego Simeone como un entrenador distinto y sorprendente y la capacidad de los buenos jugadores que poseía, le arrebató de atropellada el campeonato Apertura 2006 a Boca en un recordado desempate, aprovechando la defección del multicampeón que había armado Basile y que no supo conducir La Volpe.

Desde allí hacia adelante, hubo Copa Libertadores, una final perdida por un pelito con el increíble Barcelona, un nuevo título y el actual liderazgo en el fútbol local y la clasificación temprana para la segunda fase del torneo continental. Hicimos un trabajito sencillo que demuestra el concepto, que para eso sirven los números.

Tomando la iniciativa de sumar los puntos conseguidos por los equipos que han disputado los últimos nueve torneos y las fechas del actual certamen, confeccionamos una tabla general. Y se hizo desde el Apertura 2006 que fue el momento en el que Juan Sebastián Verón volvió a Estudiantes. En esa suma de puntos hay una realidad demoledora: Estudiantes 338 puntos, Vélez 296, Boca 293, San Lorenzo y Lanús 289, River 264, Argentinos 253, Independiente 247, Newell’s 245, Arsenal y Banfield 244, Colón 238, Racing 228 y Gimnasia 190.

En resumen: Estudiantes le lleva un torneo completo a Vélez (42 puntos) y supera por 45 unidades a Boca, por 49 a San Lorenzo y Lanús, 74 a River, 91 a Independiente, 110 a Racing y 148 a Gimnasia La Plata. Impresionante. También asombra la regularidad de Estudiantes: en los nueve campeonatos cortos nunca bajó de los 28 puntos. Haciendo un corte global, si tenemos 338 puntos conseguidos en 178 partidos jugados, eso significa 39 puntos por torneo. Y con 39 puntos se sale campeón o segundo.

Si lo ubicamos desde el lado de Vélez, que realizó una cantidad menor de contrataciones que Estudiantes y priorizó a muchos jugadores de sus divisiones menores en estos años, tenemos una ventaja mínima del Fortín sobre Boca, San Lorenzo y Lanús, pero una apreciable ventaja encima de los otros grandes: 22 sobre River, 49 más que Independiente y 68 más que Racing. En los últimos años renovó su estadio, posee instalaciones únicas en la Argentina para entrenamiento y concentración y mantiene la cotización y alto rendimiento de sus futbolistas.

A la gran cosecha de puntos los dos gigantes le han sumado una política acertada en materia de ventas y contrataciones. Para citar algunos ejemplos, Estudiantes dejó ir al goleador Boselli, a Clemente Rodríguez, José Sosa, Angeleri y Cellay en la última temporada y ahora se quedó sin Marcos Rojo y ya transfirió a Federico Fernández. Vélez hizo lo mismo con Somoza, Cristaldo, Rolando Zárate, Rodrigo López y Leandro Caruso. Mal, no les va. Acierto dirigencial, instalaciones adecuadas, apoyo societario, buenas divisiones inferiores, compras que no fracasan y ventas que no se extrañan. Recetas, modelos, para dos gigantes.


Por Alejandro Fabbri para 442