miércoles, 3 de agosto de 2011

Pachorra

Desembarca la escuela pincharrata en la Selección. Pachorra, tipo de una sensatez mayúscula, que convence sin gritar, sin golpes bajos, desde el laburo meticuloso y un profesionalismo que no se negocia. Frontal y fuerte, la Selección necesitaba menos vedetismo mediático, menos discurso altisonante y más laburo sobre lo concreto, sobre el fútbol. Vuelve la pelota parada. Vuelve el bidón. Vuelve la febril obsesión por controlar el caos, el estudio meticuloso de las fortalezas y las debilidades del rival. Vuelve la pizarra mágica, el bidón, las cábalas. Vuelven los planteos inteligentes, y que digan lo que quieran. Se acaban los tiempos del humo: después de un largo rato sin rumbo ni proyecto, llega Alejandro Sabella a la Selección.

Su arribo se da en tiempos complejos, en el medio de una ola tsunamiesca de mierda, con una AFA más débil que nunca desde lo económico y desde el liderazgo cada vez más cuestionado del invernal Pope (aquí en una de sus últimas decisiones atinadas), llega Pachorra. Tarea difícil, cambiar el presente deportivo sin que cambien las putrefactas estructuras. Pero Sabella es un hombre de convicciones fuertes: no se dejará atropellar por los medios o los Condes de Viamonte. Ojalá pueda imponer su revolución desde adentro y devolverle dignidad a una Selección pesetera, tribunera, livianita y canchera: todo lo malo de ese estereotipo del argentinismo, todo lo contrario a lo que representa Alejandro Sabella. Razón por la cual volveremos a sentirnos argentinos al ver una Selección que no vende humo, que no come vidrio, que labura con coherencia y busca los resultados adentro de la cancha, con sacrificio, con orden, con inteligencia, y no afuera, en los titulares de los diarios.

Pachorra laburará para conseguir un equipo tácticamente versátil, equilibrado, que sepa cuando y cómo atacar, cómo pararse en la cancha sin desprotegerse, que sepa responder a las circunstancias sin regalarse. Un equipo inteligente: porque Sabella es ante todo un DT formador, que involucra al jugador en las decisiones en lugar de bajar la línea pretendida a los gritos o a puro titular. Esa confianza en la capacidad del jugador, ese involucrarlo en el trabajo, sin dudas traerá réditos a un equipo que se caraterizó a menudo durante estos años por ser un cúmulo de desordenadas voluntades individuales.

Pero haga lo que haga Pachorra, damos por descontado que, con el desembarco albirrojo en Ezeiza, llegarán las críticas vacías del periodismo arlequín ante el primer desliz. Agazapados como siempre, envidiosos o sencillamente deseosos de ocupar el centro de la escena sin merecerlo, la escuela del humo intentará minimizar las victorias, y magnificará cuestiones aleatorias como “la estética” y “la nuestra”, esa falsa identidad de la vagancia. Dueños de los medios, vaticinarán catástrofes sin recordar del cataclismo del que veníamos y sin importar los logros conseguidos. Sin dudas inflenciarán a muchos que se creen progresistas, bienpensantes, pero aprecian el fútbol a través de una lógica que permite el dominio hegemónico. Entonces, cuando una vez más asistamos al festival de discursos mentirosos y vacíos como promesa de político (¡no más hambre! y ¡fútbol bello para la humanidad! son apreciaciones pronunciadas sin más fundamentos, para ponerse del lado de los buenos), entonces seremos una vez más nosotros: solos contra todos.

Llega Pachorra, quien recuperó la mística, quien controló a las fieras pincharratas y las condujo a la gloria, quien venció en el mismísimo corazón de Brasil, ante innumerables adversidades. Quien puso de rodillas al gigantesco Barcelona con un equipo con mil inconvenientes, quien relegó al segundo lugar a un lujoso Fortín a fuerza de inteligencia e innovación, consiguiendo una nueva revolución táctica que todos imitan hoy. Llega Pachorra: el oasis en este desierto que estalló en estas semanas. El motivo por el cual podemos volver a creer en la Selección.


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