domingo, 14 de agosto de 2011

Futbolización de la política

“Les rompimos el orto” (a los propios argentinos). “La tienen adentro”. “Te querés matar”. Política modelo siglo XXI.
No se tratará este breve ensayo de una disertación sociológica. Más bien es un comentario, casi desde el sentido común: cuando la política se torna futbolística, cuando se alienta a los candidatos en los actos, cuando se hincha por políticos con la misma irracionalidad y falta de elección con que se hincha por un equipo de fútbol, “en las buenas y en las malas”, porque tu viejo o tu vecino te hicieron hincha y no se cambia,  no estamos ante señales de una popularización saludable de la política. Por el contrario, entonar cánticos contra el partido opositor puede parecer súper chévere, puede hacer que los jóvenes se sientan parte de una marea que cambia la historia, pero en verdad se trata sencillamente del entonamiento de eslóganes simplistas, cantados sin reflexión, que convierten al opositor en enemigo. No hay debate político, no hay ideas valiosas de sectores divergentes o apartidarios. La política es ser parte de un partido político “cueste lo que cueste”. La cultura del aguante irrumpe en el primer plano de la política argentina, aunque en rigor de verdad siempre se han utilizado a las masas para extorsionar. La fuerte presencia de barras bravas en la política desde el golpe militar es una contundente prueba de ello.
Todo esto sucede en un momento donde los políticos de todos los partidos se jactan de haber puesto fin a una década de vaciamiento y la banalización farandulesca de la política (la primavera menemista). Es cierto que hay cierta renovación en la política. Se han modificado leyes añejas, y se ha dado por fin lugar a la juventud. Pero los jóvenes llegan a la política sólo si se transforman en meros hinchas que apoyen esas leyes (porque, al final, la movilización de masas es una cuestión de ostentación de poder). Y que alguien sea hincha de un partido politico no invita precisamente a la reflexión política. Esta postura irreflexiva lleva a la constante confrontación a la que asistimos hoy. Allí también hay otra forma de vaciamiento de la política. Los intelectuales, hoy parte fundamental del aparato para atraer nuevas adhesiones a partir de la supuesta idoneidad de sus ideas, aportan su granito al promover desde su lugar no al debate o a la conciliación, sino a la riña constante.
La política siglo XXI no cree en debates, sospecha de la palabra, elemento de duda y cuestionamiento. Prefiere la verdad, y el mito funciona como una forma inamovible de verdad. La construcción de los mitos, por supuesto, se hace a partir de la publicidad: no importa verdaderamente la agenda o el ideario (si la hay) de un político, sino su imagen, el mito construido alrededor suyo. Binner, por ejemplo, se transformó casi irreflexivamente en el candidato de la clase media bienpensante, la centroizquierda. Duhalde intentó explotar por última vez su veta de salvador de los argentinos, sin éxito. Los K, inseparables Cristina y Néstor en la mente de la juventud, construyeron algo aún más fuerte que el mito, más primitivo, más profundo: el ícono. Detrás de la historia de una vida entregada por el país, se resignificó el ícono del Eternauta para apelar a las masas sin palabras, sin discursos, sin riesgo de discusión: Néstor es el Eternauta. Un triunfo del marketing.
En este contexto no extraña que las victorias políticas sean festejadas como si de títulos se tratara. Búnkeres bailando, dedicando la victoria a los putos de, y siempre la frase: es el triunfo de una manera de hacer política. Que es siempre la misma, gane quien gane. Para acaparar poder es necesario vaciar la política y rellenarla de mitos que guían, mitos que pueden cantarse, que pueden verse, que no tienen por qué explicarse. Se trata de una pasión.

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