Cayó el equipo más emotivo de la temporada,
un equipo joven, tempestuoso, milagroso y corajudo que dirigidos por un Bielsa
en su mejor faceta, la de formador, consiguieron pasar de un simpático anonimato
a una final europea.
Pero el argentino tiene una tendencia
enfermiza a la antinomia, y enseguida adjudica el triunfo a la trampa, el
antifútbol: los de Simeone se defendieron y pegaron de contra mientras los de
Bielsa “dignamente” fueron al frente. La realidad, sin embargo, señala algo
diferente: porque el equipo del Cholo goleó y pudo haber hecho más de tres, y
fue mucho más peligroso que un Bilbao que tuvo un mano a mano (0-2) y un tiro
en el travesaño (0-3) ¿y cuanto mas? El Atlético de Madrid salió a la cancha a
hacer el juego que más le gusta y más le convenía, y fue el dominador del juego
aún sin ser el dominador de la pelota, porque dispuso lo que se hacía en la
cancha. Hace unos meses había dicho ya Simeone que la tenencia de pelota no le
interesaba, que se trataba de algo estadístico. Lo de ayer fue una demostración
de que no existe una sola manera de jugar a la pelota, y mucho menos una forma
moralmente superior: no hubo nada indigno en el fútbol del Aleti, que hasta se
floreó.
EL PLAN PERFECTO
El Bilbao, en tanto, cayó en la trampa
eterna en que cae Bielsa: su juego es de una intensidad feroz pero también
predecible, unidimensional. Salió a hacer lo que todos, incluidos DT y
jugadores rivales, sabíamos que iba a hacer: dejar jugar al Bilbao como quiere
no es malvado, sino tonto. Por supuesto que el juego del Bilbao, sobre todo
debido al convencimiento de los dirigidos del Loco, es peligrosísimo aún cuando
se conoce el plan de juego: hay que bancar ese ida y vuelta, esa fuerza. Pero
esta vez le salió todo redondo al Aleti. El equipo de la capital esperó atrás
para pegar de contra con sus letales delanteros, y cuando ya se veía que el
plan marchaba, el gol tempranero del Tigre Falcao dispuso un escenario
absolutamente favorable para la estrategia del Cholo. El Bilbao se perdió en
tres cuartos de cancha, enmarañado entre piernas enemigas, y dejó
peligrosamente lejos a su defensa, con mucho campo para Falcao, Diego y la
banda del Aleti: también ellos estaban convencidos en el plan perfecto de Simeone,
y lo ejecutaron como asesinos impiadosos, como tiburones que huelen sangre,
como campeones, que son los que no fallan, los que tienen la mirada altiva
cuando no hay margen de error. Fueron tres, pudieron ser más, contra apenas un
par de centros bilbainos que más que llevar peligro, lo insinuaron.
El 25 de mayo, como consuelo para ellos y
varios de nosotros, habrá revancha para el Bilbao, en la final de la Copa del
Rey, nada menos que ante el Barsa: los de Bielsa enfrentarán ahora sí un equipo
que intercambiará golpe por golpe garantizando una final reñida con goles y
emoción. Con el diario del lunes, los de Bielsa parecen tener más chances ante
el blaugrana que ante el Aleti: el equipo de Simeone, bastante ninguneado a
pesar del equipazo y un buen andar en la Liga (en parte, por el magnetismo del
Loco y los suyos), siempre supo lo que tenía que hacer, porque siempre supo lo
que haría el Athletic. Sin dudas a veces la obstinación de Bielsa le juega en
contra: su obsesión casi romántica (romántica ahabiana, del barco contra la
ballena, no romántica florida) con ir al frente tropieza siempre con este tipo
de piedras. Pero mal no le va: al mérito del Loco, que llevó a una banda
desconocida a sentirse imbatible, no hace falta adjetivarlo. Y habrá revancha
para los bilbaínos que enamoraron con su entrega y conmovieron con su llanto: y
no sólo la del 25. Son jóvenes y serán protagonistas.
Hubo un gran campeón y un señor segundo,
hubo gloria para uno y honor para otro. Y listo: no hace falta, ante
demostraciones de la maravillosa diversidad del fútbol como la de esta final de
Liga de Europa, en el día en que han aprobado la ley de identidad de género en
el país, discutir argentinidades retrógradas.
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