jueves, 23 de junio de 2011

Cappa

El "filósofo del fútbol" habla poco de fútbol. Suele discurrir durante horas sobre su concepción cerrada del juego, pero nunca durante esas conferencias de prensa auto-indulgentes vuelca conceptos verdaderos. Cuando el otro gana, ha sido por suerte a veces y, más a menudo, por un juego moralmente deplorable. Este hombre de bigote suele referirse a estas prácticas como "fútbol de derecha", "que solo juega para ganar" y no "para la gente". Por supuesto, más allá de la falta de respeto (y de humildad) a los modos distintos de apreciar y jugar un deporte (que como todo deporte se juega para ganar), un fenómeno que ya hemos tratado en estas páginas, la muletilla "para la gente", es totalmente manipuladora: se gana al proferirla el favor del periodismo progresista, que a su vez moldea la opinión del grueso del público. 

De ese modo Angel Cappa, el hombre de izquierda que cobra por derecha y vive en Madrid, el amigo del cómplice de Videla, ha conseguido muchísimo laburo a pesar de sus logros más bien escasos. Ayudó a revivir la siempre vendedora pelea entre lo pragmático y lo bello, y, en definitiva, pregonar un fútbol que favorece absolutamente el status quo, la prevalencia de los grandes por sobre los chicos, la prevalencia del fútbol de las estrellas individuales por sobre el fútbol de la fuerza colectiva. Un fútbol, absolutamente, de derecha, ya que al parecer hay que ponerle una etiqueta dicotómica a todo.

Y un fútbol, a la vez, vacío conceptualmente. Porque si bien existen equipos que, gracias a la fortaleza de sus billeteras y al atractivo de sus vidrieras, han mantenido una identidad (cada vez menos fuerte) de "paladar negro", estos han tenido en la cueva verdaderos picapiedras pegadores que han serruchado con la impunidad de jugar en un grande. Porque Boca no juega bello, y porque el Barcelona labura, presiona, muerde, marca, y también enfría los partidos (es decir, porque saber defender es parte de jugar buen fútbol). Pero sobre todo porque el concepto de estética no tiene por qué regir el deporte, que se basa en los resultados. Angelito no tiene un pelo de tonto, y aunque cree profundamente en la mentira que pregona, a la vez utiliza su imagen pública filosofal y su gusto por un fútbol bello y bueno para ocultar la miseria de su fútbol. A través de un discurso florido, arrogante, minimizador del rival y absolutamente pretencioso, acomoda la realidad de su fracaso a una fantasía bonita y empaquetable para la venta. Un discurso que devora el establishment periodístico, que por un lado vende espectáculo y no análisis deportivo (fútbol bello y no partidos de uno a cero) y por el otro sabe, aunque sea subconcientemente, que este fútbol es en realidad inofensivo para el fútbol grande del país, que es el fútbol que vende diarios.

Un discurso que, desglosado mínimamente, deja de manifiesto una absoluta unidimensionalidad, una creencia absolutamente ingenua y talibán, un discurso sin análisis profundo de lo ocurrido en la cancha, que decora cualquier resultado con citas absolutamente obvias y vagas sobre la cultura (se nombra a García Márquez, a la ópera, a Benedetti o a Borges de modo absolutamente superficial, demostrando ningún conocimiento en la materia que pregona más que el necesario para cancherear con lo culto cree ser, perfil seudofilosófico que tan atractivo resulta a los muchachos de los diarios y que le sirve para vender humo "con autoridad") y con frases bonitas que se vuelven excusas a la segunda o tercera derrota encadenada: en definitiva, siempre el rival fue malo, no dejó desplegar “el fútbol que le gusta a la gente”. Excusas, puro humo.

Desde su refugio madridista tiró Angelito, siempre amigo de los medios: “Rememorando el título de una maravillosa obra de Gabriel García Márquez, lo de River fue una muerte anunciada”. No nos detengamos en la cita absolutamente obvia y chota, o en el esnobismo florido de la frase para decir una pavada que podría haberse dicho sin el cultismo barato. Detengamonos en la absoluta falta de autocrítica, la absoluta caradurez que tiene este tipo, para salir a hablar en este momento: tiene responsabilidad puntual en el presente de River (fue su último DT e hizo una pobre campaña), y elige lavarse las manos haciendo referencia a la debacle institucional millonaria. Y sale a hablar en un momento donde solo puede hacer daño, con una inocencia que hace pensar que realmente el bigote que pregona la mentira no se enteró de que los últimos tres equipos que dirigió están en promoción o descenso, todos por responsabilidad directa de su dirección técnica. Porque el miércoles, horas antes de la debacle riverplatense (con la habitual carga de violencia y llanto que conlleva cada frustración millonaria), se disputaba la Copa Angel Cappa, entre Huracán, que luego de salir segundo fue último (campaña 2009), y Gimnasia, equipo que agarró luego de dirigir River, con magrísimos resultados (algo así como el 23% de efectividad), para ver quien descendía. Y a pesar de todo esto, al tipo lo llaman, le piden notas, lo contratan para dirigir. Impresionante, verdaderamente, el poder del discurso y la mentira para dar forma a las opiniones y moldear la realidad.



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