viernes, 11 de marzo de 2011

La dominación simbólica

La propagación de los valores aristocraticos se hace siempre “en nombre de los intereses del pueblo” o, mas sencillo, “por la gente”[1]. El futbol no esta exento, y bajo la muletilla “el futbol que le gusta a la gente” se fuerza a la sociedad a asimilar los propios conceptos que los someten. Pensamos que si jugásemos realmente bien, de modo artistico, podríamos ser dignos y competitivos: por supuesto es una falacia. Eso es lo que pensamos desde nuestro punto de vista establecido (de establishment), hegemonico, y es desde ya un modo ingenuo de ver lo que en realidad es un espiral de polarización de la riqueza, los recursos y la dominación.

Esta dominación simbólica que deviene material se perpetúa a partir de la culpa que genera no ser "dignos" en el "arte" del fútbol, habitual proceder de los sometedores (incluso de los abusadores). La culpa empuja al club chico a la autonegación de sus posibilidades (es decir, a mantenerse sumiso e indigno) y aceptar toda penuria que corresponda a su estado dominado (desde la explotación de sus divisiones inferiores hasta las derrotas constantes y la falta de competitividad) por su "indignidad". También empuja, claro está, a intentar ser digno y caer en manos de quienes más recursos manejan y, por ende, más se benefician cuando el juego se torna acerca de las individualidades. 

 La operación incluye la condena y expulsión del otro futbol: se convierte en el anti-futbol, el no-futbol, y esta condena, por un lado, veda la utilización de estos métodos “anti” y genera, por el otro, una confrontación fuerte. El enemigo se vuelve rápidamente igual de fundamentalista y entre ambos alimentan el fuego de un deporte ya tensionado por los tiempos y las presiones del dinero y el éxito, y las presiones sociales que sufren las hinchadas: las tensiones seculares se transforman, mediante la inserción de esta falsa dualidad ideologica, en tensiones propias del deporte que deben defenderse como se defiende a la madre.

Por qué hablamos de falsa dualidad ideológica? Porque es evidente que el modo de jugar promovido desde los medios masivos no es el que ha aplicado históricamente la aristocracia, que ha sido, históricamente, el ejemplo que demuestra la eficacia del fútbol-espectáculo. Si hoy por hoy quienes mantienen estas posiciones pueden decir, oportunistas, que haberse desviado del camino ha llevado a los grandes a su calamitoso estado, no hace falta más que inquirirles sobre el actual estado de Huracán, de maravilloso despliegue estético en el primer semestre de 2009 y descenso en el horizonte apenas dos semestres más tarde, para hacerlos ver su contradicción y, de paso, hacerles notar que el "estilo" de juego, centro de todo debate, es solamente la punta del iceberg. En cuanto a aquellos grandes equipos del  fütbol de antaño: pegaban patadas a lo loco (todos recordamos a los históricos y número cinco o centrales de Independiente o River), y lo que es peor, lo hacían amparados en ser jugadores de instituciones capitalinas que, por cuestiones ya tratadas, no recibían la misma pena (ni, claro, sus patadas recibían la misma relevancia en los medios: no es lo mismo pegarle a un equipo que transita el bando de la justicia que pegarle a un equipo que transita el bando de la fealdad, acto más que justificado, pareciera). La historieta del paladar negro comienza a disolverse si revisamos los verdaderos criminales que operaban de guardaespaldas de los equipos capitalinos, que hasta el día de hoy no son considerados "mala leche" sino "pintorescos". Todos los equipos ganadores saben que a veces hay que defenderse y raspar, y si no que le pregunten a Boca (que desde ya, jamás nadie considerará "antifutbol": serán llamados "sólidos", "inteligentes", etc.). El "tiki tiki" es para pasar el rato.

Los enemigos del estado han sido históricamente medidos mediante esta vara ambigua y acomodaticia. Estudiantes fue siempre sinónimo de maldad, inclusive cuando desplegaba un fútbol virtuoso, con tres volantes ofensivos y exquisitos, halla por el 83: la pelea por el título con Independiente, equipo que como todo capitalino manejaba grandes talentos y grandes rústicos también, se construyó en términos de "los buenos vs. los malos", pero no reflejaba en absoluto lo que se veía en las canchas (dos grandes equipos compitiendo con similares modos). En aquellos tiempos sin televisación era bastante más fácil, parecería. Sin embargo, la interpretación se antepone a todo, incluso a la evidencia empírica. Por ello, tras el partido entre el club de La Plata y el Barcelona, nadie habló de la patada que debería haberle valido la doble amarilla a Messi (autor en definitiva del gol). La opinión pública, de análisis absolutamente liviano, se concentró en las armas utilizadas por Estudiantes: no solo eran indignas (nadie consideró que jugaban un humilde equipo sudamericano contra el mejor de la historia) sino que encima eran las causantes de su merecida derrota, no por el juego (que nadie se molestó en analizar, pero en el cual Estudiantes consiguió anular al equipo blaugrana, en detrimento de su estado físico y, en toda la segunda etapa, sin ver la pelota), sino sencillamente por haber incurrido en semejantes indignidades. Discurso absolutamente ingenuo, proferido por personas que no se daban idea alguna de la magnitud de las diferencias de fuerza o del tamaño del esfuerzo realizado por aquel equipo para igualar las condiciones y estar a dos minutos de quedarse con todo.

Peor resultó el bombardeo mediático tras la eliminación del equipo de los buenos en manos del Inter de los malos. Nadie se encargó de recordar que el Inter vapuleó al Barsa en Italia y que en España el equipo de Mou jugó siempre con uno menos, en una mezcla de localismo, defensa del interés hegemónico y artimaña circense (válida pero, no se trata de una indignidad) del jugador barcelonés para fingir un codazo y hacer echar a Motta: las mañas del equipo inmaculado son obviadas, no merecen opinión (del mismo modo que no merecían opinión las patadas de Schiavi, Astrada et al).

Todas estas opiniones de importante miopía parten desde la necesidad de tranquilidad. El Barcelona es hoy el estandarte del orden ideal que defienden quienes son sometidos ("self-appointed defendors") por la apreciación hegemónica del deporte. Una derrota suya implica una ruptura del orden, que debe ponerse en su lugar, al menos, desde lo discursivo. Se trata, meramente, de buscar el modo de poder quedarse tranquilos, conformes con el estado de cosas, con que en el fondo, es justo. Un discurso verdaderamente sumiso.



[1] Sirve e ilustración el ejemplo de la señora que invita gente a comer todos los mediodías: a menudo hace preguntas atroces (por ejemplo, le preguntó a Piazza si el matrimonio gay no iba a generar casos de abuso en los niños) amparándose bajo una de sus muletillas preferidas: "Yo pregunto porque la gente quiere saber", suele avisar antes de inquirir una barrabasada. 

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