martes, 8 de febrero de 2011

De mañas y arbitrajes

Los discursos son tendenciosos, y no caprichosamente. Es un hecho histórico que equipo que molesta es tildado, desestabilizado mediáticamente, como el anti-futbol: se niega, directamente, que su estilo pertenezca al futbol, se lo trata de indigno, de tramposo. No se trata de una conspiración, repetimos: simplemente, los intereses de los clubes hegemonicos son los intereses de los medios porque se recauda mas con sus victorias. El bombardeo mediatico de discursos parciales que tienen como intención negar al peligroso equipo molesto, ha generado, a partir de un trabajo de décadas, nociones instaladas de apreciación del juego, a partir de las cuales se hace un análisis natural, que se cree objetivo y racional, del deporte. Este análisis esta sesgado de un modo mucho mas sutil que la verborragia obviamente fundamentalista de Pagani, esta estructurado en el cerebro y correrse medianamente de la lógica hegemonica es prácticamente imposible, pues se encuentra fuera del rango de posibilidades de pensar, fuera de los casilleros mentales, del paladar construido.
Por este motivo, las mismas practicas tramposas son llamadas mañas cuando las ejecuta un equipo hegemónico.
En principio, entonces, definamos el término para no caer en inexactitudes o juicios caprichosos: las mañas son modos legales no habituales de conseguir algo. Son formas de la inteligencia, recursos para conseguir resultados que por “naturaleza” (recordemos siempre que se trata de una construcción) serian imposibles. Las mañas juegan con la legalidad solamente en el discurso: los reglamentos no mencionan ni que sean legales ni que sean ilegales, pero el discurso las condena (o las aplaude, porque cuando las ejecutan los grandes son rasgos de picardia y experiencia). Las mañas son técnicas no aprendidas en los entrenamientos (hemos ya hablado de este tema: los entrenamientos no enseñan lo que deberían por prejuicio, y técnicas para ganar la posición, generar fules o aguantar la pelota solo se adquieren a través de la experiencia).
En ese sentido todo equipo tiene mañas, modos de alcanzar el resultado que no tienen que ver estrictamente con lo técnico (porque no es practicado, y no porque no sea una técnica) sino con lo técnico ligado a la inteligencia, que es la que permite liberarse de ciertos prejuicios y conseguir a partir del ingenio beneficios de situaciones adversas “naturalmente”. Los puristas del futbol piensan que juegan un futbol impoluto de estas trampas, cuando en realidad en sus equipos juegan siempre viejitos piolas, manejadores de árbitros, cuando en realidad mientras sus defensores tienen carta blanca para pegar, sus delanteros son maquinas de la victimización que fingen foules y reciben penales de regalo.
No merecen, futbolísticamente, mas análisis que este las mañas, a las que se les ha dado un rol demasiado preponderante desde los medios (para deslegitimar los triunfos de los chicos) y, como consecuencia, han sido adoptados por los clubes pobres o como culpa (de utilizarlas como recurso), que no es sino el reconocimiento sumiso, resignado de su distancia con los grandes, de su condición de chico; o como valor, rebeldía pura que resignifica aquello de lo cual se lo acusa. Aun asi, no debe edificarse la contrahegemonia en mañas, complementos naturales de la estrategia y del deporte demonizados que no deben ser nunca mas que complementos: la viveza nunca debe ser el eje, porque sino se sigue cayendo en la improvisación y la mistificación, en lugar de planificarse un modo colectivo (y no individual) de superar los obstáculos (modo que siempre incluirá el mañoso proceder).
Pero sí nos sirve la categoría, ambigua y abarcativa, cuando analizamos la apreciación del futbol. La tendencia a ver el futbol a partir del paladar aristocratico, que se legitima queriendo igualarse a las bellas artes, desde ya provoca un fuerte rechazo a este tipo de estrategias que juegan con los límites de la legalidad. Sin embargo, su apreciación hipócrita esta a la vista: mientras los jugadores que manejan a los árbitros son vistos por los medios como experimentados y sabios cuando participan de los clubes hegemonicos o aquellos que simpatizan con su ideología; de la misma manera los jugadores habladores son tramposos, mañosos, cuando participan de equipos chicos y ponen en riesgo, con sus estrategias, la pirámide hegemonica. Del mismo modo desigual se analiza a los equipos: mientras unos son solidos, los otros son defensivos; donde unos son inteligentes, los otros, tramposos. Lo que se juzga no es la acción en si (de hecho es imposible analizar la accion pura, sin un discurso que la explique, y por ende la parcialice, funcionando por detras), sino la peligrosidad.
Lo verdaderamente revelador de la categoría, sin embargo, no es esta practica discursiva común, que tiñe todo lo futbolístico: son sus alcances, sus efectos inmediatos, concretos. Porque los arbitrajes no son, al menos en la mayoría de los casos, parciales por corrupción: lo son porque están inconcientemente atravesados, como todos, por el poder hegemonico. Creen leer con objetividad a las jugadas, pero deciden castigar con amarilla o “dejarla pasar” porque inconcientemente, gracias al descripto trabajo de bombardeo mediatico y a las posiciones heredadas, arraigadas, tienen ciertos conceptos de los jugadores y de los equipos sin percibirlo de modo conciente, conceptos que inciden, que tiñen sus decisiones. Entonces, donde un jugador de equipo grande (pongamos, por caso, Almeyda) “llego tarde” (pues no hay modo que un jugador de River conciba dañar a un rival sabiéndose superior, es decir, no necesitando mancillar su pureza para lograr el triunfo), otro, de equipo chico, desconocido para el arbitro, es necesariamente mala leche, sucio, pobre, ha querido herir al pobre jugador rival, por envidia, por falta de técnica y de recursos para alcanzar el triunfo de otra manera. Y también pesa a la hora de los juicios en todo arbitraje la repercusión mediática que tendrá la elección, que será “premiada” o “castigada”: cada decisión tomada en contra de un grande será analizada durante toda la semana con lupa en los multimedios, aunque se haya tratado de una decisión correcta. La exposición es el castigo y como se tiende a no analizar demasiado, sino a basar argumentos enteros en títulos de diario, el árbitro quedará, en la opinión de los medios y de la gente, como “aquel que cobró ese penal” en el Monumental. Lo cual incide directamente en su carrera: seguramente aquel árbitro tardará en volver a dirigir un partido de un club importante (y probablemente no dirija más al equipo que perjudicó), afectando su futuro. Asi se omiten penales, asi se elige en una milésima de segundo, un acto para nada conciente, no echar, no levantar el banderín.
Son dos, entonces, los modos directos en que el discurso de la trampa opera en el inconciente arbitral: a partir del necesario castigo para los “malos”, y a partir de la potencial exposición que supone castigar a los “buenos”. Descriptos estos modos, queda claro que ya no se puede hablar de igualdad de condiciones adentro de la cancha: las economias de los clubes y su poderío, las opiniones de los medios y los resultados de los partidos se encuentran asi sutil pero intrínsecamente liadas en una trama que no es conspiratoria, sino meramente conveniente.

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