sábado, 14 de marzo de 2015

Estudiants hora cero

Es el momento para Estudiantes. Es la hora clave, el tiempo de ganar o empacar. Mucha tinta se ha volcado sobre la juvenilia de este plantel, pero en este 2015, con varios refuerzos de jerarquía y experiencia (Sánchez Miño, Pereira, Domínguez, el reverdecer de Damonte) más los aprendizajes de batalla de 2014 (las victorias clásicas, las derrotas coperas, los títulos que no se llegaron a pelear), el escenario estaba preparado para la maduración.

Ahora, el momento de madurar, de crecer, ese momento que llega en la vida de todo ser humano y de todo equipo, está frente a ellos: la derrota de anoche ante Libertad lo deja obligado a no perder puntos en casa y, quizás, a tener que ganar tres de tres para seguir en la Copa Libertadores. Un escenario que obliga a algo más que solucionar cuestiones tácticas, titulares y suplentes, estrategias: es la hora de dejar de ser promesa, de dejar de ser en potencial, y ser en la realidad, mostrar los verdaderos colores de este equipo, orgulloso y talentoso, que se insinúan por momentos.
Implica un abandono de las explicaciones ante las derrotas, de los argumentos que racionalizan que es posible perder. Todos los equipos campeones de Estudiantes atravesaron el proceso de simpático contendiente a dolor de cabeza de los grandes, desestabilizador de jerarquías. El campeón de 2006 tuvo una épica Copa Libertadores previa, y la revisión de aquellos matches bañados de mística demuestran que aquel equipo era un dolor de ojos. Pero iba, iba, iba: no creía en las limitaciones que se imponían desde afuera, no dudaba de que su voluntad no tenía igual. Aquella copa fue la semilla de la fe recobrada en que Estudiantes no era, solamente, un campeón de dos generaciones azarosas.
También tuvo su momento de suerte o verdad el campeón de 2009: cayó en la final de la Copa Sudamericana 2008 y muchos olfatearon el fin de ciclo de varios históricos. Pero aquella derrota fortaleció la fe interna, de vestuario, de que Estudiantes tenía material para volver a los días de fines de los 60.
El campeón de 2010 sufrió la dolorosa caída en Abu Dhabi y un principio de año con varias decepciones (perdió la Recopa y el torneo con uno de los mejores equipos que vistieron la albirroja). Otra vez había olor a fin de ciclo, esta vez de Alejandro Sabella, que aumentaba con la fuerte desinversión que hubo para aquel segundo semestre. Sin Verón en medio torneo, y sin delantero de área, Pachorra se las arregló como pudo, el equipo se sobrepuso a todo con orgullo y gritó campeón.
Recuerdo, camino a la definición y tras haberle ganado a Independiente de modo increíble, jugando horrible y sin patear al arco, en la fecha 16, que vi el fixture y flaquié: venía Argentinos, bestia verdaderamente negra para el ciclo veroniano (el que casi lo deja sin título en 2006 y al que el Pincha solo venció en dos oportunidades en los últimos diez años), y después River afuera, donde el Pincha cuenta con los dedos de la mano los triunfos. Y en paralelo, el Súper Vélez no aflojaba.
Ante ese panorama, le comenté a un amigo que la veía complicada: había que ganarle al cuco, después a River en su casa, con el que encima jugábamos en la fecha 18, que para Estudiantes ha sido siempre negativa (incluso en 2006 y, más cerca en el tiempo, en el torneo anterior a aquella consagración, empatando ante Central). Me dijo que había que terminar con las excusas: quedaban tres partidos, y había que ganarle a Argentinos, a River afuera en la 18 y a Arsenal y dejarse de joder.
Dejarse de joder: sobreponerse a todo, porque casi todo, al final, se revela nimio, un obstáculo superable. Dejarse de joder es parte de la historia de Estudiantes: no somos un equipo que no tolere la derrota, como ocurre en Boca o River, pero sí un cuadro que se enorgullece de aprender de cada caída y engrandecerse ante las pálidas.
Es que Estudiantes no puede, como los capitalinos, revertir una crisis futbolística apelando a prestamistas generosos y bolsillos profundos: depende, mucho más, de procesos que, por emergencias y cortoplacismo, pueden verse cortados antes de florecer. Pero este no es el caso:dos dirigencias comprendieron el valor de potenciar el patrimonio, los pibes, al lado de varios caudillos, y estos chicos, con varias batallas en el lomo y la compañía de varios experimentados soldados, están listos para dar el salto.
¿Es fácil? En absoluto. El trajín es demoledor para cualquier atleta. Fueron nueve (serán diez) partidos en seis semanas, saliendo de pretemporada, con viajes a Colombia y Paraguay. Seis semanas con competencia entresemana en cinco de ellas, una tendencia que continuará con partidos en domingo y miércoles, para, recién entonces, tras un mes, tener una semana entera de trabajo. Para colmo, el experimento ante San Lorenzo mostró que a pesar de la llegada de varios refuerzos, el plantel de Pellegrino no es tan largo como para afrontar en iguales condiciones ambas competencias.
Pero alguna vez le dijo Rafael Nadal a Juan Martín Del Potro que podía ser top ten, pero para ser top tres, donde estaban Djokovic, Federer y él, había que poner un plus, olvidarse del dolor y el cansancio. Es el momento para que Estudiantes olvide los músculos agarrotados, comprenda su naturaleza fundamentalmente mental, comprenda que la historia la escribe uno y empuje los límites: si por el contrario cree, da entidad al desgaste, al dolor, a los imposibles, quedará prematuramente fuera de las competencias internacionales por el resto de este joven 2015. Es la hora, entonces, de enojarse, de rebelarse contra los mil y un obstáculos de la realidad, esa pared que constantemente niega que es posible: si me preguntaran a mí, diría que allí reside la mística.

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