La bronca se encarna en el hincha, a distancia: Estudiantes perdió al límite del papelón un partido que, en 40 minutos, parecía que iba a ser de lucha, no generó fútbol ni gol, perdió en mitad de cancha todo el tiempo con rendimientos individuales bajísimos y se comió tres en la esquiva Bombonera. La cara resquebrajada preocupa, sobre todo, porque esta vez no corre el cansancio y porque los resultados no ofrecen razones para semejante crisis de identidad: apenas una derrota con suplentes ante San Lorenzo, un empate con Argentinos de visitante y una derrota rarísima con Banfield derrumbaron la ilusión de un equipo que arrancó para llevarse todo.
El derrumbe futbolístico de la temporada se reflejó en el derrumbe dentro de los 90: el Pincha arrancó bien paradito, controlando el movedizo mediocampo de Boca (Meli, Erbes, Colazo, Pérez, mucho buen pie y velocidad), y hasta tuvo el gol. Con la fórmula pergeñada por Pellegrino, Cerutti (de arranque para consagrarse en el escenario principal del fútbol) desbordó y encontró a Viruta Vera, siempre picante, que mandó su anticipo de cabeza al palo. Iban 15.
Boca empujó un poco más, mientras Estudiantes buscaba paradito detrás de mediacancha generar algo con el Pocho. Preocupaba el delantero de Estudiantes, y también el ataque de Boca, pero nadie generaba más que algún tumulto y el primer tiempo se iba, cuando Erbes, el motor del Xeneize, se metió por detrás de la línea de medios, recibió de Osvaldo y tiró: fuerte, pero no tan esquinado, encontró mal parado a Hilario, sorprendido por la parábola.
Estudiantes se vino abajo. Al minuto Osvaldo, provocador showman, demostró que no sólo tiene olfato para saber cuándo lo enfoca la cámara y mostrar las marcas de una falta, tirar un besito a la tribuna o mostrarle el pastito a Desábato (acto por el cual amonestaron, increíblemente, a Desábato): también para mandarla a guardar en una jugada rápida que agarró mal parado a Estudiantes, luego de que Vera pisara el área mano a mano y perdiera la chance por frenarse.
Dos a cero abajo: mucho, para un equipo en evidente crisis de liderazgo dentro de la cancha. Podía trabajar el partido, correr, meter, pero cuando tuvo la responsabilidad de llevar la pelota al otro arco no encontró nunca las vías. Cerutti fue una esperanza aislada y Vera, fuego apagado por la sideral desconexión entre líneas: los encargados de transportar el balón hasta tres cuartos se ausentaron sin aviso. ¿Problemas físicos, individuales, o tácticos?
El único que se rebeló fue Aguirregaray, que, viendo como a pesar de la derrota inminente el resto del equipo seguía paradito, atado cada uno a su rol, a su banda, agarró tres o cuatro veces la lanza y rompió líneas. Incluso se convirtió en enganche, tocando y yendo a buscar, antes de perder la pelota, correr 30 metros a Erbes y, tras, tomarlo, ser expulsado.
Schunke le echó en cara la expulsión, que dejaba sin chances al equipo. Pero el uruguayo corrió de atrás al cinco contrario sin que nadie lo tome: muchos espacios y brazos demasiado bajos en Estudiantes, tras esta rachita que ya deviene en crisis, se sumaron a la susceptibilidad de Abal, quien echó al lateral sin que haya pegado una sola patada y, luego, le sacó roja directa a Auzqui (estaba amonestado) por… pasar de largo. El 7 tiró la patada pero le erró, y el juez decidió, a 30 metros de distancia, expulsarlo.
Pero de todos modos, las dos rojas eran un reflejo de la impotencia de Estudiantes. Boca tocaba y tocaba, confiado, mientras el Pincha se ponía cada vez más nervioso, incapaz de cerrar los espacios y corriendo atrás de la pelota aún con once jugadores. Por momentos durante este 2015, Estudiantes ha mostrado esa cara, un medio demasiado frágil: una picardía para un equipo con calidad en el medio como para hacer gala de la posesión y no pararse tan atrás, exponiendo demasiado al equipo cuando recibe un gol a tener que cambiar el libreto. Pero también hay un componente anímico: antes del gol, los de Pellegrino habían sido efectivos en ensuciar el partido, pero el gol derrumbó al equipo como un castillo de naipes.
Los tres goles y el nerviosismo en la cancha marcan que, oficialmente, hay crisis. Estudiantes, un equipo que se había acostumbrado a ganar, ahora se acostumbra a perder: se le escapan partidos ganados, partidos peleados y, cuando se ve en desventaja, se vuelve sumiso ante la derrota. Otro momento clave en la historia de este Estudiantes.
domingo, 29 de marzo de 2015
Se derrumba
domingo, 22 de marzo de 2015
Otro fallo del catenaccio
Estudiantes volvió a modo exasperante. Y mirá que al hincha le gusta ganar metidito atrás, pero otra vez falló el catenaccio: el Pincha pareció meterse demasiado atrás, demasiado temprano y sin necesidad (¿decisión del entrenador, de los jugadores, o necesidad?) y terminó con una derrota increíble.
Porque, con 40 del segundo tiempo en el reloj iba ganando, y terminó perdiendo ante Banfield, como local, y otra vez perdió puntos ganados. Necesariamente, algunas alarmas se encendieron esta tarde en el Ciudad de La Plata. El equipo alternativo cosechó 1 de los últimos 9 puntos (habiendo jugado dos de local), tras un arranque perfecto, y si bien faltan mil fechas y hoy el foco está en otra parte, pierde pisada: queda en evidencia que Estudiantes no tiene plantel para dos competencias, y además el equipo, lentamente, comienza a asemejarse a una enfermería.
Estos son los asteriscos que presenta la increíble derrota del Pincha esta tarde. Pero, más allá de lo que sucede fuera de la cancha, el equipo de Pellegrino pareció otra vez perdido, sin brújula, a pesar de un buen arranque. ¿Estado físico? En las últimas cinco presentaciones el equipo desinfló su juego ofensivo, y cada vez le cuesta más recuperar la pelota.
Así volvió a pasar con el equipo de Almeyda: en los primeros treinta Estudiantes ahogó a Banfield, el quitó la pelota, lo presionó y le generó varias chances de la mano de Cerutti y la peligrosidad de Auzqui, sorpresa como 9 aunque con poca definición en las chances claras que tuvo. Pero poco a poco el Pincha perdió terreno y pelota y el Taladro, vía un Bertolo intermitente y las intervenciones para cortar y salir rápido de Domingo, le llegó franco a Hilario.
Y en ese momento donde se emparejaban las cosas, apareció, de exquisito centro del Pocho, contundente cabezazo del Chavo: gol, y el panorama se aclaraba para Estudiantes.
Pero otra vez el Pincha falló en el control del resultado. Como ante Argentinos, eligió demasiado temprano el refugio cuevero, paradójicamente obligándolo a correr el doble. Le dio vida a un Banfield que inquietaba pero que asomaba con poco poder de fuego, aunque la treta, a pesar de que había forzado a Navarro a ser figura, parecía exitosa. El partido se iba y Estudiantes ganaba.
Cosas del azar, también. Te pueden empatar, pero difícilmente ganar un encuentro con cinco minutos en el reloj: hay culpa y casualidad en la derrota del Pincha, fundidos los motores, claramente, equivocadas quizás las decisiones tácticas. Estudiantes pagó carísimo desatender un encuentro que creyó ganado.
No había jugado en la segunda etapa, como indicó Desábato, pero se llevaba la victoria antes de que agónicamente Viatri empatara con una pelota suelta en el área y luego, ante un público boquiabierto, Cazares ponga el 2-1 final.
En casa no se puede perder, y menos de manera tan embarazosa. La gente siguió cantando porque entiende el cansancio y el recambio y porque agradece la noche del miércoles, pero se fue con varias preocupaciones en el anotador. ¿Qué pasa? ¿Hay que preocuparse? Mejor, ocuparse: recuperar soldados durante la primera semana larga desde febrero, revisar estrategias, actitudes y buscar el once ideal para comenzar a recuperar terreno desde el domingo que viene, ante el temible Boca en la compleja Bombonera.
Porque, con 40 del segundo tiempo en el reloj iba ganando, y terminó perdiendo ante Banfield, como local, y otra vez perdió puntos ganados. Necesariamente, algunas alarmas se encendieron esta tarde en el Ciudad de La Plata. El equipo alternativo cosechó 1 de los últimos 9 puntos (habiendo jugado dos de local), tras un arranque perfecto, y si bien faltan mil fechas y hoy el foco está en otra parte, pierde pisada: queda en evidencia que Estudiantes no tiene plantel para dos competencias, y además el equipo, lentamente, comienza a asemejarse a una enfermería.
Estos son los asteriscos que presenta la increíble derrota del Pincha esta tarde. Pero, más allá de lo que sucede fuera de la cancha, el equipo de Pellegrino pareció otra vez perdido, sin brújula, a pesar de un buen arranque. ¿Estado físico? En las últimas cinco presentaciones el equipo desinfló su juego ofensivo, y cada vez le cuesta más recuperar la pelota.
Así volvió a pasar con el equipo de Almeyda: en los primeros treinta Estudiantes ahogó a Banfield, el quitó la pelota, lo presionó y le generó varias chances de la mano de Cerutti y la peligrosidad de Auzqui, sorpresa como 9 aunque con poca definición en las chances claras que tuvo. Pero poco a poco el Pincha perdió terreno y pelota y el Taladro, vía un Bertolo intermitente y las intervenciones para cortar y salir rápido de Domingo, le llegó franco a Hilario.
Y en ese momento donde se emparejaban las cosas, apareció, de exquisito centro del Pocho, contundente cabezazo del Chavo: gol, y el panorama se aclaraba para Estudiantes.
Pero otra vez el Pincha falló en el control del resultado. Como ante Argentinos, eligió demasiado temprano el refugio cuevero, paradójicamente obligándolo a correr el doble. Le dio vida a un Banfield que inquietaba pero que asomaba con poco poder de fuego, aunque la treta, a pesar de que había forzado a Navarro a ser figura, parecía exitosa. El partido se iba y Estudiantes ganaba.
Cosas del azar, también. Te pueden empatar, pero difícilmente ganar un encuentro con cinco minutos en el reloj: hay culpa y casualidad en la derrota del Pincha, fundidos los motores, claramente, equivocadas quizás las decisiones tácticas. Estudiantes pagó carísimo desatender un encuentro que creyó ganado.
No había jugado en la segunda etapa, como indicó Desábato, pero se llevaba la victoria antes de que agónicamente Viatri empatara con una pelota suelta en el área y luego, ante un público boquiabierto, Cazares ponga el 2-1 final.
En casa no se puede perder, y menos de manera tan embarazosa. La gente siguió cantando porque entiende el cansancio y el recambio y porque agradece la noche del miércoles, pero se fue con varias preocupaciones en el anotador. ¿Qué pasa? ¿Hay que preocuparse? Mejor, ocuparse: recuperar soldados durante la primera semana larga desde febrero, revisar estrategias, actitudes y buscar el once ideal para comenzar a recuperar terreno desde el domingo que viene, ante el temible Boca en la compleja Bombonera.
jueves, 19 de marzo de 2015
Más corazón que juego
Estudiantes, otra vez, fue más corazón que juego: superado durante buena parte del pleito, y hasta perdido por momentos, en la segunda etapa hizo gala de la garra para superar sus propias limitaciones, su propio cansancio y, en última instancia, a su rival, y conseguir el golcito que necesitaba.
Hubo tres momentos clave en el partido, y el primero no es futbolístico. Durante la primera etapa, Estudiantes caía en la medianía que proponía Libertad, embarrando los caminos con mucha gente atrás y, encima, amenazando con una contra que agarre mal parados a los centrales del equipo de Pellegrino, una constante desde el verano, y también con el juego aéreo, un ítem donde los paraguayos ganaron siempre.
Y entonces, promediando esa primera etapa de aproximaciones nada más (Sánchez Miño marró un gol en la línea tras un desborde de Cerutti, la más clara) el arquero de Libertad quiso hacer unos minutitos de tiempo lanzando el balón afuera para un supuesto jugador lesionado, que ya se ponía en pie. A Pereira mucho no le gustó y no devolvió la pelota: en su lugar, condujo el ataque mientras todos estaban paraditos, y terminó tirando (con cierto desdén) un puntapié a la nada. Los jugadores del visitante se le fueron al humo y, después, se sucedieron varias jugadas de pierna fuerte. Y, créase o no, a pesar de que el equipo se desordenó en lo que restaba de tiempo, el tole tole le sirvió de despertador a Estudiantes, que a partir de allí, sin argumentos pero con pulmón, se rebeló a los mil y un obstáculos que proponía el rival.
El segundo momento clave fue el ingreso de Acosta y Auzqui. En la segunda etapa el Pincha salió convencido a llevarse puesto a su rival, pero de no encontrar la vía se desanimaba y, encima, dejaba muchos espacios: por momentos, Libertad estuvo más cerca de mojar con centros o contras (la más clara, un tremendo mano a mano del Rorro a espaldas de los centrales que Hilario desactivó).
Entonces entraron el chiquitín y Carlitos, tantas veces vituperado: uno clarificó, metiéndose entre los carriles prestablecidos que a veces vuelven predecible a Estudiantes, y desarmando varias veces, gambeteando o pasando, a la defensa paraguaya; el otro le dio dinámica y casi moja de pura voluntad dos veces, apareciendo por sorpresa en el segundo palo, pero el 7 no definió bien y el arquero apagó el incendio.
Acosta no tuvo nada que ver con el gol, pero en un momento donde Estudiantes tenía la posesión y Libertad las situaciones, su sola presencia reverdeció los ataques de Estudiantes, preocupó a la defensa rival hasta obligarla a meterse atrás y, en definitiva, puso al Pincha en otra situación, con otra predisposición. Al borde. Hasta ese momento, los únicos que habían conseguido llevar a Estudiantes con corazón y fútbol eran Aguirregaray y Cerutti, las figuras por empuje. Pero sus motores tienen límite y Acosta llegó en el momento justo para que Estudiantes no afloje y siga con el asedio.
Y de ese asedio, en el mejor pasaje del Pincha (sin claridad pero con mucho amor propio), llegó el tercer momento clave del partido: balón recuperado por Sánchez Miño, que de cinco, con el panorama de frente y sin la línea de marca, rompió la línea y abrió para Auzqui. Carlitos fue al fondo y centró antes del cierre de la defensa, y cuando parecía que Carrillo se pasaba, el delantero, a quien se notó, sobre todo en el segundo tiempo, mal físicamente, metió la que importaba: tomó en el área chica la pelota de espaldas, giró y tiró.
La tribuna se vino abajo, demasiada tensión contenida en un solo grito. En estos encuentros donde todo se reduce a hacer un gol (de parte de ambos), la ansiedad se acumula, los nervios se contagian a la cancha y cuando llega el gol, todo es épica. Sí, "esa" palabrita resonó, otra vez, por el Estadio, cuando Estudiantes le pagó con su propia medicina a Libertad y le ganó cerca del cierre, como pasara la semana pasada en Paraguay. Pero el triunfo costó, mucho, y se pagó con más piernas cansadas y más jugadores a la enfermería. La semana larga tras el encuentro del fin de semana, entonces, será claro para recuperar soldados y que Estudiantes siga soñando en la Copa.
La tribuna se vino abajo, demasiada tensión contenida en un solo grito. En estos encuentros donde todo se reduce a hacer un gol (de parte de ambos), la ansiedad se acumula, los nervios se contagian a la cancha y cuando llega el gol, todo es épica. Sí, "esa" palabrita resonó, otra vez, por el Estadio, cuando Estudiantes le pagó con su propia medicina a Libertad y le ganó cerca del cierre, como pasara la semana pasada en Paraguay. Pero el triunfo costó, mucho, y se pagó con más piernas cansadas y más jugadores a la enfermería. La semana larga tras el encuentro del fin de semana, entonces, será claro para recuperar soldados y que Estudiantes siga soñando en la Copa.
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lunes, 16 de marzo de 2015
¿De qué estás hablando, Doc?
Hoy, en retrospectiva, el Doctor lamenta, a veces, esa enfermedad. Lo hizo en su biografía, también hasta las lágrimas en la tevé y la radio: su enfermedad lo llevó a tomar distancia de su hija, a ser un peso para su familia, amenazada de muerte durante la previa del Mundial 86, que terminaría ganando.
Pero él, como todo el mundo verdaderamente futbolero, también celebra ese virus. El futbolero celebra más allá de la simpatía que despierta su locura: los videos obsesivamente coleccionados; los planes de juego incomprensibles, delante de su época, que dejaron a varios planteles preguntándose de qué estaba hablando el Doc; su deseo de jugar como se juega al fútbol americano… Hasta su última aparición en la vida de Estudiantes, como candidato a vice, caminó por esa cornisa entre la locura y genialidad, proponiendo construir escuelas de fútbol del club en India, multitudinario país que a la vez puede ser mercado y semillero. Parecía una locura, pero meses después, el Real Madrid anunciaba su llegada al país asiático.
Su mentor no era loco: Zubeldía era puro genio, un intuitivo y sabio maestro cercano al zen, que sabía todo lo que podía pasar dentro de la cancha porque confiaba en la posibilidad de imponderables. Pero para Carlos Salvador Bilardo, el azar no podía ser parte: desmenuzó el juego hasta la obsesión, ocupándose de asuntos como evitar que los defensores corran para celebrar goles, controlando militarmente las concentraciones… una locura que excedió el campo de juego. Bilardo quería controlarlo todo.
Y llegó muy cerca. Bilardo le dio demasiado al ingrato fútbol argentino, pero aunque nunca vayan a reconocérselo, no hacen falta defensas futbolísticas (excepto para necios) para un campeón y finalista del mundo, con un equipo en el que nadie confiaba en el 86, que provocó que los defensores de la moral quisieran forzar al Presidente de la Nación a sacarlo de su cargo, y con otro que era una banda bizarra y voluntariosa, una de las sagas épicas más felices en retrospectiva, acompañada de esa música hermosa y de la ópera recargada de Maradona.
Pero en verdad, el mejor Bilardo fue el que, con astucia en el mercado de pases (todos saben como llegó Pachorra Sabella al club) y con brillantez en la cancha, configuró uno de los grandes equipos del fútbol mundial. ¿Defensivo? Tres volantes creativos, sueltos, tocaban y tocaban de primera, moviéndose todo el tiempo, sin posibilidad de referencia: Sabella, Trobbiani y Ponce eran el corazón de un equipo que quien lo vio en la cancha dice que anticipó el fútbol total del Barcelona de Guardiola, donde sólo marcaba, en mediacancha, Miguel Russo. Un equipo de alto vuelo al que le inventaron una historieta los envidiosos de Capital para intentar desprestigiar otra subversiva campaña de Estudiantes.
Es que la locura incomoda, y cómo incomodó Bilardo: por su obsesión con la victoria, claro, pero también por su obsesión, muchas veces mofados por los románticos, con el trabajo. Su maestro lo llevó alguna vez a ver los trenes a la madrugada, para mostrarle que laburar laburan esos tipos que se levantan cuando es de noche para ir a trabajar, no un futbolista. Y Bilardo comprendió aquel mensaje a la perfección, marcado a fuego por las enseñanzas de Zubeldía.
“En Osvaldo, pensé en Osvaldo”, gritó cuando Estudiantes se consagró campeón en el 82, en Córdoba, a días de la muerte del mentor. Juntos configuraron el ADN pincharrata: trabajo, trabajo y trabajo como condición, y cerebro para sobreponerse a las injustas jerarquías, al mazo marcado de cartas del fútbol argentino que hoy, como en aquellos días donde nunca un equipo chico había sido campeón, todavía sigue favoreciendo a los equipos de Buenos Aires.
“No están viendo el problema”, dice Billy Beane en Moneyball, antes de explicar que “es un juego injusto” que favorece a los adinerados. Aquel equipo de 1982 que cruzó el espíritu de Zubeldía y el Bilardo más brillante torció con locura la injusticia: jugó con tres volantes creativos y rompió todos los esquemas defensivos de los rivales, para convertirse en memorable campeón. Es que la locura, la locura del Doctor que hoy cumple 76 años, es poder ver más allá.
sábado, 14 de marzo de 2015
Estudiants hora cero
Es el momento para Estudiantes. Es la hora clave, el tiempo de ganar o empacar. Mucha tinta se ha volcado sobre la juvenilia de este plantel, pero en este 2015, con varios refuerzos de jerarquía y experiencia (Sánchez Miño, Pereira, Domínguez, el reverdecer de Damonte) más los aprendizajes de batalla de 2014 (las victorias clásicas, las derrotas coperas, los títulos que no se llegaron a pelear), el escenario estaba preparado para la maduración.
Ahora, el momento de madurar, de crecer, ese momento que llega en la vida de todo ser humano y de todo equipo, está frente a ellos: la derrota de anoche ante Libertad lo deja obligado a no perder puntos en casa y, quizás, a tener que ganar tres de tres para seguir en la Copa Libertadores. Un escenario que obliga a algo más que solucionar cuestiones tácticas, titulares y suplentes, estrategias: es la hora de dejar de ser promesa, de dejar de ser en potencial, y ser en la realidad, mostrar los verdaderos colores de este equipo, orgulloso y talentoso, que se insinúan por momentos.
Implica un abandono de las explicaciones ante las derrotas, de los argumentos que racionalizan que es posible perder. Todos los equipos campeones de Estudiantes atravesaron el proceso de simpático contendiente a dolor de cabeza de los grandes, desestabilizador de jerarquías. El campeón de 2006 tuvo una épica Copa Libertadores previa, y la revisión de aquellos matches bañados de mística demuestran que aquel equipo era un dolor de ojos. Pero iba, iba, iba: no creía en las limitaciones que se imponían desde afuera, no dudaba de que su voluntad no tenía igual. Aquella copa fue la semilla de la fe recobrada en que Estudiantes no era, solamente, un campeón de dos generaciones azarosas.
También tuvo su momento de suerte o verdad el campeón de 2009: cayó en la final de la Copa Sudamericana 2008 y muchos olfatearon el fin de ciclo de varios históricos. Pero aquella derrota fortaleció la fe interna, de vestuario, de que Estudiantes tenía material para volver a los días de fines de los 60.
El campeón de 2010 sufrió la dolorosa caída en Abu Dhabi y un principio de año con varias decepciones (perdió la Recopa y el torneo con uno de los mejores equipos que vistieron la albirroja). Otra vez había olor a fin de ciclo, esta vez de Alejandro Sabella, que aumentaba con la fuerte desinversión que hubo para aquel segundo semestre. Sin Verón en medio torneo, y sin delantero de área, Pachorra se las arregló como pudo, el equipo se sobrepuso a todo con orgullo y gritó campeón.
Recuerdo, camino a la definición y tras haberle ganado a Independiente de modo increíble, jugando horrible y sin patear al arco, en la fecha 16, que vi el fixture y flaquié: venía Argentinos, bestia verdaderamente negra para el ciclo veroniano (el que casi lo deja sin título en 2006 y al que el Pincha solo venció en dos oportunidades en los últimos diez años), y después River afuera, donde el Pincha cuenta con los dedos de la mano los triunfos. Y en paralelo, el Súper Vélez no aflojaba.
Ante ese panorama, le comenté a un amigo que la veía complicada: había que ganarle al cuco, después a River en su casa, con el que encima jugábamos en la fecha 18, que para Estudiantes ha sido siempre negativa (incluso en 2006 y, más cerca en el tiempo, en el torneo anterior a aquella consagración, empatando ante Central). Me dijo que había que terminar con las excusas: quedaban tres partidos, y había que ganarle a Argentinos, a River afuera en la 18 y a Arsenal y dejarse de joder.
Dejarse de joder: sobreponerse a todo, porque casi todo, al final, se revela nimio, un obstáculo superable. Dejarse de joder es parte de la historia de Estudiantes: no somos un equipo que no tolere la derrota, como ocurre en Boca o River, pero sí un cuadro que se enorgullece de aprender de cada caída y engrandecerse ante las pálidas.
Es que Estudiantes no puede, como los capitalinos, revertir una crisis futbolística apelando a prestamistas generosos y bolsillos profundos: depende, mucho más, de procesos que, por emergencias y cortoplacismo, pueden verse cortados antes de florecer. Pero este no es el caso:dos dirigencias comprendieron el valor de potenciar el patrimonio, los pibes, al lado de varios caudillos, y estos chicos, con varias batallas en el lomo y la compañía de varios experimentados soldados, están listos para dar el salto.
¿Es fácil? En absoluto. El trajín es demoledor para cualquier atleta. Fueron nueve (serán diez) partidos en seis semanas, saliendo de pretemporada, con viajes a Colombia y Paraguay. Seis semanas con competencia entresemana en cinco de ellas, una tendencia que continuará con partidos en domingo y miércoles, para, recién entonces, tras un mes, tener una semana entera de trabajo. Para colmo, el experimento ante San Lorenzo mostró que a pesar de la llegada de varios refuerzos, el plantel de Pellegrino no es tan largo como para afrontar en iguales condiciones ambas competencias.
Pero alguna vez le dijo Rafael Nadal a Juan Martín Del Potro que podía ser top ten, pero para ser top tres, donde estaban Djokovic, Federer y él, había que poner un plus, olvidarse del dolor y el cansancio. Es el momento para que Estudiantes olvide los músculos agarrotados, comprenda su naturaleza fundamentalmente mental, comprenda que la historia la escribe uno y empuje los límites: si por el contrario cree, da entidad al desgaste, al dolor, a los imposibles, quedará prematuramente fuera de las competencias internacionales por el resto de este joven 2015. Es la hora, entonces, de enojarse, de rebelarse contra los mil y un obstáculos de la realidad, esa pared que constantemente niega que es posible: si me preguntaran a mí, diría que allí reside la mística.
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jueves, 12 de marzo de 2015
Una caída incómoda
Estudiantes jugó uno de sus peores partidos del año y se trae de su expedición al Paraguay una derrota que molesta de cara al futuro. Sin brújula, y tras un primer tiempo donde salió airoso de casualidad, prácticamente no hilvanó jugadas de ataque, dependió del pelotazo y la fortuna y, casi por decantación, terminó perdiendo ante Libertad con un gol, para colmo, que partió de un error propio.
No es que Libertad haya sido una tromba: fue un juego de ajedrez entre las presiones de ambos equipos, solo que, en ese juego posicional, ganó casi siempre el equipo local.Presionando la salida de Estudiantes, obligó al pelotazo que despejaron una y otra vez sus duros centrales, un pelotazo, además, que partía para Carrillo, ya que además de él nadie puede cabecear en el equipo de Pellegrino.
Así resolvió la mitad de la faena el equipo paraguayo: la otra mitad debió resolverla en la primera, cuando tuvo incontables situaciones para abrir la cuenta y, entre Silva (de gran tarea tras la silbatina del lunes) y el azar, se fue al vestuario refunfuñando por la mala fortuna. El Rorro López tuvo varias, el fantasma de la ley del ex merodeando el área constantemente, y el colombiano Trellez fue un enigma para los laterales, que se debatían entre atacar para desahogar la salida asfixiada y volver para sostener los ataques por las bandas que fueron una constancia.
Así las cosas, la partida táctica parecía derrota cantada, y cada pelota perdida por Estudiantes en el medio, ya sea porque el pelotazo enviado era devuelto o porque, una vez con la pelota, tampoco podían los volantes imponerse, era contra que parecía letal: el problema del retroceso, con dos laterales de tendencia ofensiva y dos centrales lentos con mucha cancha detrás, lo arrastra el Míster desde la pretemporada.
Pero, curiosamente, un cambio de actitud parecía dar vuelta el tablero: en la segunda etapa, Estudiantes salió a comerse al rival y fue el que impuso las condiciones en los primeros quince, ahogando la salida del rival e instalándose en su campo, donde, ahora sí, podía pesar con opciones de pase y pelota dominado el mano a mano de Cerutti y la sapiencia de Sánchez Miño.
¿Había respetado demasiado a Libertad el elenco de Pellegrino en la primera etapa? Al ver al local reducido a aquella expresión, parecía que sí: la respuesta se vuelve más ambigua cuando se toma nota de que, justo en aquel momento, por un error en la salida, partió un bochazo para Trellez a espaldas del Chavo. Desábato nunca pudo ganar la posición al ligerito colombiano, que quedó, de la nada, solito y mano a mano. Tocó por encima de Silva y chau.
Estudiantes quiso seguir como había arrancado la segunda etapa, pero para Libertad el negocio ya estaba hecho: se instaló en mediacancha, jugó de contra, sabiendo que habría espacio, y obligó a Estudiantes a jugar con sus centrales, los únicos liberados de la presión. Bochazo a bochazo, el tiempo fue expirando: tuvo una clarita el León, con Jara pateando una pelota perdida bajo el arco y forzando la tapada a puro reflejo del arquero rival. Pero, en media hora, poquito más pudo generar para cambiar lo que, a medida que corría el reloj, se convertía en evidente derrota.
Todavía queda mucho camino, es cierto, y al Pincha le quedan dos adentro. Pero la derrota incomoda, deja tercero a Estudiantes, y sin margen para el error en los cruces de local que se vienen.
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domingo, 8 de marzo de 2015
Sin luces
Pongamos las cosas en contexto: Estudiantes se enfrentaba a un San Lorenzo con fama de estar en la mala pero que tan mal no andaba. Ultimo campeón de Libertadores, había tenido algunos resultados adversos (particularmente, una derrota en casa por Copa) pero también triunfos y, en cuanto a lo futbolístico, el equipo de Bauza nunca fue de los que llenan los ojos: o gana, o no gana, siempre con la misma idea pragmática.
Ese equipo arsenalero, bien paradito y con intención de ser eficaz antes que voluminoso, enfrentaba a un Estudiantes diezmado por lesiones, viajes y el trajín en general. Un Estudiantes que improvisó a Pereira en la zaga, que estrenó volantes y delanteros y que puso en cancha medio equipo que venía sin rodaje, sin roce. Algo que suele tener más peso que la supuesta diferencia de jerarquía entre titulares, suplentes y juveniles.
San Lorenzo llegó a La Plata con una agenda muy clarita que no estaba dispuesto a abandonar pasara lo que pasara: paradito detrás de mitad de cancha, con volantes livianitos para la contra y sin darle espacios a Estudiantes. Tomá la pelota, a ver qué podés hacer: un escenario que ha traído sus problemas para los de Pellegrino jugando al 100%, se comprobó un obstáculo demasiado complejo para un equipo muletto.
Estudiantes no pudo crear una sola ocasión clara de gol: hubo alguna aproximación, seguro, producto de mil y un bochazos, pero Sánchez Miño y Acosta, desde las bandas, no pudieron generar fútbol, no contaron con el apoyo de los laterales y nunca conectaron de modo limpio con Mendoza.
San Lorenzo no hizo demasiado, ojo: sí fue más fluido, más claro en sus pretensiones, pero pateó muy poco al arco. Era, por supuesto, su plan de juego, lejos del Gori para agarrar a Estudiantes retrocediendo. Varias veces quedó expuesto el equipo de Pellegrino, muchas desactivadas por Pereira de líbero, recordando a Angeleri. Otras, no: los dos tantos son producto de ataques rápidos del visitante, al que, para colmo, todo le salió redondo, porque apenas a los ocho minutos clavó el primer gol (Blanco, tras pared por la banda que dejó en desventaja numérica a Estudiantes) y entonces el libreto de esperar le venía bárbaro.
Estudiantes buscó, particularmente al inicio de la segunda etapa, con velocidad, con pases cortos, con paciencia y sin paciencia, pero salvo por algunos pasajes previos al corte de luz, no pareció poner en aprietos al rival. En esa instancia, los primeros 20 de la segunda etapa, apretó el acelerador dispuesto a atropellar al Cuervo y parecía que podía llegar al empate cuando el bajón de tensión enfrió el ímpetu y encima, cuando volvió el juego, Barrientos le pegó desde la casa al ángulo, en una contra que parecía inofensiva. Golazo (sin chances para el arquero, a pesar de que le valió algunos silbidos) y partido liquidado.
No hubo grandes aprobados entre los debutantes, y entonces se lleva poco Estudiantes de este partido: derrota sin luces, comienza a pagar el precio de mes y pico con competición entresemana. El equipo de Pellegrino estiró el plantel, y aumentó su jerarquía, pero siempre que se atienden tantos frentes, suceden estas cosas. A poner la mente en el jueves y seguir por la misma vía, con la confianza intacta: un tropezón no es caída.
viernes, 6 de marzo de 2015
Puntazo, con ese gustito...
Puntazo: de visitante, restándole dos al gran candidato del grupo, Atlético Nacional, y después de 70 minutos donde por momentos el equipo de Pellegrino estuvo para el cachetazo. Vale más por haber pasado esa prueba de carácter, por otra vez aguantar con paciencia la adversidad: Estudiantes aprovechó la que le dejó el rival y se trae en vuelo charter un gran empate con sabor copero.
El arranque del Pincha entusiasmaba: paradito arriba para la presión, complicaba muchísimo la salida de la defensa colombiana que, de tan prolija, se metía en problemas y evidenciaba algunos problemas. Pero claro, en la cabeza del cuadro albirrojo estaba la cuestión del desgaste: ¿hasta dónde correr, sabiendo que la nafta andaba corta? Estudiantes no reguló ni salió a matar, y ahí, en la tibieza, dejó crecer al local.
Que, además, aprovechó el callejón por derecha: Pellegrino paró un 4231 que dejaba las bandas desguarnecidas y, por ese costado, la dupla García-Berrío (lateral y extremo por la punta de Palito) aprovechaba que no había volante asignado a la zona y llegaba, una, dos, tres veces. Primero avisó Atlético con un centro atrás de Berrío que rebotó en Shunke y Mejía, en el rebote en la puerta del área, pateó afuera. Berrío repitió el desborde y el centro hacia atrás, luego de ir hasta el fondo, cinco minutos después, a los 23, yle sirvió el gol a Zeballos: el 10 pateó solito, pero mal, e Hilario desactivó la primera bomba de la noche con las piernas.
El entrenador intentó tomar nota y abrió a Jara y Martínez hacia las bandas, para contener la subida de los laterales. Con ese nuevo ordenamiento, Román y Pereira generaron la de mayor peligro del primer tiempo, tras un pase al vacío del uruguayo para el volante: Martínez corrió solo hacia el área y eligió el arco antes que el centro. Mala decisión. Además, Román nunca sintió el retroceso y, recién regresado a las canchas, terminó sufriendo el rigor y salió lesionado.
A Estudiantes le manejaron bastante la pelota y la posición, pero el local insinuaba más de lo que generaba: por eso mismo, el gol de Atlético Nacional dolió tanto. Cuando los jugadores ya estaban pensando en el vestuario, un error de Damonte, tocando corto hacia atrás, generó la corrida y puntinazo de Zeballos. Golazo, al lado del palo, casi de la nada.
Creció desde entonces el elenco colombiano. Estudiantes tiró en cancha a Carrillo, y más adelante a Sánchez Miño, buscando más peso en ofensiva, pero la pelota era del rival, que de entrada amenazó varias veces con aumentar. Tan golpeado parecía el Pincha que Atlético Nacional llegaba, al principio, casi sin quererlo.
Pero, más allá de las corridas de Berrío, un enigma para Palito (Aguirregaray pareció tener más ayuda por su banda para contener al extremo por izquierda), el momentum se fue enfriando para los colombianos con el correr de los minutos, y Estudiantes fue reordenándose. Lo suficiente para, sin ser una presencia amenazante para el local, se puso a sí mismo en posición de provocar algo, algún error, alguna jugada. Y entonces, claro, no habría que fallar.
Y Estudiantes, con estirpe ganadora, no falló la que tuvo. El enorme Pocho Cerutti, de emocionante desgaste una vez más, solo contra todos durante buena parte del encuentro y blanco de mil y una patadas, pivoteó en un ataque aislado y Jara, que había merodeado varias veces el área (gran mérito del volante, su predisposición a llegar por sorpresa), le picó. El pase de Pocho fue delicioso, por encima de la defensa, y Jarita no dudó y tiró una exquisita vaselina con poco ángulo por encima del arquero, para enmudecer Medellín.
Quedaban 25. ¿Qué hacer? El Pincha no dudó y, sin perder el equilibrio, apretó el acelerador. No fue una tromba, no era una noche donde las cosas fluyeran como para aplastar al rival y tampoco era cuestión de desguarnecerse y tirar un puntazo por la ventana. Pero Estudiantes se acomodó lejos de su área y hasta pudo haberlo ganado, cuando Auzqui tiró por encima una buena habilitación de Sánchez Miño, mano a mano.
No fue victoria, pero fue gigantesco empate para Estudiantes: supo no volverse loco en la mala, que duró un buen rato, y con paciencia, esperando la chance, se trajo el punto. En ocho días donde había mucho en juego, Estudiantes se llevó 7 de 9, con enormes sensaciones, y se trajo un empate de afuera en la Copa, y, se sabe, entre el árbitro, el viaje y la gente, cada puntito que le sacás al otro en su casa, vale oro.
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lunes, 2 de marzo de 2015
Sangró, sudó y toreó en rodeo ajeno
Por eso, Estudiantes dio un paso más hacia la adultez y se ganó el mote de señor: porque ganó todo salvo el debut copero en el repechaje, y lo hizo sin encontrar aún el once titular ni encontrarse con su potencial. Pero siempre fue hacia adelante y por eso, por tozudo, tiene 9 de 9 en el torneo y 3 de 3 en la Copa: la historia de lucha contra los mil imponderables que llamamos mística, comienza a hacerse carne en este conjunto que edificaron con paciencia las comisiones directivas, sin saltear etapas, apostando al crecimiento lógico.
Pero la explosión, el techo, y esto es lo bueno, todavía no la vimos: Estudiantes es hasta aquí un equipo más guerrero que lujoso, a pesar de sus nombres, un equipo ordenado y muy solidario con delanteros muy, pero muy, picantes. También mostró esa versión, incompleta, áspera, en El Bosque.
El rival le tomó la mano hace rato y lo hace ponerse el overol: los de Troglio le sacan la pelota, lo presionan, lo hacen jugar con Desábato y Shunke, y sin tiempo, al equipo de Pellegrino. Una tarea insustentable quizás, pero que ha puesto en aprietos a los nuestros más de una vez. Este partido no fue excepción: con más presión que ideas, con más posesión que llegadas, el vecino ahogó durante buena parte de la primera etapa a Estudiantes.
Pero no había otro argumento que centrar al peligroso Vegetti: el local no encontraba a Meza o a Mendoza, mérito de un mediocampo descorazonante de los testículos que paseó en rodeo ajeno, y tenía que conformarse con buscar el bochazo. Los de Pellegrino apenas pudieron salir un par de veces del control del rival, pero cuando lo hicieron mostraron, en esos primeros 45, ser punzantes a través de Cerutti, las corridas de Auzqui y los laterales y la presencia ominosa de Carrillo, olfateando, merodeando.
Ellos igual se regodeaban en su porcentaje superior de posesión, se agrandaba el griterío a pesar de que, adentro, mucho no pasaba más que patadas y aproximaciones. Y entonces, el enmudecimiento primero de la jornada. Corner aislado, Desábato cabecea sobre Bonín y el arquero del vecino que casi no contiene. Otro córner. Y a vos y a mi, cuando hay dos corners a favor, se te empieza a hacer agua la boca. Más ahora con dos tipos que tiran centros como Cerutti y Gil: bueno, el Pocho lanzó al primer palo, una parábola envenenadísima que cayó justo por detrás del defensor que cubre el primero, en la cabeza de Shunke, que bancó el penalazo de Alvaro Fernández y la mandó a guardar.
Ni lo gritó, y en el living y en el Country fue un grito contenido, confundido: ¡pero sí viejo, gol, golazo de Shunke! Iban 38 del primer tiempo. Ideal el cachetazo, justo, al mentón, para que el vecino se vaya al vestuario entre algún chiflido y muchas preguntas.
Mejor aún fue el cross a la mandíbula de arranque: parecía que se venían cuando, en deliciosa contra, Sánchez Miño limpió para Pereira, que buscó largo a Cerutti que, con un toquecito hermoso entre los dos defensores que lo presionaban, a la carrera, encontró a Carrillo. El nueve, con el isquiotibial cargado de tanto jugar y el alma cansada de tanto andar, le pegó con el resto, tras una corrida fenomenal de la dupla. Y entró al ladito del primer palo.
El silencio era desolador y pintaba para picnic. Pero la idea del picnic duró nada: en un partido que nunca había sido favorable a Estudiantes, tres minutos después de que parecía liquidarlo, un furioso rival encontraba, una vez más, a ese problema sin solución que fue Vegetti en la tarde. Fue tras tres tiros de esquina consecutivos del local, y, a la inversa de cuando son a favor, vos y yo, y la defensa, ya sabíamos que algo iba a pasar de tanto ir el cántaro a la fuente.
Dos a uno. Faltaba una eternidad en el reloj y el Pincha comenzaba a armar refugio en su área. Más aún cuando, en medio de lo que ya era asedio del local (a puro centro, sin más armas que la voluntad), Pitana decidió echar a Jara. El correntino volvió a la cancha y duró 5 minutos: se le escapó Mendoza y le tiró, de atrás, fuerte y a destiempo. Era amarilla, pero el juez vio roja y después amonestaría solamente a Coronel por pegar sin pelota. De esas, tuvo varias el juez, entre no querer complicarse solo y ese afán de trascender él, antes que el juego.
No importa: más heroísmo. Cancha mojada, miles de tipos escupiendo y tirando cosas, enfrente un hueso duro de roer que te tiene bronca, odio. Y vos armando el refugio a prueba de balas ahí, a metros de Hilario Navarro, que en esos minutos, junto con la defensa, se convirtió en leyenda. El arquero había tapado un chilenazo de Vegetti en la primera etapa, brillante, para el resumen de fin de año, y enmendó con creces el leve error en la previa del primer gol (descolgó un centro complicado pero se le escapó y terminó forzando el corner del cual vendría el tanto). Y, en esos veinte, treinta minutos de puro centro, Navarro, acompañado por la achichonada defensa, tapó, peleó, hizo tiempo… sacó todo.
No pasarás era la consigna de un Estudiantes definitivamente refugiado, sin Carrillo, que salía dolido, con Cerutti flotando, rengueando y sin ninguna seria chance de presionar. Parecía que el vecino había apenas llegado de manera franca en todo el partido y de repente el Pincha, con diez, lo dejaba venir, le solucionaba un problema. Pero por un lado, ¿qué más podía hacer? Los corazones de los diez soldados salían ya por la boca, entre la tensión del momento y la de los músculos sobrecargados del esfuerzo de este partido, de otras semanas. Y por el otro, aunque los tiros pasaran cerca, y aunque ya anduvieras diciendo que para qué tan atrás, decí la verdad: así le gusta ganar al hincha de Estudiantes, al borde del paro cardíaco pero regodeándose no en caños y tacos sino en cada pelota despejada, en cada balón trabado.
Los hinchas del local desesperaban en cada centro desactivado con solvencia. El vecino estaba cada vez más jugado. Y Estudiantes olió sangre: Román recuperó bárbaro una pelota en mitad de cancha, cuando salía el equipo de Troglio buscando el empate, tiró rápido para Cerutti y el Pocho, genial pero a la vez emotivo, corriendo treinta metros para sumar a los miles que ya había recorrido, en el minuto 43, supo que en velocidad se iba solo. Sorteó al anteúltimo hombre del local y cuando vio que Tony Medina iba por la salvada heroica como un caballo, la punteó y dejó que el ex Central lo tire. Estaba adentro del área. Penal.
El Pocho lo merecía: figura por su entrega emocionante siempre y figura en El Bosque porque como suele hacer también generó (dos asistencias y gol), el ex Sarmiento y Olimpo tuvo premio a su entrega. Pateó el penal que le hicieron, medio mal pero no importa, porque fue adentro y selló la victoria.
Hermoso, redondo. Sangre, sudor y lágrimas (del rival). Domingo de victoria. Clásica. Y de un presente bárbaro, pero que entusiasma más porque falta todavía para alcanzar el techo. Y mucho más porque cuando un equipo disfruta de mancomunarse y embarrarse y rasparse con tal de llevarse los tres puntos, cuando un equipo se pone el overol sin problemas, sabe el hincha del Pincha, que sabe mucho, que hay pasta.
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