miércoles, 27 de marzo de 2013

La inteligencia valiente




En “Ilíada”, uno de los dos cantos homéricos sobre el mítico pasado de la civilización griega, rigen las leyes de la retribución y el sometimiento a la voluntad de los dioses. Y en su universo de semidioses como Aquiles (que es, después de todo, Brad Pitt El Perfecto), Odiseo, “el de pensamientos complicados”, es considerado un cobarde por sus inteligentes ardides para alcanzar la victoria. Una idea suya acaba con una guerra inútil, entre pueblos hermanos, originada en el orgullo de sus despóticos gobernantes: pero este episodio clave en la historia helénica queda afuera de un canto que se centra en la furia de Aquiles, toda una guerra justificada por venganzas y egocentrismos.

Distinto es el héroe de “Odisea”, protagonizada por un hombre nuevo para un mundo nuevo. El mundo tribal dio lentamente lugar al panhelenismo, que obligaba a la convivencia y la diplomacia. Tres siglos más tarde, la tragedia de Sófocles recuperaría al héroe en “Ajax”, reflejando el cambio del paradigma de héroe que a la vez implicaba un cambio de valores. En medio del auge del panhelenismo, el autor, casi existencialista, quizás iconoclasta y sin dudas apesadumbrado por el silencio de los dioses, ve en el Odiseo de “Ajax”, que obtiene para sí las armaduras del guerrero Aquiles venciendo mediante la sagacidad a la fuerza del homónimo del equipo holandés, el estandarte de una nueva era pluralista: es el paso, también retratado en la “Orestíada” de Esquilo, de la ley del Talión, la retribución personal, de una civilización tribal y guerrera, a una civilización plural, pacifista, a través de la razón. Una transición fuertemente humanista.

El fútbol argentino sigue considerando figuras deleznables, cobardes, a los inteligentes. Sigue negando la existencia de un fútbol pensado, rogando por el nuevo advenimiento de la era del talento puro, sin entrenamientos, mecanizaciones ni otro trabajo más que el hedonismo puro dentro de la cancha. Sigue, también, proponiendo un modelo tribal, polar, de interpretación futbolística, que lleva a la confrontación eterna (la sangre que venga la sangre que venga la sangre) y por ende a la suspensión del tiempo. El pensamiento es un defecto de los mezquinos, nunca el arma de los humildes y de los limitados para superar las limitaciones de su ambiente. El fútbol argentino se niega a cambiar de paradigma de héroe: prefiere los salvadores a los pensadores, los talentosos a los laburantes. Y ha construido un discurso maravilloso alrededor de su particular forma de concebir la justicia y la moral futbolística.

IR AL FRENTE. ¿Por qué se considera cobarde a la inteligencia? Idea propia de la tradición romántica cuchilleril y parte de la vacía cultura del “aguante” neoliberal (porque bancársela, que nada cambia, es de guapo), opera como un discurso pretendidamente popular que obstruye el cambio y evita que, mediante el pensamiento, los menos “favorecidos” por la “naturaleza” igualen el terreno de juego.

Ir al frente es la que va. Quien no lo hace, cagón est; y si gana, además de cagón es sucio, y una amenaza a la “moral”, al “buen gusto”, conceptos aristocráticos todos ellos y que ayudan a mantener el “orden”, a excusar las ventajas. Este discurso permea el fútbol y allí está, como consecuencia, la lucha de los multimedios por establecer (apropiándoselo) un “fútbol que le gusta a la gente” lírico, conservador, hecho a medida de los clubes capitalinos, con grandes billeteras, explotadores de ajenas canteras y capaces de tener en sus filas a jugadores “distintos”. (Nobleza derrotada, el chistecito se les empieza a terminar a medida que los clubes chicos comienzan a negociar sin intermediarios -o con otro tipo de intermediarios- con los clubes de afuera: entonces los clubes “grandes” se transforman, lentamente, en equipos feos, incapaces de competir con el fútbol de las grandes billeteras y, en su propio detrimento, aún creyéndose merecedores de no sé qué, nostálgica fe de tiempos donde los jugadores se morían por vestir sus casacas y los árbitros eran muy susceptibles a cualquier faltita en el área).

Dos partidos sirven como ninguno para explicar hasta qué punto es detrimental este supuesto coraje sin sustento: la Selección, Messi incluido para los cuestionadores, se comió 6 con Bolivia hace 4 años y 4 con Alemania hace un poco menos. Ambos encuentros son los estandartes de los errores y excesos del maradonismo, caudillo que igualaba entrega absoluta al ataque constante, que quería recuperar de la abulia a un equipo obligándolo a ir al frente. Por supuesto, se esconde allí la vieja trampa del orgullo: la necesidad de demostrarse valiente termina mal, privilegia la imagen al objetivo grupal. Pero Maradona nunca creyó en su propio trabajo de técnico, se negó sistemáticamente a otro plan de juego que no fuera apelar a la mística y ninguneó la altura. Maradona era más un motivador casi mágico que un entrenador, en un país que perderse detrás de quienes prometen salvación. 



CONTRA LA CORRIENTE. Existe una contracorriente a esta orgullosa necesidad argentina de ir para adelante. Previo al encuentro con Bolivia dio vuelta por los medios la historia del Seleccionado dirigido por Miguel Ignomiriello que, en 1973, venció en la altura luego de aclimatarse durante ¡40 días!. “El equipo fantasma”, como bautizaron a los hombres que podemos ver en la imagen disfrazados de miembros del Ku Klux Klan, contaba entre sus filas a hombres como Trobiani o Kempes, pero sin dudas el aporte más importante estuvo en el cerebro de Miguel, hombre que forjó la base del Nacional campeón del mundo 1980 y, claro, del Estudiantes campeón de todo. Ignomiriello, en una época donde la dirección técnica se encontraba más menospreciada aún que hoy, derrotó a Bolivia en la altura de La Paz por 1 a 0, encaminando así la clasificación al Mundial del 74. Argentina había disputado tres encuentros por Eliminatorias ante Bolivia como visitante y había caído en dos oportunidades.

Pekerman, quizás homenajeando aquella ocurrencia de Don Miguel pero sin incurrir en los extremos del Viejo Ignomiriello, enfrentó el dilema de jugar en la altura a 4 días de un duelo clave ante Colombia, enviando una semana antes un “equipo B” para aclimatarlo. El conjunto totalmente suplente venció a su par de Bolivia por última vez en eliminatorias por 2 a 1, con goles de Luciano Figueroa y Luciano Galletti, consiguiendo la primera victoria desde 1973 (jugaron dos veces en medio: un empate bien bielsista, 3 a 3 con goles agónicos incluidos, y la famosa derrota por 2 a 1 en el partido del “corte” de Julio Cruz). El historial en La Paz mostraba, antes del partido de ayer, para los ninguneadores de los efectos de la altura, 4 victorias para Bolivia, 1 empate y 3 victorias argentinas ante un equipo que nunca venció a la albiceleste cuando esta fue local. 

Alejandro Sabella, siguiendo similar plan que José Pekerman, cambió casi por completo el equipo que venció cómodo a Venezuela, pero en lugar de realizar la semana previa de aclimatación su herramienta contra la altura fueron unos novedosos tubitos de oxígeno que aumentaron la sensación de guerra que se vivió ayer, y se vive siempre, en La Paz. En un durísimo encuentro, la entrega de los jugadores fue conmovedora y sin dudas lo que más se celebró, antes que el útil punto, fue el carácter de una selección que demostró huevos sin la necesidad de perder la cabeza yendo al frente y regalándose. Lejos estuvo el planteo de Sabella de ser perfecto, y eso que lo podría haber ganado tranquilamente, si un Messi fusilado no hubiera errado un gol que hace con los ojos cerrados habitualmente. Pero depuso el orgullo que obliga al protagonismo y, en una señal de inteligencia instó al equipo a pararse tranquilos atrás, no correr la cancha y explotar la velocidad en la contra.

En absoluto cobarde, el planteo suponía una caminata de 90 minutos por la cornisa, y así expuso el gol de Bolivia. Por unos instantes, desde afuera nos preguntamos que pasaría con el planteo: adentro no hubo dudas. Argentina continuó transitando siempre por el mismo camino, llegando con peligro y empatando el encuentro. Así ocurre cuando un equipo tiene una idea de juego de fondo, y no solamente busca ser el más guapo: eso es identidad. Para jugar de este modo, tan al límite, en condiciones tan adversas, boqueando y corriendo siempre atrás de la pelota, se necesita un compromiso especial del equipo, una convicción y una solidaridad que hace tiempo no se veían, que dista mucho de ser esa entrega vendehumo que termina en expulsión. Esta Selección sabe lo que hace y cree en lo que piensa.

Los muchachos dándole al oxígeno. Misión cumplida

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