domingo, 3 de marzo de 2013

Piloto automático



Este artículo no se propone hacer leña del árbol caído: Barcelona, ese sequoia del fútbol, seguramente se mantendrá en pie tras esta racha adversa, aunque quizás con menos esplendor, abastecido por esa cuna de identidad que es La Masía. Pero lo cierto, lo que confirman las derrotas sufridas en manos del Milan y el Real Madrid, es que hace rato ya que atraviesa una crisis de recambio que empezó, incluso, antes de la salida de Guardiola, y precipitó su salida, abrumado ante la perspectiva de modificar un grupo que le había dado tanto y ahora, entre el paso del tiempo y el agotamiento mental, necesitaba modificaciones.


Aún así, con la copia (Roura) de la copia (Tito) de Pep en el banco, la jerarquía individual culé y la inteligencia de sus jugadores, adquirida entre los días de La Masía y la conducción de Guardiola, consiguieron disimular brillantemente un andar colectivo que se desvencijaba de a poquito. El trabajo entresemana se nota, siempre, en el juego sin pelota, y el Barsa de Vilanova y Roura fue perdiendo, si no los conceptos, sí la ejecución de su fútbol integral, el que lo llevó a la cúspide de la historia del fútbol. El primer pecado de este Barcelona es su mal retroceso: los defensores, acostumbrados a jugar bien adelantados, sufren las crecientes pelotas perdidas y quedan muy expuestos, mano a mano. Hoy se logra cortar más el juego de pases del Barcelona, por disminución en la intensidad y la fluidez pero también porque los rivales se avivan. La jerarquía y potencia de sus delanteros sobra en la Liga, pero la falta de equilibrio le ha costado al Barsa su jerarquía europea: en Champions, cada gol concedido paga y la teoría de “hacer más goles que el otro” se torna una apuesta peligrosa. Cualquier equipo agrupado atrás y rápido para la contra desbarata la invencibilidad culé y desnuda falencias defensivas y hasta cierta desidia de los jugadores para romper los cercos de modo creativo: los delanteros, frustrados por momentos ante el marcaje férreo, parecen repetir jugadas de manual que las buenas defensas suelen leer e interceptar. Las combinaciones son copia de las que se practicaban en la era Guardiola, se repiten como esas fórmulas que en los viejos juegos de fútbol te permitían hacer goles (pararse delante de los arqueros, por ejemplo, en el FIFA 96), como si el equipo funcionara en piloto automático, con correcciones realizadas por Whats App.

La crisis le llegó en el peor momento: fueron 3 partidos, pero uno lo dejo al borde de la eliminación en la competencia más importante, otra lo dejó afuera de la Copa del Rey y la tercera, en manos de los suplentes del Madrid, fue, simplemente, el retorcerse de un puñal en la herida y la confirmación de que no se trata de una racha sino de una crisis. Si bien si un equipo, en toda la historia, pudo dejar de preocuparse por el rival con argumentos, ese fue el Barcelona, también siempre sufrió los planteos que lo enjaularon, sobre todo a nivel europeo, cuando la cosa se vuelve a suerte o verdad: allí están las eliminaciones de las Champions 2010 y 2012 como testimonios. La figura del antifútbol del rival como justificación moral de las derrotas, suscitada por sus legionarios, sirvió nada más que para negar un problema latente. Barcelona, amparado en estas ideas, salió a jugar como siempre ante Milan y Madrid, facilitándoles los espacios como sin prever el juego del rival, en un claro fallo estratégico del equipo del DT virtual. En tanto, ni Milan ni Real Madrid hicieron su trabajo, explotaron las falencias del Barsa pero sin abandonar la voluntad de jugar y ganar: Allegri y Mourinho, simplemente, hicieron un planteo que tuvo en cuenta al rival, contaban con los jugadores ideales para su ejecución (defensores fuertes, delanteros veloces) y así consiguieron terminar no con el Barsa, pero sí con el mito del equipo que se maneja a control remoto desde un helicóptero. El fútbol de ellos propone terminar con dicotomías añejas, que ya no sirven para analizar el fútbol, y con la moralización de los estilos de juego: lo hace jugando un fútbol que es ofensivo o defensivo según el rival y el momento; lo hace también al demostrar que Barcelona no es mágico, fruto del talento único de una generación de cracks, sino hijo del trabajo a muy largo plazo, de la inteligencia de su conductor que lejos de encorsetar la habilidad para potenciar el colectivo, hace estallar la habilidad por medio del colectivo. “Acaso lo importante no sea la libertad en sí, sino saber qué hacer con ella”, escribe Ramiro Martín en su libro sobre Messi, de próxima salida.

Lo que cae, pues, no es tanto el Barcelona como ciertos mitos que lo rodean. Lo que cae es la idea de que sin un orden y trabajo se puede conformar un gran equipo. Hizo falta que el Barsa extrañara a Pep para que el fútbol se diera cuenta que casi nada sucede por arte de magia. Si mirando al Barcelona elegimos creer en lo mágico, hoy nos desayunamos que para que surja la magia se necesita mucha, pero mucha, practica.

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