miércoles, 13 de marzo de 2013

Tanta tinta


La cofradía barcelonera revivió




Otra vez se ha incurrido en el eterno error del periodismo deportivo de creerse que su rol es vaticinar en lugar de analizar. Todos dieron por muerto al Barcelona, de insoportable mística ya: este ilustre señor (?) procuró ser ante todo mesurado en sus exposiciones, y de ninguna manera creyó que las tres derrotas consecutivas eran el inicio del “fin de una era”. Pero, de ninguna manera tampoco, imaginaba a este equipo, notablemente alicaído y de terrenal defensa, remontándole al bondi catenaccio milanés un 0-2 y pasando de ronda gracias a una contundencia que parecía de otros tiempos.

En la remontada hay un rol relevante de la suerte: la vuelta arrancó con un gol adentro y el partido irremontable de los dos goles contra la muralla italiana tornaba en casi 90 minutos para marcar un solo tanto. El plan del Milan incluía la desesperación del rival, el caer de la arena dentro del reloj, aparentemente lenta pero implacable, insoportable. Quien fue insoportable fue el Barcelona, que salió de entrada nomás a devorarse al conjunto italiano, con una intensidad olvidada en ataque, donde años y años de planteos defensivos parecían, en los últimos encuentros, haberlo abrumado, frustrado: había mucha posesión pero poca verticalidad en el Barsa que amagó con quedarse afuera de la Champions demasiado temprano. La famosa jaula, esa estrategia defensiva que rodea a Messi de cuatro o cinco rivales, aplastó en la ida la creatividad del Barsa, no lo dejó tocar y pasar, su juego preferido para romper defensas y redes. No demasiado cambió, en términos de táctica, en la vuelta: pero el Barsa recuperó, humillado, el fuego. Salió a defender su historia.


Y aquí aparece el otro actor principal de la serie. Messi. “Es un hombre poseído, ensimismado. Esa cara mete miedo. No parece la de un ídolo de los niños. Es la de un homicida serial”, escribe Juan Pablo Varsky. El también salió a defender su historia: mucho se habló de un Messi apesadumbrado en las semanas que pasaron. Como respuesta, él encabezó la rebeldía a la adversidad. Rompió la jaula cuando pudo, pero alcanzó para que marcara dos goles, participara en varias ocasiones más y terminara enloqueciendo a los rivales. Messi volvió a ser picante, impredecible, esa fiera inmarcable al que no se le puede dar ni un centímetro. Y fue otra vez absolutamente decisivo. Un animal que contó con el apoyo de otro que no quería quedar afuera por nada en el mundo: también Iniesta respondió cuando se lo necesitó con la vergüenza deportiva de los grandes. No marcó, pero hizo absolutamente todo bien.

Y así fue que, otra vez, a las 7 de la tarde hora local, el bando periodístico barcelonista se sentó a gastar tinta en loas al equipo de Vilanova, que para la próxima ronda no necesitará más del whatsapp para dirigir. Se gastará a partir de ahora tanta tinta como cuando parecía eliminado: en todo el mundo parece replicarse la confrontación entre madridistas y barcelonistas que tiñe cada edición de los periódicos españoles. La rivalidad estilística, largamente exagerada, entre el fútbol de La Masía y las ideas de Mourinho, narra una historia atrapante de héroes y antihéroes, pero olvida que, como muchas veces ocurre en las tiras cómicas, la bondad y la maldad son sólo cuestión de perspectiva: como Alan Moore demostró en Watchmen, o Frank Miller con sus oscuras depicciones de Batman, muchas veces superhéroes y villanos ocultan tras relatos color de rosa una moral dual, ideas muy cercanas entre sí. El fútbol exquisito del Barcelona fue replicado, hace un par de semanas, por el equipo de Mourinho: quizás con más vértigo y poder, los merengues le pegaron un baile de aquellos en el mismísimo Camp Nou a los hombres de blaugrana. El juego pragmático de Mou apareció ayer, sobre el final: con el 3-0 consumado, Barcelona estacionó su propio micro en el área, con línea de 5 incluida. Salió de contragolpe y firmó una goleada sobre la hora que hace olvidar que un solo gol del Milan, hasta ese tanto de Alba, lo hubiesen dejado afuera.

Rorschach, uno de los héroes ambiguos de Moore

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