martes, 28 de febrero de 2012

¿Se juega mejor en la B?

El año arrancó con los candidatos de Primera desinflados, con un campeón defensor envuelto en la absurda e interminable polémica acerca de su lucimiento que finalmente derivó en conflictos internos, con los de Avellaneda desilusionando demasiado pronto, con San Lorenzo recibiendo una tremenda goleada de bienvenida al Clausura... Apenas Vélez, siempre en silencio y con el peso de la doble competencia; Lanús, que ha formado un buen equipo y continúa siendo un ejemplo de sensatez y honestidad intelectual en el intento de crear equipos competitivos desde la base y con la consigna largoplacista (al tiempo de escribir estas líneas, como para comprobar la fragilidad de los equipos de Primera, incluso de los buenos, sufría una dura derrota de local); y algo de desfachatez de Tigre, han dado un mínimo brillo y expectativa al torneo que se desarrolla.

Mientras tanto, en la B, Quilmes metía 7, Central emocionaba con sus agónicas victorias en Arroyito, River comenzaba a mostrar un juego acorde a sus refuerzos de primer nivel latinoamericano, Instituto no se caía como anunciaban desde los altavoces capitalinos, asomaba Gimnasia y otros equipos, como Defensa y Justicia, Boca Unidos o Ferro, se mantenían a la expectativa y sorprendían gratamente.
Y entonces comenzó de nuevo, tuvimos que asistir otra vez al discurso que con cierta insistencia se instala desde los medios: en la B se juega mejor que en Primera.
OTRA VEZ SOBRE LA IRRELEVANCIA DE LUCIR
Sabemos, porque lo hemos desarrollado aquí en varias oportunidades, de donde proviene este discurso: de capital, donde intentan jerarquizar el torneo del que participa River, que representa la mitad de los ejemplares vendidos de los diarios, la mitad de los oyentes de las radios, etc. De todos modos, no se puede negar que la llegada a la categoría de los equipos mencionados, todos a la vez conviviendo en un torneo acostumbrado al perfil bajo, ha efectivamente mejorado la categoría, que recordará para siempre el año donde River viajó por el país con su grupo de estrellas internacionales. Da la sensación, sin embargo, que una vez que los grandes vuelvan a Primera, el torneo caerá nuevamente en las garras del olvido, nadie sabrá quiénes disputan el ascenso hasta las últimas fechas, y poco a poco se transmitirán en las pantallas del FPT menos partidos. También da la sensación de que, si bien estos equipos se han armado para ascender y quedarse, el resto sigue preso de la pequeñez de sus fondos, de sus hinchas, etc. Salvo los equipos grandes de las provincias, el resto parece condenado, de la mano de los promedios, a despilfarrar buenos proyectos en ascensos que terminan implicando grandes inversiones en vano. La fría estadística indica que, desde el año 2000, 15 de 29 ascendidos descendieron tras una temporada, a lo que hay que sumarle que de los ascendidos en ese periodo, Huracan dos veces, Chicago, Olimpo, Quilmes en dos oportunidades, Instituto y Gimnasia de Jujuy lograron permanecer una temporada pero luego descendieron. De 29 ascensos, entonces, retornaron eventualmente a la B 23 equipos sobre 29. Son varios los casos, además (Talleres, Huracan de Tres Arroyos, Almagro, Chicago, Tiro Federal) que tras ascender sufrieron dificultades institucionales tan graves que duplicaron su descenso y cayeron a las categorías regionales. En contrapartida, vale mencionar a All Boys, Tigre, Arsenal, Godoy Cruz, clubes que se mantienen con relativa estabilidad en la máxima jerarquía.
Esta incapacidad para mantenerse en Primera de gran parte de los ascendidos funciona como un argumento acerca de la inferioridad del juego de la B respecto al de la A, pero sobre todo sirve como denuncia de que la inferioridad se sustenta en gran medida en las diferencias económicas, que si bien se engrandecen con malas administraciones y recaudaciones menores, se basan sobre todo en el reparto desigual de la torta televisiva y la cobertura mediática unitaria, que redunda en mejores contratos publicitarios y ventas de jugadores a mayores precios. Hasta la llegada del FPT, la brecha (si bien se venía achicando a medida que la presencia de equipos “provinciales” crecía) era demasiado grande para que los equipos pudieran soñar con fondos que permitieran formar grandes equipos, no solo en base a la contratación de refuerzos de jerarquía sino, y sobre todo, para evitar el éxodo temprano de sus cracks.
Ha sido así de engorroso, sabrá disculpar el lector, explicar de modo básico la complejidad de la inferioridad de una categoría sobre otra y su relación con el juego: con esto queremos decir, siempre desde nuestra perspectiva, que resulta imposible que se juegue mejor en la B que en Primera. Lo que no quita que se juegue de modo más espectacular. Hemos relativizado hasta el cansancio la relación entre estética y juego. Esta discusion es, entonces, desde nuestra perspectiva, en vano en términos deportivos: la irrelevancia de establecer si se juega “más lindo” o “más feo” en la B queda al desnudo cuando tras ascender los equipos de la B, incluso a pesar de, a veces, “intentar jugar” (es decir, de intentar ir al frente), tienen enormes dificultades para mantenerse. Aún cuando se trata de clubes ejemplares, ordenados, que no venden humo con contrataciones costosas e inefectivas. El equipo ascendido choca así contra la realidad de un juego menos lucido pero más exigente. Es el famoso “arribo a las grandes ligas” tan tematizado en los filmes clásicos estadounidenses.
LOS VALORES DEL NACIONAL
Pero para no dejar al lector sin terminar el debate planteado en el título (sin comenzarlo siquiera, en verdad), luego de este extenso marco que limita el objeto en discusión notablemente, hipoteticemos igual. Sí, en efecto, es más atractivo el fútbol del ascenso. El motivo más aparente es cierto amateurismo en relación a la Primera: menos exposición mediática, menos divismo individualista, menos primas, implica en lo inmediato mayor facilidad para formar grupos fuertes, sin recelos, que trabajan no para salvarse con un pase sino para conseguir, todos juntos, el ascenso glorioso. La dureza del eterno torneo fomenta además el endurecimiento del equipo: subir lomas hermana hombres, decía Martí. El torneo no ofrece encima premios consuelo: la loma hay que remontarla solo para ascender, no hay clasificación a copas que premie buenas campañas. El objetivo es claro, y el poco éxodo hacia las mieles europeas que, hasta la llegada de River, ha tenido el torneo, invita a comprometerse con la causa para no tener que estar el año siguiente en la misma situación, en lugar de intentar la salvación personal. Admito tras estos argumentos románticos que he vivido enamorado de la mística de la categoría, sus céspedes poceados, sus jugadores marginados de la grandeza, su enorme dignidad laburante (hacemos un parate y recomendamos para los amantes del torneo más federal, los libros del Doctor Juan Manuel Herbella, cirujano especialista en tobillo).
La llegada de River a la categoría ha generado una excitación general, además, que afecta a los rivales: los chicos quieren mojarle la oreja a los grandes, y eso genera hermosos marcos a lo largo y a lo ancho del país, motivo por el cual se permitió la entrada de hinchas visitantes a los partidos justo en coincidencia con el descenso millonario. Del negocio no se quiere perder nadie, ni AFA, ni River ni los rivales, y si la medida inicial de impedir el acceso visitante era absolutamente restrictiva y no solucionaba nada, retirarla sin reflexión ni cambios habla de la ambición que impera en las decisiones futboleras. Todos miramos con cierto morbo los partidos de River, la cancha llena en el interior, la enorme expectativa en los pueblitos que reciben al Millo, los numerosos equipos que se le han plantado noblemente al gigante (cuando Estudiantes bajó en 1994, debutó con Chaca ante un marco espectacular que esperaba una goleada; y arrancó perdiendo. “Bienvenidos al Nacional B”, le dijo Russo a sus dirigidos en el entretiempo). Y a partir de ahí, y de los partidos de equipos que están, evidentemente, para otra categoría (Quilmes, Instituto, Central, es decir, los equipos que son transmitidos usualmente, que disponen de una base de hinchas numerosa y que han sacado 7 puntos de diferencia al segundo pelotón) se generaliza en la opinión pública que el fútbol de la B es mejor que el de Primera. Esos partidos, que para colmo suelen ser poco parejos y abiertos porque los rivales se tientan de hacer la heroica para la TV nacional en su momento bajo los reflectores (y predisponen así a la goleada del más poderoso), son los que determinan la opinión sobre el estado del fútbol de la B Nacional. En ese sentido el Nacional se beneficia del manto de la ignorancia que supo también maquillar la realidad del fútbol argentino, cuando la transmisión era privada y no se televisaban todos los partidos. Hoy, con la oferta de los diez partidos de fútbol de Primera disponibles cada fecha, los futboleros nos encontramos con verdaderos bodrios muy a menudo. Lo mismo sucedería con la B, y también si se televisaran todos los encuentros de la Liga Española o el Calcio. No hay fútbol que resista las expectativas que se crean al sentarse cada fin de semana a mirar diez partidos: los diez partidos no pueden maravillar, lógicamente. Que los mejores partidos de la fecha sean más espectaculares en la B o en Europa que en la Primera argentina es otra discusión.
MEDIOS E HISTERIA
Tras esta seudoexplicación socio-sicológica, llegamos al punto que, en rigor de verdad, queríamos desarrollar: la histeria. En principio, los equipos de la categoría están más acostumbrados al subibaja, en su gran mayoría, que los de Primera, y viven la situación de un potencial descenso con menos pánico. El pánico, se sabe, lleva a vivir del puntito y la carambola. No somos fanáticos del lirismo barroco pero el fútbol panicoso tampoco sabe vestirse para la gloria.
Colaboran con este estado de ánimo más relajado, menos presionado, la menor cantidad de hinchas que ostentan los clubes. No solamente por el hecho de que hay menos gente que putee, sino por el motivo más profundo de que, a menos demanda, menos oferta: los medios cubren, hasta este año, poco y nada el Nacional, y la menor cobertura mediática imbuye al torneo de un perfil bajo que permite que los hinchas vivan tranquilos el andar de su equipo, sin pedir tanta cabeza ni esperar tan desmesuradamente una escapada heroica hacia el título.Los medios tienen una cuota enorme de responsabilidad en la histeria futbolistica, aunque enarbolen hipócritamente la bandera del proyecto a largo plazo, porque magnifican cada noticia. Si las noticias de los capitalinos cobran relevancia circense, los chicos de Primera no zafan del seguimiento dia a dia. En cambio los chicos de la B laburan tranquilos durante la semana, mas centrados en la realidad de su juego que en ese discurso sobre su juego que se construye en paginas que hay que rellenar en los medios, donde por ende se crean noticias de la nada: se magnifica si en la práctica alguien anduvo mal, se engrandece cada gol errado, cada error defensivo, se especula sobre cada pequeño conflicto hasta desplazar el juego propiamente dicho del centro de la escena. Todo es un debate polémico porque hay que generar títulos cada día, y esa realidad, para los clubes de Primera, se torna insoportable.
Como fue sugerido desde el inicio, la cobertura mediática genera además divismos y opera de vidriera, y la vidriera es el detonante de toda una conducta: antes que el fútbol, el mostrarse, el lucir, porque lo relevante no es el juego sino figurar para salvarse. El superprofesionalismo del subdesarrollo, sin políticas proteccionistas para salvar a los clubes de la ley del más rico ni planes responsables (no salvatajes) para sanear las economías de los clubes, y atado desde ya a la realidad socioeconómica, vive subyugado al euro que consigue enfriar en cada mercado de pases el rojo incandescente de los números de todas las administraciones (no hay equipos que no deban plata en el fútbol argentino) y termina con su explotación capitalista la posibilidad de sostener los proyectos a largo plazo.

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