miércoles, 8 de febrero de 2012

Víctima, no culpable

Por Ezequiel Fernández Moores para La Nación


Días antes del partido se leyeron mensajes amenazadores vía Twitter. "Hoy los vamos a matar", decía una pancarta que recibió al equipo al llegar al estadio de Portsaid. Los jugadores no pudieron calentar dentro del campo, agredidos por una lluvia de piedras. El clima se hizo irrespirable. Se evaluó suspender el partido en el entretiempo, pero fue descartado porque Al Ahly ganaba 1-0 y se temió que la decisión empeorara el cuadro. Al Masri sorprendió y terminó ganando 3-1. Primera derrota de la temporada para el Al Ahly, que busca su octavo título seguido. Un sector de los "hinchas" locales celebró la inesperada victoria con un asesinato masivo. "Esto no es normal. Acá hay un plan malvado y siniestro, cuidadosamente armado y ejecutado por expertos, y todos sabemos quiénes son", dijo al aire, en plena trasmisión televisiva del partido el arquero retirado Nader al-Sayed. "Todo el año pasado vimos atentados obvios de desestabilización y permanecimos en silencio, pero ahora ya no podemos hacerlo más", agregó. Los matones irrumpieron montados en camellos el 2 de febrero de 2011 en la plaza Tahrir, en el centro de El Cairo. Llegaron con armas de fuego y espadas para reprimir a los manifestantes que acampaban desde hacía una semana exigiendo la caída del dictador egipcio Hosni Mubarak. Volaron bombas molotov, gases lacrimógenos, balas de todo tipo y piedras. Fueron dos horas y media de combate. Se la llamó la Batalla del Camello, como un histórico combate librado en el 656 por Aisha, la viuda de Mahoma. Los agresores fueron derrotados y Mubarak cayó nueve días más tarde, tras permanecer casi 30 años en el poder. Un año después, el 1° de febrero de 2012, algunos héroes de esa batalla que defendió la plaza fueron asesinados. Murieron acuchillados, decapitados, pisoteados, arrojados desde una tribuna y por asfixia. Algunos cuerpos fueron profanados. Son parte de los 74 "mártires" de Portsaid. Otros mil hinchas del Al Ahly, el equipo más veces campeón y más popular de Egipto, fueron heridos, acorralados por los fanáticos locales del Al Masri. Víctimas en un estadio de fútbol con luces apagadas, portones cerrados y policía inmóvil. La cacería brutal llegó a los vestuarios. Mohamed Abo Treika, un Maradona egipcio, figura del Al Ahly, sacó en brazos a un joven muerto. El hecho, que conmocionó al mundo la semana pasada, fue interpretado por muchos como un nuevo ejemplo de fútbol salvaje. Pero la pelota, en rigor, fue una víctima.

En realidad, no todos estaban en silencio desde que la junta militar asumió en lugar de Mubarak, bajo la promesa, cada vez más dudosa, de celebrar este año elecciones democráticas y libres. "Mesh Nasyeen al-Tahrir" (No olvidamos plaza Tahrir), cantaron durante buena parte del año "los Ultras" del Al Ahly. "Abajo con la junta militar", decía otro de sus cánticos. "Los Ultras" estaban por supuesto en las nuevas manifestaciones populares de julio pasado y de fin de año en la plaza Tahrir. Portsaid sucedió en el primer aniversario de la caída de Mubarak. Contra un grupo que reclamó todo el año sus promesas de democracia al poder militar, cercano al ex dictador. "Todo hace pensar que Portsaid fue una trampa, una venganza", me dice el periodista James Dorsey, autor del formidable blog "El turbulento mundo del fútbol en Medio Oriente".

Dorsey ofreció en octubre pasado en el Congreso Play the Game, en Colonia, Alemania, un magnífico informe sobre el rol de "los Ultras" del Al Ahly y los "White Knights" (Caballeros Blancos) del Zamalek, clásico rival, en la lucha para derrocar a Mubarak. Al Ahly (El Nacional) fue el club creado en oposición a los colonizadores ingleses y sus hinchas siempre confrontaron con los del Zamalek, el equipo del poder, probritánico y promonárquico. Ambos grupos, sin embargo, lucharon juntos un año atrás en la plaza Tahrir. Fueron la "infantería" que no retrocedió ante las balas y los gases, que derrumbó camellos, y cuyo entrenamiento y organización por años de batalla en los estadios fue clave para resistir la represión. Antes de la suspensión del campeonato por la masacre de Portsaid, ambos clubes debían enfrentarse ayer. Sus ultras ya habían acordado una tregua, conscientes de que su rivalidad podía ser aprovechada para montar el desastre que, finalmente, estalló el miércoles pasado en Portsaid. Los Ultras Green Eagles del Al Masri denunciaron la presencia de matones infiltrados. La dirigente Diaa Salah, de la Federación egipcia, cree que los militares provocaron el desastre. "Les dicen a los hinchas: «Piden democracia y libertad, pero miren lo que hacen entre ustedes»." "Cuando estás en medio de una revolución, todo es político", escribió Wendell Steavenson en The New Yorker . Dorsey contó en Colonia que la politización de los hinchas del Al Ahly y del Zemalek los llevó a enfrentarse también contra dirigencia y jugadores de sus propios clubes. "Los apoyamos en todos lados, pero en los tiempos difíciles no los encontramos", dijeron hinchas del Al Ahly en una pancarta en pleno partido a los jugadores, casi ausentes en el proceso político.

Los jugadores fueron combativos, en cambio, al protestar contra la nueva política de topes salariales. Hubo reclamos de sueldos anuales de 800.000 dólares, en un país con 30 millones de pobres, 20 por ciento de desocupación y donde la mitad de la población vive con 2 dólares diarios o menos. Los hinchas apuntan ahora contra la FIFA, que exige el retorno de la vieja dirigencia de la Federación, desplazada tras la masacre de Portsaid. Dorsey se rió cuando le conté en Colonia que en la Argentina también se había formado la agrupación "Hinchadas Unidas Argentinas", pero para viajar a los Mundiales y seguir lucrando en sociedad con el poder de turno. Lejos de la Ultra Tahrir Square formada por los hinchas egipcios.

Los métodos violentos y la falta de agenda política de los ultras egipcios los alejó, sin embargo, de sectores de la sociedad. Pero la masacre de Portsaid volvió a ponerlos en el centro de la escena porque sus cuerpos siguen expuestos en primera fila en la lucha por la democracia. Estarán en las calles el sábado, celebrando el primer aniversario de la caída de Mubarak. "La revolución egipcia -escribió en su momento el filósofo israelí Avishai Margalit- nació en los campos de fútbol del Al Ahly." "Mientras las mezquitas fueron refugio del fundamentalismo islámico, en los estadios del norte de Africa se reclamó por derechos étnicos, femeninos y religiosos", dijo Dorsey en Colonia. "No es sólo su aptitud para el combate, sino que también su caos sirve para despertar a una clase media que sigue adhiriendo al mito de la estabilidad", escribió hace unos días en Jadaliyya Ashraf El-Sherif. El profesor de la American University de El Cairo dijo que los ultras aportan "dinamismo", "flexibilidad" porque dan libertad a sus miembros, una "actitud positiva", un rechazo a los jerarcas porque combaten contra sus propias dirigencias, "mentalidad de grupo" y "rebelión". "No serán santos, pero yo les debo la vida porque me salvaron en las protestas y tienen un enorme sentido de la camaradería", dijo a su vez Sarah Carr en el blog The Arabist, escrito por periodistas free lance de Egipto.

Mohamed Gamal Beshir, autor del libro The Ultras Book , escribió que "los Ultras" arribaron tarde al fútbol egipcio bajo la influencia de hinchadas italianas y sin la idea de ser un grupo politizado. Sí lo fue siempre el fútbol en Egipto. Lo recuerda David Goldblatt en su libro The Ball is Round, en el que cuenta de qué modo política y fútbol fueron siempre de la mano en Egipto: colonizadores ingleses, independentistas, el rey Faruk, el ex líder Gamal Abdel Nasser y el propio Mubarak se subieron siempre a la pelota. Al menos 16 equipos de la Liga egipcia pertenecen al gobierno, los militares y la policía. Compañías militares construyeron 22 estadios en un país de 80 millones de habitantes, el más poblado del mundo árabe y en cuyas riberas del Nilo, el segundo río más largo del mundo, cuentan algunas versiones que se jugaron los primeros partidos de fútbol. "Éste es un día de luto para el fútbol", lamentó Joseph Blatter la masacre de Portsaid. El fútbol fue simplemente víctima. El luto fue para la democracia.

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