jueves, 2 de febrero de 2012

Reescribiendo la historia

Nadal deja corta una devolución y le sirve el punto a Djokovic, que envía la pelota hacia la esquina izquierda del mallorquín con la certeza del triunfo. Rafa perdía así la final más larga en un Grand Slam, tras casi seis horas agotadoras de tenis esplendoroso, y también caía por tecera vez consecutiva en una final de un major y por séptima vez en fila ante al serbio, estadísticas negativas que reflejan el demoledor dominio del número 1 sobre Nadal desde 2011. Rafa terminó derrotado ante un adversario que es mejor jugador, ejecuta a la perfección el libreto anti-Nadal y, sobre todo, tiene un hambre voraz. El español corrió todo el partido desde atrás (incluso cuando le tocó ir adelante en el marcador), y consiguió con su actitud inclaudicable volver incierto un pleito que tuvo un dominador claro, como siempre. Llevó a Novak al límite, mental y físico, y tras las casi seis horas de partido ambos recibieron los premios sentados: no podían mantenerse en pie.

Todos imaginaban un Nadal frustrado, después de un 2011 bastante insatisfactorio, despojado del número 1 al que no pudo hacerle sombra, y una nueva derrota arrancando el año contra su nuevo némesis. Pero Nadal pierde mejor de lo que casi todo el mundo gana, y sorprendió con su buen humor en la madrugada australiana: “Ha sido la derrota más satisfactoria de mi carrera”, espetó. Es que esta final fue distinta a las otras. Nadal pudo llevar el partido a cinco sets por primera vez desde el despertar del serbio y sintió el triunfo, su posibilidad. No porque haya encontrado baches en el juego del serbio: por el contrario, Rafa parece haber aceptado la superioridad del serbio. El año anterior Nadal perdió su corona, pero parecía creer que lo de Nole era simplemente un gran año, que no podría repetir. El había cambiado la historia, en aquellas épicas batallas con Roger Federer, y quizás sus batallas con el serbio le parecían menores. Pero la certeza de que Djokovic llegó para quedarse engrandece su desafío y reescribe el escenario, con Nadal ocupando el lugar que más disfruta: el de contendiente, el de punto. Le gusta entrar a la cancha en desventaja, con ansias de hazaña: el desafío es su combustible.

Pero enfrente está Nole, y el serbio ya es cosa seria, con condiciones con las que se escriben las leyendas. Tuvo un año 2011 increíble, pero no era solo Nadal quien lo consideraba un número uno del presente, terrenal, y no material para los mitos del tenis. La victoria sobre Rafa en Australia, sin embargo, puso en evidencia que lo de Nole no es un reinado pasajero, que se alimenta sobre la decadencia y el cansancio de quienes eran considerados legítimos dueños del trono (Roger y Nadal), sino un imperio que amenaza con volverse tiránico. No tiene rival, y no porque los otros no estén en su máximo nivel, sino sencillamente porque es el mejor de todos. Tuvo que convertirse en el mejor de todos para destronar al jugador perfecto, el suizo Roger Federer, y a quien había conseguido desbancarlo: “Federer y Nadal me hicieron mejorar, me obligaron a convertirme en mejor jugador”, admite Novak. Dominaron el circuito durante siete años, y para conseguir lo que ambicionaba el serbio tuvo que abandonar malos hábitos y un compromiso volátil y adolescente que lo hacía depender del talento y las rachas. Apuntaló sus condiciones con trabajo, ordenó sus prioridades y su tenis explotó.

Djokovic es hoy implacable y parece invulnerable. Ya no es un tenista que tuvo un gran año, sino un aspirante serio a los libros de historia. Todavía sin los títulos para apuntalarlo, debido a su “tardío” despertar (si lo comparamos, claro, con el hambre precoz y voraz del mallorquín), muestra un nivel notoriamente superior al del número dos, y juega un deporte distinto al que juegan los demás. Si vence al resto con relativa facilidad, los duelos con Nadal lo obligan a empujarse al límite: allí es donde sorprende. El festejo casi hulkiano tras la consagración retrata perfectamente el éxtasis de esas victorias agónicas, en las que se roza la muerte; y también la transformación que sufrió el juego de Novak cuando Nadal lo hizo rozar el fin, cuando lo llevó a caminar por la cornisa: entonces el juego del serbio estalló en una arremetida final que resultó mortal para un Nadal que se relamía.

La mirada ahora está puesta en la temporada de polvo y en la aún lejana pero decisiva batalla por la corona de Roland Garros. Nadal se juega mucho, prácticamente todas sus chances de reconquistar el uno, y tras la final del domingo llegará con otra mentalidad, dispuesto a elevar su propio tenis en lugar de esperar la decaída del juego de Djokovic. Enfrente estará Nole, implacable, con un hambre que no amaina a pesar de las victorias constantes, un hambre que recuerda a la del joven Nadal. Apenas le lleva un año, pero Rafa parece el león viejo, paciente y sabio aunque algo cansado, y el serbio el león joven, voraz e incansable. Los leones saben que la contienda entre ambos es inevitable. Se empujan, se desafían, se llevan a superar sus posibilidades. Ya no es un duelo más, ya es una rivalidad a muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario