viernes, 11 de febrero de 2011

El espectador ocasional y el hincha de las orillas

I.
La NBA se promociona como el sitio “where amazing happens”: donde sucede lo maravilloso. Increible campaña publicitaria, por lo sencillo y trascendente de su concepto: con tres palabras, definen su deporte como el lugar de lo maravilloso, lo magico, lo que esta mas alla de nuestra racionalidad, lo que abruma nuestros sentidos. Es decir, aquello que todo espectador busca en un espectáculo, y también, aquello que se espera del arte. Sin embargo, el espectador ocasional de basket se encuentra con un deporte cortado, de muchos puntos de rutina, laboriosos, mucho roce, y poca espectacularidad. No puede apreciar las heroicas batallas bajo el aro, no percibe los esfuerzos o las proezas técnicas (mas alla de una volcada, pongamosle, técnica por demás vendehumo) ni tampoco las maravillosas estrategias para abrumar una ofensiva, que para el espectador ocasional solo hacen al juego menos parejo, mas aburrido.
El futbol tiene un proverbio similar (“en el futbol cualquier cosa puede pasar”) que en la practica lejos esta de ser real. Por poner dos ejemplos obvios, el Real lleva década y pico sin perder de local y el Barsa es apenas, con suerte, un equipo al que le podes rascar un punto. Pero, como aquella frase de cabecera del basket de los Estados Unidos, la nocion sirve para acercar espectadores. Tambien aca, como en aquel genial capitulo de los Simpsons donde la familia se acerca a un partido de futbol porque en la publicidad los jugadores estallan –literalmente-, y que ilustra a la perfeccion el dilema del espectador ocasional, este tipo de hincha, el que va atraído por los faroles, se pierde la gracia, simplemente. Quizas compre una platea, se siente al lado de un par de famosos y eso aliviane su desinteres: el futbol (sobre todo el futbol europeo, es decir, el ombligo del mundo futbolero) es mas y mas como una de esas obligadas salidas aristocraticas a la opera, donde a veces hay que acudir aunque no se soporte el espectáculo. El espectador cada vez mas un espectador teatral, que acude a ver algo maravilloso, elevado (es decir, algo considerado por todos como elevado y sublime), como aquello que le gusta pensar a la gente, es el Arte. Como muchos espectadores teatrales, el acercamiento superficial al gusto aristocratico no lo convierte en un conocedor: el espectador teatral se pierde la perfeccion de un cambio de frente, de un pase del 5 que limpia la jugada. Solo reconoce la emoción superior del gol, y si es un principiante absoluto, no puede evitar sentirse desilusionado con el espectáculo.
Este espectador es el que desplaza, lentamente, al hincha. El hincha quiere que su equipo gane y adora el triunfo inmerecido, sobre la hora, inclusive la trampa: es la voz del apasionamiento, del amor, donde el fin justifica los medios. La idealización folclórica del hincha (el Hincha) lo ha convertido en un ser de naturaleza ingenua, impoluto por las racionalidades del mundo moderno (un absurdo, teniendo en cuenta la diversidad de hinchas que existen) y por ende amante del “buen futbol” no por aprendizaje sino porque lo estético apela a cualquier espíritu (omitiendo que lo estético, lo bello, es una construcción y un idioma particular, ambos pertenecientes a la hegemonía). “El futbol que le gusta a la gente”, dicen. Pero los medios moldean las opiniones y los hinchas apasionados ven a sus equipos, pobres, peleando el decenso y visitando la Bombonera, meterse atrás, y sufren vergüenza. Reconocen que no están a la altura del buen gusto, se someten ellos mismos a la inferioridad. La culpa trunca las rebeldías potencial: pero son otros mecanismos mas directos los que desplazan al hincha de la cancha. El Hincha, el folclórico, es pobre. En Europa, no puede pagar los precios y ya esta siendo desplazado, también a partir de su criminalización: si el futbol ha de elevarse, si ha de dejar de ser el opio de las masas, el entretenimiento de los barbaros, para volverse sublime espectáculo y negocio millonario, lo primero será justamente tomar distancia de la marginalidad, y la distancia se ha tomado sencillamente a través de medidas económicas que afectan al hincha tradicional y a la vez apelan, también desde allí (desde la limpieza del individuo que incomoda y desde la conversión del juego en un espectáculo caro, privilegiado) al hincha nuevo, que se acerca como modo de adherir a un modo de vida, que va a la cancha como se va a la opera o a Punta del Este en vacaciones, con la intención (generalmente trunca) de acceder a la aristocracia. El hincha nuevo es, entonces, el burgues que intenta aproximarse al ideal aristocratico. Defiende por ende la nocion de espectáculo y se acera a la cancha ya siendo una parte consustancial del sistema que perpetua las diferencias: ya es un hincha teatral, que no pretende conocer el juego sino volverlo sublime, maravilloso, misterioso. Se prende con los lujitos para la propaganda de zapatillas, con los firuletes, pero no puede ni quiere desentrañar el funcionamiento defensivo de un equipo. No es un conocedor del deporte, sino un espectador del show. Y la creciente televisación no hace mas que acentuar la teatralidad del futbol. El futbol se vuelve entonces el equivalente a ir al cine, al teatro, a ver una película en casa: un placer estético y ocasional el cual para comprenderlo no hace falta demasiado para desentrañarlo mas que sentido común. El espectador se vuelve inconcientemente (y aun si concientemente es un opositor) consustancial al poder, adherente sin quererlo a una ideología que es la que perpetua la pirámide del poder (en este sentido, el cine y cualquier lenguaje tomado a la ligera también presentan esta peligrosidad). Despues de todo, quienes son los mas aptos para practicar este futbol lujoso? Quienes serán los ganadores si todos intentan practicarlo? El ejemplo español ilustra demasiado claro que, en una Liga donde nadie marca y todos pretenden marcar golazos, los dos equipos multimillonarios ganan todos sus partidos y vuelven monótona la competencia (algo que no interesa al espectador ocasional, pues no sigue la Liga en su desarrollo: va de vez en cuando a ver un partido, por el espectáculo en si mismo y no por el resultado, sigue al equipo en la tele de fondo o en diario,).
El redito es doble: en primer lugar, obviamente, el redito económico que permite mantener la parafernalia de compras y ventas a partir de la elevada recaudación de los partidos y de la venta de los objetos de culto (camisetas, ropa deportiva, etc) que se consume, típico comportamiento de turista que pretende demostrar su “buen gusto” (es decir, pretende formar parte de la clase alta) fotografiándose con monolitos legitimados en el mundo, demostrando que puede, como la clase alta, viajar por el mundo; el segundo redito es sutil: el pasaje paulatino hacia un futbol “civilizado”, es decir, de valores burgueses y aristocraticos (orden, armonía, belleza, inspiracion) extingue las ideologías peligrosas, sofoca ese futbol sucio y guerrero que solo quiere victoria (el futbol barbaro del verdadero hincha, el futbol pragmático y por ende mas desprejuiciado respecto a los métodos utilizados para alcanzar el objetivo) de los paladares de los espectadores, los margina del futbol. Su futbol se vuelve amoral (la amoralidad y la fealdad están intrínsecamente ligadas, desde ya, como parte del mismo mundo marginal en el imaginario aristocratico, opuesto geométricamente a su mundo moral y bello). Este trabajo de deslegitimación (que ya tratamos) genera la culpa del hincha y su conciencia de no pertenecer a la clase dominante.
En Europa el futbol ya es un espectáculo: y ganan siempre los mismos, porque sus hinchas (la fuerza invisible) han dejado de creer en hazañas y se han rendido obnubilados por el reino del dinero. Las hinchadas han dado lugar a los espectadores, que sentados observan desapasionadamente el espectáculo, con estrellas de cartel y todo. Se alegran, gritan goles, y no importa demasiado el resto. La preparación de los equipos permanece misteriosa, como el backstage de una obra de teatro. Lo que sucede en la cancha también es bastante misterioso (inclusive su “belleza” es una categoría misteriosa) salvo por dos o tres conocedores que se interesaron en la materia no como los barbaros enfermos latinoamericanos, sino desapasionadamente como un académico: después de todo, el futbol ha logrado el objetivo de legitimarse, de justificarse, de elevarse, a partir de los procedimientos discursivos y la limpieza señalados.
En Sudamerica el orgullo de los hinchas permanece, fiel a la idiosincrasia barbara y mitificadora latinoamericana: sin embargo, siempre el hincha de conjuntos pobres se siente culpable por los modos de su equipo. El hincha sudamericano, alejado del progreso, a orillas de la civilización, es un hincha contradictorio. No es el Hincha del folclore, y tampoco es el ultimo bastion de la verdad en un futbol dominado por mentiras mediaticas: también generaliza, prejuicia y sus palabras están necesariamente atravesadas tanto por los discursos hegemonicos del lujito y la opulencia, como por su propio pragmatismo que lo lleva a querer ganar y a justificar cualquier victoria (no creemos exagerar al hacer esta descripción). Es un hincha de orillas, en posición ejemplar entonces (ya lo explicaba Borges) para hacer del material “universal” (el futbol europeo) lo que se le de la gana. Lamentablemente, el poder educa siempre hacia la civilización (siempre a la sombra y nunca por la independencia) y la civilización no deja de ser una construcción que lleva siempre hacia la desigualdad.

II.
Entraremos ahora en una perorata de panfleto social, exagerada y gritona, uno de los puntos mas fundamentalistas y viscerales de nuestra teoria.
Cuando nos dicen que el futbol espectaculo es para los hinchas, hemos convenido al borde de la teoria conspirativa que los hinchas son lo que hemos dado en llamar "el espectador ocasional". Pero el espectaculo y el arte, esos valores que se exaltan, han operado desde el inicio de los tiempos como opio paralizante, como adormecedor y transmisor de ideas hegemonicas: no se trata de informacion subliminal sino simplemente de hacernos adherir inconcientemente, a partir de acostumbrarnos a sus simbolos y sus valores, a la nocion de que lo alto, lo bello y lo civilizado es bueno. A aceptar el modo en que las cosas operan, aunque siempre ganen los mismos.
El espectador ocasional, que es siempre burgues, como todo burgues quiere elevar su clase y acepta los preceptos aristocraticos para acercarse. La clase baja, lo hemos mencionado, acepta su distancia, acepta no pertenecer. Todos se resignan.
El espectaculo no es entonces algo sublime que le prestan los dioses y aristocratas a los menos afortunados, sino un vehiculo de dominacion muy sutil y por ende terriblemente efectivo. Hemos hablado ya del redito economico de elevar la clase social que va a las canchas mediante la sublimacion del deporte, pero existe un redito mas tenebroso, un redito social, el mantener a las clases inferiores pasivamente observando, aceptando ser dominados, en lugar de participar de la vida social de su club y, por extension, de la comunidad. La nocion absurda de que la mera exposicion a "lo elevado" (construccion descarada) eleva el alma del espectador es el gancho mediante el cual se adormece a las masas.
No es curioso entonces el ataque de los poderosos a aquellos que amenazan la hegemonia: su ataque es un ataque al orden, y su ejemplo, el de el esfuerzo, la formacion y la superacion como formas de conseguir objetivos, son exactamente lo opuesto a lo que pretende la aristocracia, es decir, que se de por sentado que existen equipos sublimes, cercanos a Dios, y que se trata de una distancia insalvable, que no puede superarse. El futbol transmite como cualquier otra actividad estos valores, solo que como el cine o la musica, el modo en que es consumido (pasionalmente y no racionalmente, a partir de la exposicion pasiva y no el analisis) resulta particularmente efectivo para mistificarlo, rodearlo de misterio, y, una vez que se ha hecho imposible de comprender racionalmente, imponer el discurso hegemonico. Si algo no se conoce verdaderamente, no se puede vencer. Si no se conoce el modo en que funciona el discurso futbolistico, si se aceptan discursos que definen el modo en que se juega a partir de la improvisacion, se acepta necesariamente que existen equipos naturalmente aptos para el futbol y otros no tan dignos. Se naturaliza la polaridad, y se apagan asi las rebeldias. El futbol sigue siendo de los poderosos y, de paso, se convierte una actividad comunitaria potencialmente generadora de conciencia y rebeldia en una actividad adormecedora.

(Advertimos que esta parte seria morbosamente panfletaria. Asi ha sido. Estamos bastante convencidos de lo que decimos, pero sabemos que se trata de exageraciones y que se incurre en inexactitudes.)

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