En esta última semana se volvió a encender la alarma financiera. Primero, la historieta d ellos 21 pasajes: Estudiantes, para visitar a Colón en Santa Fe, decidió viajar en avión, pero, presuntamente por un accionar lento de los dirigentes, solo consiguió 21 boletos. El resultado: cuatro integrantes del cuerpo técnico viajaron en combi al estadio sabalero. Y luego, hoy, en conferencia de prensa, varios periodistas llevaron a Pellegrino, pretendido por Boca, Racing, Vélez y quien sabe quién más, a reconocer la deuda de los sueldos que tiene el club con él y su equipo: recién cobraron febrero.
Por supuesto, a Pellegrino, como a cualquier protagonista, no le sacaron nada que no quisiera decir: cierto malestar se trasluce de que estas dos situaciones hayan visto la luz pública, y tiene mucho que ver con el modo en que la CD comunica, muchas veces negándose a la autocrítica. Pero, de modo más profundo, más allá de los roces propios del trabajo cotidiano en un ámbito de presiones extremas, los problemas suscitados tienen que ver con la crisis de fondo que ha definido, en definitiva, el presente deportivo del club: la situación financiera.
Problema heredado pero también sin solución en los años de gestión Lombardi, la falta de pago de sueldos de jugadores, cuerpo técnico y empleados dominó los titulares durante este semestre. Estudiantes abrió el año en medio de un paro de sus trabajadores y largos céspedes sin cortar. Los jugadores, en tanto, cobraron el aguinaldo de diciembre bien entrado el año: ¿falta de planificación de parte de la CD?
Sin dudas, por un lado, se especuló con la posibilidad de endeudarse, una práctica común en el fútbol argentino: siempre se debe y se va pagando a medida que entra dinero, en el caso de Estudiantes, a medida que llegaban las cuotas por Zapata. Pero evidentemente, en esta política de deudas y parches, hubo un cálculo demasiado arriesgado, y se terminó precisando de los dineros europeos casi con desesperación: hasta se especuló con vender, a menor precio, la deuda que Napoli mantiene con Estudiantes.
Es parte de una forma de hacer política en el fútbol criollo: hoy, con el dólar a 10 y los clubes queriendo mantener la misma competitividad de cuando el dólar estaba a 3, se trabaja más que nunca a través de deudas y promesas incumplidas. Es imposible para un club competir con los clubes más modestos del Viejo Continente, e incluso la vecina Brasil supone un paraíso para muchos jugadores argentinos. Para retener o contratar, se firman jugosos contratos que nunca se terminan de pagar, y se pagan préstamos en mil cuotas generalmente atrasadas. Casi ningún club llega a salvarse con la venta de los pibes, que se van muy jóvenes, antes de explotar. Todos deben, y mucho: nadie busca adecuarse a la nueva realidad económica, porque implicaría una fuerte desinversión en materia deportiva (lo visible); todos eligen endeudarse y que se encargue la comisión entrante del pasivo.
En este sentido, esta conducción se caracterizó por el sentido común: asumió en rojo, resultado de las travesuras de Filipas al intentar conseguir un último campeonato, y desaceleró el gasto operativo y también deportivo, deshaciéndose de varios contratos costosos y apostando al piberío. Pero nunca pudo asumir sus deudas y dejó de ser aquel paraíso de mediados de la década pasada, cuando los jugadores venían a Estudiantes porque sabían que era sinónimo de club ordenado.
La deuda con el plantel implica entonces una importante derrota para el club, en tanto se había posicionado como destino tentador económica y deportivamente, condición que perdió en los últimos años. El Pincha ha vuelto a ser un club mediano, que lucha para que dineros más abultados y más reales no le roben lo que le costó conseguir: en este caso, el cuerpo técnico.
El problema es que el dinero no está. Entra y se hacen frente a las deudas del pasado, pero nunca aparece lo suficiente como para volver a cero. Y el dinero no está porque tampoco Estudiantes asumió la necesidad de adecuarse a la nueva realidad económica y perder toda competitividad: aún enfatizando en la necesidad económica de jugar con lo que el club tiene, siempre se apostó por dos o tres refuerzos de nombre y sueldo alto. Patito Rodríguez, Jara, Olivera: tanto dirigentes como entrenador estuvieron siempre de acuerdo en que si bien la idea de fondo era apostar por los baratos juveniles, había que traer un par de tipos para no perder toda competitividad.
Es que el fútbol es hoy en Argentina para equilibristas: lo financiero y lo futbolístico son enemigos que hay que intentar conciliar a través de ingenierías cada vez más complejas y, a menudo, directamente mentiras, promesas de pagos que no se sabe cuando llegarán, promesas de refuerzos que se saben imposibles. La difícil situación de Estudiantes conlleva esta encrucijada: la necesidad de cuidar al cuerpo técnico y la falta de dinero para hacerlo.
Este cuerpo técnico merece ser cuidado. Ha sido absolutamente funcional al proyecto a largo plazo, caminado la línea planteada por la dirigencia con un perfil bajo digno de Estudiantes, obedeciendo la desinversión y poniendo a los pibes en cancha aún poniendo en riesgo su laburo porque, ¿cuántas veces, cuando no se dieron los resultados, algún desaforado pidió la cabeza de Pellegrino? La transición costó un perú, y tras mucho tiempo ha podido el Estudiantes post-Sabella verse en los primeros lugares. Pellegrino ha potenciado el patrimonio del club, y si no se desarma lo construido su legado será muy palpable, desde lo deportivo y lo económico, en el futuro.
Ahora vienen de Capital a buscarlo y Estudiantes vuelve a estar en una posición de absoluta desventaja para negociar: debe plata, y mucho no puede prometer. Las marquesinas de los clubes grandes, más allá de que sus presentes sean grises y sus realidades económicas igual de magras, tientan a cualquiera. ¿Cómo competir? Si no hay oro en las arcas, hay que ofrecer otras cosas. Si no se puede cuidar al entrenador desde lo económico, la franqueza al respecto y el cuidado simbólico de su laburo (es decir, unos buenos mimos) no estarían nada mal.
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