domingo, 21 de abril de 2013

Nube negra

Soluciones mágicas no hay. El entusiasta trabajo de la semana del nuevo DT, Mauricio Pellegrino, alcanzó apenas para mostrar cositas, paredes, presión, ideas en ataque, que duraron hasta que a Estudiantes se le acabó la nafta. Con la energía se fueron también las ideas, y el Estudiantes del segundo tiempo fue alarmantemente parecido al del ciclo Cagna: exausto, hasta indolente, sin ideas, con delanteros-isla, y perseguido por una persistente nube negra.

Porque si bien Quilmes hizo algún mérito más, su única herramienta fue su desesperación, su deseo. Fogoneados por la localía y su preocupante posición en la tabla de los promedios, y advertido por los boqueantes jugadores pincharratas que la mesa estaba servida, el equipo cervecero fue como pudo. Casi no llegó, pero ¡por supuesto! cuando encontró el hueco, facilitado por una defensa fusilada, no la tiró por arriba del travesaño o se enredó con la pelota, sino que hilvanó una jugada clara y veloz, indigna de Quilmes, con una definición europea, digna del Capitán Frío Dennis Berkgamp antes que del fructífero pero terrenal Martín Cauteruccio.

Así volvieron a despojar a Estudiantes de algún puntito sobre la hora. Porque Estudiantes, si bien no merece ser puntero, si podría tener, al menos, dos o hasta tres veces sus 4 miserables puntos sobre 30 disputados. Repasemos. Tigre y River le ganaron bien, pero ya en la tercera fecha San Lorenzo le empató en el cierre. El partido siguiente fue a la vez uno de los puntos más bajos y el más representativo de la suerte: Estudiantes lo ganaba 3-1, tuvo el cuarto, lo erró, y Colón, un equipo que quería echar a su técnico (y tendría éxito rápidamente), con 4 minutos en el reloj, tiró dos bolas al área, casi de compromiso, y lo empató. Luego los suplentes de Ñuls se devoraron a Estudiantes en la segunda etapa (el Pincha lo ganaba 2-1 y lo perdió 4-2), Vélez le convirtió a 10 del final en el mejor partido albirrojo (lo empataría, en la única señal de reacción anímica, con bastante fortuna) y Racing y Arsenal, con muy poquito, le afanaron los puntos sobre la hora.

Por supuesto, se puede hablar de los errores groseros del arquero y de una defensa estática, ingenua, súbitamente envejecida y superada tridimensionalmente, por abajo y por arriba y también por los costados, cada vez que el rival se lo propone; o del panicoso desconcierto que domina los corazones en cada pelota parada; o de su mediocampo abierto 24 horas, de sus ataques evidentes hasta a los ciegos o de su única amenaza jugando lejos de todos, en otro código postal (Estudiantes lleva 372 minutos sin marcar). Pero Estudiantes perdió 3 de los últimos 4 encuentros sobre la hora (con tres entrenadores diferentes, como para desestimar con toda claridad las teorías conspirativas), y si cada tiempo durara 40 minutos, tendría 10 puntos más, y alcanzaría unos pobres pero más decorosos 14 puntos. Demasiado castigo para una mediocridad que no está por encima de la de la mayoría de los equipos del fútbol argentino que, sin embargo, se las arreglan para cosechar el puntito inteligente y ganar de vez en cuando.

Teoricemos gratuitamente: Estudiantes paga muy caros los errores porque, sin identidad y sin un jugador que saque conejos de la galera, nunca se decide a ganar los partidos. Y porque, por repetición de derrotas sobre el final, teme, se agazapa, defiende en retroceso en lugar de salir a romper, y defiende a destiempo, porque a la parálisis provocada por los nervios y la frustración, se suma la falta de reacción provocada por el resto físico inexistente.

Entonces, ese será el trabajo más urgente: atender la cuestión física. Porque ocho días, hasta el choque con Boca no alcanzan para modificar demasiado el ideario futbolístico. Pero sí para meter al menos dos dobles turnos y, sobre todo, generar mucho sudor para transpirar el absceso, ese cáncer que hace que pies y cabezas pesen mucho en los complementos, la hora de la verdad. Seguro que se imponen cambios de jugadores y por supuesto que es importante trabajar sobre la identidad futbolística del equipo, que durante toda la temporada ha sido, cuanto menos, difusa. Pero para escapar a la nube negra hace falta algo más que sólo fútbol: hace falta carácter, hace falta correr, sangrar y transpirar hasta que la suerte deje de ser un factor crucial, porque, está claro, la suerte nunca está del lado del que, desesperado, mira como vuela la pelota hacia el área esperando que el delantero mande el cabezazo afuera. Y, por supuesto, también se precisa con suma urgencia un cimbronazo anímico. Ambos, lo físico y lo anímico, el sudor y el corazón, van de la mano. Llega Boca, golpeado, de local. Llegó el momento de cansarse de este momento, y mandar a la nube a la mierda.

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