Para Solos Contra Todos
Si fuera una de las viejas batallas de Libertadores, vaya y
pase: pero la cantidad de jugadores lesionados, sentidos, con molestias, que
pidieron el aerosol o el cambio en el insípido Estudiantes cero Godoy cero, un
partido con la intensidad de su marcador, constituye a la cuestión física en el
argumento fundamental a la hora de explicar la debacle súbita del ciclo Cagna.
Seguro, faltó fútbol, con Román Martínez incómodo en la
cancha y fuera de ella, con la Gata Fernández atravesando una oscura sequía de
gol y juego en medio del litigio con Tigres y con el propio club por la
renovación de su contrato, con los chicos aún verdes y sin asombrar. Defensa y
arquero comenzaron a cometer errores pavos que se sumaron a errores nerviosos,
esos que se cometen cuando, por miedo a los errores pavos del pasado, las
piernas se congelan: la seguidilla transparentó la falta de laburo en pelota
parada, un sufrimiento excruciante para el equipo. Cagna, en rigor, nunca
encontró el equipo: probó con 3, con 4, cambió allá y metió acá, pero nunca se
formaron las sociedades y los cambios, más que aportar variantes, trajeron un
desconcierto irremontable sobre el final. Porque, además, faltó carácter,
rebeldía, quizás porque Cagna, falto de verba motivadora, fuera más capitán de
laguna que de mares bravos.
Pero, ¿cuánto menos hubiera faltado si no hubiera fallado la
parte física? Cada vez que un alarmado Estudiantes intentaba resurgir, se
despertaba de su siesta y decidía rebelarse, chocaba contra sus propias limitaciones.
Una enfermería en el lugar donde antes hubo un Country embarraba cada semana el
armado del equipo: entrenamientos diferenciados, jugadores entre algodones
hasta el último día y cambios fueron la norma. Pero el límite físico se
vislumbraba aún más claro en el césped: luego de unos 20 o 30 minutos iniciales
de presión marca Cagna, el equipo empezaba un pronunciado declive físico. Si la
coordinación entre los jugadores no era la mejor de arranque, la falta de
piernas y de cabeza provocaban un verdadero desastre: pases errados a un metro,
jugadores atravesados como alambre caído y, claro, horrores defensivos.
Estudiantes era antes un equipo sin reacción desde lo físico, que un equipo sin
reacción anímica.
Desembarcó ya Pellegrino y, en lo inmediato, intentará
solucionar lo solucionable: Estudiantes es hace rato un equipo sin línea de
juego. Pero, sabe el flamante técnico, la mejoría futbolística posible tiene un techo, en tanto no se trate
paulatinamente la cuestión de fondo, la cuestión física. Para eso trajo en su
cuerpo técnico a Gabriel Macaya, hombre de ásperos entrenamientos acordes a la
historia de un club que no se alinea con aquellos que ningunean la preparación
física, y luego la sufren al final de cada encuentro y atañen las derrotas a
“la mala suerte en esa última pelota”. Macaya vio los últimos dos encuentros
del equipo desde la tribuna y pidió al club las carpetas con la preparación de
cada jugador durante la temporada: hombre de gesto adusto y obsesión enfermiza
con su trabajo, sin dudas es un profe para el club. Ya pasó por Estudiantes en
la era Astrada y, dicen, dejó algún que otro enojo: pero este es, justamente,
el momento de dejar de lado los egos y juntar las cabezas para sacar adelante
al equipo.
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