jueves, 25 de abril de 2013

Mística y carencias de la Copa Argentina


Las danzas germanas del martes y el miércoles, día del batacazo en fútbol, seducen con un panegírico acerca de los dos equipos que estarán en la final de la Champions. Pero aunque estén cerradas, las series aún no han terminado y, en verdad, nos han emocionado mucho más los triunfos sufridos y roñosos de Tristán Suárez y Estudiantes de Caseros sobre Racing y River respectivamente, que las implacables goleadas de los aguafiestas alemanes sobre los ¿decadentes? españoles. 

Porque la Copa Argentina es probablemente el mejor invento de la era Grondona (bueno, en rigor se trata de un calco de las competiciones europeas y plagio de los viejos Nacionales de vida fugaz). A pesar de AFA, incluso: porque el torneo con mayor potencial para crear epopeyas de infraperros y narrativas épicas presenta un sinfín de complicaciones ligadas a una organización antinatural y a lo que, parece innegable, es sencillamente impericia.

En primera instancia la decisión inexplicable de dar las ventajas a los mejores equipos (arrancan en octavos y son elegidos “cabezas de serie” a partir de criterios caprichosos como la tradición) es inexplicable. Además de representar una ventaja deportiva hacia los más poderososo (que son, también, quienes tienen mayor capacidad económica para afrontar viajes y partidos entresemana, y quienes tienen planteles más largos para afrontar la doble competencia) la decisión de filtrar a los equipos chicos en rondas eliminatorias previas a la entrada de los “importantes” provoca que sean pocos los enfrentamientos entre davides y goliates, y por ende menos aún los triunfos épicos de los infraperros. Justamente allí reside el encanto del torneo, desperdiciado por una decisión que, sin dudas, pretende que los equipos de Primera jueguen, en 4 o 5 encuentros, por una copa y un pasaje a la Libertadores y, por ende, que decidan prestigiar el torneo poniendo sus titulares en la competencia.

Pero ni siquiera esta decisión, política e elitista, le sale bien a AFA. El torneo surgió como una respuesta al famoso “torneo de los mil equipos” que los de Viamonte le chorearon a Daniel Vila, quien, en su vampírico intento por hacerse del trono de Don Julio, propuso un torneo inclusivo, federal, pinchando así en una de las viejas carencias de la interminable gestión de Grondona. La historia cuenta que, con el dinero público en el medio y su enésima reelección puesta en duda, Don Julio hizo propia la idea de Vila (con sutiles modificaciones) y, cuando esta fue rechazada hasta por los hinchas de River, que ascendían por decreto gracias al torneo de 40 equipos (que chocaba además contra las recomendaciones de FIFA), bueno, entonces se reflotó la vieja idea de un torneo nacional “tipo FA Cup”: la Copa Argentina.

Pero es curiosamente el promocionado “carácter federal” del torneo lo que desmotiva a los equipos de Primera a poner el once ideal en cancha. En primer lugar, porque el unitarismo mental del país provoca que cualquier viaje de la Capital Federal al interior parezca una travesía interminable que provoca un cansancio subrayado por los medios en esas tardes de jueves en las que no hay mucho para decir en el noticiero deportivo. En segundo lugar porque la idea de AFA sobre el federalismo implica, aparentemente, exportar el fútbol bonaerense, ese bien que todo el resto del país envidia, hacia las demás provincias: la Copa Argentina presenta entonces partidos tipo Tigre-Gimnasia jugados en Catamarca.

Sin embargo, los hinchas de Atlético Tucumán, por ejemplo, no tienen el placer de ver a su equipo contra uno de Primera y presenciar una posible noche histórica, sino que tienen que contentarse con lo que les lleve el azar a sus canchas mientras los tucumanos juegan en el sur del país. Como en la FA Cup, el verdadero modo de realizar una competencia federal sería, en primer lugar, no jugar en cancha neutra sino sortear las localías y, si le toca a Boca viajar a Chubut, entonces habrá fiesta de los fanáticos boquenses de esa provincia. En segunda instancia, para acrecentar las chances de este tipo de cruces “federales”, es necesario que los equipos de Primera arranquen la competencia en la misma ronda que el resto.

Probablemente, un torneo tan largo y con un premio tan reducido (económicamente el premio es jugoso para los equipos de categorías menores pero no tanto para los de Primera, y jugar ocho o nueve rondas de un torneo sin prestigio por un sólo lugar en la Libertadores parece más una inconveniencia que una posibilidad) no sea jugado por ningún equipo con sus once mejores jugadores. Pero, de todas maneras, tampoco sucede ahora. Ayer, mientras Estudiantes de Caseros festejaba haber viajado mil kilómetros y haber puesto en riesgo el físico de sus jugadores a cuatro días de un encuentro clave ante Villa San Carlos (con cuatro fechas por delante y por la punta de la Primera B), un mix de precoces millonarios, jugadores indultados y suplentes de River fingía sentirse afectado por su derrota y por los gritos de la tribuna que, decepcionada, los abucheaba. Es que, en definitiva, la Copa presenta una gran oportunidad de hacer historia para los chicos, pero representa mucho que perder (desde el físico al estatus) para los grandes. Seguirán, entonces, ninguneandola hasta que el torneo no se vuelva prestigioso y sus hinchas exijan poner lo mejor. Seguirán, entonces, avanzando casi sin intención por la competencia, incluso depositados por el azar en instancias decisivas, y a veces también mancillando su historia, hasta que los premios no sean mayores.

Allí residen las dos claves del trabajo que debe afrontar la organización. El prestigio puede ganarse bañando a la Copa Argentina de mística, obligando a los clubes a visitar territorios hostiles por todo el país, a atravesar numerosas rondas ante rivales menores pero mucho más hambrientos y deseosos de humillar y llenarse de gloria. El sorteo de la localía es una necesidad de la competencia, así como lo es la participación desde las primeras rondas de todos los clubes para volver al torneo verdaderamente federal, inclusivo y apto para todo tipo de batacazos: estas simples medidas darían un gran empujón al tiempo, que seguramente cumplirá su rol en volver al torneo tradicional y atractivo.

La otra gran necesidad de la Copa Argentina es la repartija de premios: demasiado se reparte en ese torneucho de 19 fechas y muy poco en este torneo de cientos de equipos. El premio económico seguramente crecerá a medida que los anunciantes se anoticien de este seductor, pero muy poco promocionado producto. El premio deportivo debe, sin dudas, ser mayor. A la plaza libertadora habría que sumar dos plazas de Sudamericana, al menos, y jugar, por ende, un partido por el tecer y cuarto puesto. Sería interesante, incluso, dar plazas a la Copa Libertadores a los dos finalistas aunque, claro, eso le quitaría algo del incentivo a la final.

La Copa Argentina tiene todo lo que nos gusta: esas historias del fútbol casi amateur, esos estadios desamparados, las duchas frías, las batallas entre pobres y millonarios con saborcito a batacazo. Pero los partidos casi ni se ven y, sin medios masivos que publiciten el torneo, poco se sabe de los partidos en que no juegan los equipos que uno sigue: hay que tener en cuenta que los derechos son de la TV pública, que cuenta con rating bajísimo, y que los diarios aliados también tienen un lectorado poco significativo. Quizás, entonces, deben explorarse las nuevas tecnologías: la televisación por internet es un saludable paso al frente en este sentido, pero la promoción es deficiente aún en la vía virtual. Hay mucho por hacer y, quizás, el problema resida en la capacidad y la voluntad de un grupo dirigencial que, hoy más que nunca, quiere quedar bien con los equipos poderosos y con los políticos poderosos (todo con tal de sostenerse en el poder) y terminan generando este proyecto lleno de agujeros, a medio cocinar.


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