martes, 11 de diciembre de 2012

El año de la madurez de Messi

Publicado en Diario El Día


Corren 25 minutos de la primera etapa y Messi acaba de recibir un taco displicente de Iniesta para enviar en un zurdazo cruzado la pelota a la red: se trata de su segundo tanto en el encuentro ante Betis, y el gol número 86 en los 66 partidos que lleva disputados en 2012. Muy tranquilo, busca a sus compañeros y sus compañeros lo buscan: sonríe y celebra sobriamente entre abrazos y felicitaciones. Se acaba de convertir en el jugador que más goles ha convertido en un año, superando el record sideral de Gerd Müller, pero para la Pulga se trata solamente de un día más en la oficina.

Todo en Messi, en sus formas, en su andar, muestran maduración. Nacido en el Barcelona que operaba bajo la estrella divertida de un Ronaldinho que iniciaba su decadencia de fiestas y trasnoches, fue primero el mimado y luego la figura, el eje. Siempre consentido, incluso en sus excesos juveniles en la gambeta y en la individualidad, Lío fue mutando bajo la conducción de Guardiola. Cambió primero de posición, para transformarse lentamente en un comodín. Pero también mejoró su dieta y aprendió, gracias a Pep y su sistema de explotación de la Pulga, a racionar sus energía y explotar en los momentos definitorios. Hoy juega donde lo necesita el equipo y hace lo que pide la jugada. Es goleador voraz y asistidor ochentoso a la vez. Y ya no es la estrella, sino el líder: la conciencia de las responsabilidades que conlleva un gran poder son la causa de este cambio.
Messi declara distinto: atrás quedaron los días de declaraciones suspiradas y caseteras, y hoy, más analítico y menos obvio, hasta se atreve a bromear con una celebridad que antes resistía: “Lo rompí para que no se hable más del record”, tiró ayer entre risas, lejos de ese chico demasiado tímido para el estrellato y que parecía abrumado por su propia grandeza y necesitaba de la contención de todos. La paternidad parece haberle sentado bien; la capitanía en la Selección, aún mejor.
Porque Messi pasó en el equipo nacional de atribulado niño demasiado pendiente de los medios y la gente, a un convencido capitán. La designación de Sabella leyó perfectamente la maduración del crack, y le otorgó una responsabilidad para aumentar su compromiso y confianza. Siempre se dijo que la hora de Messi en Argentina había llegado, pero ningún entrenador le había prestado su real confianza a quien es sin dudas el jugador más determinante del fútbol: siempre relegado al rol de solista, aislado del juego en equipo, recayendo el liderazgo en hombres de menor peso y mayor edad, seguramente ni siquiera el propio Messi habrá querido en aquellos días esas responsabilidades. Lo cierto es que bajo la órbita de Pekerman, Basile, Maradona y Batista, Messi nunca operó “como en el Barcelona”: siempre fue un jugador aparte de todo.
Ahora, en Barcelona y en Buenos Aires, en cancha hay otro Messi. Competitivo desde siempre, hoy se reconoce líder, se hace cargo de su descendencia alienígena, su capacidad interestelar para practicar un fútbol a años luz del resto, y abandona las costumbres autistas de las que ha sido acusado por más de un biógrafo para gritar, alentar, enfurecerse: este Señor Messi hasta ha dejado de lado cierta juvenilia en los peinados. Entra a la cancha con el gesto adusto y juega absolutamente comprometido: lejos del autismo gambetista de los primeros días, Lío se calienta. Y cuando se enoja, mejora. Todo responde a una reinvención: de vanidoso solista a solidario engranaje del equipo que defiende, de la causa con la cual se identifica.
Messi no marcó goles en el Mundial de 2010 ni en la Copa América 2011. Pero terminó el año pasado con 9 goles de selección y este año logró 12 tantos con la albiceleste. Ayer marcó dos veces en 25 minutos y se sacó de encima un récord que algunos consideran pertenece a una era anterior: Lío hizo terrenales los números estratosféricos de Müller. Lo que antes lo apesadumbraba, sus días con la Selección, su estrellato, hoy son para él desafíos. Messi, como los grandes, juega contra la historia. Y con apenas 25 años, todos los títulos a nivel club en su vitrina e, inminentemente, dueño del cuarto Balón de Oro de su carrera, solamente le falta levantar un trofeo.


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