sábado, 17 de septiembre de 2011

La quijotesca universal






Don Quijote inventó a sus amigos y a sus enemigos a partir de lo que tenía alrededor, un ambiente rural, empobrecido, lejos de la épica a la que aspiraba. Rasgo común en el ser humano, la construcción de un discurso que dé sentido al mundo (y, en particular, el sentido que creemos querer, un sentido positivo) es la locura ordinaria de todo ser humano, que convierte molinos de viento en reos enemigos sin percatarse de la operación.

Es que el ser humano necesita una causa y toda causa necesita un enemigo. Este se convierte en maldad pura y ante la maldad pura no se mide en general lo que se dice o hace. Así podemos comprender las conductas absolutamente sacadas de ciertos técnicos, periodistas o hinchas. Las dicotomías han edificado los relatos occidentales durante milenios ya, un legado maniqueísta difícil de torcer que invita a la irreflexión como forma de vida, como forma de conformar una identidad fuerte. El enemigo generalmente no es el opuesto real sino un opuesto construido a través de simplismos dicotomizantes, y es a menudo considerado enemigo por ser una amenaza: desde la conquista de América han operado estas formas de justificación. Se sataniza al enemigo, se lo defenestra moralmente, para justificarse el odio y la conquista.

Curiosamente en el fútbol, muchos odiadores rematan su perorata seudofilosófica mediante la cual justifican de la bilis que les nace al sentir el orden amenazado, refiriénsose al deporte como “solo un juego”. Al intentar defender su idea lúdica del juego, la niegan, porque niegan que las derrotas (el resultado), las trampas, la picardía y la inteligencia sean parte del juego. Para ellos estos aspectos son moralmente repudiables: convierten así a lo que es, en efecto, solo un juego, en algo más, en una cuestión moral. Edifican una causa más grande que el deporte (como modo de prestigiarse a sí mismos, de justificar su actividad), una causa moral que debe defenderse del enemigo malvado, el anti-causa: nace así el término “antifútbol”, que margina prácticas que son parte del deporte pero que dentro de esta ideología moralizante no deberían formar parte del fútbol. Se expulsa del fútbol modos de jugar y apreciar, se los niega, porque no son aceptables “moralmente”. Y la moral está lejos de ser algo natural y dado: se trata de una construcción que perpetua el orden.

El fútbol no tiene implicancias morales. La pacatez burguesa es la autora de esa idea de que “se debe jugar como se debe vivir”, a pesar de la enorme hipocresía que implica que las frases sean proferidas por comerciantes de la opinión y que, en verdad, resulta muy cuestionable que se deba vivir de cierta manera, y mucho más de la manera liberalista que implican sus modos del fútbol: espectáculo, individualismo, inspiración.

El enemigo es una construcción. Si en la primera parte del Quijote los enemigos del hidalgo eran los hitos y las personas que iba hallando (es decir, distorsionaba sus realidades hasta convertirlas en enemigos), en la segunda parte el autor propone un giro genial, cuatro siglos antes de la metaficción como forma común de la literatura: allí los enemigos de Don Quijote son los lectores de la primera parte que salen a su encuentro. La pelea del hidalgo pasa a ser una pelea absolutamente ficticia, sin basamento real alguno: pura construcción desde el discurso, desde el relato. Se evidencia de este modo el procedimiento del enemigo imaginario al llevárselo al extremo. El enemigo, la dicotomía, no existe. Ninguna dicotomía es natural, siempre se construye desde el discurso con objetivos concretos. No es casualidad que, por las mismas prácticas se diga que un equipo es astuto y otro sucio. Pero las dicotomías, allí reside su poder, siempre tienen la apariencia de naturalidad. Cuando desembarcaron los españoles en América el otro fue considerado bárbaro y aniquilado. Esa es la forma dicotómica por excelencia, que lleva a la negación y exterminio del otro. Una práctica para nada civilizada.

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