martes, 13 de septiembre de 2011

Un equipo estático


Nadie puede explicar realmente qué sucede. Un arranque irregular, un par de malos resultados, podrían entenderse, pero esta concatenación de partidos horrendos, de desinteligencias propias de picado con amigos y no de glorias supercampeonas, este Estudiantes desalmado, shockea y noquea al pobre espectador.

Recientemente ensayamos un análisis, siempre subjetivo y siempre limitado, de la situacion institucional complice de este año de nefastos resultados. Intentamos marginar de los argumentos a aquello que fuera puramente futbolístico: la crisis 2011 (porque no debe olvidarse que todo el año ha sido pobre) tiene para nosotros raices mas profundas. Consideramos que la apuesta deportiva, incluso, podría haber sido exitosa, pero tarde o temprano decantaría en la crisis a la que hoy asistimos impávidos. La apuesta deportiva, sin embargo, no ha funcionado. Y tiene que ver, claro, que los refuerzos son tipos que vienen de estar parados, son muchos, y no son pincharratas. Tiene que ver también, claro, con Miguel Angel Russo, que ha armado tras varios meses un Estudiantes que la tiene y toca pero, predecible, sin cambio de ritmo, no lastima, y que para colmo de males, se regala abajo con la misma ingenuidad que la de aquel equipo del ingenuo bielsista Eduardo Berizzo. Los enormes huecos que dejan las espaldas de los defensores en los retrocesos hace largo rato deberían haber sido advertidos y corregidos.

Pero Russo, el responsable más obvio, no es el principal culpable. En el Estudiantes de hoy por hoy, de jugadores europeos y nombres rutilantes, no hay reacción. No hay reacción anímica, para sobreponerse a los golpazos que sufre, para rebelarse a las adversidades, y también al sistema cuando el rival le agarra la mano. Hay en lugar de ello una mansa entrega: la costumbre de perder. Pero la falta de reacción no es solo espiritual, es también y sobre todo física. Ya habíamos planteado, tras el match con Arsenal en el Viaducto, que cuando cada pelotazo cruzado lastima tanto como lastima a Estudiantes, la responsabilidad de los defensores no puede soslayarse: que una pelota flotante cruce el ancho del campo y encuentre rivales sin marca implica una distracción gigante, un desentendimiento de la jugada hasta que la jugada ya se desarrolló. Los defensores de Estudiantes reaccionan tarde: empiezan a correr cuando ya les ganaron las espaldas, llegan tarde a los cruces (Cellay vive al borde de la expulsión, por ejemplo), pierden las marcas por mirar embobados la pelota… en definitiva, cualquier delantero de los muchos y mediocres que ofrece nuestro fútbol se le aviva y anticipa al defensor pincha. Marcarle a Estudiantes es demasiado fácil: una presión muy difícil de sobrellevar para los jugadores, sobre todo en estos momentos, la inminencia del gol. Y sabe el Pincha porque lo predica: un equipo se arma de atrás hacia delante, porque una defensa sólida tranquiliza a volantes y delanteros, les permite dedicarse a lo suyo sin desesperación. Los constantes goles que le hacen a este Estudiantes siestero son palazos a la confianza en revertir el partido, y, peor, la situación general.

La quietud del equipo también se nota en el mediocampo: mientras uno porta la pelota, no hay jugadores que dibujen diagonales, que se desmarquen y se lleven marcas, que pidan desesperados la pelota. Mas bien pareciera que nadie quiere la redonda: todos la esperan paraditos en su lugar. El juego se lateraliza lógicamente y se vuelve lento y predecible, sobre todo en un futbol sin espacios como el nuestro, sobre todo cuando vas un gol abajo. La explosión no puede depender de una gambeta mágica de Carbonero, Gonzalez o Fernandez, porque si no hay compañía que tire una pared o se lleve una marca, se obliga al jugador que encara a una de Maradona. También para marcar hay demasiada quietud, demasiada obediencia posicional, muy poco despliegue: los laterales por ende eligen permanecer por lo general en sus lugares, y cuando acompañan, al no haber relevos, regalan la espalda. Ni Braña solo podría cubrir el amplio terreno a las espaldas de un mediocampo que, para colmo, suele perder la pelota lanzado en ataque, facilitando la contra al rival.

Estudiantes es un equipo notablemente cansino. Camina la cancha. Hasta sus delanteros parecen desganados: Boselli define con notable frustración, pero a su estado anímico se suma su quietud. Se retrasa poco, siempre le ganan en el aguante, pica casi nada, no anticipa nunca y define siempre clavado en la tierra. Hasta ha llegado ha cabecear con la flexibilidad que podría demostrar yo en el área, sin mover los pies, sin torcer el tronco, esperando dirigir la pelota solo con el parietal. El resultado de tan desganada definición fue uno de los tantos goles increíbles errados. La Gata le sirvió ayer otro, que volvió a marrar ya sin fe en sí mismo o en la vida: Mauro se quiere matar, y es uno de los grandes responsables de este momento. Fernández, por su parte, es uno de los pocos rebeldes: sin compañía y lejos de descollar, intenta en un contexto donde todos se esconden y algo encuentra siempre. Increiblemente reemplazado por Russo durante un par de encuentros, desplazó al mimado Carbonero ayer y fue de lo mejorcito. Aún así, la Gata también sufre de este desgano colectivo: tuvo el 1-0 pero por esperar la pelota y no buscarla, terminó enredado en su propia definición. Del saque de arco vino el 0-1 y empezó otra vez la historia del Estudiantes sufriente.

En el tenis, si un jugador se traslada dando pocos pasos largos y desesperados, en lugar de muchos pasitos cortitos que permiten ajustar mejor la posición, se trata de una señal inequívoca de su cansancio. Al golpear sin acomodarse adecuadamente las bolas suelen ir afuera: algo así le pasa a Estudiantes, que ni en ataque ni en defensa hace los pasos de ajuste necesarios para estar siempre “detrás de la pelota”, es decir, alerta, atento, anticipando la jugada. ¿Falta de actitud? ¿De convicción? ¿Problemas físicos? ¿Anímicos? Quizás se trate de un coctel, un mal trago en el cual los ingredientes se potencian. Son ciertos los desaciertos de Russo (la notable soledad de Martínez, Castaño y Cachete ayer, a espaldas de un mediocampo inexistente, constituye un garrafal error en la lectura; imaginar un partido con un Estudiantes protagonista no puede implicar desproteger a los mejores del rival), pero contra una pifia monumental como la del Chavo, una siesta como la que duerme Cellay en el gol del Chino Luna, o una desidia general para entorpecer al rival como la que aconteció en el tercer gol de Tigre (desidia que alcanzó hasta la estirada del Gori Silva) no hay trabajo en la semana que resista. Y tampoco hay levantada anímica posible.

Estudiantes debe juramentarse concentración, convicción, intensidad. No porque se lo deban al club, tampoco para proteger al DT: simplemente deben jurarse entre ellos, compañeros y amigos, que su entrega no será en vano, que ellos van a hacer todo lo posible para valorizar el esfuerzo del otro (y todo lo posible implica no regalar el partido en 30 minutos). Solo un pacto de solidaridad absoluta, propio del ADN más profundo del club, puede conseguir el cimbronazo que necesita Estudiantes para, por lo menos, abandonar el piso de la tabla y empezar a pensar en alguna otra cosa.

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